Académico, profesor en la Universidad de Goldsmiths del Reino Unido y activista en la Coalición por la Reforma de los Medios (Media Coalition Reform), Des Freedman observa la realidad mediática y política desde diversas aristas: la regulación de medios y los contextos políticos y económicos que la habilitan (o no), el activismo de la sociedad civil y, especialmente, el intrincado, discutido y repetido concepto de “el poder de los medios”. En su libro Las contradicciones del poder de los medios (The Contradictions of Media Power) justamente desarma y rearma ideas aceptadas en relación a los grandes magnates, las audiencias, las redes sociales y los medios tradicionales, y se posa en espacios en los que ese poder de los medios de comunicación es negociado o resistido de diversas maneras, en busca de una definición que contemple la complejidad del mundo.
Por eso, se corre de la visión optimista que indica que en las democracias liberales avanzadas el poder está distribuido y organizado de manera plural, pero también plantea variantes a la idea de que los medios dominantes controlan los recursos simbólicos para naturalizar ideas hegemónicas y manipular completamente a la población.
Freedman elige hablar de las contradicciones para describir un tipo de poder que -propio de la sociedad capitalista- es también inestable y no es inmune a los movimientos sociales y a las ideas que los desafían: “Hay un conflicto en el corazón de la sociedad entre dos bases de poder. La mayoría del tiempo los poderosos están al mando, pero aún existe el conflicto. Las contradicciones te permiten pensar en los modos en los que a través de la presión, de los movimientos de masas, protestas, insurrecciones y trabajo duro, también podemos desafiar las agendas que nos dan”.
El Reino Unido no es un país más en cuanto vínculo establecido entre los gobiernos y los medios de comunicación: cuna de la British Broadcasting Corporation, el primer y más conocido medio de comunicación público del mundo, fue a la vez un país muy fecundo para el desarrollo de los tabloides amarillistas y para regulaciones que pedían “imparcialidad” a canales de televisión y radios. Pero nada de todo esto reposa parsimonioso en el cajón de las joyas de la abuela -o de la Reina- sino que siguen conformando terrenos de confrontación constante y sonante en el espacio público. Y Freedman ha tenido una importante participación en todos esos debates: desde el hackeo a teléfonos a famosos y a víctimas de homicidios por parte del tabloide News of The World para obtener primicias -cosa que derivó en una extensa investigación y reporte encabezados por Lord Leveson y en unos cuantos periodistas y ejecutivos presos-, hasta la reciente denuncia del Príncipe Harry y su esposa Meghan Markle a distintos diarios por presunto hackeo de sus teléfonos y por la publicación de una carta privada. Desde la flamante promesa del candidato laborista Jeremy Corbyn de nacionalizar una parte de las telecomunicaciones y brindar banda ancha gratis, hasta la última renovación del estatuto de la BBC en 2016, que disparó, una vez más, apoyos entusiastas y críticas despiadadas, tanto por quienes se enojan ante su inclinación liberal, como por los que le observan su falta de independencia del poder o su fanatismo por un equilibrio que sus detractores juzgan mal entendido.
De visita en Buenos Aires, adonde vino a realizar diversas actividades académicas invitado por la maestría de Industrias Culturales de la Universidad de Quilmes con el apoyo del British Council, brindó una conferencia sobre “Medios, poder y desorden neoliberal” y dialogó con Infobae Cultura sobre viejos y nuevos escándalos y sobre la necesidad de que la BBC sea reformada estructuralmente.
-Entre el Informe Leveson y todo lo que tiene que ver con la BBC, pareciera que en el Reino Unido hay más espacio que en otros países en el debate público para los medios de comunicación…
-Me gustaría estar de acuerdo, pero no. Creo que la discusión alrededor del Reporte Leveson fue un momento excepcional. Fue muy inusual porque los medios no hablan de los medios más que en términos de transacciones comerciales. Los medios como tema están confinados a las páginas financieras, así es cómo se discute. Todo lo demás sobre agendas, las preguntas sobre manipulación, propaganda o trabajo en redacciones es visto como demasiado técnico o aburrido y hay mucha resistencia a eso. Me encantaría que los medios también reportearan sobre sí mismos pero es inusual. En Estados Unidos, por ejemplo, creo que después de Trump, una de las reacciones desde este tipo de medios liberales fue decir ‘es nuestra culpa: fallamos a nuestros lectores por dos cosas. Una, por haber estado tan absorbidos por el espectáculo de Trump y haberle dado este espacio de difusión. La segunda, por no haber tomado seriamente el enojo que había, parte del cual fue expresado en el mar de votos de Trump’. Creo que hubo una discusión real sobre periodismo que no es solamente la agonía de los medios liberales como el Washington Post o el New York Times...
