“Estoy sola. No sé que es el amor. Lo que me ha sucedido. El catre, la amenaza, el ataque nada tienen que ver con lo que leí en los libros”, escribió la consagrada autora mexicana Elena Poniatowska, ganadora del prestigioso Premio Cervantes en el año 2013, en su último libro El Amante Polaco.
Así, una dura anécdota personal que, por mucho tiempo, habitó el cruel limbo del secretismo se reveló al público a través de una obra literaria, y aunque los límites de la ficción y la realidad que implican la escritura de la obra despertó sospechas, fue la propia Poniatowska quien se encargó de ratificar las sospechas.
La autora nacida en Francia, pero que vive en México desde su adolescencia, reveló en el periódico Excélsior que el protagonista de la supuesta violación fue su maestro, el también escritor Juan José Arreola, quien además la dejó embarazada en el ataque.
“Ya se sabía, muchos lo saben. Pero no hay que decirlo, para qué, además, ya pasaron tantos años”, comentó y agregó que le dio a leer el libro a Emmanuel, el hijo que fue el fruto de la violación, a quien “le pareció bien que lo publicara”.
Todo ocurrió en 1955, cuando ella tenía 23 años y él, ya un reconocido y premiado autor, 37. En el libro, se relata las visitas semanales a Arreola en su departamento y como aquellos encuentros, plenos de admiración y deseos de aprender, se convirtieron en una pesadilla que finalizó en una violación y un embarazo del que nació su primogénito, apodado Mane.
También se explica como el autor de Confabulario intentaba de convencerla de realizarse un aborto y que por esta razón decidió dar a luz en Italia. Su hijo lleva el apellido del astrónomo Guillermo Haro, con quien la escritora contraería nupcias años después.
En ese sentido, Poniatowska sostuvo que tras el nacimiento de Mane nunca más volvió a ver a Arreola, quien además jamás visitó al niño en vida como tampoco se interesó por él ni sentimental ni económicamente.
Esta no es la primera denuncia literaria por abuso contra Arreola. En 1976, la mexicana Tita Valencia publicó Minotauromaquia, que le valió el Premio Xavier Villaurrutia -el más importante de México- y en el que describió una relación tormentosa, con violencia sobre todo verbal, que la llevó a estar en un hospital y que muy probablemente alcanzó a otras: “Eran jóvenes igual que yo, aspirantes a escritoras”.
La familia del maestro Juan José Arreola no tardó en dar a conocer su versión de los hechos para salvaguardar la reputación de padre y abuelo y pidió que ambas autoras pidan disculpas públicas.
“En ambos casos — no entendemos el porqué— el tiempo parece haber afectado a la memoria (nos rehusamos a creer que se trate de vender libros). De cualquier manera, es una lástima que el querido Juan José no esté aquí para desahogar su derecho de audiencia”, dice el comunicado familiar.
En ese sentido, Orso Arreola, hijo del escritor, reveló una serie de cartas entre su padre y Poniatowska que, a su criterio, demostraría que entre ellos había una relación consensuada y que muestra el interés de Arreola por conocer a su hijo en Europa.
“Los sentimientos en general no se saben volver a encontrar y a lo mejor los dos seremos totalmente nuevos el uno frente al otro sin encontrar nada, sin recobrar el hilo perdido. ¡Tú, un nuevo Juan José, y yo también cambiada! ¡Y te imaginas la angustia y la miseria! Mejor así. No es que quiera yo tener el papel más noble, pero veo lo más práctico. Yo de ti nunca hablaré una palabra con nadie, ¡ni después del bebé!”, escribió Poniatowska en 1956.
A través de otra misiva expuesta, esta vez de Tita Valencia en 1966, Arreola hijo sostuvo que demostraría que la relación de los autores distaba de lo denunciado: “Sabes, me doy cuenta de que no hay correspondencia posible entre nosotros, que mientras tú te la pasas tan mal, angustiado, con mil problemas reales, inmediatos, graves, yo te escribo idioteces de pájaros y música”.
