Cada vez que Rick aparece en escena está borracho. Una gota de whisky le chorrea por la comisura de los labios mientras mira a todo el mundo con desinterés y soberbia —como Napoleón Bonaparte, Al Capone o Leo Mattioli— como si eso que lo rodea es la pura estupidez. Y de algún modo lo es, porque Rick, uno de los protagonistas de la serie de dibujos animados para adultos creada por Justin Roiland y Dan Harmon para Adult Swim que reproduce Netflix con algunos días de delay, es el hombre más inteligente de su universo y de todos los universos posibles. Ahora en la plataforma de streaming está todo lo que el canal norteamericano transmitió. El quinto capítulo salió en TV el 15 de diciembre; a la semana Netflix subió los cinco capítulos de la última temporada. Ahora resta esperar a saber cuándo se estrenará la segunda parte; ojalá sea pronto.
Todo empezó en 2013, el 2 de diciembre, con “Pilot”, el primer capítulo de la primera temporada que funciona como origen de la historia: Rick regresa luego de mucho tiempo en que nadie sabía nada de él. Entonces se encuentra con Beth, su hija, que ya es adulta —trabaja como veterinaria especializada en caballos— y tiene una familia: Jerry, el marido, una persona patética, insegura y envidiosa del lugar que viene a ocupar Rick; Summer, su hija mayor, una chica de 17 años que atraviesa la adolescencia turbada por las apps; y Morty, su hijo menor, un muchacho de 14, temeroso, algo tosco pero optimista, que está en la terrible etapa de la pubertad. Morty se interesa rápidamente por su abuelo y forman el dúo protagónico de la serie. Juntos viajarán a otras dimensiones en busca de aventuras.
Cada vez que Rick aparece en escena está de guardapolvo y pelo despeinado: el estereotipo de científico loco; sólo que él está muy loco. Podría decirse que es una versión alcoholizada de Emmett Brown de Volver al futuro. Es científico, pero no cualquier científico, sino el más inteligente de todos. En las primeras temporadas nadie lo dice pero en las últimas sí: Rick es la persona más inteligente, no sólo de su universo, sino también de todos los universos posibles. Si Volver al futuro fractura la realidad con la posibilidad de viajar en el tiempo, Rick y Morty la despedaza viajando a otros universos. La serie se sostiene en la idea del multiverso: este universo, este plano, esta realidad, es una posibilidad en el infinito, y ese infinito existe y convive con nosotros. Entonces suben a su nave espacial —una suerte de Wolsvagen Escarabajo volador— o disparan la pistola de portales dimensionales y comienzan las aventuras.
No es casualidad que para 2013, año en que se creó la serie, los científicos Laura Mersini-Houghton y Richard Holman hayan asegurado haber descubierto, a través del telescopio Planck, la evidencia que faltaba para afirmar que existen otros universos por fuera del nuestro. Por supuesto, toda la comunidad científica se le opuso. Pero esa posibilidad quedó instalada. En ese sentido, Rick y Morty viajan, no sólo a otros planetas, a otras galaxias, a otros mundos, y en el tiempo, sino también a otros universos. Así, se encuentran con sus propios yo en circunstancias diferentes, algunas muy graciosas, como por ejemplo en la que el hombre no desciende del mono sino de las abejas. Pero, ¿de qué trata Rick y Morty además de subrayar lo líquido, fragmentario e imposible que es lo real? ¿Qué ideas y problemáticas juegan detrás de la infalible atracción del dibujo animado para adultos?
Empecemos por el principio. Si bien la serie se ve por un canal de televisión, el grueso de su consumo es vía streaming. En ese sentido, es necesario pensar en la especificidad del dispositivo antes de lanzarse a construir el contenido. Con veintitantos minutos de promedio, los capítulos de Rick y Morty son caóticos porque cruzan las historias con los dilemas existenciales de sus personajes mientras se ponen de manifiesto temas muy sensibles con la ligereza propia del humor. Dan Harmon, uno de sus creadores —el otro es Justin Roiland y es el encargado de hacer las voces en inglés de Rick y también de Morty—, es un guionista que tiene su propia teoría de la estructura narrativa llamada embrión de historia. Lo ha dicho en varias entrevistas. Usó la tesis del monomito —el modelo básico de los relatos épicos— del antropólogo Joseph Campbell para crear la suya y aplicarla al guión. Son ocho pasos:
1. Un personaje está en su zona de confort.
2. Pero quiere algo.
3. Entra en una situación no reconocida.
4. Se adapta a ello.
5. Consigue lo que quiere.
6. Pero paga un alto precio.
7. Vuelve a la situación de partida.
8. Algo ha cambiado.
Acá tenemos, entonces, una estructura que sostiene todo ese juego de dilemas profundos y acontecimientos veloces que se producen en la serie. No se trata de apilar ideas geniales y rebajarlas con buenas dosis de acción y humor, sino de construir una buena historia. Por ejemplo, en la primera temporada Rick y Morty convierten la Tierra en un infierno mutante por error. Ya no la pueden arreglar. A Rick se le ocurre mudarse a un universo paralelo —el concepto de multiverso está siempre presente— donde él y su nieto murieron justo antes de que ellos lleguen, entonces se adaptan a esa realidad idéntica. El dilema existencial retumba en el cerebro del espectador hasta que el capítulo termina con la escena luego de los créditos —siempre hay una escena breve y final luego de los créditos— donde el resto de la familia sobrevive al holocausto mutante.
