“La dolce vita”: el reestreno del clásico de Fellini y la magia inalterable de una obra maestra

Cuando se estrenó, en 1960, los actores y el director recibieron escupitajos de espectadores escandalizados y la Iglesia católica la calificó de obscena y prohibió a sus fieles ver la película bajo pena de excomunión. Historia de ese retrato ácido de la Roma hedonista, escenario de glamour, celebridades, escándalos y chismes decadentes

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Marcello Mastroianni y Anita Ekberg. La escena de la Fontana de Trevi se filmó con mucho frío. Mastroianni se tomó una botella de vodka para entrar en calor
Marcello Mastroianni y Anita Ekberg. La escena de la Fontana de Trevi se filmó con mucho frío. Mastroianni se tomó una botella de vodka para entrar en calor

El 5 de febrero de 1960 se estrenó en Italia La dolce vita, una película que marcaría un antes y un después en la historia del cine y que se convirtió en símbolo de un estilo de vida cool romano marcado por las exhibiciones mundanas, un aire decadente y ciertos excesos. Aquella noche en el cine Capitol de Milán, hubo insultos, silbidos y protestas. Los actores y el director recibieron escupitajos de espectadores escandalizados. Marcello Mastroianni lloró de amargura, contó luego. El periódico vaticano L’Osservatore Romano la calificó de “obscena” y prohibió a los católicos que fueran a verla bajo pena de excomunión. Una buena parte de la prensa pidió su retirada de las salas comerciales y hasta los diputados discutieron en el Parlamento sobre las escenas más escabrosas.

Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes, de un Oscar al mejor vestuario y un David di Donatello al mejor dirección, recientemente ubicada por la prestigiosa revista francesa Cahiers du Cinéma en el puesto 59 de su lista “Las 100 mejores películas de todos los tiempos”, La dolce vita es la elegancia de la decadencia, la mirada ácida y afilada de Fellini a una sociedad que bien conocía. Cincuenta y nueve años después, una copia remasterizada en 4K se reestrenó esta semana y conserva su impacto inalterable. El de los clásicos de la historia del cine.

La expresión “dolce vita” (vida dulce), que cobraría significativo sentido desde aquel momento, viene un término de uno de los cantos de la Divina Comedia de Dante Alighieri sobre una vía de redención cristiana: “L’esperîenza di questa dolce vita e dell’ oposta” (“La experiencia de esta dulce vida y de la opuesta”) es la frase textual. La obra de Fellini cuenta la historia de siete mañanas y siete noches en la vida desordenada e intensa de un cronista de celebridades. La expresión se aplicaría luego también a la década que más o menos fue entre 1955 y 1965, en la que Roma se convirtió en el centro del mundo del cine mundial y principalmente la célebre Vía Veneto fue el escenario de un estilo de vida despreocupado y hedonista.

La película fue protagonizada por Marcello Mastroianni, Anita Ekberg, Anouk Aimée, Yvonne Furneaux, Magali Noël y Alain Cuny en los roles principales, y cuenta la historia del tal Marcello Rubini (Mastroianni), periodista inmerso en la vida nocturna romana y en el artificioso mundo de la burguesía e intelectualidad. El impacto que aún genera responde en buena parte a su onírica -pero no menos realista- descripción de un momento concreto de la realidad europea que incluía la revolución sexual, el derrumbe de los mitos morales, sociales y políticos –al parecer imbatibles hasta ese momento– a la vez que reflejaba un estilo de vida banal y hedonista, de poco compromiso, que Fellini captó con facilidad: Roma se estaba volviendo un polo de atracción (un “Hollywood en el Tiber” se conoció a esa época), y sus calles y cafés eran pasarelas de moda, estrellas, glamour, chismes y escándalos.

El cronista de farándula que es Mastroianni quisiera escribir algo serio pero termina como catalizador, anfitrión y testigo de una serie de aventuras nocturnas por una Roma frívola, despreocupada y borracha. Rodeado de fotógrafos a los que a partir de aquí se los conoce como paparazzi, la vida de este hombre –y por ende de la ciudad– es la del cine, los escándalos, las estrellas en eternas vacaciones y los monarcas en decadente exilio que transitan por Roma.

Sobre la denominación de esos reporteros gráficos ansiosos de una primicia -otro legado de la película- hay una buena historia para contar. Son varias las teorías que explican el nombre del fotógrafo que acompaña a Marcello. Según Giulietta Massina, esposa-musa de Fellini, se trata de una contracción, ideada por ella misma, de los términos pappataci (mosquitos) y ragazzi (jóvenes). Y en una entrevista con la revista Time, Fellini afirmó que el nombre le sugería “un insecto que zumba, flotando, lanzándose, picando”.. Por su parte, el guionista Ennio Flaiano aseguró que el término lo tomaron de un libro de viajes del escritor inglés George Gissing por el sur de Italia: abrieron el libro al azar, vieron el nombre del dueño de un restaurante, Coriolano Paparazzo, y decidieron usarlo para el fotógrafo.

