Las películas de Noah Baumbach no se caracterizan por ser livianas. Desde sus primeros largometrajes el director estadounidense se ocupó de escarbar en un tema incómodo que genera el mismo miedo que mirar una película de terror: desconocer a la persona que uno más ama. Despertar una mañana y descubrir que convivimos con un extraño. Un individuo que día a día se convertirá en un monstruo. Puede ser una pareja, pero también una amiga, un hermano o un padre. El cine de Baumbach habla una y otra vez, en distintos escenarios, de separaciones.
Historia de un matrimonio, estrenada el 6 de diciembre exclusivamente en la plataforma de Netflix, repite esa preocupación del cineasta que inició su carrera a mediados de los años 90. Desde niños nos transmiten que lo más importante es el amor. Pero nadie nos enseña a dejar de querer a tiempo. El amor nos salva, pero el desamor también. No existe escuela donde estudiar cómo desarmar un vínculo sin ocasionar demasiados daños internos. Baumbach construye ese espacio que a veces necesitamos para no sentirnos tan perdidos frente a la incertidumbre de un rompimiento.
Su undécimo largometraje de ficción retrata a un matrimonio joven que, luego de estar juntos por diez años, decide divorciarse. “Lo que me encanta de Nicole: hace que uno se sienta cómodo hasta con cosas incómodas”, dice la voz en off de Charlie (Adam Driver) en los primeros segundos de la película. La lista del personaje es infinita. Un catálogo de detalles que justifican por qué un día, una década atrás, se enamoró de Nicole (Scarlett Johansson). Su valioso talento para abrir tarros gracias a sus brazos fuertes, el saber admitir cuando no leyó un libro o no vio una película, tener la habilidad de cortarle el pelo mientras se hace la comida, nunca escaparle al juego, hacer regalos extraordinarios y bailar tan pero tan bien que le provoca el deseo de saber bailar.
A Charlie lo conocemos a los pocos minutos a través de la voz de Nicole, quien describe a su marido como un hombre que no se mira mucho al espejo y posee la capacidad de planchar camisas y de zurcir medias. Te avisa si tienes comida en los dientes o en la cara sin hacerte sentir mal y debe estrangular el sándwich mientras lo devora, como si fuera la última vez que comiera. Y adora todo lo que debería odiar, como los berrinches y las visitas nocturnas del pequeño hijo de ocho años que tuvieron juntos. Ese idilio se hace trizas cuando descubrimos que esos elogios son un ejercicio que realizaron Nicole y Charlie a pedido del mediador en su separación. Solo nosotros conocemos el amor por el otro que guardan las hojas rayadas arrancadas de un cuaderno espiralado, aquellas que sostienen los dos personajes en el consultorio y que no llegan a leer en voz alta. Ninguno de los dos sabe qué escribió el otro.
A pesar de no haber sido testigos de esos diez años de convivencia, el espectador conoce un invaluable secreto: las razones que los mantuvieron unidos. Y se guardará ese pesado secreto durante toda la película. Es a partir de ese momento donde nos topamos con un hombre y una mujer que, aunque vivan aún bajo el mismo techo están a miles de kilómetros de distancia uno del otro. ¿Cuándo se termina un matrimonio? ¿En qué instante imperceptible se evapora el amor?
Historia de un matrimonio podría ser comparada con Kramer vs Kramer (Robert Benton, 1979), La guerra de los Roses (Danny DeVito, 1989), Nuestro amor (Rob Reiner, 1999), 5x2 (François Ozon, 2004), Escenas de la vida conyugal (Ingmar Bergman, 1974) o incluso con una película de divorcio del mismo Baumbach, Historias de familia (2005). Sin embargo, es mucho más cercana a una película de terror habitada por monstruos. Porque en una separación no es necesario que las cortinas flameen, o las puertas se cierren produciendo un estruendo por un viento repentino, para no dormir del miedo. ¿Qué se hace cuándo uno desconfía de su mayor aliado en la batalla? El cine de monstruos, a través de metáforas y prótesis faciales, tomó la responsabilidad de explicarlo desde hace más de cien años. Y Noah Baumbach lo sabe, por eso elige disfrazar a su protagonista, Charlie, en la noche de Halloween, de El Hombre Invisible. La desazón de no reconocer de repente a la persona que amabas hasta hace cinco minutos solo puede comprenderse a partir de criaturas que no existen en la vida real.
