Joe Troop ceba mate y habla como un porteño, pero sus orígenes están muy lejos de Buenos Aires. Nació hace 36 años en Winston-Salem, una ciudad tabacalera de Carolina del Norte, en la costa este de los Estados Unidos. Llegó a la capital argentina en 2010 luego de un peregrinaje que lo llevó primero a España y después a Japón. Troop no actúa como un porteño. Se siente uno. “En Buenos Aires me encontré a mí mismo”, dice convencido. Al poco tiempo de llegar, para ganarse la vida, empezó a dar clases de banjo y violín, instrumentos que aprendió a tocar cuando era un adolescente.
De a poco fue sumando alumnos que pronto colmaron su agenda. Así fue como conoció a Franco Martino, Martín Bobrik y Pau Barjau, los dos primeros argentinos y el restante mexicano, con los que formó Che Apalache, un cuarteto de cuerdas multinacional que fusiona bluegrass, estilo tradicional de su tierra, con música latinoamericana como el candombe, el chamamé, la salsa y el tango. A esa propuesta musical original, el grupo le sumó un claro mensaje humanista y político, a favor de la integración y en contra de todo tipo de discriminación. En apenas unos años, Che Apalache se volvió un furor en los Estados Unidos y su segundo disco, Rearrange My Heart, producido por una leyenda del jazz y el folk, está nominado a un premio Grammy. La entrega de los premios a la música se realizará el domingo 26 de enero, en el Staples Center de Los Ángeles.
“Empecé a tocar el banjo, el violín y otros instrumentos cuando tenía 13 años. Mi hermano es pianista y fue una gran influencia en mi vida porque me pasó grabaciones de bluegrass, que es el folclore de mis pagos, y me llevó a un concierto del legendario Doc Watson que cambió mi vida. En ese momento me di cuenta que quería dedicarme a la música. Tocaba antes de ir al colegio y seguía tocando cuando volvía. Se convirtió en mi obsesión”, recuerda.
Troop es alto, flaco, tiene el pelo prolijamente cortado y usa anteojos. Lleva una remera, bermudas y ojotas. Habla con calma, en un español casi perfecto, y le gusta utilizar palabras del lunfardo, esa jerga porteña que comenzó a usarse a fines del siglo XIX. Por momentos, dice algo en inglés para sí mismo, como buscando la traducción correcta a una palabra o expresión.
Cuenta que ingresó a la Universidad de Carolina del Norte para estudiar Filología y cuando cumplió 19 años se fue dos años a hacer un intercambio a Sevilla, España. Era 2002 y la crisis económica y social de la Argentina estaba en su momento más crítico. “En Sevilla conocí a muchos argentinos que se habían exiliado, entre ellos a un bandoneonista que tocaba tango en la calle. Ese fue mi primer contacto con la música porteña. Después me hice amigos argentinos y con algunos hasta compartí departamento”, rememora. Fue así como empezó a tocar tango con su violín, primero en la calle y luego en los bares. También se sumó a una banda de jazz gitano y flamenco. Troop comenzó a absorber como una esponja los distintos sonidos y estilos que escuchaba.
En 2004 regresó a los Estados Unidos, se graduó en la universidad y emprendió su segundo gran viaje. La carrera le había dado una buena base de idiomas y el japonés se volvió su otra pasión. Vivió un par de años enseñando inglés y tocando bluegrass en una aldea de la prefectura de Nagano, en la isla mayor. En Japón ganó una buena cantidad de dinero que le sirvió para comprarse instrumentos y cuando volvió a los Estados Unidos en 2007 se sumó a una banda de bluegrass con la que empezó a tocar profesionalmente. “En 2009, tomé la decisión de cambiar. Un amigo argentino que había conocido en España me dijo ‘andá a Buenos Aires’. Yo tenía ganas de vivir en una gran ciudad, perderme en el anonimato, así que vendí todas mis cosas y me vine para acá”, agrega Troop mientras ceba otro mate en su departamento del barrio de San Telmo, uno de los más tradicionales de Buenos Aires.
Al llegar se alojó en lo de una amiga que había conocido en España que vivía en Villa Urquiza, un barrio residencial de la ciudad. Al mes se fue a recorrer la Patagonia, al sur del país, hasta que finalmente regresó a Buenos Aires y se instaló en la zona céntrica. “Me sorprendió que casi no había profesores de banjo, así que empecé a publicar videos en Internet para dar clases y me empezaron a llover los alumnos”, dice.
