Vivian Maier, en colores: historia de la niñera que sacaba las fotos más maravillosas

Hasta el 28 de junio se exhiben en Fototeca Latinoamericana (FoLa) 55 imágenes de la extraordinaria fotógrafa aficionada, en su mayoría retratos de mujeres de mirada adusta, luces y sombras de personas que recorren la ciudad, rostros de niños y detalles excéntricos

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Vivian Maier (1926-2009) fue una mujer solitaria y excéntrica, con una mirada aguda y artística de la realidad cotidiana, pero a hurtadillas. Nadie sabía mucho de ella, nadie tampoco la heredó a su muerte. Durante más de cuatro décadas, mientras trabajaba como niñera en casas de familia, Maier sacó cientos de miles de fotos en las que pudo encontrar en el día a día lo monstruoso y lo divino. Lo vulgar y lo extravagante en hombres, mujeres, ancianos, niños, parejas, enfermos mentales, vidrieras, calles y autos de Chicago fue visto por sus ojos secretos.

Sus fotos y su arte recién vieron la luz cuando ella ya no podía verla y fue por casualidad que un agente inmobiliario e historiador aficionado compró en un remate algunos de los miles de rollos fotográficos sin revelar que Vivian guardaba con la pasión y la manía del coleccionista. Había revelado y editado muy poco, posiblemente la falta de dinero haya afectado esa labor, clave para la divulgación de su obra.

Maier nunca llegó a saber de su consagración como artista ni supo que su obra sería admirada en todo el mundo. Sin embargo, como si hubiera tirado una botella al mar a la espera de un rescate amoroso más allá del tiempo, conservó hasta su muerte cajas y cajas con sus cintas y sus rollos de fotos que terminaron siendo rescatadas del olvido y que junto con su nombre, hoy forman parte de la historia de la fotografía.

La magia fotográfica de Maier (1926-2009), la aficionada neoyorquina que trabajó como niñera y que a su muerte dejó 150.000 fotografías urbanas sin revelar, llega a la Argentina con un estallido de color e imágenes excéntricas, en la Fototeca Latinoamericana (FoLa).

Al espacio expositivo de Palermo llegan 55 de esas imágenes seleccionadas por el director general de FoLa, Gastón Delau, junto a los curadores de la galería Howard Greenberg de Nueva York, en las que el color domina en una gran cantidad de retratos de mujeres de mirada adusta, luces y sombras de personas que recorren la ciudad, rostros de niños, y detalles excéntricos como una imagen de una Mona lisa con ruleros, maniquíes desnudos de mujeres en una vidriera, un vendedor de globos afroamericano en intensos tonos de azules, rojos, verdes y amarillos.

Precisamente, la muestra se inicia con la foto de una mujer con el rostro surcado de arrugas, que lleva un tapado rojo y una bufanda de piel al cuello y junto a ella, aparece otra, con la cabeza enfundada en un inmenso sombrero violeta rodeado de grandes rosas rococó que le cubre hasta la frente, y unos milímetros más abajo, se avizora su mirada detrás de anteojos estilo mariposa. Sus manos enfundadas en guantes blancos y una pequeña cartera de color negro que cuelga de sus brazos completan la imagen de esta elegante mujer.

A estas fotografías se suma la del cuerpo de un hombre de espaldas entrando en una prolija ligustrina de color verde intenso; un auto rojo descapotable estacionado en doble fila y visto desde atrás, de cuyo asiento trasero asoman unas margaritas de pétalos blancos y de centro amarillo, bañadas por el sol del mediodía.

La figura humana

Los cuerpos de espalda, tanto de hombres como de mujeres, predominan en esta muestra, algunos con la cabeza a la vista y otros con un encuadre que las amputa para poner en foco detalles excéntricos o el color de la vestimenta, como el llamativo vestido de una robusta mujer afroamericana en tonos fucsia, blanco y de líneas negras que se exhibe junto a una enorme pila de diarios doblados, donde las letras de los titulares dan textura a la imagen, paradigmática de la exhibición.

La mano de uñas rojas de una mujer que cruza los brazos sobre su espalda y aprisiona el dedo meñique de la otra mano sobre un vestido rojo con lunares blancos y un cinto que marca su cintura revela el don de la ubicuidad de Maier, de estar en el momento indicado y captar detalles que otros no veían. Los desafiantes rostros de niños dentro de un automóvil o jugando en las calles en poses poco amigables se suman a esta muestra que una vez más revela el genio artístico de esta mujer que terminó sus días en la pobreza y desconociendo su trascendencia futura.