Federico Fellini junto a Marcello Mastroianni en "La Dolce Vita"
Federico Fellini junto a Marcello Mastroianni en "La Dolce Vita"

La historia previa

En abril de 1953 en una playa cerca de Roma, apareció el cuerpo sin vida de una chica llamada Wilma Montesi, que provenía de los suburbios de la capital. El cuerpo presentaba contusiones. Todo apuntaba a un crimen, aunque su familia insistió en que se trataba de un accidente. ¿Qué estaba ocurriendo? Un periodista investigó el caso y sacó a la luz la cara más comprometida de la alta sociedad romana: orgías, drogas, auténticas bacanales nocturnas de gente “bien”. La investigación apuntó a dos sospechosos que luego fueron procesados, y uno de ellos era el hijo del viceprimer ministro italiano. Al final, nada se pudo demostrar contra los acusados y el crimen nunca se resolvió, pero la imagen de bonanza económica y de integridad de la alta sociedad romana quedó irremediablemente comprometida. Ese universo es el que decidió retratar Fellini.

"La Dolce Vita"

En libro de memorias Mi ricordo… (traducido al español como Sí, ya me acuerdo… dictado por Mastroianni a la periodista Anna Maria Taló), el protagonista evoca con humor su primer encuentro con Fellini, ocurrido en la playa de Fregene, donde el director tenía una casa. “Naturalmente, yo estaba muy entusiasmado. Y Fellini, con aquel aire de encantador de serpientes y esa vocecita que sonaba como una flauta mágica, exclamó de inmediato: ´¡Ooooh, mi querido Marcellino! (Siempre utilizaba diminutivos, en mi opinión porqué le servían también para mantenerse “cool”). Querido Marcellino, me alegro mucho de verte. Tengo un proyecto para rodar una película; el productor es Dino De Laurentiis. De Laurentiis quisiera a Paul Newman para el papel de protagonista. Ahora bien, Paul Newman es un gran actor, una estrella, desde luego, pero es demasiado importante. A mí me sirve una cara cualquiera´. Yo no me sentí vejado en absoluto. - Muy bien, arreglado. La cara cualquiera soy yo. - ´Sí, porque el personaje es una especie de mariposón. No tiene que tener la personalidad de Paul Newman´”.

La filmación se inició el 16 de marzo de 1959 en el Estudio 14 de Cinecittà, luego de un largo y difícil proceso que incluyó cambiar de productor: tras una fuerte discusión con Dino De Laurentiis, que había adelantado cien mil dólares para la preproducción, pero que insistía en Paul Newman para el rol principal e hizo que tres críticos (incluido el también director Luigi Chiarini) evaluaran el guión, para concluir que el relato era débil. Fellini, envalentonado por el éxito que había obtenido con Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria, 1957) escuchó ofertas y firmó un contrato con el acaudalado productor Angelo Rizzoli, en octubre de 1958. A De Laurentiis le reembolsaron su dinero y acordaron que Fellini recibiría cincuenta mil dólares y un porcentaje de las ganancias de la película. Se concretó la participación de Anita Ekberg, a quién Fellini contactó en Londres, Anouk Aimée, Yvonne Furneaux y Lex Barker, mientras se desechó la participación de Luise Rainer, Silvana Mangano, Maurice Chevalier y Henry Fonda entre otros.

Figura clave en este momento fue Piero Gherardi en el diseño de vestuario y en la escenografía del filme, compuesta por dieciocho locaciones, incluyendo un club nocturno en las Termas de Caracalla, una escalinata en espiral que sube hasta la cúpula de la basílica de San Pedro y una reconstrucción en estudio de la Via Veneto, requerida cuando las multitudes curiosas hicieron imposible filmar ahí. Lo que aumentó tanto los costos de producción que Fellini se vio obligado a ceder parte de sus futuras ganancias. Nino Rota en la musicalización y Otello Martelli en la dirección de fotografía completaron su habitual y confiable equipo de trabajo.

