Erik Del Bufalo: “Tengo un gran asco por la situación política de Venezuela; hay mucha charlatanería, un gran teatro de la crueldad”

El ensayista y filósofo venezolano, conocido por sus críticas al gobierno chavista pero también a la oposición, publicó la novela “Polifemo”. La historia transcurre en una ciudad enrarecida, a la vez que plantea interrogantes sobre el ser humano y lo femenino a través de la historia. “Mi novela es una intuición metafísica de nuestro mal”, aseguró en diálogo con Infobae Cultura

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Erik Del Bufalo es profesor de la Universidad Simón Bolívar de Venezuela (Gentileza: Ángel Rivero)
Erik Del Bufalo es profesor de la Universidad Simón Bolívar de Venezuela (Gentileza: Ángel Rivero)

Como una obra sobre los límites del hombre, la historia, Dios y lo femenino, define Erik Del Bufalo a Polifemo, su novela publicada recientemente.

El lector centrará buena parte de su atención en Lucian Holzer, un personaje en principio contrariado entre dos amores, un pasado cuyas reminiscencias todavía le atormentan, un entorno enrarecido en una ciudad azotada. Un hombre que tiene unos planes que parecieran encaminarlo a una estabilidad, pero que, en el camino, ve cómo la muerte de un amor de juventud resquebraja aún más su vida. Desasosiego, pero también posibilidad de liberación.

“Se trata de la vida de un hombre moderno que colapsa completamente y queda como hombre antiguo en ese colapso a partir de la catástrofe que vino por lo político, cultural e histórico. Es sobre la némesis, sobre los valores que toma un hombre para poder aguantar en su tiempo. Está en la orfandad y en la intemperie completa. Y en esa intemperie encuentra a Dios”, afirma el doctor en Filosofía por la Universidad de París X Nanterre, sobre Polifemo, publicada por Editorial Eclepsidra.

Del Búfalo (48 años) es también profesor titular de la Universidad Simón Bolívar, pero en los años recientes ha cobrado notoriedad más allá de las aulas, especialmente en las redes sociales, donde expresa sin tapujos no solo sus opiniones en contra del chavismo, sino también sus diferencias con la oposición que en estos momentos tiene como principal figura a Juan Guaidó.

La entrevista se lleva a cabo en un país en el que muchos hablan de una burbuja económica debido a la libre circulación del dólar, lo que ha hecho que surjan negocios que venden productos importados, locales nocturnos con lujosas ofertas, pero a su vez, los hospitales viven en medio de la calamidad, varias zonas del país atraviesan la oscuridad durante horas debido a las fallas eléctricas y miles de familias viven todavía en precariedad, entre otras tragedias lejanas al bodegón recién inaugurado. Algunos expertos hablan de un viraje a un modelo similar al chino, aunque otros piden ser precavidos al respecto.

—¿Cómo la vorágine de la realidad venezolana afectó el desarrollo de esta historia mientras escribía?

—Bueno, yo no sé si estoy autorizado a hablar así, pero mi novela es una intuición metafísica de nuestro mal, de nuestro daño y del problema venezolano. Estamos hablando de intuiciones fijas que se veían en los años 2002, 2003 y 2004. En esa época empezó la idea de escribir la novela. Y la realidad se concretó.

Mi novela es una intuición metafísica de nuestro mal, de nuestro daño y del problema venezolano.

—¿Y cómo define esa intuición metafísica?

—Es difícil porque pareciera que no sabemos realmente cuál es nuestro problema. Hay un daño que aparentemente es político. Evidentemente el síntoma más brutal es la política. Pero yo pienso que es cultural y lo veo en la forma en cómo la economía revela ese misterio, en cómo se va adaptando a las formas cada vez más depredadoras de comercio y consumo, así como a la destrucción de los lazos sociales, del trabajo, del mérito, del estudio y del conocimiento. Hay una especie de vorágine destructiva que no se puede reducir nada más a lo político. Por eso también es la novela.

—Quizá esas imágenes destructivas se expresan en el edificio en el que vive el protagonista, en el condominio en el que hay cierta apatía o desdén hacia las formas de solucionar los problemas.

—El condominio es como el lado concreto, el lado de la política, y las ratas que están son el principio metafísico de nuestra falta de inteligencia para resolver nuestro problema, que sería saber qué somos como país. Hay un asunto que no quedó resuelto y creo que el período democrático más bien lo suspendió a través de un proyecto moderno muy importado, con una buena renta petrolera más o menos bien administrada, pero con muchos excesos y faltas. Pero eso estaba allí, eso viene creo que desde el siglo XVIII o XIX.

