A cien años de los acontecimientos, la Primera Guerra Mundial (1914-1918) aún continúa revelando algunos de sus enigmas. Por ejemplo, en general se resalta poco que las mayores batallas de la historia tuvieron lugar durante ese conflicto y no en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Podría suponerse que debido al hecho de que en esta última hubo varios millones más de muertos, heridos y desplazados, los combates con un mayor número de bajas habrían ocurrido allí. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial conserva por lejos unos números que hielan la sangre: prueba de ello son batallas como las del Somme (1916) o la de Passchendaele (1917) en que los muertos se cuentan por cientos de miles, así como la primera gran lección de batalla de aniquilamiento del siglo XX: Verdún (1916), de la que en estos días se cumplió un nuevo aniversario de su final, convocándonos a reflexionar sobre su importancia histórica.
A principios del siglo XX, Alfred von Schlieffen, Jefe del Estado Mayor desde 1891 hasta 1905, diseñó un plan para un eventual conflicto armado en dos frentes contra Francia y Rusia, una hipótesis de guerra que se consideraba probable. De esta forma, se organizó una estrategia basada en una guerra de agresión que implicara la rápida y fulminante derrota inicial de Francia para luego concentrar todas las fuerzas disponibles en Rusia.
El concepto de batalla de aniquilamiento evolucionó hacia uno de guerra de aniquilamiento debido a que Schlieffen combinó guerra y batalla en la noción de una única y prolongada maniobra de cerco que culminaría en una masacre. La guerra de aniquilamiento es aquella en que se combate para exterminar una parte considerable de la población enemiga, combatientes y civiles. Asimismo, la batalla de aniquilamiento es la que se propone no solamente la victoria sino el asesinato a la mayor cantidad posible de enemigos. Una vez que la noción de aniquilamiento rige sobre la política, es difícil operar por debajo de la los estándares del exterminio.
Con el inicio de la Gran Guerra en 1914, al poco tiempo la planificación cuidadosamente pensada por Schlieffen, quien murió un año antes, se demostró impracticable, derivando rápidamente en una guerra de trincheras con frentes estáticos. Sin embargo, para los generales alemanes no había vuelta atrás hacia otras formas más convencionales de planeamiento y ejecución de operaciones de guerra al tiempo que tampoco hubo un verdadero esfuerzo por parte de las autoridades políticas para tomar el control.
Así, en diciembre de 2015 el general Erich von Falkenhayn, Jefe del Estado Mayor del ejército alemán en los dos primeros años del conflicto, sugirió al Kaiser Guillermo II una nueva estrategia. Ya no se trataba de pasar de una guerra de trincheras a una de movimientos basada en el ataque: Falkenhayn propuso, más bien, intentar combinar la realidad de la guerra de trincheras con la noción de batalla de aniquilamiento. En la idea de Schlieffen, el accionar del ejército alemán se dirigiría al exterminio parcial y al desarme completo del ejército enemigo. Sin embargo, Falkenhayn, fue más allá: se propuso aniquilar un segmento considerable de la población francesa de hombres capaces de portar armas. El lugar que se eligió para ejecutar esta estrategia fue Verdún.
La Batalla de Verdún tuvo lugar en el nordeste de Francia desde 21 de febrero hasta el 18 de diciembre de 1916 y fue la más larga de la Primera Guerra Mundial, además de ser la segunda más sangrienta luego de la Batalla del Somme. Falkenhayn calculó correctamente que los franceses jamás se darían por vencidos y defenderían hasta el final ese bastión histórico de gran significancia simbólica. En efecto, se trataba de un territorio inexpugnable desde los tiempos de la invasión de los hunos al mando de Atila en el siglo V hasta la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871. Las alternativas del combate se basaron en ofensivas alemanas, defensas francesas, conquistas alemanas, reconquistas francesas y un vastísimo número de muertos de ambos lados. La batalla concluyó con la defensa exitosa del territorio a cargo de las fuerzas galas y la retirada del ejército alemán, aunque a un costo de vidas y heridos altísimo, además de dejar el territorio profundamente afectado, inclusive hasta el día de hoy, por los efectos de la destrucción provocada por el combate.
¿Por qué motivos se libró un enfrentamiento con esas características? El ataque sobre Verdún no fue diseñado para ganar territorio, tampoco para buscar una victoria en una batalla decisiva. Tres meses después del inicio, en mayo de 1916 Falkenhayn dijo en una reunión con oficiales que “nunca fue el objetivo del alto mando del Ejército tomar Verdún”. Por el contrario, afirmó que la idea había sido forzar a las tropas francesa a pelear por un lugar que ellos tuvieran que sostener a cualquier costo por razones de autoestima nacional pero contra un ejército que no pudieran repeler completamente.
