Si la energía de América Latina fuera bombeada desde algún lugar, ese punto sería la mole de hormigón ondulado que el arquitecto más famoso de la región diseñó y fue inaugurado en la década del 60 del siglo pasado. Hijo del apogeo del modernismo brasileño, el que presume de ser el edificio residencial de mayor superficie del mundo floreció junto a la música, el cine y las artes visuales de la época.
Por eso, es fácil pensar el día que Oscar Niemeyer imaginó el Edificio Copán por primera vez. Cerró los ojos, estiró la mano que sostenía el lápiz sobre el papel y pensó en esa pequeña ola suspendida sobre la letra ‘a’ del nombre de la ciudad que hoy alberga a doce millones de personas. Con los ojos todavía cerrados pensó más y vio también las ondulaciones del terreno sobre las que los jesuitas decidieron construir su primer escuela, quinientos años atrás, y las que cautivaron a los inmigrantes italianos doscientos años después, y también sobre las que se diseminaron como pólvora las plantaciones de café de la misma época.
La forma evoca también las curvas de las mujeres que caminan desde siempre por sus calles, y las olas de ese mar poderoso que acaricia a Brasil por la derecha ofreciéndole vista al mundo. “Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país”, dijo Niemeyer alguna vez. “De curvas está hecho todo el universo, el universo de Albert Einstein”, repitió.
El Copán es una maravilla arquitectónica ubicada en el centro de San Pablo que puede pensarse como una ciudad dentro de otra, pero vertical: código postal propio, 1.160 departamentos distribuidos en seis bloques de 35 pisos y 71 locales en sus galerías, entre los que se cuentan bares, restaurantes y hasta un cine ahora reconvertido en iglesia evangélica.
Más de 5 mil personas viven y circulan diariamente por sus arterias, entre departamentos que van desde monoambientes con cocinas incorporadas hasta otros de 4 ambientes con habitaciones destinadas a las empleadas domésticas. Eso quería Niemeyer -militante del Partido Comunista durante gran parte de su vida-, aunque difícilmente lo conseguiría: que pobres y ricos convivieran en esa comunidad, compartieran los espacios comunes, y que sus ojos contemplaran las mismas vistas de su ciudad.
Pasarían pocos años entre la inauguración del Copán y el exilio al que la dictadura militar obligaría a Niemeyer, y que se prolongaría hasta la década del ochenta porque, como dijo el ministro de Aeronáutica, “el lugar para un arquitecto comunista es Moscú”. Sus convicciones le habrán valido el destierro, pero no comprometieron su visión estética y, en el año 1963, durante una visita a la URSS donde le entregaron el Premio Lenin de la Paz, Niemeyer fue sincero con sus anfitriones y confesó que no le gustaba para nada la arquitectura soviética. Es que, como él mismo cuenta en el documental La vida es un soplo, de Fabiano Maciel, siempre prefirió pensar la arquitectura como fantasía, lejos de la funcionalidad y diferentes criterios que defendían otras escuelas.
Como si así él lo hubiera soñado, en la historia del Copán se concentran todas las tensiones de una urbe monstruosa. Hace apenas veinte años el edificio era el corazón helado de una ciudad marginal, peligrosa, donde los adictos del crack merodeaban con la mirada perdida por las calles onduladas de su interior. Una “favela vertical”, como la habían apodado entonces. En los departamentos de los últimos pisos era común encontrar a los mayores dealers de la ciudad, y el edificio era un lugar de circulación y trabajo de las prostitutas de la zona céntrica. Por eso, durante los setentas, ochentas y noventas, los residentes fueron abandonando el edificio, muchos de ellos hacia la Avenida Paulista, para huir de la marginalidad del barrio céntrico y evitar ser testigos del vertiginoso declive social.
Ahora, en cambio, vivir en el Copán es vivir en “el edificio más cool de América Latina”, como lo definió el diario británico The Guardian en un artículo del año 2017. Profesionales, artistas, estudiantes, intelectuales y gente con mucho dinero... Todos quieren su lugar en el Copán y presionan así colaborando con la gentrificación de la urbe hasta tal punto que algunos departamentos han sextuplicado su valor en la última década. Con todo, la diversidad sigue siendo un valor del edificio y aún hoy se puede alquilar departamentos por precios relativamente accesibles en una de las zonas más vibrantes de la metrópoli. Aunque, claro, menos del 30 por ciento de las unidades están a la venta o en alquiler. La gente que vive en el Copán, parece, se queda en el Copán.
Affonso Celso Prazeres de Oliveira es el responsable de ese resurgimiento desde las cenizas. El hombre de 81 años vive en el Copán desde hace más de 50 años, y se ha hecho cargo de su administración desde hace 25, logrando sacarle un brillo improbable a sus superficies grises. Fue el encargado de expulsar los negocios ilegales del edificio y ahora es el impulsor de una ambiciosa remodelación, que implicará reemplazar nada menos que 72 millones de pequeñas venecitas que cubren su superficie de 46 mil metros cuadrados.
El trabajo, que podría durar hasta cuatro años, se ha encontrado con varios obstáculos, el principal de ellos que la fábrica de los azulejos originales cerró, y que la municipalidad presentó reticencias a la hora de aceptar imitaciones. Mientras tanto, los habitantes del Copán miran a “don Affonso”, como lo llaman, como el padre del edificio y están determinados a evitar su retiro, pospuesto ya en varias oportunidades. Pero la jubilación le costará a él más que a cualquiera. “Mi relación con este edificio es una pasión”, dijo en una entrevista años atrás.
Las casas coloniales de los estancieros del café que habitaron San Pablo a principio de siglo pasado parecían salpicones de cemento que ensuciaban el brillo verde de la vegetación. En la actualidad, las cosas cambiaron, y los pequeñísimos vestigios que quedan de esa selva parecen abrirse paso ahora entre los bloques irrompibles que tomaron todo. Por eso no hay pasto y árboles en las plazas de la ciudad, sino trozos de selva encorsetada entre rascacielos. Y, entre ellos, serpentea, gigante y majestuoso, el Copán.
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