(Alerta spoiler). La serie documental Grégory (Netflix), basada en un caso policial de 1984, transcurre en un pueblito francés pero las miserias humanas que expone son universales. Y la historia atrapante por el misterio que todavía encierra.
Una sensación de familiaridad es inevitable al ver los 5 episodios de este documental; es porque en torno al caso Grégory se reúnen los mismos elementos que en tantos otros hechos policiales impactantes, sin importar donde ocurran: un juez mediocre que se deja obnubilar por la figuración; un abogado defensor estrella cuyos honorarios nadie sabe cómo se solventan; sensacionalismo mediático; filtraciones del dossier; disputa entre fuerzas por el manejo de la investigación; hipótesis delirantes sobre móviles y autores…
Pero el caso Grégory tuvo un ingrediente extra: la intervención de la célebre escritora Marguerite Duras, que es convocada por el diario Libération, en un intento por darle a la trama el relato novelesco que merece.
Estamos en el año 1985. Hace 9 meses que en Lépanges-sur-Vologne, pequeña comuna en los Vosgos, noreste de Francia, el pequeño Grégory fue hallado ahogado en el río, con manos y pies atados y su gorro de lana cubriéndole toda la cabeza y ceñido en el cuello.
Marguerite Duras, novelista, guionista y cineasta, entonces de 70 años, es más que famosa en Francia. Es una verdadera institución. Ya muy popular por su “Hiroshima mon amour”, convertida en un éxito de cine por Alain Resnais en 1959, acababa de obtener el Goncourt 1984, máximo premio literario francés, por “El Amante”, novela que también fue llevada al cine.
Precedida de esa fama, la autora desembarca en Lépanges donde pasará apenas 48 horas, suficientes para escribir un artículo que fue calificado de “ovni literario”, por la dificultad para encasillarlo: en el fondo, aunque cueste creerlo, es un panegírico del filicidio supuestamente cometido por la madre de Grégory, en nombre de un insólito feminismo.
Recapitulemos el caso. Antes del horrendo crimen de Grégory, sus padres, abuelos y algunos tíos habían estado recibiendo, durante cuatro largos años, amenazas telefónicas y luego por cartas anónimas de alguien que firmaba “El Cuervo” y prometía vengarse del padre del niño, Jean-Michel, por supuestamente dejarlo de lado, quedarse con todo, etc. Parecía una interna familiar.
Hasta que, el 16 de octubre de 1984, El Cuervo ejecuta su amenaza secuestrando a Grégory, el único hijo de Jean-Michel y Christine Villemin, mientras jugaba en la puerta de su casa. Luego hace su última, siniestra, llamada: “El niño está en el río”.
Efectivamente, pocas horas después, Grégory fue encontrado a orillas de la Vologne.
Desde ese momento, el caso no dejará las primeras planas de los diarios ni las aperturas de los noticieros de TV. Todos los grandes medios envían corresponsales a Lépanges.
De los análisis grafológicos surge un primer sospechoso, un primo del padre de Grégory. Una testigo lo incrimina y luego se desdice. Llega un abogado, atraído por la resonancia del caso, que no sólo logrará excarcelarlo -pese a los serios indicios en su contra- sino que además influirá sobre el juez para encaminar las sospechas hacia la madre.
Lo extraordinario del documental es la voz de los protagonistas que, más de 30 años después, revelan en sus relatos el modo como ellos mismos y otros interfirieron en la investigación, deliberada o ingenuamente; un periodista le dice a otro: “¿Te imaginás si fue la madre? Sería mucho más atractivo para el público”...
Es el mismo corresponsal que empieza a instalar la hipótesis del “crimen de mujer”.
Resumiendo, Christine Villemin será procesada por el asesinato de su hijo y exonerada recién en 1993. No irá a prisión porque está embarazada de su segundo hijo.
Poco antes de que el juez tomara la decisión de acusar formalmente a Christine, hace su entrada en escena Marguerite Duras, con el fin de escribir una crónica para Libération.
La escritora se convence de la culpabilidad de la mujer pero, insólitamente, exalta ese crimen como una suerte de venganza de género por una vida en pareja y una maternidad impuestas, una vida en la que el hombre hace la ley. “Sublime, verdaderamente sublime, Christine V.” es el título de este panegírico del filicidio.
Duras ni siquiera ha conocido a la madre de Grégory; sólo ha hablado con el magistrado que lleva la causa, Michel Lambert.
Con los pocos y subjetivos datos que recoge supone que existe “una suerte de relación causal decisiva” entre “la vida de Christine V. y la desaparición de su hijo”.
Una vida que, sin la menor prueba, imagina impuesta, obligada, infeliz.
“El juez dice que Christine es inteligente, que es fina, espiritual -escribió Duras en aquella crónica de Libération que quedará para la historia de los despistes intelectuales-. Pregunté cómo era su cara. (El juez) habla de un lindo rostro pero con una ligera ausencia en la mirada”.
De esa supuesta mirada ausente, la escritora saca conclusiones libres.
“Miren bien a su alrededor -dice-: cuando las mujeres están como ésta (Christine), desatentas, olvidadizas de sus hijos, es que viven en la ley del hombre, [es que] usan todas sus fuerzas para no ver, para sobrevivir. (...) Puede que Christine V, haya vivido una existencia totalmente artificial con la que no sabía qué hacer".
