Ángeles Mastretta: “No me quiero morir porque todavía me faltan muchos libros”

“Yo escribí ‘Arráncame la vida’ para 1000 personas y de pronto se empezó a vender muchísimo”, dice la escritora en su casa de Colonia Chapultepec, en México. Pionera en la defensa de la literatura escrita por mujeres, disfruta ahora de sus nietos, de las películas que ve y por supuesto, irá al paro de las mujeres el 9 de marzo y marchará también

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(AP)
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Desde Ciudad de México. -Es tan maravillosa la vida, la escritura a veces es como una obligación. “Siempre estoy pensando: tengo que escribir y luego aparecen mis nietos o películas que veo. Me acuesto como a las dos de la mañana, tendría que tener días dobles”, dice la escritora Ángeles Mastretta en su casa, donde cada rincón concita a una belleza primordial.

Hay que dedicarle mucho espacio y tiempo a esta casa. Ángeles es su casa. Llena de detalles y de anécdotas que cuenta, como esa vez que fue a la tienda de los tapetes y una chica persa quiso venir a su hogar y le colocó unas alfombras espectaculares. “Pero ¿cómo iba a pagar 120 mil por cada tapete? Me los dejó un día, uno azul, otro naranja, cuando llegó mi marido le pregunté si no veía nada nuevo, me dijo que no. Él ni se dio cuenta de los tapetes”, se ríe divertida en el living, donde hay una mirada meticulosa y firme, como es ella. Allí una calabaza pintada de morado; en el otro rincón, en el pequeño patio que antecede a la sala, un cuadro como una tormenta que, en el medio de todas las plantas, anuncia la virtud de la tragedia, del horror, que es también la vida misma.

“La muerte es horrible, hay que aceptarla porque no queda otra, pero decir que me cae simpática...”, decía aquella vez de la entrevista cuando falleció su madre, como grito revolucionado ante cualquier tanátologa y dispuesta casi a romper todo. Aunque ella no sería de las personas que destruirían algo. Delgada, más bien frágil, ella parece ser como alguien experto en el kintsugi, como unir las piezas de una cerámica japonesa, como reconstruir un corazón roto.

Este es un libro optimista, alegre. Yo misma (Planeta) es azul, “aunque ahora con esto de las muertes debería estar pintado de negro”, reflexiona. “Claro, no es lo mismo decir que la escritura y la felicidad me fueron enseñadas como una misma cosa. Eso lo dije mientras lo estaba haciendo y la editorial lo tomó para hacer la contraportada, pero hoy no diría lo mismo”, aclara.

Cada vez que hacemos una entrevista a Ángeles Mastretta, autora entre otras de Arráncame la vida y de Mujeres de ojos grandes, discutimos acerca de la crítica, del público que la sigue a todos lados (muestra de eso fueron los recientes encuentros en la Feria del Libro de Guadalajara) y de si es considerada escritora o no. Fue Mastretta la que votó en contra de Roberto Bolaño cuando el chileno ganó el Rómulo Gallegos.

A muchos años de aquel acontecimiento, la escritora afirmó a esta cronista que “no haber votado por Los detectives salvajes fue un error que pagaré toda mi vida. Qué suerte que ahora lo pueda decir, porque la verdad es que nunca me lo habían preguntado. Sí, yo voté en contra de Bolaño y me equivoqué drásticamente. Es cierto que me gustaba mucho más la novela de Eliseo Alberto, Caracol Beach, al menos lo entendía yo más, pero ahora que Bolaño es un autor de culto y que lo he ido poco a poco descifrando, puedo decir que lo respeto, aunque su literatura no sea de las del tipo que a me apasiona”.

Claro que haber votado en contra de Bolaño quizás es lo que le cobra la crítica, porque los jóvenes la admiran con pasión, como pasó recientemente con 1000 jóvenes en la FIL Guadalajara, “que fueron más y me saqué el chal y comencé a hacer girar el pañuelo que traía”, a modo de saludo, evoca. Una vez más, habló de Arráncame la vida.

