¿Se puede exterminar la música? ¿Es posible hacerla desaparecer? Eso creyeron los Jemeres Rojos que tomaron el poder en Camboya en 1975 y masacraron a un cuarto de la población, incluyendo a los artistas más modernos de la región. Durante los años ’60 y los primeros de la década del ’70, los músicos camboyanos crearon la unión más perfecta entre el sonido tradicional jemer y el pop de Occidente, pero luego su arte sería destruido por uno de los regímenes más cruentos del siglo XX.
Cuando Camboya se independizó de Francia en 1953, el rey Norodom Sihanouk se propuso modernizar el país e incentivó el desarrollo de las artes, en especial de la música. Él mismo era compositor y provenía de una familia de músicos. La música tradicional jemer es única, tiene elementos de la cultura china e hindú, su propia estructura, instrumentos musicales autóctonos y una manera especial de cantar que se asimila al canto tirolés.
Con la apertura internacional que impulsó el rey, las tiendas de discos de la capital Phnom Penh llenaron sus bateas con LPs provenientes de Europa y Latinoamérica. Los jóvenes conocieron ritmos como el chachachá, el swing y el yeyé, que era una especie de música beat francesa. Los intérpretes de esa época absorbieron de inmediato esos nuevos estilos foráneos y floreció un nuevo movimiento que convirtió a la música camboyana en la más avanzada del sudeste asiático.
Con la invasión de los Estados Unidos a Vietnam, los artistas de Camboya descubrieron el rock psicodélico, el surf rock, el soul y el funk. Las canciones provenían de las radios del ejército norteamericano y no dudaron en incorporarlas a su repertorio. Una de las bandas pioneras fue Baksey Cham Krong, que tenía influencias de Chuck Berry, Paul Anka y The Shadows. Como explica a Infobae Cultura Ethan Holtzman, fundador de la banda estadounidense de rock camboyano Dengue Fever, en poco tiempo “se mezclaron los instrumentos y escalas de su música tradicional con las guitarras, baterías y teclados de Occidente y surgió un sonido exótico y espectacular”.
La máxima estrella fue Sinn Sisamouth, reconocido como el “Rey de la música khmer”, que podría compararse en sus inicios con Frank Sinatra o Nat King Cole, y en una segunda etapa con Elvis Presley. Empezó cantando en la radio nacional y rápidamente se convirtió en el protegido de la reina consorte Sisowath Kossamak, madre de Sihanouk, quien lo invitó a sumarse a la orquesta real para que cantara en actos y eventos oficiales.
Como compositor, Sisamouth fue muy prolífico. Además de haber adaptado éxitos en inglés a su propia lengua, compuso más de mil canciones. También fue el responsable de haber lanzado las carreras de otros músicos más jóvenes que él, en especial la de Ros Sereysothea, una campesina que fue a la ciudad a probar suerte como cantante y el mismo rey le otorgó el título de “Reina de la Voz de Oro”.
Le seguía en popularidad Pan Ron, que también fue apadrinada por Sisamouth. Tanto ella como Sereysothea grabaron con el artista más grande de Camboya, pero su sello distintivo era la provocación. Sus movimientos sensuales escandalizaban a los más conservadores, se vestía con un look europeo y las letras de sus canciones cuestionaban el histórico rol que debía tener la mujer en la sociedad camboyana.
En medio de la Guerra Fría, el rey Norodom Sihanouk había considerado que por su ubicación geográfica el país debía mantenerse neutral. Permitió a la guerrilla comunista vietnamita utilizar su territorio para movilizar armamento y en consecuencia sufrió bombardeos por parte de los Estados Unidos. Por otro lado, con el apoyo de China y Vietnam del Norte, los miembros del Partido Comunista de Kampuchea, bautizados por el rey como los Jemeres Rojos (el Khmer Rouge), perpetraban ataques armados contra el gobierno.
En 1970, mientras Sihanouk se encontraba en una visita oficial en China, fue derrocado por el Primer Ministro, el general Lol Nol, y el príncipe Sisowath Sirik Matak. El nuevo régimen rebautizó al Reino de Camboya como la República Jemer y se alineó abiertamente con los Estados Unidos con el objetivo de eliminar a los grupos insurgentes vinculados al comunismo.
Con el nuevo gobierno, la cultura norteamericana penetró más profundamente en la sociedad camboyana. Se pusieron de moda los jeans y la estética hippie y una nueva generación de músicos se vio influenciada por los sonidos de la época. Aparecieron artistas como Yol Aularong, que tomó la crudeza del rock de garage; Meas Samon, pionero del rock psicodélico local; Liev Tuk, el James Brown de Asia, y la banda de hard rock Drakkar, que mezclaba a Santana y Led Zeppelin con sus raíces milenarias.
La comunidad artística mostró su apoyo a la República Jemer entonando y escribiendo canciones patrióticas. Ros Sereysothea, además de dedicarle al depuesto rey una composición titulada “El traidor”, se alistó en el ejército y estuvo en la división de paracaidistas.
Para recuperar el poder, Norodom Sihanouk se alió con los Jemeres Rojos, que bajo el liderazgo de Pol Pot iniciaron una guerra contra Lol Nol. La población rural camboyana, principal víctima de los ataques norteamericanos, al ver que su antiguo gobernante apoyaba al grupo guerrillero, se unió a sus milicias.