Un hecho fortuito hizo que conociera al primer músico con el que comenzaría a darle forma a su fusión de bluegrass y música latinoamericana. Esperaba el colectivo cuando unos ladrones le robaron el violín a punta de cuchillo. Conmocionado por la experiencia compuso con el banjo el tango Me afanaron en la parada del 4. Subió el video a Internet y así fue como el contrabajista Diego Sánchez se acercó a él. Juntos formaron un dúo que, de alguna manera, sería la génesis de Che Apalache. La historia del robo tuvo final feliz: el violín apareció casi intacto en la ciudad de La Plata, a unos 60 kilómetros al sur de Buenos Aires. Un músico lo compró sabiendo que valía mucho más de lo que había pagado y luego encontró en la web que ese violín había sido robado y se contactó con él para devolvérselo.
Entre 2011 y 2015, Troop conoció a Franco Martino (27), Martín Bobrik (31) y Pau Barjau (29). Los tres se acercaron a él para estudiar banjo y así tomó forma el proyecto.
Pau Barjau nació en Tepoztlán, un pueblo ubicado al sur de la Ciudad de México, en el que se erige el templo azteca El Tepozteco. “Mi madre es argentina y en la década del setenta, en plena dictadura, era militante troskista y se tuvo que exiliar a México. Allá conoció a mi papá y me tuvieron a mí y a mis dos hermanos. Viví en el D.F. hasta los 15 años. Mis padres se separaron y me vine con mi mamá a la Argentina. En la secundaria empecé a tocar el bajo en una banda de rock hasta que descubrí al banjoista Béla Fleck en los discos de Victor Wooten”, relata Barjau. La música de Béla Fleck lo impulsó a querer tocar el banjo y así llegó a Joe Troop.
Franco Martino creció en un ambiente musical. Su padre, Marcelo Martino, es músico y melómano, pero fue su madre la que le enseñó a tocar la guitarra. “Empecé escuchando punk y rock, pero mi mamá me reorientó a Bob Marley y los Beatles y cuando tenía 13 años me enseñó a tocar la guitarra. Luego mi papá me influenció con el blues y el rock de los setenta, especialmente los Allman Brothers. Me obsesioné con el estilo de tocar la guitarra con slide de Duane Allman y creo que por eso el oído se me hizo amigo de la sonoridad del sur de los Estados Unidos”, cuenta Martino. Así se fue metiendo en el folclore de ese país y, gracias a YouTube, descubrió el bluegrass y se compró un banjo. Con unos amigos formó una banda para tocar bluegrass hasta que conoció a Troop en una jam. “Me voló la cabeza su música –dice- y empecé a tomar clases con él”.
Troop tenía varios alumnos, pero Barjau y Martino eran los más interesados en tocar profesionalmente. Como Barjau ya tocaba el banjo, Martino volvió a la guitarra y Troop se mantuvo con el violín. En esa primera etapa, en la que más que nada recreaban bluegrass tradicional, el cuarteto lo completaba el contrabajista Pablo Odriozola, y se hacían llamar The Silver River String Band.
La aventura de Odriozola duró poco y casi en paralelo con su alejamiento de la banda se sumó a las clases de banjo Martín Bobrik. “Empecé a tocar la guitarra a los 14 años. En el secundario armé una banda de punk, pero después me volqué a la música étnica. Estudié gaita, trompeta y me recibí de maestro de música en la Escuela Juan Pedro Esnaola. Mi hermana escuchaba a Béla Fleck y me gustó tanto que me compré un banjo y empecé a estudiar con tutoriales de YouTube, hasta que en 2015 me sumé a las clases de Joe”, relata.
El resto de la historia decantó naturalmente. Bobrik aceptó sumarse para tocar la mandolina, un instrumento que ya conocía y la banda prescindió de buscar otro contrabajista porque “es más fácil para movilizarse en las giras”, explica Barjau. El juego de palabras Che Apalache les resultó muy original “aunque ahora ya no lo es tanto”, bromea Troop. Para fines de 2016, el cuarteto ya realizaba shows regulares en Buenos Aires en los que iba fusionando distintos estilos a sus canciones: sonidos del altiplano, tango, chamamé, murga, flamenco y hasta música sefaradí. La banda se fue amalgamando y se animó a una primera gira a pulmón por los Estados Unidos gracias a los contactos que tenía Troop. En 2017, grabaron de manera independiente en Buenos Aires su primer disco, Latingrass, en el que mezclaron canciones de Tropp con clásicos como el tango Cambalache o Red rocking chair, un himno del bluegrass. “Durante tres meses -explica Troop- trabajamos como esclavos, pero realmente valió la pena”.