En Rick y Morty la idea del yo está todo el tiempo en tensión con el universo. No hay Dios ni destino. Todo es azar. Y eso angustia. No a Rick, por supuesto, que tiene un cinismo a prueba de balas y un nihilismo que transforma en voluntad y supervivencia. Siempre encuentra la forma de salir ileso de una muerte segura. ¿Y si muere qué? En términos realistas: nada. Hay una infinidad de universos donde otros Rick existen sin que se altere nada. A la vieja metáfora de que cada ser humano es una mínima hoja en el árbol del mundo habría que pensar que ese árbol es la proyección infinita de un árbol original que ya no existe, o sí, pero que tiene la misma composición que cualquier de los demás. Si cada árbol es una porción súper minúscula del todo, ¿qué queda para una hoja?
En cada episodio el embrión de historia se cumple a rajatablas. Por ejemplo, Morty tiene sexo con una robot y nace un hijo. Rick le dice que no puede tenerlo porque es un peligro para el mundo. A esa zona de confort original Morty la rompe teniendo sexo robótico, luego aparece la paternidad (situación no reconocida), se adapta, consigue lo que quiere (adeptar a la criatura mitad humana y mitad monstruo alienígena) pero llega la parte de pagar el precio. (Mientras tanto, Rick y Summer viajan al planeta de la criatura alienígena donde se desarrolla una dictadura sexista por parte de las hembras.) La criatura comienza a destruir la Tierra entonces Morty debe despedirse de su hijo. En la escena post-créditos, la familia ve un documental donde la criatura alienígena ya es un adulto y cuenta cómo vivió el trauma de la despedida con Morty, su padre, para escribir su libro que es un éxito en ventas. Volvemos al inicio, pero algo ha cambiado.
En ese sentido, Rick y Morty es una serie nihilista en los términos de Friedrich Nietzsche: tras la muerte de Dios no hay moral que satisfaga. Por ejemplo, Rick puede invocar a unos extraños seres azules llamados Meeseeks, que nacen para cumplir el objetivo que les proponen y mueren cuando lo logran. Así de simple. Por ejemplo: limpiar la cocina. El Meeseek la limpia y ¡plof! desaparece agradecido. ¿Qué ocurre cuando no logran cumplir lo pedido? Desesperan. No hay sentido en su su vida. Hay un episodio donde se empiezan a suicidar porque no logran hacer que Jerry aprenda a jugar al golf. La pregunta es lógica: ¿qué sentido tiene vivir en un mundo sinsentido? El yo, siempre en jaque. Otro ejemplo es cuando Beth le pregunta a Rick si ella es un clon. La situación dura un minuto pero incluso allí funciona el embrión de historia de Harnon. El diálogo es este:
—No, no puedo hablar ahora cariño —responde Rick ni bien atiende el teléfono.
—¿Cuándo puedes? —insiste Beth.
—Bien, ¿qué pasa? —dice Rick mientras prepara algo que parece ser una bomba.
—¿Recuerdas hace un tiempo cuando me dijiste que si quería podría dejar la Tierra y vagar por la galaxia para encontrarme a mí misma y que nadie lo sabría porque me podrías reemplazar con un clon?
—Ajá.
—¿Soy el clon?
—¿Qué?
—¿Soy el clon y acaso mi verdadero yo decidió irse y solo creo que decidí quedarme porque soy el reemplazo de Beth?
—No.
—Oh, de acuerdo. Ah, espera, algo más: si soy el clon, ¿me lo dirías?
—Beth, cuando las personas inteligentes son felices dejan de reconocerse, y tú eres muy inteligente porque eres totalmente mi hija.
—Oh, dios. Tienes razón. Lo lamento. Gracias, papá.
—¿Estamos bien?
—Totalmente. Estoy bien ahora.
—Y sólo para asegurarme —agrega Rick mientras la cámara devela que esa bomba es en realidad una pipa de marihuana o algo parecido y bebe cerveza y juega a las cartas con más personas—: ¿no estás fingiendo que estás bien cuando en realidad estás convencida de que eres un clon y ahora temes que al enterarte eso signifique que tenga que matarte?
—No.
—De acuerdo, nos vemos pronto querida —Rick corta el teléfono y Beth desespera.
En los cinco capítulos que acaban de estrenarse se ve el desquicio de la inteligencia artificial, la imposibilidad del paraíso terrenal creado por algoritmos, la violencia desmedida de la naturaleza —si es que tal cosa existe—, el miedo a la muerte, el auge del fascismo, el amor como fuerza impredecible y una sentencia: lo que quiere el espacio “es robarnos todo el aire de los pulmones y hacer flotar nuestros cuerpos por toda la eternidad”.
Así, frente al sinsentido arrollador de la vida, el cinismo funciona como un sostén para no derrumbarse, pero con eso no alcanza. Por eso, exige Rick Sánchez, hay que hacer algo: voluntad e inteligencia. Y a seguir adelante. ¿Vale la pena perderse en dilemas filosóficos paralizantes? Cuando Morty tiene uno, Rick le responde enseguida: “No pienses en eso, Morty”. Luego limpia sus labios llenos de whisky con la manga del guardapolvo y pisa el acelerador de su nave espacial para volver a casa.
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