“Todo me lleva a creer que el niño no habría sido lo más importante en la vida de Christine V. - sigue imaginando o proyectando Duras- ¿Por qué no? Sucede que las mujeres no aman a sus hijos, ni sus casas, que no son las mujeres de interior que se espera que sean. (...) Que no son buenas madres (...) pero que pese a ello hayan padecido todo, el casamiento, el sexo, el niño, la casa, los muebles y que eso no las haya cambiado. ¿Por qué una maternidad no sería mal recibida? ¿Por qué el nacimiento de una madre por la llegada del hijo no sería fallida por el par de cachetadas del hombre a causa de unos bifes mal cocidos, por ejemplo?"
Tal vez, supone Duras, no quería ese niño y “en ese caso ninguna moral, ninguna sanción le haría reconocer que ese niño es”.
“La ley de la pareja está hecha por el hombre. Podría ser que Christine V. haya vivido con un hombre difícil de soportar. (...) Cuando la ley de la pareja está hecha por el hombre, engloba siempre una sexualidad obligada por el hombre”.
“Christine V. debía contar el tiempo que pasaba día tras día para llegar a saber al fin qué hacer de esta vida, cómo salir”, concluye.
Duras no tiene ningún elemento concreto para fundamentar este divague sobre la infelicidad conyugal de Christine Villemin. Todo es producto de su imaginación inspirada en un evidente resentimiento hacia los hombres. Pero el problema con su nota ovni es que ella no se limitó a escribir.
Como lo recuerda Denis Robert, que era el enviado de Libération a la escena del crimen desde el comienzo del caso, el juez Lambert no sólo era un hombre influenciable; tenía veleidades de escritor. Ver a la estrella literaria del momento desembarcar en su despacho, interesarse por el caso y darle conversación, fue tocar el cielo con las manos. Ya presionado por el abogado defensor del primer sospechoso, Lambert se inclinaba por acusar a la madre de Grégory, pero todavía dudaba.
“Marguerite Duras le dio el móvil para el delito -recordaría años después Denis Robert, en una entrevista-; ella le trajo su delirio de infanticidio, de crimen sublime, para él Duras era lo que Jesucristo a un creyente. Le dice ‘el crimen existió, la madre, el rechazo….’ y otras tonterías sin nombre y el juez se muestra influenciado por eso y todas las pavadas que escribe a su vez son por culpa de ella”,
“La llamaba regularmente”, recuerda Robert, Y concluye: “Ella realmente le comió el cerebro”.
En 1993, llegó el sobreseimiento definitivo para la madre. Poco antes, Duras accedió a dar una entrevista, en la que insiste en reivindicar el filicidio, aunque con menor énfasis”. Y agrega que, si efectivamente Christine Villemin hubiese matado a su hijo, la habría perdonado, “como a todas las mujeres. sí, absolutamente".
¿Por qué?, le pregunta la entrevistadora. "Porque están todas en la situación de Christine Villemin. Porque somos como perras, como vacas en el establo…. ante la mirada de los hombres”, responde.
El feminismo de Duras le nubla la vista en este caso. La lleva al delirio de ver en Christine V a una vengadora de todas las mujeres oprimidas por la ley del hombre, madres y esposas por pura imposición. Su relato choca con la realidad. Entre Christine y Jean-Michel Villemin el amor era tan sincero que sobrevivió a la tragedia, a la separación temporaria, al acoso, a los rumores insidiosos: el matrimonio sigue unido hasta hoy y ha tenido tres hijos más luego de la muerte de Grégory.
El caso sigue sin resolverse, pero los Villemin insisten periódicamente en reabrirlo; están convencidos de que el asesino tiene un rostro familiar, en el sentido literal de la palabra, y que sus parientes, incluso los más cercanos, no han dicho toda la verdad.
El documental de Netflix revela que Christine Villemin sí fue víctima de machismo. Pero no del que Marguerite Duras creyó ver; no el de un esposo maltratador. El machismo vino de los mismos investigadores: del juez Lambert y del comisario Jacques Corazzi, de la policía judicial, que tomó el caso luego de que el magistrado se lo quitase a los primeros investigadores.
Frente a una mujer linda pero distante, atractiva pero seria, para ellos inalcanzable, ambos funcionarios reaccionaron con un resentimiento inconfesable.
Treinta años después, frente a la cámara, Corazzi se traiciona. Su testimonio sobre el momento en que conoció al matrimonio Villemin es transparente.
“Cuando los vi por primera vez tuve impresiones contrapuestas -recuerda-. Él estaba devastado. Ella, vestida de negro, claro, pero estaba vestida de un modo atractivo. Tenía un suéter extremadamente ajustado. En otra circunstancia, uno le estaría haciendo la corte. Me digo: ‘caramba, es casi agradable de ver’. Para un hombre no está nada mal. Yo esperaba una persona apenada, vestida de un modo descuidado, y no era el caso. Eso no hace un culpable pero genera duda... No hay que olvidar que ella fue la última en ver a Grégory”.
Se ponen a investigarla. Una mujer así tiene que tener un amante. Frustrada esa posibilidad por inexistencia de indicio alguno, se volcarán a la hipótesis Duras.
En su acusación, el juez Lambert, que según Denis Robert también estaba secretamente fascinado por la madre de Grégory, no se queda atrás: describe a Christine Villemin como la mayor criminal de todos los tiempos, recuerda el periodista, capaz de una duplicidad sin igual y que quería vengarse de una vida monótona, "una mujer que no estaba en absoluto hecha para la maternidad”.
Un móvil de novela. De la mala novela de Duras, a la que un antinatalismo rabioso o un feminismo mal entendido le hizo ver machismo donde no lo había y la llevó en cambio a dar argumentos a los dos verdaderos misóginos de esta historia.
<b>TRAILER DE “GRÉGORY”</b>
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