En 1917 los soviets (organismos de obreros y campesinos) tomaron el poder en Rusia e instauraron la primera república de los trabajadores de la historia mundial. El hito histórico marcó el siglo XX como un momento fundacional que debía ser recordado por los avances en los derechos laborales, de la mujer, de la juventud; sin embargo el halo del terror y la delación, entre otras características, se instaló en el país de los soviets. La historiadora e investigadora australiana Sheila Fitzpatrick se adentra en el estalinismo (llamado así luego del ascenso imparable) de Iósif Stalin, líder absoluto del periodo posterior a finales de la década del 20, tan solo diez años después de que los bolcheviques tomaran el poder. La vida cotidiana durante el estalinismo (Siglo XXI) es un libro excepcional que retrata tiempos extraordinarios, sin que este adjetivo tenga una valoración positiva.
Llegado al poder en 1924, luego de la muerte de Vladimir Lenin, el camino hacia un gobierno despótico tomó para Stalin un rol estratégico, incluso con fines económicos que continuaban el periodo anterior, como la industrialización de una sociedad con mayoría campesina pero que también produjo hambre y muerte: la colectivización campesina, que había sido propuesta a principios de la década del 20 por León Trotski y Yevegni Preobrazhensky como parte de la Oposición de Izquierda, fue realizada en 1932 provocando el deceso de miles de campesinos ucranianos. Para esa época, el estalinismo se encontraba consolidado, había instaurado la política del “socialismo en un solo país” y las diversas agrupaciones opositoras al oficialismo habían sido disueltas y sus líderes exiliados cuando no coptados al aparato gubernamental.
Esta situación tenía consecuencias culturales de importancia: a mediados de los años treinta, señala Fizpatrick, la Academia Comunista cerró sus puertas y ya no existían interés ni compromiso con el que los miembros del partido y su juventud habían seguido los debates que marcaron la década anterior. Ya el triunfo de Stalin había consagrado las consignas: "El partido siempre tiene la razón” y “Uno no puede tener la razón contra el partido”. La consecuencia lógica era el destierro (el propio Trotski, figura central de la revolución, había sido deportado de la Unión Soviética). Georgi Dimitrov, secretario general de la Internacional Comunista (que se había convertido en una agencia al servicio de la URSS), decía: “un buen comunista debe dar constantemente muestra de la máxima vigilancia en relación con los enemigos y espías que penetran en secreto en nuestras filas”.
El Estado se introducía en las vidas de los ciudadanos moldeándolos para sus propios fines. Un caso emblemático señalaba: “en vista de la inauguración de una peluquería en la planta, queda prohibido cortarse el cabello y afeitarse en privado (...) Si descubren a alguien que se afeita en casa, lo acusen y presenten cargos ante el tribunal para su procesamiento penal y la imposición de una multa”. Firmaba un tal “director Kaplan”. ¿Cómo se elaboraba este tipo de directivas, qué subjetividad creaba?
El compromiso con la sociedad nueva llevaba a que se bautizara a los niños con nombres como Elektron, Edison, Barrikada o Vadlen, que comprimía el nombre de Vladimir Lenin. También sucedía que se cambiaran los nombres en caso de la caída en desgracia de los homenajeados: una Bujarina cambió su nombre en 1938, antes una Trotskaya también lo había hecho.
Mientras tanto, una casta social de funcionarios estatales o del partido se consolidaba y se diferenciaba del resto de la población mediante automóviles, departamentos y dachas (casas de campo). Louis Fischer, corresponsal estadounidense, se preguntaba: “Tal vez, en efecto, esté naciendo una nueva clase”.
A la vez que se impulsaba a los trabajadores stajanovistas (que realizaban mayores ritmos de producción, sobrepasaban los cálculos de objetivos realizados) se justificaba los nuevos privilegios como el fin de la escasez aunque, como se mostrara, la colectivización forzada había provocado una verdadera masacre.
Mientras tanto las deportaciones continuaban ya no por razones políticas, sino también por pertenecer al sector de los kulak, es decir, campesinos acomodados. Cuatro millones de personas habían sido privadas del derecho al voto, dos millones de deportados por kulak, 300 mil habitantes enviados al Gulag (campos de reeducación) por ser “elementos socialmente dañinos”. Stalin mismo decía: “¡Incorrecto! ¡Tres veces incorrecto! Esas personas existen, no las destruimos físicamente y han permanecido con todas sus afinidades de clase, antipatías, tradiciones, hábitos, opiniones, visiones del mundo”. Probablemente, el espíritu de estas palabras adelantara el Gran Terror de 1936, 1937 y 1938.
Sin embargo, antes de esas grandes purgas, también se reprimió oficialmente al arte no oficial, es decir, que respondiera al realismo socialista. Si bien la inteliguentsia contaba con sus propios privilegios, también es cierto que los formalistas cayeron en la desgracia, fueron deportados, el diario Pravda condenara la ópera Lady Macbeth del Distrito Minsk de Shostakovich, sobre quien se alentaba una condena pública. La película El prado de Bezhin de Sergei Eisenstein había sido prohibida por el Polítburo. Sin embargo lo peor estaba por llegar.
Las primeras purgas internas en el Partido de Stalin fueron realizadas en 1933. En 1934 Serguei Kirov recibió 4 votos negativos para el Comité Central, mientras que Stalin recibió 292 rechazos. En diciembre de ese año Kirov fue asesinado. Los líderes históricos de la revolución, Zinoviev y Kamenev, fueron acusados del homicidio, con la participación de Troski, que había dirigido la operación desde el extranjero. Luego se sumó a los acusados Nikolai Bujarin, uno de los líderes más populares de la URSS. El fisca Vyshinsnki tuvo como rol el de realizar los interrogaciones y acusaciones, en las que se mencionaba a “Judas Trotski” como instigador. El trabajo de demolición de los dirigentes, cuyas confesiones eran transmitidas por la radio, los hacía reconocer que formaban parte de un complot dirigido por Trotski y financiado por Alemania y Japón. Fueron fusilados.
Luego la purga siguió por el aparato militar. El terror se había instalado en el Estado, que no era sólo autoritario sino terrorista. Luego, Stalin había asegurado su poder omnímodo, lejano a cualquier oposición y consolidado el culto a la personalidad.
El libro de Fitzpatrick cuenta la cotidianidad con que se vivía bajo el autoritarismo estalinista, aunque también debería mencionarse que el Partido Comunista argentino, como muchos otros alrededor del globo, eran tributarios y justificadores de las acciones represivas estalinistas. La acción revolucionaria de Lenin, Trotski y toda una generación que derrotó al zarismo fue derruida por la acción del así llamado “padrecito de los pueblos”. Sin embargo, el episodio de la casta burocrática impulsada por Stalin también dejó lecciones para los socialistas de hoy y del futuro. Es posible, claro, no caer en los mismos errores que más que errores forjaron el Terror.
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