Esta “era dorada” de las series mantiene su vigencia en base a la sobreproducción, abundancia de plataformas de pago (y sus consecuentes “espejos” gratuitos, fáciles de ubicar en la web, a un clic de distancia) y una nueva mirada de la industria audiovisual de entretenimiento, que dispone cada vez de mayores presupuestos para cada vez mayores estrellas como protagonistas y, como consecuencia natural de mercado, grandes campañas de marketing que generan -cimiento del capitalismo- el deseo de ver “la nueva serie de…”. Tema cotidiano de conversación en reuniones sociales, el trabajo, la facultad o la tribuna de un estadio deportivo, las series ocupan parte importante en las vidas cotidiana de millones de seres humanos.
En este contexto, el 2019 de las series se puede recordar, repasar y por qué no, todavía recomendar, como el de cinco estrenos originales que dejaron su huella y que -así funciona esto- están ahí, disponibles para su visión en cualquier momento de un día, según se prefiera, e incluso según el dispositivo a mano. Nadie podría sorprenderse si le cuentan que cinco o seis temporadas de determinado título se pueden consumir cada mañana y cada tarde, de ida y vuelta al trabajo, a través de un teléfono, por ejemplo. Cosas que pasan, aquí y ahora.
A continuación, cinco de las mejores series que tuvieron su estreno este año y que prometen continuar sus respectivas sagas. Eso que ha dado en llamarse “temporadas”. En todos los casos, estos títulos tuvieron su primera temporada este año y lidiaron con distintas temáticas. Amor, tristeza, absurdo, tecnología, horror, xenofobia y todo lo que puede caber en un nuevo-viejo formato narrativo que a su vez, a caballo de una formidable e imparable revolución tecnológica, marca una época para novedosas formas de consumo cultural.
After life (Netflix)
Y un día Ricky Gervais decidió poner su humor mala-onda al servicio de la ternura y la melancolía. Es decir, pasó a convertirse en un misántropo simpático. En la serie de ocho capítulos de media hora que él creó y protagoniza, es un periodista de un pobre periódico pueblerino: tras la muerte de su esposa, entra en una depresión que lo lleva a evaluar el suicidio como una opción y, entre otras cosas, a manejarse por la vida con una honestidad verbal que sobrepasa lo grosero. Así y todo, este drama disfrazado de comedia o comedia bajo los efectos del drama, se convirtió en uno de los sucesos del año porque trata el dolor de un pérdida y el duelo que sobreviene, desde un punto de vista gracioso y emotivo.
Otro de los encantos de la serie es que además, consigue plasmar una sensación de intrascendencia (“el show sobre nada” que patentó Seinfeld en los 90) para crear un universo melancólico que funciona a ritmo lento, por momentos triste y desolador, pero que anexa sus pequeños momentos luminosos y que la vuelven con todo eso, reconfortante. En este panorama, los personajes secundarios -satélites del bajón del protagonista-, sus interacciones y dinámicas funcionan a la perfección. Hay, por citar algunos de ellos, un psicólogo excéntrico, una pasante periodista cargada de inocencia, un drogadicto querible, una prostituta, un cartero, una encargada de publicidad del diario soñadora, un fotógrafo bonachón. Y dos señoras clave en la historia: la viuda que visita el mismo cementerio, y, claro, la enfermera del geriátrico. A todos ellos aprendimos a quererlos, tanto como al personaje del amargo de Ricky.
Modern love (Amazon Prime)
Una columna semanal del diario The New York Times, nutrida de ensayos personales sobre amor, pérdida y redención, resultó el punto de partida para esta coproducción de la plataforma Amazon Prime y el prestigioso diario estadounidense. En forma de ocho episodios unitarios de media hora, estas historias que giran en torno al concepto del amor y las relaciones, sentimientos, traiciones y revelaciones que se generan, son llevadas al formato en boga con un elenco poblado de estrellas de cine como Anne Hathaway, Dev Patel, Tina Fey, Andy García, Catherine Keener y John Slattery, entre otros.
Así se suceden relatos sobre relaciones sentimentales en tiempos modernos, desde un punto de vista sincero y desprejuiciado. Relaciones surgidas de redes sociales, romances en la tercera edad, el estrés de la adopción y terapias de pareja que, por una vez, funcionan, ocurren en la deslumbrante Nueva York de la clase media-alta que la habita. Caminan, discuten, se ríen o se sientan a comer en esos sitios únicos del Upper East y West Side, se echan en el pastito del Central Park o viajan en el multitudinario subterráneo. Allí los personajes viven sus agridulces historias de amor en un tono felizmente natural y nada impostado. Al fin y al cabo, el mérito es haber traducido en un pequeñas obras de media hora esas historias de gente común y corriente, universales desde todo punto de vista.