Vendarse el rostro
El hijo del matrimonio roto, Henry, por primera vez no pasará Halloween con su madre y padre juntos. Nicole y su hijo se mudaron a California donde reside su familia materna. Charlie sigue viviendo en Nueva York y visita seguido a Henry parando en un cuarto de hotel. Cuando por fin llega el 31 de octubre, Charlie busca entusiasmado a su hijo en su nueva y enorme casa en Los Ángeles. Pero Henry ya tiene planes: recoger dulces junto a su madre y sus primos. Nicole le propone a Charlie tener dos Halloween, porque la familia que se instaló en Pasadena y los espera para celebrar la fiesta no quiere verlo. Antes de viajar a California, Charlie le encargó a la vestuarista de su obra de teatro que le confeccione a su hijo un diminuto traje del Monstruo de Frankenstein, con enchufes y tornillos. Henry no quiere usar ese disfraz, pero Charlie no escucha a su hijo y le pide a Nicole que lo convenza de usarlo.
En esa segunda parte de la noche de Halloween, Charlie aguarda a su hijo vestido de El Hombre Invisible. Con una nariz postiza, el rostro cubierto de vendas y un par de anteojos de sol. Igual al personaje de la película dirigida por James Whale en 1933. Henry llega a su puerta acompañado por su mamá. No viste el traje del Monstruo de Frankenstein, está disfrazado de ninja blanco. Es el espejo invertido de su padre: los ninjas suelen ocultar su cuerpo al envolverlo en tela negra, para pasar desapercibidos en la oscuridad. Pero el niño elige estar visible para que su padre por fin pueda verlo, a él y a su deseo de quedarse a vivir en California, aunque deban estar lejos.
Charlie se siente imperceptible frente a los demás, por eso ese disfraz hecho de vendas le queda tan cómodo. Sufre porque sus deseos ahora tienen poco peso para su familia desarmada. Solo él quiere vivir en Nueva York, las necesidades de su ex esposa y su hijo no coinciden con las suyas. Charlie se ha vuelto invisible para las personas que más ama, pero él también dejó de verlos. Henry expresa una y otra vez cómo le gustan sus amigos de la nueva escuela, su hogar y las costumbres de Los Ángeles y Charlie está empeñado en explicarle por qué Nueva York es mejor, y persuadirlo de que en el fondo le gusta más. Antes de salir a buscar caramelos, una triste odisea donde volverán con la calabaza de plástico semivacía, Charlie se queda dormido viendo una película de terror: “El sol se pone para siempre. No habrá nunca otro amanecer. Necesito el consuelo de las sombras y de la oscuridad”, retumba en la pantalla. Así se siente él: un monstruo solitario al que nadie quiere acercarse
Invasión extraterrestre
Charlie faltó a una promesa que Nicole no le perdona: vivir un tiempo en California para que ella retome su carrera como actriz de televisión. Lejos de cumplirla, Charlie apostó todo a su profesión de dramaturgo y su obra de teatro donde Nicole actuó hasta que se separaron. Ella se casó con un hombre que no parece ser el que hoy tiene enfrente. En nada se parece a todos los elogios que escribió en ese texto al comienzo de la película. En Me casé con un monstruo del espacio exterior, dirigida en 1958 por Gene Fowler Jr., la mujer comienza a descubrir un comportamiento muy extraño en su marido. Lo que no sabe es que en su pequeño pueblo hubo una invasión extraterrestre que aterrizó a la Tierra para mimetizarse con hombres recién casados.
En Historia de un matrimonio también ocurre una invasión: alrededor de Charlie y Nicole revolotean personas que contaminarán sus personalidades calmas. El acuerdo de no involucrar abogados en la separación quedará deshecho cuando una compañera de trabajo de Nicole le sugiere que llame a la mejor abogada, Nora (Laura Dern). Una mujer avasallante que dará inicio a las hostilidades legales. A partir de la notificación de la abogada a Charlie todo cambiará: cada palabra que escribieron en esas hojas rayadas en un inicio serán aplastadas por estrategias salvajes para luchar por la tenencia de Henry. Los abogados de ambas partes sacarán lo peor de cada uno, y conseguirán que rocen el odio. El cuidado que tuvieron el uno con el otro huyó en una nave espacial.
El tiempo es ambiguo en la vida de las momias
¿Cómo se mide el tiempo en el proceso de una separación? Por momentos no sabemos bien cuántas semanas o meses transcurrieron entre una visita y otra de Charlie a California. ¿Hace cuántos días esta ex pareja dejó de desear compartir la misma cama? Para los protagonistas el tiempo se ha vuelto subjetivo, para el espectador también. Pero que una relación se termine no quiere decir que fue un fracaso como tantas veces se repite. Esos diez años de matrimonio, de risas y complicidad, puede ser más largo que sesenta años de una pareja que amanece todas las mañanas de mal humor.