-¿Cambió algo en la sociedad después de esa discusión tan larga y profunda sobre la ética y las prácticas de la prensa en el Reino Unido que fue el Informe Leveson?
-En donde estamos ahora es que la autorregulación de la prensa ha fallado y que la autorregulación va a continuar. Esa es la paradoja británica. Es extraño, dado el nivel del debate que hubo, que no se haya concretado el espacio para la reforma. Y la principal razón por la que no se ha concretado fue por el poder de los medios. Lo mismo que inició el debate -que fue el abuso de poder de los medios- fue lo que al final aplastó el potencial real de un cambio significativo. Ahora hay dos reguladores diferentes, uno dispuesto durante el proceso Leveson que está acreditado, y el otro bajo la vieja forma de la autorregulación donde está la vasta mayoría de la prensa escrita. Sin embargo, el proceso mismo significó aire fresco para mucha gente. Pero muchos otros dentro de la industria del periodismo sólo pensaron que era un interrogatorio policial, una pérdida de tiempo y dinero que nunca iba a llevar a ningún lado. Así que todavía hay miradas muy diferentes sobre esto.
Lo que queríamos era ver en el legado del Reporte Leveson una reforma radical del comportamiento de la prensa y de la regulación de la prensa. Queríamos ver una forma de regulación mucho más responsable, pero también queríamos ver al periodismo liberado de la necesidad de comportarse de manera criminal metiéndose en los teléfonos de la gente e invadiendo su privacidad. Queríamos ver al periodismo como algo que se trata de investigar genuinamente al poder, dándole sentido a lo que sucede en la vida pública. Tristemente, no creo que eso se haya reflejado en lo que vemos ahora, pero la historia no está terminada.
-En las últimas semanas, el que agitó el tema es el Príncipe Harry y su esposa Meghan Markle que demandaron a distintos tabloides británicos. ¿Puede esto cambiar las cosas?
-Quién hubiera previsto que la discusión podía volver de este modo. The Mail está diciendo que algunos elementos de la familia real se han extralimitado y que lo que están haciendo no es solamente atacar un mal comportamiento sino a “la libertad de prensa”. Y ninguno de los lados se está retirando. Va a ser una pelea muy interesante e imposible de predecir. Pero creo que nos recuerda que Meghan Markle, sin importar que ahora sea miembro de la familia real, es vista todavía como una “mujer negra arrogante”, incluso en 2019. Todavía la tratan diferente que a otros miembros de la familia real. Quizás es muy diferente. No tengo ni idea. Pero creo que todavía podés ver los mismos encuadres que usan para una mujer que no “encaja”. Y no es sorprendente que haya enojo respecto de esto. Lo que sorprende es que miembros de la familia real estén dispuestos a embarcarse en este tipo de pelea.
-¿Estos ejemplos muestran que los tabloides mantienen su vigor, a pesar de la crisis del modelo de negocios?
-Depende de lo que entendamos por tabloides. Si lo ves solo en términos de diario físico, con tinta roja arriba, sí, están en crisis. Si lo ves como una forma particular de presentar la información a las audiencias masivas, entonces tienen una gran historia y, me imagino, un gran futuro. No hay nada malo con el periodismo de tabloide. En el siglo diecinueve fue crucial para movilizar audiencias analfabetas o semianalfabetas a encontrarse con las pocas personas alfabetizadas y discutir los temas del día. Son una parte muy importante de la historia de la clase obrera británica. Incluso en la historia reciente tenés coberturas muy significativas de los tabloides, que llevaron temas de interés público a las audiencias masivas. Pero obviamente lo que vemos ahora es que los tabloides tienen una agenda sensacionalista. Actualmente encontrás esa expresión online con el periodismo guiado por el clickbait, donde cierta tabloidización encuentra su expresión. Twitter es casi la forma cultural de la tabloidización por excelencia.