Pronto llegaría la gran oportunidad. En 2018, el grupo realizó una nueva gira por Estados Unidos, la tercera en apenas dos años, que los llevó a presentarse en teatros, festivales y hasta en el mítico Kennedy Center, en la ciudad de Washington. Troop hizo un alto a la gira y volvió a Carolina de Norte para participar de un encuentro de banjoistas, un evento que se realiza todos los veranos, organizado nada más y nada menos que por Béla Fleck. “Cómo no tenía dinero para pagarlo, le mandé a Béla mi material para ver si de alguna manera me becaba para asistir. Me llamó su mánager para decirme que él había quedado muy impresionado con mi música y que sí podía asistir. Y yo, muy caradura, como lo haría un porteño, le pedí si podía ir con mi banda y, luego de pensarlo un poco, me dijeron también que sí”.
En medio de un nuevo viaje a Estados Unidos, los Che Apalache estaban ahora frente a su máximo ídolo y habían captado su atención. Béla Fleck, ganador de 15 premios Grammy, quedó tan impresionado con ellos que se ofreció para producir su segundo disco. Los cuatro músicos volvieron a la Argentina con el futuro en sus manos. “Surfeamos una ola de buenaventura que supimos aprovechar muy bien”, dice Barjau. “Ni en los Estados Unidos ni en latinoamérica hay otra banda que haga algo parecido a lo nuestro. Esto surgió de una historia única”, agrega Troop. En febrero del año pasado viajaron a Nashville, la meca de la música country, para grabar las doce canciones de Rearrange My Heart. El álbum, editado por Free Dirt Records, buscará el máximo galardón de la música en la categoría Mejor Disco de Folk de 2019.
El disco se destaca por la originalidad de su propuesta estilística, las profundas letras de Troop, que canta tanto en inglés como español, la notable conjunción de los instrumentos de cuerdas y unas exquisitas armonías vocales. Entre las canciones se destacan The Dreamer, inspirada en los inmigrantes indocumentados de Carolina del Norte como Moisés Serrano, un joven queer y líder de su comunidad; 24 de marzo, un instrumental dedicado al Día de la Memoria en la Argentina, donde se recuerda a los 30.000 desaparecidos de la última dictadura cívico-militar; o The wall, un alegato en contra del muro que Donald Trump quiere construir en la frontera con México.
Gracias al nuevo disco y el impulso de Béla Fleck se presentaron en el Rockygrass Festival, en Colorado -uno de los más importantes del estilo americana-, en grandes ciudades como Nueva York y Chicago, y también como teloneros de los Avett Brothers, banda de peso en la escena del folk-rock estadounidense. Pero ellos no dejan que el éxito disperse su conciencia social y su narrativa en pos de los derechos humanos y en defensa de los inmigrantes. Es por eso que también improvisaron recitales en centros de refugiados fronterizos.
“El público nos recibió muy bien en los Estados Unidos, pero a veces vemos como alguien se para y se va ofendido de un show cuando cantamos The Wall, incluso una vez un hombre intentó agredirnos cuando terminamos de tocar. Yo trato de ser el que pone la cara porque soy estadounidense y ellos (por los otros músicos) van todos con visa de trabajo y no quiero comprometerlos. No me resulta sencillo. Soy homosexual en un ambiente que históricamente fue muy machista y cerrado. Pero estamos convencidos de lo que hacemos y lo disfrutamos mucho”, dice Troop.
“En un mundo tan complejo -concluye-, el artista tiene la gran responsabilidad de proponer otra realidad. Nosotros somos una banda de bluegrass sudamericana y desempeñamos un rol simbólico sumamente importante en los Estados Unidos. El público de bluegrass, en general, es bastante conservador y anti inmigrante. Nosotros sólo por existir desafiamos la narrativa que dice que latinos y anglosajones sureños no podemos compartir los mismos espacios. Subrayamos nuestro mensaje de unidad con material pro inmigrante, anti totalitario y con una impronta de crecimiento espiritual. Somos polémicos, y eso a veces nos trae problemas. Pero por lo menos podemos estar orgullosos de pertenecer al lado correcto de la historia”.
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