Según una metáfora de la época, se decía que el objetivo de la batalla había sido abrir una herida gigante en el ejército francés para poder así desangrarlo por medio de la muerte de varias decenas de miles de soldados. Esto significó un cambio radical, un concepto enteramente nuevo en la historia de la guerra. Se trató de una adaptación de las ideas de Schlieffen y sus fantasías de aniquilamiento a la coyuntura concreta de la guerra en el frente occidental. El punto de partida de esta estrategia se basaba en que los alemanes deberían infligir una cantidad muy superior de bajas a las fuerzas francesas en comparación con las propias. Solamente así la operación podría llegar a tener algún grado de éxito. Falkenhayn esperaba una relación de 5 a 2 en perjuicio de los franceses. Se equivocó: al final del enfrentamiento en los campos de Verdún el número de muertos franceses fue de 363.000 y de 336.000 para los alemanes.
Después del combate el enemigo dejó de ser sólo el ejército, pasándolo a ser la población entera, el gran punto de inflexión de la guerra contemporánea. De aquí en adelante, sistemáticamente y salvo excepciones, los enfrentamientos armados tendrán más cantidad de muertos civiles antes que militares. El cambio también se manifestó, por ejemplo, en la declaración de la guerra irrestricta submarina, por ejemplo, pero sobre todo en la política doméstica de Alemania. La asunción del alto mando del ejército por parte de los mariscales Paul von Hindenburg y Erich von Ludendorff abriría el camino a la instauración de facto de una dictadura militar y a la subordinación plena de la política a las necesidades de la guerra hasta el final con la derrota alemana en noviembre de 1918.
Durante la posguerra el concepto de guerra de aniquilamiento se radicalizó a través del de guerra total, desarrollado principalmente por Ludendorff. La guerra pasó a ser una lucha por la supervivencia entre pueblos, con aristas ideológicas, culturales y hasta “raciales”. Frente a esto, como atento observador de la realidad de su tiempo, Sigmund Freud, el padre del Psicoanálisis, logró captar tempranamente el vínculo existente entre el paradigma de la batalla de aniquilamiento, Verdún, y el avance del nazismo en los años treinta. En una carta dirigida a Arnold Zweig fechada el 23 de septiembre de 1935, Freud expresaba: “no puedes entender la Alemania de hoy si no sabes algo de Verdún y lo que representa”. Una vez que la lucha deja de ser solamente entre ejércitos para convertirse en una que enfrenta pueblos conservando el concepto de exterminio físico, el resultado difícilmente pueda ser otro distinto al de una masacre o un genocidio.
En la Segunda Guerra Mundial, desde 1941 estas ideas guiaron las acciones del ejército alemán en el frente oriental en el combate apocalíptico contra la Unión Soviética. El Estado comandado por Adolf Hitler llevó los planteos de Ludendorff al extremo, uniendo política y guerra en una forma nunca antes visto: el aniquilamiento ya no era más un medio para ganar la guerra sino que ésta consistía en exterminar total o parcialmente una población o al menos lograr subyugarla y esclavizarla. A pocos días de la catastrófica derrota alemana en Stalingrado a manos de los soviéticos, el 18 de febrero de 1943 el Ministro de Propaganda del régimen nazi, Joseph Goebbels, pronunció su célebre discurso en el Palacio de los Deportes de Berlín. El punto destacado de su alocución fue el momento en que preguntó a la multitud que asistió al evento: “¿quieren ustedes la guerra total?” La respuesta fue un ensordecedor “sí” del público, mezclado con cánticos a favor de la guerra, de Hitler y de la victoria. La poderosa unión del pueblo, la guerra y la política marcó el triunfo del ideal de la guerra de aniquilamiento.
La guerra excede por mucho lo militar. Tampoco es solamente “la continuación de la política por otros medios”, como suelen repetir los lectores apresurados del gran teórico de la guerra prusiano Carl von Clausewitz. El enfrentamiento bélico es también, entre muchas otras cosas, un fenómeno cultural. No existe algo así como una “esencia” de la guerra, ni es obvio que todas ellas deban ser conducidas bajo el signo del exterminio.
Si queremos entender el significado de la Gran Guerra a partir del prisma de Verdún también debemos indagar en las razones por las que en nuestra cultura el concepto de aniquilamiento se convirtió en aquel en que creemos encontrar la naturaleza misma de los conflictos bélicos. Esa afirmación no habla de las características de la guerra en general sino de las de los enfrentamientos armados contemporáneos en particular. Han existido muchas formas de concebir la guerra, la victoria, la derrota o el enemigo, por ejemplo. La guerra de aniquilamiento también es el resultado de un determinado ordenamiento de las coordenadas de sentidos de una época.
*El autor es Becario Postdoctoral (IDAES-UNSAM-CONICET)
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