Una prometedora becaria de letras de 19 años mira a la que podría ser su suegra, recuerda a su madre y a su tía intentando enseñarle a cocinar para ser una “buena esposa” y dispara: “Empecé a pensar que casarte y tener hijos era un lavado de cerebro y después ibas atontada como esclava en un estado totalitario privado”.
La frase es de la poeta estadounidense Sylvia Plath, escondida detrás de su alter ego Esther Greenwood, y pertenece a su única novela, La campana de cristal, que acaba de ser reeditada por Penguin Random House junto con el poemario Soy vertical, pero preferiría ser horizontal y la publicación del cuento inédito “Mary Ventura y el noveno reino”. El regreso a las librerías de esta pionera literaria del feminismo del siglo XX coincide, además, con el 57º aniversario de su trágico suicidio, cuando apenas alcanzaba los treinta años.
Los tres títulos sirven para vislumbrar los distintos momentos de una escritora brillante que se dio el lujo de burlarse de su época y que terminó asfixiada por los mandatos sociales, una depresión (mal)tratada con electrochoques y la violencia psicológica e infidelidades de su marido, el también poeta Ted Hughes. Su reaparición es una oportunidad para encontrarse con Plath y conocerla, o para recordar su increíble potencial y su dramático final.
“Mary Ventura y el noveno reino”, o un camino forzado
En “Mary Ventura y el noveno reino”, la protagonista es una adolescente obligada por sus padres a subir a un tren cuyo destino desconoce. En una especie de bisagra entre la infancia y la adultez, el cuento recorre una trama onírica para avanzar sobre el terror. “En el texto se intuye una desesperación sorda, la de no poder escapar de ese viaje hacia el que Mary va con reluctancia, pero también con resignación”, escribe Mariana Enríquez en el epílogo.
Plath escribió el texto en 1952 y lo envió a una revista para que lo publicara, pero como fue rechazado, hizo una adaptación y ambas versiones terminaron en un cajón. Recién ahora este cuento entre tétrico y fantástico sale a la luz, y revela parte de los sentimientos más oscuros de Plath.
Si bien el personaje está basado en una compañera de la escuela secundaria, hay una metáfora de su propia vida. Hija de maestros alemanes, nacida en Boston, Estados Unidos, un 27 de octubre de 1932, criada en el seno de una familia de clase trabajadora, fue puesta por sus padres en un lugar en el que nunca quiso estar.
Cuando tenía ocho años, edad en la que escribió su primer poema y ya se perfilaba como niña prodigio, su papá falleció por una embolia pulmonar. En ese tiempo empezó a manifestar los primeros síntomas de su enfermedad mental. Pero a la conmoción personal se le sumó la económica: el padre no había dejado herencia ni un seguro con el que la familia pudiera mantenerse tras su muerte. Sylvia, su hermano menor y su mamá quedaron sumidos en la miseria.
Las consecuencias de la muerte de su padre y la insistencia de su madre para que asegurara su futuro con un marido la dejaron en una posición que trató de resistir. Algo de esa forma de ser colocada en un camino no deseado se trasluce, sin dudas, en “Mary Ventura y el noveno reino”.
Pero para ver a la verdadera Sylvia y comprenderla, la clave está en La campana de cristal, novela que, en definitiva, no es más que una autobiografía disfrazada de ficción y cuyo personaje principal, Esther Greenwood, es un seudónimo de la propia Plath. Este libro retoma, justamente, la vida de la escritora después de su intento frustrado de publicar “Mary Ventura...”
“La campana de cristal” o la versión novelada de Sylvia Plath
En 1952, Plath ganó una beca para estudiar en el Smith College, y gracias a sus buenas notas fue elegida para trabajar durante un mes en una prestigiosa revista neoyorquina. La aventura parece prometedora, pero desemboca pronto en el desencanto y en un prematuro declive. Plath no puede dejar de pensar que su esfuerzo no es suficiente y las angustias la agobian. Un año después, sobreviene su primer intento de suicidio.