"Polifemo" de Erik Del Bufalo
"Polifemo" de Erik Del Bufalo

—¿La rata fue un elemento circunstancial o fue parte de un proceso en el que buscaba simbolizar ciertos aspectos que considera importante subrayar en la novela?

—La rata simboliza una falsa inteligencia. Aunque la rata siempre va en manadas, nunca hay una rata sola, pero la rata en sí misma es individualista, no tiene inteligencia para construir lazos, porque es muy astuta individualmente. Entonces, la rata que usa esa inteligencia, esa astucia que en el fondo no es un conocimiento ni un saber, sino una mera astucia para resolver.

—Ese individualismo algunas personas lo asocian con egoísmo. ¿En este caso lo ve así?

—Yo por supuesto no tengo nada en contra de los individuos, en contra de las personas. Se trata de la idea de pensar que lo que yo estoy solucionando en el fondo está destruyéndome a mí, al futuro y a las generaciones por venir. Entonces es una inteligencia ciega, si se quiere.

—En la primera mitad de la novela se podría hablar de un protagonista bastante pesimista e incluso depresivo. ¿Es una lectura correcta?

—Lucian no es depresivo. Esa es una lectura muy fácil. Es una persona que se va vaciando de su personalidad, y se va haciendo igual a la novela. En el fondo, el personaje, como decía muy bien Israel Centeno, que creo que lo descifró, es la novela misma. No es Lucian. Hay rasgos que lo hacen parecer neurótico depresivo; es psicótico a ratos, pero no es así, simplemente es un efecto de la narración.

—Ha dicho que el arte tiene sus propias políticas. ¿Cuáles serían para usted las políticas del arte?

—La principal fuerza política del arte es decirnos qué percibimos. Recuerda que antes de pensar, antes de tener principios, antes de hacer deducciones o inducciones, nosotros percibimos. La percepción en griego se dice estesis, de ahí viene estética. Entonces lo que hace el arte, la política del arte, es indagar en las formas posibles de que una cosa se pueda percibir desde la percepción misma, antes de cualquier conceptualización. Entonces, digamos que el arte es la primera problematización de lo que percibimos, de lo que vemos, de lo que sentimos, de lo que lo que escuchamos, en el mismo momento que lo estamos percibiendo. Nos abre o nos estrecha el mundo. El arte como tal tiene como fin abrirnos las posibilidades perceptivas. Los venezolanos somos muy testarudos en percibir las cosas siempre de la misma manera.

El arte es la primera problematización de lo que percibimos (...) Los venezolanos somos muy testarudos en percibir las cosas siempre de la misma manera.

—¿Cuáles son esos esquemas perceptivos que se mantienen anquilosados?

—En primer lugar, ver esto como un problema meramente político institucional, absurdo. En segundo lugar, pensar que existe una polarización, que realmente es un dispositivo chavista. En tercer lugar, ver que hay espacios más o menos de bienestar. Si has visto por la zona, hay como cuatro o cinco bodegones nuevos. Cuesta mucho ir más allá de la Nutella que vimos en una vitrina. Entender de dónde vino esa Nutella y cuáles son las causas por las que está allí. Mientras la universidad que está al lado está destruida, el hospital que está en la esquina no tiene insumos. Esa relación cuesta. Entonces nuestra percepción es muy abstracta. Corta mucho lo que vemos. Es una vitrina. No hay movimiento.

—¿El arte es una forma de cambiar esa percepción?

—El arte ayuda. No quiero sobredimensionar tampoco las cosas. Puede ser que sí, pero no quiero crear falsas esperanzas. Ya que estamos hablando de la metáfora de la vitrina, el arte sabotea la vitrina, o sea, la reacomoda, la desordena. Por ejemplo, una obra de arte es hacer una instalación con una imagen de una mujer muerta de hambre en el piso de una clínica al lado de un pote de Nutella. Eso es lo que haría un artista, sobre todo a partir del pop art. Eso cambia la percepción y te ayuda a entender que hay algo más que la inmediatez de la mirada. La mirada en el fondo no es natural sino trabajada.

Hugo Chavez (Foto: Shutterstock)
Hugo Chavez (Foto: Shutterstock)

—¿Y cómo la reacomoda su novela?

—En este caso la estalla completamente. Mi mirada no es netamente política, pero el lado político desencaja la vitrina.

—Aunque en Venezuela, quizás la imagen de la vitrina rota se asocia con un pasado de saqueos.