¿Por qué un amor debe durar toda la vida? La persona que más amo en este mundo me dijo una vez que el momento exacto para separarte es cuando ya no podés mencionar una virtud de tu pareja. Charlie y Nicole están en esa etapa en la que solo pueden señalar las miserias del otro. Incluso hasta inventarlas para el juicio por la tenencia de Henry. En una de las escenas más conmovedoras de La momia (Karl Freund, 1932), la mujer que ama el monstruo interpretado por Boris Karloff le dice: “Te amé una vez, pero ahora tú perteneces a los muertos. Yo soy Anck-Su-Namun, pero también son otra persona. Quiero vivir, aún en este extraño mundo nuevo”. Imhotep resucitó luego de 3000 años solo para reencontrarse con ella. A pesar de que existe un misterioso amor, ellos ya no son los mismos. Sobre el rostro carcomido de la momia solo pesa la nostalgia de un pasado que no volverá. Algo similar le sucede a Charlie cuando no puede asimilar que la familia que fueron ya no existe, y que separados cambiarán los gustos, caprichos y costumbres.
Deformar la rutina
“¿Está más corto? Me gusta más largo”, le dice Charlie a Nicole cuando observa que su ex esposa modificó el aspecto de su cabello. Ella se ríe de lo absurdo que suena ese comentario hiriente y desubicado. Una crítica que esconde algo mucho más profundo: el matrimonio se rompió cuando Nicole decidió cambiar algunas cuestiones de su vida. Un deseo que Charlie jamás comprendió ni acompañó. Quien fue la actriz de su adorada obra ya no quiere serlo. Ahora anhela construir una carrera con nombre propio en televisión, y más adelante lanzarse a dirigir ella misma. El pelo no es un detalle menor en esta película: Nicole se encargó de cortarle el cabello a su marido y a su hijo mientras fueron una familia de tres. Desde que ya no viven juntos Charlie no se volvió a cortar el pelo. A pesar del manojo de enojos, Nicole se da cuenta de la desprolijidad que carga en su cabeza su ex marido. Raro en él, siendo tan prolijo. Entonces le ofrece cortárselo, porque las costumbres son lo más difícil de deshacer. Tal como sucede cuando Charlie apaga la luz de una casa que ya no le pertenece.
En La mosca, la versión dirigida por David Cronenberg en 1986, Verónica (Geena Davis) se enamora de Seth (Jeff Goldblum). Un científico nerd que poco a poco deja de parecerse al hombre que eligió por ser inofensivo. Con el correr de las noches, a Seth comienzan a salirle unos extraños pelos en sus brazos y espalda. Su cuerpo comienza a mutar de forma veloz. “Estás cambiando. Todo sobre ti está cambiando”, le dice con angustia Verónica a Seth. No solo cambia por fuera, también cambia de carácter. Más allá de que fue el Telepod y un fallido experimento el responsable de la transformación de ese personaje, todos tienen el derecho a cambiar. Pero el otro también tiene el derecho a no gustarle ese cambio.
Cuando Nicole abandona sus antiguos deseos Charlie se siente estafado por ella. Y ella se siente traicionada por él, quien debía acompañarla en su búsqueda. Ambos ven al otro como un monstruo impiadoso. El momento más desolador de La mosca es cuando Seth toma conciencia de que se ha transformado en un monstruo que puede hacer daño. Y a pesar de ya no conservar humanidad en su cuerpo, el amor que aún persiste en algún recoveco de su piel babosa lo lleva a decidir ir en busca de su propia muerte. Para salvar a su novia, Verónica. Y también para salvarse de su propia monstruosidad.
Stephen King decía que los monstruos son reales, y los fantasmas también, y viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan. En La mosca gana la humanidad y el amor, aunque ya no puedan estar juntos. En Historia de un matrimonio también. Y si en un punto esta película se distancia a 5000 kilómetros de otras películas de divorcio, justo lo que separa a Charlie de la nueva casa de Nicole y su hijo, es que Baumbach se anima a decirnos que en algunos casos los proyectos personales de las personas pueden valer más que una familia. Como les sucede a los personajes de Historia de un matrimonio, dos artistas que aman lo que hacen, y (no tan) en el fondo también aman que el otro invierta todo en aquello que más le gusta hacer. Es, en ese sentido, uno de los trabajos más valientes del director estadounidense. Quien, con delicadeza y una secuencia final que hará llorar hasta el corazón más rígido, nos transmite que el atreverse a elegir, con las consecuencias que eso traiga, no nos vuelva malas personas. “Superamos el amor como otras cosas y lo ponemos en un cajón, hasta que se muestra como un antiguo anticuario, como los trajes que llevaban los abuelos”, afirmó Emily Dickinson. El amor puede guardarse, como esos textos que escribieron sobre el otro al comienzo de la película, y también puede transformarse en otra cosa.
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