Durante la guerra civil, los músicos continuaron tocando en los clubes nocturnos de Phnom Penh, que abrían durante el día debido al toque de queda que había impuesto el gobierno. Para ellos era normal que se escucharan explosiones a la distancia mientras daban sus conciertos.
El 17 de abril de 1975 el Khmer Rouge tomó la capital y develó las verdaderas intenciones del régimen. El rey fue aprisionado en su palacio y Camboya pasó a llamarse Kampuchea. Pol Pot impuso un socialismo agrario que implicó la evacuación de la población urbana a las zonas rurales para trabajar la tierra. Aspiraba a reconstruir el Imperio Jemer que existió entre los siglos IX y XV con una sociedad agrícola autosuficiente.
Sin embargo, el resultado fue la muerte de alrededor de dos millones de personas, un cuarto de los habitantes de Camboya, que perdieron la vida por inanición, explotación y trabajo esclavo, pero sobre todo a causa de las matanzas y ejecuciones masivas.
Según los Jemeres Rojos, para volver a enarbolar los antiguos valores de la civilización Khmer era necesario eliminar a todos aquellos que tenían vínculos o simpatizaban con el gobierno anterior o que promovían ideas que ellos consideraban foráneas y ajenas a la cultura jemer. Por eso fueron masacradas las minorías étnicas y los opositores políticos, pero también todos aquellos que representaban lo occidental, como intelectuales, profesionales, empresarios y artistas, y que podían influir en la gente.
Para Pol Pot y sus seguidores, los músicos populares eran particularmente responsables de la “contaminación” que había sufrido su cultura, por eso fueron muy pocos los que sobrevivieron al exterminio. Se desconoce con exactitud cuándo y dónde murieron todos ellos, ya que las autoridades no dejaron ningún registro.
El hijo de Sinn Sisamouth cuenta en el documental Don’t Think I’ve Forgotten: Cambodia’s Lost Rock and Roll que le llegaron diferentes versiones de cómo murió su padre, muchas de ellas contradictorias. Uno de los relatos, probablemente apócrifo, cuenta que antes de ser fusilado las fuerzas armadas le habrían concedido como último deseo cantar una canción. La máxima estrella del pop nacional habría intentado conmover a sus verdugos, pero ellos, impávidos ante la voz más importante de su país, ejecutaron sus órdenes sin que les temblara el pulso.
En el marco de su política de “purificación”, el gobierno de Kampuchea (al que en 1976 le incorporaron el adjetivo “Democrática”) ordenó la eliminación de toda música que no fuera la tradicional jemer. Las cintas originales de todos los cantantes populares fueron destruidas y las pocas grabaciones que existen se conservaron gracias a aquellos que arriesgaron su vida escondiendo su colección de discos de las fuerzas de seguridad.
Camboya fue liberada por el ejército vietnamita en 1979 y la población pudo regresar a las ciudades. Sin embargo, las secuelas que dejaron los Jemeres Rojos persisten hasta la actualidad. Hoy es uno de los países más atrasados y pobres de la región y su territorio tiene una de las mayores concentraciones de minas antipersonales del mundo. Su cultura, que en los ’60 y principios de los ’70 brillaba, nunca pudo recuperar su apogeo.
Los Jemeres Rojos no entendieron que en realidad los músicos no abandonaron sus tradiciones para abrazar a Occidente sino que fue al revés: ellos se apropiaron de la cultura occidental para mantener vivo el legado de sus antepasados.
La música que habían creado Sinn Sisamouth, Ros Sereysothea y Pan Ron empezó a resurgir en el mercado negro, donde comenzaron a circular grabaciones piratas, y en la década del ‘90 se convirtió en objeto de culto en Europa y Estados Unidos cuando un turista norteamericano compró varios cassettes de rock camboyano y un sello independiente editó un compilado bajo el título de Cambodian Rocks con lo mejor de esas canciones. El material, que se agotó rápidamente, no poseía ninguna información acerca de los intérpretes, por lo que recién con la masificación de Internet lograron identificarlos gracias a la colaboración del púbico aficionado.
El redescubrimiento del rock camboyano generó el surgimiento de bandas que tomaron su legado y adaptaron el estilo al sonido actual. Cambodian Space Project fue una de las pocas que logró traspasar las fronteras de su país, mientras que Dengue Fever fue fundada por un grupo de chicos californianos que conocieron el género en un viaje a la ciudad de Siem Reap, donde se encuentran las ruinas de Angkor. Su cantante Chhom Nimol pasó su infancia en un campo de refugiados de Tailandia durante el régimen de Pol Pot y cuando emigró a los Estados Unidos ya había ganado notoriedad en su tierra natal. Nimol confiesa a Infobae Cultura que esta música conecta a su generación “con la cultura de Camboya anterior al Khmer Rouge, una época en la que las artes eran pujantes y florecientes”.
A lo largo del siglo XX, muchos regímenes totalitarios censuraron las artes, enviaron artistas al exilio y acallaron a opositores que los cuestionaban o que ponían en peligro su poder. Sin embargo, el caso de Camboya es único porque fue la primera vez que una dictadura se puso como objetivo destruir un tipo de música simplemente porque era moderna y distinta a sus tradiciones. Por suerte, Pol Pot y sus secuaces fallaron: aunque sea en una pequeña fracción, las canciones de estos artistas lograron sobrevivir y, con al advenimiento de la era digital, alcanzar la inmortalidad.
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