“Cuando lo escribí pensaba que era anticuado, pero resulta que está vivo, es peligroso, hay que hacerse de un valor. Las mujeres de los 70 somos la única generación que ha podido coger libremente, porque ustedes en las relaciones ya deben meterse condón en la vida ajena. A mí no me enseñaron eso y nunca lo necesité. Yo viví en la generación de antes del SIDA. A mí me maravilla que dos muchachos y muchachas de 15, 30, 40 años, tengan que abrir una especie de paquete de galletas y hacer el amor”, fueron algunas de las cosas que dijo ante jóvenes que tenían sus libros y lo mostraban ostentosamente, con orgullo.

Hoy tiene 70 años. Adscribe al paro de las mujeres del 9 de marzo. Está en Twitter, aunque le hace caso a ese troll que la ataca, más que a los miles que la aclaman. Así es Ángeles Mastretta.

–¿Este nuevo libro es reafirmarte en ti, en momentos en que es difícil ser mujer?

–Es verdad. Fíjate que cuando lo escribí, el año pasado, estaba menos horrible la cosa, menos evidente quizás, tal vez hubiera sido más brusca, este libro es más optimista. Es como una canción, que le falta algo de duelo. Si me buscara ahora, con el espíritu que traigo ahorita, haría un libro que fuera negro, que no fuera azul y que hubiera sacado de mí las cosas más tristes, las más desoladas.

–Es un libro alegre y optimista, aunque tú vienes luchando por las mujeres desde hace tiempo…

–Es cierto. No creas que todo el mundo lo reconoce. Las mujeres de ahora no la tienen más difícil porque nosotros abrimos el tema de la literatura femenina. Al mismo tiempo, yo la tuve fácil. Para publicar lo tienen más difícil. Bueno, es relativo. Antes no te publicaban por ser mujer y ahora sí, pero siempre digo que con la crítica es que no tuve crítica mala. No existía yo. No la tuve que pasar mal porque alguien me dijera lo mal que había escrito. Pero el público no dijo eso. Lo que sí pasó es que apareció la gente que necesitaba ese tipo de historia. Yo escribí Arráncame la vida para 1.000 personas y de pronto se empezó a vender muchísimo. Eso fue una sorpresa sin duda para mí, pero también para los críticos. Hubo un espacio en que ellos decían, esta señora nos platicó una historia, pero no sabemos si ella es escritora. Por eso tuve que encontrar mi otra voz, mi voz para otras novelas se ha vuelto más como en Mujeres de ojos grandes. Entonces quedó claro que sí, esa señora es escritora.

–Estuve en la FIL Guadalajara, fue increíble tu presencia

–Fue una fiesta, además. Cuando regresé me dio una bronquitis. El cariño cansa. Me hago la remolona, pero luego si me pongo, lo hago. A ese encuentro de 1.000 jóvenes con Ángeles Mastretta, yo le tenía un poco de miedo, lo acepté con enorme felicidad pero luego me dio un ataque de terror. Resulta que entré y vi a la gente, me puse tan contenta que me quité el chal y empecé a saludar, como si estuviera en una Plaza de Toros. Tuve que hacer dos shows diferentes, porque tuve que presentar Yo misma y firmar muchos libros. La verdad es que el ego se engrandece, luego vengo a mi casa, digo que tengo 70 años y que me va a dar bronquitis. No me quiero morir porque todavía me faltan muchos libros, luego vienen mis nietos y me dicen: -Quítate, Abu, ese viaje a la Tierra. Fue muy emocionante.

–La última vez que te vi llorabas mucho por la muerte…ahora estás con mucha vitalidad.

–Mi padre murió cuando era muy chica, entonces me costó mucho trabajo asimilar esa muerte. Lo que me pasó con mi madre, es que fue un hueco muy grande y yo no lo tenía previsto. Mis hermanos y yo somos cinco, soy la más grande y me quedo en la primera fila, las Navidades son en tu casa, ese tipo de cosas me agobiaban y ahora las tomo con más filosofía. También acomodas a tus muertos. Si eres atea, más, no te los vas a encontrar en ninguna parte. Algo tiene de interesante morirte porque luego te vas a encontrar con la gente allá, es un súperinvento. Tanta gente lo cree, que es un consuelo magnífico; los futbolistas que creen que ganaron porque Dios lo quiso. En un noticiero vi un lago seco y el muchacho que está parado en el terregal donde antes estaba el lago, dice que ahora “nos tiene que ayudar Dios”. ¿Por qué le pide ayuda a Dios, en lugar de decir pinche Dios, que me dejó seco el lago? Es una fe fantástica y envidiable.