Tras la exposición de caso y las cartas, Poniatowska realizó un derecho a réplica que Infobae Cultura transcribe a continuación:
“Son las 4:37 de la tarde del domingo 8 de diciembre de 2019 y leo estupefacta la carta de la familia del escritor Juan José Arreola. Jamás, en 64 años, he hecho declaración alguna acerca de Arreola y su entorno. En mi novela El amante polaco que Planeta lanzó en la Feria del Libro de Guadalajara, el miércoles 4 de diciembre, solo hablo de “El maestro”.
Mi hijo nació en un convento de monjas en Monte Mario, Roma, el 7 de julio de 1955. Cuando conocí a Arreola en 1954 (nací en 1932 y cumpliré 88 años el 19 de mayo del 2020), era una jovencita totalmente dispuesta al deslumbramiento.
En esa época, las niñas que se educaban en colegio de monjas salían del convento igual que entraban, más niñas que nunca, páginas en blanco, sin ninguna preparación para la vida. Arreola era un adulto, un hombre casado, con tres hijos, 20 años mayor que yo.
Mi relación no fue una de las ‘relaciones sentimentales’ del ‘padre y abuelo Arreola’ sino un suceso fundamental en mi vida que habría de cambiar no sólo mi destino sino el de mi hijo; fue la relación de un adulto casado que sabía lo que hacía con una joven inexperta e ingenua en todos los sentidos.
Aunque la familia de Arreola habla de respeto, la respetuosa fui yo, la que nunca pidió nada fui yo, la que no volvió a verlo nunca fui yo, la que guardó silencio fui yo.
Arreola jamás vio a mi hijo, jamás lo conoció, jamás lo mantuvo. Pudo enviarle un libro, jamás lo hizo. En cambio, si mi hijo hubiera manifestado el deseo de conocerlo, por respeto, habría cumplido su voluntad. Ya adulto, Mane jamás buscó verlo. Los verdaderos padres de mi hijo, doctor Emmanuel Haro Poniatowski, son su abuelo Juan. E. Poniatowski y el astrofísico Guillermo Haro.
Por lo visto, el ‘querido padre y abuelo’ de los Arreola quien siempre se ufanó de sus conquistas, también lo hizo frente a su familia, puesto que ahora las festejan. Como consta en la carta a máquina (escrita desde Roma, Italia, en 1955, y reproducida por REFORMA el domingo 8 de diciembre de 2019), me preocupé por sus hijas, a diferencia suya que jamás lo hizo por mí o por mi hijo.
El silencio y el respeto del que habla la familia Arreola han sido de mi familia y míos durante 64 años. ¿En qué se basa el silencio y el respeto de la familia Arreola, si ahora trae a la luz un asunto del que nunca hablé?
Supe desde un principio que Arreola jamás viajaría a Italia puesto que no podía cruzar una calle en la Ciudad de México. Mi carta de 1955, por lo tanto, es la de una incauta que intenta protegerlo. Cuando uno es joven, protege o camina al borde del abismo. ¿Alguna vez fue Arreola responsable de sí mismo? Su talento y su inteligencia lo enseñaron a usar a los demás.
Arreola nunca fue capaz de poner en orden su vida y eso lo sabe su familia. Sólo pudo “echar a perder quien sabe qué de muy bello que tenía”, como lo escribo en la carta de 1955, que reproduce REFORMA.
Es desafortunado el caso de Tita Valencia que destapa una situación distinta a la mía, aunque tenga en común al mismo personaje.
Mi vida no se reduce a la frase final del capítulo 20 del El amante polaco, página 333 (la única vez en que expongo la acción de “el maestro”), y nada tiene que ver con “una injusta narrativa de falsedades imposible de soslayar”. A lo largo de 405 páginas jamás aparece el nombre del “querido padre y abuelo”.
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