Me hice de Boca a principios de los 80, todavía en el colegio en Cochabamba, cuando mi padre iba los lunes a los quioscos de la plaza principal a comprar El Gráfico y Goles, y yo me enteraba de las hazañas dominicales de Maradona. A mediados de los años 80 fui a estudiar a Buenos Aires: un compatriota, Milton “Maravilla” Melgar, jugaba en Boca; apenas alguien se enteraba de dónde era yo me hablaba de Melgar. Me llenaba de orgullo y seguía al equipo con fanatismo; fui a la Bombonera algunas veces —recuerdo un Boca-River con mi hermano en 1986—. A fines de los 80 me fui a vivir a los Estados Unidos y le perdí un poco la pista al equipo, aunque estaba presente en los partidos más importantes.
Por esos principios, Boca fue para mí sobre todo Maradona y Melgar, pero también me deslumbró Riquelme. Este libro entusiasta de Patricio Zunini le da un contexto —con múltiples voces— a su paso por el club, a la forma en que marcó su historia y la de sus seguidores, quienes no dudan en poner a Riquelme por encima de Maradona en la vida del club.
Patricio escribe desde la admiración y se reconoce un fan agradecido de un jugador talentosísimo, ganador y humilde, querido incluso por los rivales, alejado de los escándalos y capaz de mantener su vida privada al margen —otro enorme talento—. En un mundo mediatizado que crea estrellas rápidamente y las devora sin pena, Román casi nunca perdió la ubicación: tenía la cabeza fría, pero era todo lo contrario a un jugador frío. Eso le permite a Maximiliano Crespi decir que “representaba y representa el punto más alto del fútbol argentino, esa tradición lúcida y plebeya”.
Zunini repasa la vida de Román desde su llegada a Boca a los 17 años, traído por el entonces flamante presidente Mauricio Macri de las inferiores de Argentinos Juniors, y revisa los años de consagración junto a Bianchi, cuando el equipo era imparable en el torneo argentino y volvió con gloria a la Libertadores. Zunini habla de técnicos y estrategias, analiza partidos y campañas, y es un gran narrador de partidos —él mismo reconoce haberse formado escuchándolos en la radio—:
Arruabarrena cortó un avance por la derecha y cedió para Riquelme. Y Román, unos metros detrás de la mitad de cancha, aceleró a fondo. Fue algo que desconcertó a sus marcadores: lo esperable —lo habitual— era que durmiera la jugada, ordenara al equipo como el estratega que era y mandara el centro a los de arriba. Pero ahí iba Román, corriendo como para marcar el récord de los cien metros llanos. Berisso lo perseguía desde atrás; Lombardi no se decidía a salir. Casi en el vértice izquierdo del área grande, Román clavó el freno y, en un movimiento fluido, volvió sobre sus pasos…
Los analistas coinciden en el libro que Riquelme era un futbolista “conceptual”; Pablo Gianera dice que “hacer un caño sin tocar la pelota pertenece más al orden de la idea que de la realización”. Lo que yo recuerdo más de él —aparte del caño a Yepes y algunos tiros libres— era la forma en que corría con tres o cuatro jugadores detrás de él, y cómo a veces se detenía —todo parecía en cámara lenta— y luego, rodeado por los rivales, comenzaba a mover apenas la pelota con el pie para salir indemne y con la cabeza en alto de la emboscada, apuntando al arco o al pase filtrado al compañero. Era, sí, una suerte de juego conceptual, en el que el desafío de Riquelme consistía en hacer más con menos. Casi siempre lo lograba.
Zunini menciona momentos clave de la historia de Riquelme como el secuestro de su hermano, las desavenencias con algunos técnicos —la ruptura con Tavárez—, presidentes del club —el famoso gesto a Macri—, incluso compañeros —el distanciamento final con Palermo, nunca del todo aclarado— y por supuesto Maradona —los hinchas tomaron partido a favor de Román—. Está el período final de lesiones y de idas y venidas de España a la Argentina, la retirada —el cierre de “la etapa más exitosa del club más popular de la Argentina”— y la incógnita sobre por qué nunca explotó del todo en la selección nacional, aunque a la larga eso no parece importar tanto: “para los hinchas de Boca, el club es más importante que la selección”.
Mientras cuenta la historia de Riquelme, Zunini también cuenta la suya como hincha, desde los tiempos en que lo único que parecía unirlo a su padre era la pasión por Boca hasta cuando soñaba con compartir esa pasión con su hijo. Ver jugar a Riquelme junto al hijo es el principio de algo, el agradecimiento a alguien que le hizo pasar algunas de las mejores horas de su vida —incluso, recuerda con cierto pudor, en los peores momentos de crisis económica en el país— y que también es el nexo que refuerza un vínculo: con la familia, con una comunidad de afectos. “¿Por qué él y no otro?”.
Aunque Zunini afirme que no todo en torno al fenómeno Riquelme puede explicarse, lo cierto es que este libro entrañable da muchas razones y mucho más que razones para entenderlo.
* "Román, el hombre que marcó la historia de Boca” de Patricio Zunini puede comprarse aquí, en Bajalibros.
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