—Bueno, es interesante porque lo que se está cuestionando es el saqueo que existe detrás de esa Nutella. Fíjate que detrás del bodegón que tiene cereales importados y Nutella hay un gran saqueo que no se ve. Es el saqueo de los recursos naturales, de la renta, de la comida, del hambre, de la sociedad, de la clase media, de la población proletaria. Ese el saqueo que no vemos.

—En entrevistas ha manifestado que las elites venezolanas deben ser renovadas. Tomando esa idea, uno lo ve expresado en la novela en el proceder de la junta de condominio del edificio, cuyo presidente es descendiente de una familia con abolengo, pero venida a menos.

—Sí, el personaje de Luis Felipe de Cáceres y Toro es una metáfora del fracaso de todas nuestras elites, de las que hubo en la colonia como los blancos criollos, así como del proceso de Independencia, la megalomanía de Simón Bolívar, el saqueo después de la muerte de Bolívar, la Guerra Federal, el gomecismo más ramplón. Incluso, los años democráticos se sostuvieron sobre un aparato clientelar muy fuerte. En el fondo, el chavismo planteaba el regreso a la promesa clientelar adeca, pero llevada al extremo. Por supuesto, lo que tenemos ahora no podemos llamarnos ni de lejos elite. Las últimas elites murieron con la democracia. Bajo ningún motivo yo pudiera decir que hay elite chavista. Incluso forzando mucho en el término.

Las últimas elites murieron con la democracia. Bajo ningún motivo yo pudiera decir que hay elite chavista

—Me llamó mucho la atención este personaje del tío Graz, especialmente por cómo lo que siente por él Lucian. Lo ve como un modelo inalcanzable. El tío le enseña al protagonista un tratado basado en el ajedrez y la relación con la figura de la reina, la dama.

—Me permito una pequeña reflexión de quién es el tío Graz. Marca un poco la muerte del patriarcado. Es una figura paterna, pero que no es el padre, sino el hermano de la madre, como una figura que se encarga de la educación. Y bueno, el ajedrez ahí… fíjate que hay una cosa más importante que la política en la novela. De hecho, la política es un epifenómeno sobre este problema ancestral que es el tema de lo femenino. Como hermano de la madre, le explica a él qué es lo femenino desde el punto de vista de la estrategia masculina. Entonces, en la metáfora del ajedrez, la reina es la figura que más tiene peso.

—¿Entonces podemos hablar de una revisión de lo femenino?

—No es una revisión porque no sabemos qué es lo femenino. Es un interrogante profundo sobre qué es lo femenino en esta época. Pienso que esta es una novela que sería muy útil para las mujeres.

—¿Por qué?

—Porque plantea el tema de qué es la mujer desde el punto de vista masculino. Además, es histórico, porque habla sobre cómo es recibida en nuestra cultura cristiana.

—Hay quiénes podrían predisponerse mal, por ser la visión de un hombre.

—Es un tipo de argumento contra el que no puedo decir nada. Siempre voy a ser un hombre. Pero bueno no es la visión de un hombre, es la visión de un pensamiento. Podría ser una mujer también.

Nicolás Maduro (Foto: REUTERS/Fausto Torrealba)
Nicolás Maduro (Foto: REUTERS/Fausto Torrealba)

—Encontramos en Lucian a una persona derrotada. ¿Busca que el lector no caiga en los mismos errores que él cometió?

—Lucian no es absolutamente derrotado. Es una persona absolutamente liberada. Dante decía que había cuatro niveles del texto. Uno literal, descriptivo del texto, la pared es la pared, el matero es el matero. Hay otro alegórico, en el que todo es una alegoría con el lector va a interpretar de un modo muy subjetivo. Hay un nivel moral, que es el tercer nivel, sobre denunciar el momento histórico. Pero hay un cuarto nivel que es el anagógico, que es el de llevar al lector a trascender, ir más allá del mundo. En mi obra hay ese esfuerzo. Lo más importante en Polifemo es el cuarto nivel anagógico.

—¿No teme que haya reticencias a leer su obra solo por sus opiniones políticas expresadas en Twitter o entrevistas?

—No. ¿Por qué? De esa forma conseguí a mi editora. Ella leyó un tuit mío y me llamó. Vio en el tuit algo más de lo que ahí estaba. O sea, la escritura es la escritura, más allá del contenido de esa escritura. Y yo no es que tenga una línea muy particular de escritura. Lo que tengo es un gran asco por la situación política del país, porque creo que hay mucha charlatanería, un gran teatro de la crueldad, pero más nada. No es que yo sea un guerrero de una batalla particular.

