Así como la literatura policial negra descubrió, hace ya algunos años, la potencia que destilaban las obras realizadas en los países nórdicos; del mismo modo que Shakespeare descubrió al príncipe danés Hamlet, hoy estaría pasando la cuarentena panza arriba viendo series de mismo origen. O sentado, con la tablet a mano.
Infobae Cultura realizó una selección de tres series para la restricción social de la dama o el caballero.
Trapped, o sospechas atrapadas en el hielo
La serie islandesa comienza con una imagen idílica: una pareja en moto llega a su lugar escondido donde se solazan en el amor de los cuerpos. Todo parece inmejorable, hasta que se produce un incendio y la mujer perece, quemada, de la peor manera. Hjörtur, el novio, no olvida.
Siete años después un alíscafo llega de (¿dónde más?) Dinamarca. Tiene un desperfecto y debe quedarse en la isla donde nació Bjork hasta que las máquinas sean reparadas. Pero un detalle aparece: un torso mutilado. ¿Se trata de un crimen en altamar con el resto del cadáver dejado en tierra? O peor: ¿se trata de un asesino en el mismo pueblito de Islandia, alguien que aprovechó la llegada de más de un centenar de sospechosos para cubrir su acto homicida (y depredador)?
La serie en un paisaje alucinante toma estas premisas para llevar adelante el género policial con un planteo original en el que se mezclan la acción policial con la de un hombre en busca de justicia, incluso aún cuando no sea por el caso que lo atormenta.
Un equipo de policías comandado por el personaje de Andri Olafssun -interpretado por el gran actor Ólafur Darri Ólafsson - recién separado, sin casa propia, padre de dos niñas, sex symbol insólito y antihéroe- lleva adelante la investigación entre tormentas de nieve en un pueblo chico e infernal.
Los asesinatos del Valhalla, o el retorno tétrico del pasado
Otra serie islandesa muestra una forma del policial que comienza como parte del espectro del terror. Un hombre algo lumpen, consumidor de cocaína y anfetaminas, en cierto momento recibe un llamado telefónico que lo obliga a dejar el momento sexual con una mujer de sus mismas características. Gritos se escuchan. El hombre no sólo recibe puñaladas en todo su cuerpo, sino que las cuencas de sus ojos son vaciadas por la misma cuchilla.
Otra persona, de características pequeñoburguesas, se encuentra con su mujer en una cómoda casa, cuando se retira un momento y, entonces, gritos agonizantes son escuchados por su esposa. Son los primeros crímenes de la serie que comienzan con toda la intriga posible. Un detective noruego llega a la isla para ayudar con la investigación. Esto produce conflictos con la detective local a cargo. Sin embargo, luego todo llegará a un campo insospechado en cuanto al origen de los crímenes. Un orfanato llamado Valhalla, relacionado con las víctimas.
¿Y quién más? Suicidas, muertos por sobredosis. ¿Y si hubiera un ex miembro del Walhalla que fuera parte de la Policía? Se trata de un muy potente policial, que con buenos recursos consigue manteneri en tensión a la audiencia.
Algo en qué creer, o Kierkegaard en Copenhague
Sören Kierkegaard fue un pensador nacido en Dinamarca en 1813 que fue, además, teólogo. Una combinación explosiva que dio lugar al primer existencialismo, del que Kierkgeaard fue padre universal, pero desde una nación nórdica, donde la Iglesia es nacional y sus sacerdotes no deben celibato sino que, por el contrario, forman familias, algunos de cuyos miembros también se ordenan. Nada de esto es gratuito al comentar la serie Algo en qué creer, o Los caminos del señor, en el original danés, que emite Netflix como una serie para iniciados y que toma las formas del existencialismo contemporáneo.
Johannes (el exquisito Lars Mikkelsen y que interpretara al presidente ruso Petrov en la serie House of cards) es un pastor de la Iglesia danesa que vive con su esposa Elisabeth (Ann Eleonora Jørgensen), con quien tiene dos hijos: el siempre confundido Christian (Simon Sears) y el también pastor August (Morten Hee Andersen). Podría parecer una tranquila familia devota, sin embargo, hasta en las mejores familias se cuecen habas.
Decía Kierkegaard en su Tratado sobre la desesperación: “Como no existen personas enteramente sanas, al decir de los doctores, podría también decirse, conociendo bien al hombre, que no existe uno exento de desesperación, en cuyo fondo no habite una inquietud, una perturbación, una desarmonía, un temor a algo desconocido o a algo que no se atreve a conocer, un temor a una eventualidad externa o un temor a sí mismo; así como dicen los médicos de una enfermedad, el hombre incuba en el espíritu un mal, cuya presencia interna le revela, por relámpagos y en raras ocasiones, un miedo inexplicable”.
¿Y cuál es esa inquietud que abreva entre los miembros de esa familia que debería ser devota? Johannes, el pastor padre, es alcohólico y ha brindado el servicio en tales condiciones, mientras su mujer por amor soporta lo que vive. El hijo Christian abandonó la carrera eclesial y vive, tal vez de la manera más común entre los protagonistas, en una Copehague donde para ingresar en una universidad hace trampa y su mejor amigo se lo hace saber y, a pesar de tratar de redimirse, queda por fuera de la academia por siempre.
August es un pastor de menos de 30 años, cuyos sermones son cautivantes y su personalidad llena de carisma, al punto de que le ofrecen hacerse cargo de una Iglesia de Copenhague, pero antes debe partir a la guerra, a Irak, como capellán de un grupo danés. El encuentro con el estruendo bélico y con la muerte lo transforman. Al igual que a su padre, que se postula como autoridad máxima de la Iglesia de características casi seculares. Y así, la desesperación y sus inquietudes se conforman en parte misma del pathos de los protagonistas.
Lealtades, traiciones, cuestiones de fe: la serie danesa no es localista ni está centrada en un mundo pasado, sino que muestra un estado de las cosas con las que el espectador puede identificarse, a riesgo de ingresar en lo más oscuro de sí y esto a pesar de llevar sobre los hombros el legado de Jesús o, quizás por esto mismo, por sobrellevarlo en una sociedad abandonada de creencia en la trascendencia. Porque sí, estamos solos, pero esa soledad reclama siempre el origen de un Paraíso perdido.
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