La historia está muy bien contada en el documental Buscando a Vivian Maier (Finding Vivian Maier), que fue nominado al Oscar en 2015. Uno de sus directores es John Maloof, el joven agente inmobiliario e historiador que dio con los materiales de Maier por casualidad, al comprar por 380 dólares un lote en una casa de subastas en 2007.

Como Maier no sabía lo que era desprenderse de las cosas y sufría de una suerte de síndrome de Diógenes que la llevaba a moverse entre montañas de objetos en su cuarto, a su muerte, junto con kilos de papeles, facturas, boletas, recibos y ejemplares de diarios fueron encontrados unas ciento cincuenta mil fotos tomadas por ella durante más de cuarenta años. Maloof solo había comprado en 2007 una parte –unos 30 mil negativos- con la idea de utilizar los materiales como documento histórico para un trabajo que estaba haciendo sobre su barrio. Sin embargo, al observar la calidad y el tenor de la obra de Maier, rastreó al resto de los compradores de sus fotos y les compró los materiales. Hoy el 90% de la obra de Maier le pertenece (la discusión por los derechos de autor de la obra de Maier sería motivo de otra nota). En rigor, Maloof inició la gran pesquisa después de comprobar que tenía oro en polvo en sus manos. Esto ocurrió cuando subió varias de las fotos halladas a un blog y la respuesta fascinada del público no le dejó lugar a dudas.

Maloof tenía el nombre de la autora de las fotos y apenas eso. Le llevó tiempo ubicar a lo que quedaba de la familia de Vivian en Francia, también a las familias que le habían dado trabajo; conversó y negoció con todos ellos. Un día Maloof advirtió que no iba a poder seguir solo en su tarea como divulgador de una obra maravillosa y secreta, por lo que escribió a galerías y museos ofreciendo los materiales: la mayoría de las respuestas fueron negativas. Muchos directamente no querían trabajar obra de incógnito, solo aceptaban piezas que hubieran sido cuidadas por su autor. Y en el caso de Maier esto no había sucedido porque lo que había dejado eran rollos de fotos y no las fotos curadas. Maloof siguió insistiendo hasta dar con algunos expertos que terminaron colaborando con su tarea de consagración de la obra de una artista desconocida.

En 2011, en el Centro Cultural de Chicago, una exposición con sus fotos resultó un fenómeno de convocatoria. A partir de entonces, se sucedieron las muestras y la divulgación de su obra y arrancó el fenómeno de publicidad y marketing de la vida y la obra de la artista secreta y ermitaña. También comenzaron a aparecer historiadores y expertos que se ocuparon de su biografía y de su talento. Muchos de quienes la conocieron creían que ella era francesa y ella avalaba siempre esa confusión aunque en realidad había nacido en Nueva York. Quién sí había nacido en Francia era su madre -que también sacaba fotos- y ambas, junto con un hermano de Vivian -un hombre con adicción a las drogas que murió en 1977-, habían ido a vivir a Francia cuando su padre los abandonó, aunque luego regresaron a Estados Unidos.

Uno de los autorretratos de
Uno de los autorretratos de Vivian Maier

Sus primeras fotos fueron tomadas con una Kodak Brownie y ya en 1952 compró una alemana Rolleiflex, que le permitía llevar la cámara colgada sobre su estómago y tomar la foto sin dejar de mirar frontalmente al objetivo. Esa toma de asalto, a escondidas pero de frente, es una de las principales características de muchas de sus imágenes. Otras son la búsqueda de matices en los reflejos y los efectos de superposición en vidrios y espejos y los autorretratos, toda una curiosidad para esta época en la que el imperio de la selfie nos hace creer a todos que somos verdaderamente importantes.

Crió a decenas de chicos, fotografió a miles de personas y murió sola, a los 83 años. Unos hermanos a quienes había cuidado en su infancia se ocuparon de pagarle el departamento en el que vivió sus últimos años. Sus cosas quedaron repartidas en las diferentes casas en las que trabajó, en su último departamento y también en algunos guardamuebles, que cuando dejaron de recibir la paga por el depósito, enviaron todo a remate. Y es ahí en donde, en realidad, comenzó esta historia o, al menos, donde el mundo pudo empezar a conocer que existió una artista enorme que se llamó Vivian Maier.

*Vivian Maier. Color Work. 50 fotos del archivo Color de la artista. Del 6 de marzo al 28 de junio. Entrada general 150 pesos. Estudiantes 80 pesos. De lunes a domingo de 12 a 20 hs. (miércoles cerrado) Godoy Cruz 2626 - Palermo. Instagram:@fola.foto

Con información de Télam

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