La escritora, ensayista, crítica literaria y académica mexicana Margo Glantz plasma en El texto encuentra un cuerpo una cartografía de protagonistas de la literatura inglesa, francesa y norteamericana a través de su perspectiva como lectora lúcida y atenta a los desafíos, mandatos y estereotipos que fueron encarnando y enfrentando las mujeres.
En este ensayo de la colección Lectores del sello Ampersand, Glantz se detiene en advertir que su mirada es fragmentaria y femenina, se quiebra en el fragmento y lo privilegia. “Mi mirada se quiebra en el fragmento”, declara al tiempo que asegura que "es una mirada femenina” que se fija sobre todo en el detalle y con esa sensibilidad repasa la literatura sentimental y libertina del siglo XVIII.
La autora de libros como Las genealogías, Zona de derrumbre y La lengua en la mano se definió como una “lectora voraz” y señaló: “Las heroínas de las novelas que trabajo no llegan a salir de la casa como la Nora de Ibsen, con excepción quizá de Charlotte Gillman, que decidió no acatar las normas vigentes en su tiempo de la domesticidad: no aceptar los llamados deberes de la maternidad”.
En las primeras páginas, la autora asegura que “varios siglos de literatura se consagraron a la mujer, pero era el hombre quien decidía sobre su psicología, quien la narraba y corregía la mirada con la que se podía contemplar el propio cuerpo”. Volviendo al presente, asume que eso hoy “está cambiando” ya que “basta ver la proliferación de escritura femenina en nuestros países, su difusión y su buen recibimiento. Esperamos que no sea ‘llamarada de petate’ (N. de la R: entusiasmo sorpresivo y efímero o falsa alarma) como se dice en México”.
Además, asegura que El texto encuentra un cuerpo puede leerse de manera lineal o por capítulos, de manera fragmentada. “Mi manera de expresarme, fundamentalmente a partir del fragmento, que, como dice Pascal Quignard, es a la vez maravilloso y complicado. Sin embargo, este libro sigue más o menos claramente una línea de reflexión que puede perseguirse con facilidad a lo largo de sus páginas. Existen sí, muchas miradas, aspectos que pueden ser fragmentarios, pero como lo digo en prólogo, aludiendo al crítico de arte francés Daniel Arasse, trabajo el detalle porque constituye el lugar de una experiencia, secundaria sólo en apariencia”.
En las páginas, la autora hace un recorrido por autoras europeas y también varias escritoras de lengua inglesa como las Brontë, George Eliot, Virgina Woolf, Jean Rhys, Edith Wharton y Charlotte Perkins Gilliam. Respecto a la destacada la novelista británica de la época gregoriana, Jane Austen (1775-1817) y una de las grandes protagonistas del libro. Glantz asegura que le concedió a las mujeres inteligencia y sentido común, capacidad crítica, discernimiento.
“Como lo escribo en el texto, Austen es muy consciente de que la moda romántica que propagó la aparición de la novela llamada gótica, a finales de los siglos XVIII y principios del XIX, propiciaba una visión conformista e irreal del mundo, a pesar de que sus heroínas pertenecen sobre todo a la pequeña nobleza rural y se refieren solamente a la Inglaterra de su tiempo (y no parece interesarle nada más). Su mirada sigue siendo un punto de referencia. Alcanza con revisar las múltiples versiones cinematográficas que se hacen de sus novelas y la forma en que son acogidas, por lo menos en el mundo occidental, para comprobar que, a pesar de los finales felices de sus novelas (el matrimonio de la protagonista casi siempre con alguien de una clase más acaudalada), su inteligencia narrativa sobrepasa esa aparente frivolidad”.
La autora también alude a lo cotidiano de la vida de las protagonistas y convierte a las casas y la domesticidad de las heroínas al punto de hacerlas protagonistas centrales de su obra. “Las mujeres estuvieron siempre ancladas a la domesticidad, imposible no advertirlo y eso se subraya en los textos que menciono”, manifiesta Glantz y reconoce que “las heroínas de las novelas que trabajo no llegan a salir de la casa como la Nora de Ibsen, con excepción quizá de Charlotte Gillman que decidió no acatar las normas vigentes en su tiempo de la domesticidad: no aceptar los llamados deberes de la maternidad”.
La escritora reconoce que hay obras clásicas que no pudo releer como Crimen y castigo, de Dostoyevski y Madame Bovary, de Flaubert, porque las relaciona con experiencias de adolescencia y su “incapacidad de soportar los finales infelices, tanto en el cine como en la literatura”.
“Casi al mismo tiempo que leí Crimen y castigo, a eso de los 14 o 15 años, leí El idiota y Los hermanos Karamazov (de Dostoyevski) que tienen finales muchos más infelices quizá y los sigo leyendo. Hay algo en los finales de esos libros que me impiden volver a leerlos, aún ahora, pero es un texto que se pretende irónico. Quizá en el tercer libro que menciono en mi libro, Palmeras salvajes, de Faulkner, tampoco he podido volver a leer hasta el final (por cierto, lo leí en la traducción de Borges), creo que lo que me inquieta es el tema de aborto clandestino, tema que aún sigue vigente, por desgracia y de manera inexplicable”.
Al referirse a la esencia su pueblo y a la consideracion de Frida Kahlo como portadora indiscutida de esa esencia, considera que ella es una de “esas rupturas, además, una reflexión sobre otro mito de la mujer mártir”. “Ella pasa a la historia menos por su pintura que por su vida de sufrimientos. A mi modo de ver, es tan mártir como las monjas o las santas, condición que parecería atraer aún mucho ¿a las mujeres?”
*Con información de Télam.
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