En la novela, la única que escribió, Plath pone todo esto en boca de Esther para narrarse a sí misma. La experiencia en Nueva York no está a la altura de sus expectativas y queda excluida de un taller de redacción en Harvard, situación que dispara su depresión y la lleva por primera vez a un psiquiatra. Recibe así un tratamiento de electrochoque. Esther —o Sylvia—, la que quería resistir a los mandatos, la que buscaba excusas para dejar a su novio y la que jura que jamás se casará, se hunde.
“Si algo deja claro La campana de cristal es que la crisis mental que sufre la protagonista obedece a presiones sociales y culturales muy precisas. Esther enferma porque es mujer, o porque la quieren mujer, solo mujer, cuando ella quiere ser muchas más cosas”, reseña Aixa de la Cruz en el prólogo a esta edición traducida por Eugenia Vázquez Nacarino.
El libro fue publicado diez años más tarde de esa hecatombe personal, en 1963, y fue un éxito. En sus páginas, Plath se encargó de criticar a una sociedad en la que las mujeres recibían una educación de excelencia para terminar por dedicarse todo el día a “cocinar, limpiar y lavar” y ser pisadas como “el felpudo de la cocina”.
Mordaz e irónica, Plath destiló un feminismo con las limitaciones y las contradicciones de su época. Porque cuando La campana de cristal llegó a manos de los editores, Plath ya había sucumbido al mandato de sus padres, al mismo al que había tratado de escapar: casada, madre de dos hijos y una carrera postergada para ser una “buena esposa”.
A Hughes lo conoció leyéndolo, en febrero de 1956, en una revista que ese mismo mes daba una fiesta en Cambridge. Allí asistió ella, que por entonces se había ido a estudiar a esa ciudad inglesa, y allí lo vio a él. En junio, se casaron. Pero el matrimonio fracasó, en parte por las infidelidades y el destrato constante de Hughes, en parte por la fuerte depresión de Sylvia.
Un mes después de la publicación de La campana de cristal, el 11 de febrero de 1963, ya separada y en un departamento en Londres, Plath se suicidó: preparó el desayuno de sus hijos, se fijó que la habitación en la que dormían estuviera bien ventilada y aislada del resto de la casa, fue a la cocina y metió su cabeza dentro del horno con la llave de gas abierta. Tenía 30 años.
La depresión y el suicidio, en versículos
Plath plasmó sus momentos más íntimos en sus diarios, que escribió desde niña hasta casi su muerte. También en sus versos, como los que componen El Coloso (1960) y el póstumo Ariel (1965), que terminaron de catapultarla como poeta. Muchos de estos, y otros menos conocidos, se pueden leer en Soy vertical, pero preferiría ser horizontal.
Los poemas fueron elegidos por la poeta y narradora española Luna Miguel para esta reedición de Penguin Random House y traducidos del inglés por Xoán Abeleira. La antología es un perfecto resumen en versículos de su decadencia. “Su poesía confesional, directa y cruda es pionera en aquellos años 50 tanto en estilo como en temática. Plath reivindica lo literario de temas que el canon anglosajón rechazaba por ‘femeninos’, ‘rebeldes’ y ‘obscenos’, como la salud mental o la maternidad”, dice Miguel.
Probablemente, si Plath hubiera vivido en este siglo, su historia sería otra, como es el caso de muchas otras mujeres escritoras. El trastorno bipolar que padecía hubiera sido correctamente diagnosticado y no hubiera desembocado en una depresión y luego en su suicidio. También hubiera contado con más elementos para negarse al matrimonio o, al menos, para no resignar su trabajo por la maternidad. Y su reconocimiento hubiera llegado en tiempo y forma, sin vivir a la sombra de su compañero, considerado —él, sí— uno de los máximos poetas del siglo pasado.
Sus padecimientos, volcados en oraciones frenéticas en forma de párrafos o de estrofas, la inmortalizaron como una de las mejores plumas del feminismo y de lectura obligatoria para la construcción de una nueva sociedad.
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