–Ahora hablas de nietos.

–Ya tenía unos medio nietos. Ahora tengo dos chiquitos, que están muy cerca, porque sus padres me los dejan mucho. Vienen a mi casa cinco veces a la semana, los quiero mucho, me cansan mucho y el día que no vienen los extraño.

–¿La escritura es la felicidad?

–No lo sé. La crítica es cierto que me ha aceptado como una escritora, pero estoy en el Twitter y a veces, de vez en cuando, hay textos como estos: “Quién sabe si al paro le hará un favor que se una esta señora”. Me quedo trabada con los que me critican. No estoy tan segura por otro lado de que la escritura sea la felicidad, eso lo escribí entonces. Ha cambiado mi percepción. El hecho de escribir, el instante en que escribo es una felicidad, ya que estoy puesta, que puse las primeras 10 frases es un momento feliz. Lo que me angustia es llegar a la página en blanco, pues la vida se ha vuelto tan rica. No me da tanto tiempo. Escribir de pronto se me vuelve un deber. Eso es triste. Sé que tendría que tener un próximo libro y eso me angustia. Lo que tendría que tener son más tardes al año, frente al mar y más tiempo rascándome la barriga, tiempo para leer, para ver películas, tengo que esperar a la noche para ver una película y por eso me duermo a las dos de la mañana.

–Leí un libro de Tatiana Clouthier, que se llama Parejas, donde les hace una entrevista a ti y a Héctor Aguilar Camín…

–¿Ah, sí? No me acuerdo de eso. A lo mejor lo entrevistó sólo a Héctor…Me preocupa un poco mi Alzheimer.

(Foto: Flickr Casa de América)
(Foto: Flickr Casa de América)

–Es increíble la cantidad de cosas que hay como decoración en esta casa, ¿tú haces todo?

–Sí, claro. Héctor no tiene la menor idea de dónde va un cenicero. Es una gran ventaja, porque imagínate tener de marido a un interventor. Me ha divertido mucho toda la vida, es una cosa que aprendí desde chica. Ir de compras no me gusta, pero ir al FONART (N. de la R., en México, Fondo Nacional para el fomento de las artesanías) me encanta. O ir a una tienda de muebles, aunque no me pueda comprar nada. Mis tapetes están muy viejos, fui a una tienda, sale una chica persa y entonces me dice que venía a mi casa. Vino con dos hombres y veinte tapetes, permití que sacara todos los muebles y que me extendiera un tapete de 2924 hilos rojo. Luego me dijo: –Te los dejo para que los vea tu esposo. ¿Mi esposo? Si le digo que hay un tapete que cuesta 120 mil pesos se cae muerto. Se muere. Amaneció, desayunamos, oye, Héctor, ¿no notas nada raro? Me dice: no. Toda la casa estaba llena de tapetes. Le pregunto, ¿te gusta nuestra casa? Y me contesta: Claro que me gusta nuestra casa. Total que nunca vio los mentados tapetes.

–¿Cómo son las mujeres de tu literatura y que dirían ahora en estas circunstancias?

–Creo que Catalina Ascencio, mientras vivía con Andrés, no hubiera ido a la marcha porque no salía a ninguna parte. Pero después de Andrés, es probable que hubiera ido a la marcha y estaría entregada al #metoo. Ahora que lo pienso yo fui una pionera, escribí cosas que no estaba de moda contar, las escribí porque me pareció que eran dignas de contarse. Hay un cuento en Mujeres de ojos grandes en el que hay una mujer que tiene muy mala fama en la ciudad, la gente hablaba mal y ella se acostumbra por un lado a ganarse la vida y a que hablen mal de ella. Un día, mientras estaba en el salón de belleza, entra un loco con una pistola, gritando: ¡Consuelo! Y entonces ésta, que está sentada pintándose las uñas, se levanta y le dice que se vaya. Usted debe de ser un pegador, como era mi marido. La Consuelito sale de su rincón y le dice: ¿A ti también? Ella contesta: Una vez y me fui.

–¿Vas a hacer el paro?

–Si, no voy a ir a mi computadora. Vivo encerrada. Iré a la marcha, aunque no brincando. Iré pausada, pero iré.

*Esta nota fue publicada originalmente en Maremoto Maristain

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