Years and years (HBO)
Esta coproducción de la BBC y HBO se estrenó antes de que Boris Johnson asumiera el poder en el Reino Unido. Antes de que en Hong Kong, Ecuador, El Líbano y Chile surgieran multitudinarias y, casi siempre, violentas protestas anti-sistema. Una forma de comprobar que la ciencia ficción -el género dentro del cuál cabría encuadrar estos seis capítulos- bien puede presumir de ubicarse un paso adelante de la “realidad”. Distopía disfrazada de comedia dramática familiar, ubica el relato en un futuro no muy lejano -lo cual potencia su impacto, al ver todo esto tan cerca- y se centra en las historias de cuatro hermanos, sus parejas e hijos, con una abuela muchas veces ubicada en el plano de conciencia. “Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula el mundo" escribió Spinetta en 1974, mucho antes de la serie.
La mención a los gobernantes de turno en Estados Unidos y Gran Bretaña no es casual porque como trasfondo de la historia familiar se asiste al imparable ascenso de una tal Vivienne Rook, dirigente política británica de extrema derecha que con su partido “Cuatro estrellas” sintoniza con el clima social de agobio, tensión racial y revolución tecnológica para, finalmente, llegar al poder. Y poner en marcha todo aquello que fue prometiendo, que no dista mucho de lo que puede verse a diario en cualquier noticiero de televisión cuando aparecen discursos de los mencionados, de Matteo Salvini (Italia) o Jair Bolsonaro (Brasil). Tal vez consecuencia del efecto Black Mirror, la serie apunta en varias direcciones al mismo tiempo: de los conflictos raciales a la persecución al diferente, de los dramas de un no-tan-desconocido “corralito” a los adelantos tecnológicos que permiten ciertos novedosos implantes subcutáneos. Como pregunta soplando en el viento queda: ¿éste es el futuro que nos espera, en los próximos 5, 10 años?
Chernobyl (HBO)
Debieron pasar 33 años del accidente nuclear de Chernobyl ocurrido en la entonces Unión Soviética para que una serie impactara de lleno en las conciencias de millones de personas, muchos de los cuales ni siquiera vivían ese 26 de abril de 1986. La gran serie de HBO del año (al margen de la saga Game of Thrones, para no herir susceptibilidades) que en realidad ingresa en la categorización de “miniserie”, fue la responsable de semejante conmoción. Una coproducción de la cadena estadounidense con el canal Sky británico dio a luz un fenómeno cultural pocas veces visto en esta era dorada. De cómo un producto de entretenimiento masivo despierta conciencia, genera turismo -así lo fue, aunque parezca increíble- y reactiva el interés por un tiempo y un lugar que parecían olvidados, al menos para buena parte de la ciudadanía occidental.
Basada libremente en el libro Voces de Chernóbil, de la escritora bielorrusa premiada con el Nobel en 2015 Svetlana Aleksievich, la miniserie protagonizada por Jared Harris, Stellan Skarsgård y Emily Watson recrea -en un constante ida y vuelta en el tiempo- los momentos previos, el estallido y luego las consecuencias políticas y sanitarias que trajo consigo el recalentamiento y explosión de la central nuclear ubicada en el norte de Ucrania. Un desastre ambiental que de, alguna manera, también aceleró la decadencia del mundo socialista concebido luego de la revolución de 1917. De todo eso se nutre la trama narrativa de esta magnífica recreación de época que -aunque hablada en inglés y no en el ruso original y deseado, detalle bastante comentado en el ágora moderna de las redes sociales- invita a adentrarse en el infierno social y emocional que vivieron científicos, políticos, militares y trabajadores. Todo vivido (y transmitido, he ahí uno de sus grandes méritos) en un clima de tensión que coquetea incluso con el género del terror psicológico. El silencio penetrante que acompaña cada escena potencia un efecto de claustrofobia que le sienta bien al relato.
Russian doll (Netflix)
Comedia autoral de tono absurdo y por momentos surrealista, responsabilidad de su protagonista Natasha Lyonnes -surgida a la popularidad por su papel en Orange is the new black- acompañada en la escritura de guiones por la muy graciosa Amy Poehler (que, desafortunadamente, no aparece en pantalla) y Leslye Headland, que figura también como directora de 4 de los 8 episodios. Juntas, plasmaron una serie muy personal, rara, divertida y también dramática. Y lo mejor de todo es que lo combina con naturalidad.
Lyonne es Nadia, una mujer que se encuentra en la fiesta de cumpleaños que le organizó su mejor amiga. A punto de cumplir 40, vive su vida de soltera y mujer independiente no sin sobresaltos: no tiene pareja estable ni parece capaz de sostener algo así, consume drogas como caramelos y no tiene filtro para hablar cómo se le cante con quien se cruce en su camino. Pero… fallece al salir de esa fiesta. Y después de morir, despierta otra vez ¡en la misma fiesta! Y vuelve a morir. Una y otra vez. A lo largo de los ocho capítulos se van refinando cada vez más las situaciones de muerte. Un detalle de humor negro que la ubica entre lo mejor de ese subgénero fantástico llamado “de bucles temporales”. Entre muerte y muerte, el ingenioso relato sirve para que sus autoras se dediquen paciente y lentamente a destilar todo su veneno contra la vida adulta en una gran ciudad. Representada en Nadia, toda una generación de modernos snobs, BoBos del siglo XXI, se miran al espejo en una serie que juega el juego de los espejos y un permanente Déjà vu.
SIGA LEYENDO