“Nuestro cine no ha producido jamás nada comparable a esta película", escribió en 1960 el crítico Indro Montanelli
“Nuestro cine no ha producido jamás nada comparable a esta película", escribió en 1960 el crítico Indro Montanelli

Opiniones extremas

Un mes antes del estreno en pleno invierno europeo, Fellini invitó al crítico Indro Montanelli a su casa romana para enseñarle la película que acababa de hacer. Un par de días después, el periodista dejó su apasionado testimonio, la primera crítica del filme, en un texto memorable que publicó el diario Il Corriere della Sera. “Fellini no alcanza cotas menos altas de las que Goya tocó en la pintura”, escribió. “Nuestro cine no ha producido jamás nada comparable a esta película. No estamos aquí en el cinematógrafo. Estamos ante un gran fresco, ante algo excepcional, no porque represente más o mejor lo que se ha hecho hasta ahora en la pantalla, sino porque va netamente más allá, violando todas las reglas y convenciones”.

Y sigue. “Fellini, antes de ser cineasta, ha sido periodista. Y se sirve precisamente de un periodista para hilvanar los episodios del filme, describiéndolos a través de otros tantos sucesos de crónica que lo conducen a la exploración de la sociedad romana en todos sus estratos y barrios, desde el palacio del Príncipe hasta las cuevas intelectuales de Via Margutta, al apartamento de los nuevos ricos de Parioli, a los cafés de Via Veneto, a los tugurios de las paseantes de la periferia y los baldíos terrenos de los barrios del cinturón subproletario”. Más adelante se exalta. “¡Dios mío, qué tristeza, qué miseria, esos discursos, esas caras, esa falsedad! ¿Somos nosotros, esos tipos?”, se pregunta. "Sí, somos nosotros, Dios nos perdone. Ésas son las cosas que decimos (y que no pensamos) cuando estamos juntos. Ésas son nuestras mentiras. Ésas, nuestras vanidades”.

Del otro lado el obispo de Padua, Monseñor Girolamo Bartolomeo Bortignon, difundió un Aviso Sacro a sus feligreses. “Entre las señales, que no dudamos en definir trágicas, de la posesión materialista que cada vez más, en estos años, oscurece las conciencias de gran parte del pueblo de la Iglesia, nos es penoso constatar la aparición en los cines de esta ciudad de una película que exalta los peores instintos y las más descontroladas emociones de la Humana Naturaleza. Avisamos a nuestra grey que comete PECADO MORTAL cualquiera que asista a funciones públicas o privadas del filme La dolce vita, e invitamos a la comunidad de fieles a unirse a nosotros en el ruego por la salvación del alma de Federico Fellini, público pecador. Aquellos que sólo por motivos de estudio quieran ver el filme, deben obtener dispensa especial de su confesor”.

La actriz Anita Ekberg en la Fontana di Trevi en una escena de película de Fellini "La dolce vita"
La actriz Anita Ekberg en la Fontana di Trevi en una escena de película de Fellini "La dolce vita"

Una escena inmortal

En la confusión de una existencia vacua, el cronista percibe que es la oportunidad de conseguir una gran noticia, y así perseguirá a la bella dama por las fiestas nocturnas de la ciudad. En este punto conviene detenerse. La más célebre escena -en una película con varias de ellas- es la del baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. Son sólo tres minutos: la rubia con su vestido negro remangado hasta las rodillas y un generoso escote parece deleitarse entre los chorros de agua, ajena a la mirada fascinada de Mastroianni. De pronto, repara en él y lo invita “Marcello, come here!”. Él se mete en la fuente y acaricia el espacio que rodea el cuerpo de la mujer, sin atreverse a tocarla, incrédulo ante tanto esplendor.

Al respecto hay algunas interesantes historias para contar sobre cómo y cuándo se filmó. Nunca quedó claro si se rodó en enero (como contó Eckberg) o en marzo (como aseguró Fellini), lo que nadie discute es que hacía mucho frío. Eckberg va con un vestido de noche y Marcello viste de traje, y en un ejercicio de involuntaria afirmación de su identidad nacional, la sueca aguantó el frío mientras el actor italiano lo sufrió. Las crónicas del rodaje detallan que tembló como un pollito y que ni tan siquiera una segunda capa de ropa debajo del traje le sirvió para superar el mal trance. Al final, como ocurre tan a menudo, la solución pasó por el bar: según se cuenta, Mastroianni se tomó una botella entera de vodka y el frío desapareció. Eso sí, en la escena vista una y mil veces el rostro del galán muestra algo más que fascinación. Mastroianni estaba muy borracho.

Y por si el frío no era suficiente problema, el agua de la Fontana di Trevi pasaba de muy sucia. El director no estaba nada contento con el detalle, consciente de hasta qué punto afectaba a su escena el mal estado del líquido. Por suerte para todos, un ejecutivo de Scandinavian Airlines System visitó el rodaje y ofreció al equipo de producción el suministro de un colorante verde del que utilizaban para realizar marcas en el mar en casos de aterrizaje de emergencia. Fellini lo aplicó en el agua de la Fontana y bingo: la suciedad ni se ve, aún en blanco y negro.

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