Lo que tengo es un gran asco por la situación política del país, porque creo que hay mucha charlatanería, un gran teatro de la crueldad

—En estos momentos se suele hablar de la actividad cultural como un bastión de resistencia. ¿Lo ve así?

—No me gusta la fórmula, aunque entiendo la intención. Pero pareciera que el arte fuera una mera denuncia como la que puede hacer un periodista o un vecino. Lo que hace el arte es que en toda esta situación de malestar o bienestar se pregunta por una incomodidad fundamental del ser humano con su entorno. El artista puede denunciar como en cualquier foro una situación particular evidentemente, pero la obra de arte, o lo que tiene pretensión de obra de arte, más bien denuncia es un problema ontológico de la incomodidad del hombre con el mundo, no importa cuál sea el mundo. Tanto la política, como la ciencia, la religión y la moral tratan de hacer que el hombre sea completamente inmanente al mundo, que sea igual al mundo. Y el hombre no se va a adaptar completamente al mundo. El hombre es un inadaptado. El hombre es parte del mundo, pero no es el mundo. Nosotros somos una anomalía.

—¿Y de quién es el hombre?

—De los cielos…

—Puede haber muchos cielos.

—Lo dejo al lector, que lo escoja él.

Juan Guaidó (Foto: REUTERS/Manaure Quintero)
Juan Guaidó (Foto: REUTERS/Manaure Quintero)

—¿Por qué se inspiró más en la imagen de Polifemo de Luis de Góngora que en la de Homero?

—Bueno Polifemo no es nada más de Homero. Aunque es el mismo. Pero me refiero al giro que le da Góngora. Hay una imagen de Polifemo y Galatea que impulsó a hacer la novela. Está en el epígrafe. Esa imagen de que la luz del día sea dudosa. Que lo más claro que es la luz del día sea lo más extraño a la vez. Es lo que antecede al hombre moderno, ya antes de la modernidad misma, antes del umbral de la modernidad, hay esa angustia. Que si te pones a ver es una crítica a la inteligencia moderna.

—¿Por qué?

—Porque su luz es dudosa.

—¿A pesar de que se pavonea mucho sobre ella?

—Sí, claro. No significa que sea anti moderno, sino que es este lado dudoso de la luz moderna. A lo real es imposible de darle sentido. Solamente es posible en matemáticas y tal, pero darle sentido en sus propias palabras humanas es imposible. Para los antiguos el saber pasaba por la palabra, no por la fórmula ni la producción tecnológica. En el fondo la tecnología no te va a decir cuáles son los grandes misterios de la vida. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué significa amar? ¿Qué significa ser libre? ¿Qué significa la muerte?

Manifestación en Madrid, 25 de enero de 2020 (Foto: REUTERS/Susana Vera)
Manifestación en Madrid, 25 de enero de 2020 (Foto: REUTERS/Susana Vera)

—¿Se podría decir que ahora hay más misterios de la vida o qué estamos más lejanos de los misterios de la vida?

—Significa que estamos más alejados del misterio y eso nos hace más vulnerables.

—¿Qué se puede hacer ante esa vulnerabilidad?

—Bueno, buscar el misterio, aunque eso implica una renuncia. Como no hay Dios o el Dios es personal, lo que queda como pivote de todo el caos de información que existe es el ego, es el yo. Y el yo en el fondo no dice nada del universo, es ignorancia prácticamente. Cada uno tiene su ego y cada uno tiene su punto relativista de dar sentido al mundo, y por lo tanto esa crisis de valores, de moral. Incluso para la política. La política es el segundo piso. Ya cuando hay hecatombe de la política es porque a nivel cultural y moral hubo una hecatombe. El problema no es nada más venezolano, es global.

Ya cuando hay hecatombe de la política es porque a nivel cultural y moral hubo una hecatombe. El problema no es nada más venezolano, es global.

—¿O de la cultura occidental nada más?

—La cultura moderna que no es nada más occidental. Tú vas a China y es más moderna que pueblos de Portugal, de España o Italia. Si vas a Shanghái ves que lo que hicieron es más moderno, y no es occidental. El problema es el modernismo.

—¿Cuál es el mayor miedo de Erik Del Bufalo ante esa crisis, esa hecatombe expresada?

—Yo no tengo miedo. En el sentido de que no es algo que yo pueda evitar. Yo pienso que eso va a llegar a un ciclo histórico, acabará con muchas cosas y vendrá otro ciclo histórico. No entiendo muy bien cuál va a ser, pero eso es lo que yo intuyo.

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