-En un contexto de polarización en el que preocupa la desinformación, hay quienes señalan a la BBC -como medio público de referencia- como la salvación. ¿Por qué usted es crítico de esta idea y de la BBC?
-Cuando pasé cuatro meses en Estados Unidos, debido a la hiper comercialización del periodismo ahí y una especie de desesperación por un nuevo modelo de periodismo, mucha gente me decía: “Para ustedes está todo bien porque tienen un servicio público y una organización maravillosa como la BBC”. Y fui consciente de que la BBC es vista como la solución a los problemas del periodismo. Creo que hay una tendencia ciertamente afuera del Reino Unido, pero también adentro, a pasar por alto algunas fallas estructurales e institucionales de la BBC. Pienso que existe una falta de democracia en su gobierno. El sistema de nombramientos jerárquicos claramente no es democrático ni transparente; el directorio siempre ha tenido sobre sí voces comerciales, o ha tenido gente seleccionada por el gobierno de turno para asegurarse de controlar su orientación estratégica de un modo particular; la licencia (N de la R: el pago anual de los ciudadanos que sustenta a la BBC) es fijada por dos personas y no hay un debate sobre eso. Y cuando pensás en su periodismo, crecientemente está alienando a gente de diferentes lados de la brecha política sobre Brexit y sobre otros temas. Me parece que se puede pensar en la BBC como la voz de este particular consenso liberal que está fallando en comprender a la gente que está extremadamente enojada con el neoliberalismo y con sus vidas. En cierto punto el periodismo local de la BBC fue recortado y la redacción nacional no hace justicia a la complejidad de sus vidas.
Creo que la BBC siempre ha estado atrincherada con las élites británicas del poder. Es lo que fue dispuesto por el estado, ha sido escrutado por el estado, sus nombramientos están supervisados por el estado y sigue estando muy cerca de la operación del poder estatal. En un nivel, ¿por qué pensaríamos que es capaz de escapar de ese tipo de rol? Eso es muy diferente de la idea de que todo el servicio público de televisión es necesariamente corrupto y que es solo un mecanismo del gobierno. No. Creo que tenemos que liberar a la BBC de ese tipo de relación. Necesitamos tener un servicio público genuinamente independiente y robusto que rinda cuentas a sus públicos, no a una administración en particular, las burocracias estatales o élites particulares. Me refiero específicamente a las noticias y a los contenidos políticos.
-El último proceso de renovación del estatuto de la BBC, usted lideró una investigación sobre el futuro de la televisión servicio público: ¿cuáles son los principales desafíos de una institución como la BBC según su visión?
-Esta fue una investigación sobre el futuro de la televisión de servicio público en particular, y fue presidida por Lord Puttnam, un cineasta muy conocido. Invitamos a todo tipo de académicos y organizaciones de la sociedad civil a contribuir con sus visiones. Organizamos una serie de encuentros por todo el país sobre una variedad de temas -muy importante: que esto no sea algo solamente en Londres-: en Liverpool para hablar sobre temas de representación y clase, en la Universidad de Goldsmiths sobre diversidad; en Cardiff, Glasgow y en Irlanda del Norte para asegurarnos de que las otras naciones del Reino Unido estuvieran involucradas. Y elaboramos un informe que analiza el público que nuestro servicio público ha interpretado y trata de pensar en el servicio público que debería brindar en la era digital. Hablamos de democratizar la BBC, de reinventar el servicio público para el futuro en relación con las organizaciones sociales.
-Creo que este proceso, por ejemplo, ayudó a dar confianza a la creación de un nuevo canal para Escocia, BBC Scotland. Pero, en general, ese debate aún se mantiene sobre qué debe hacer en particular la BBC para reinventarse.
-Creo que última renovación de la Carta no aprovechó la oportunidad para incorporar una base más transparente. Y esa es la presión que estamos poniendo: tiene que haber una revolución democrática dentro de la BBC. La BBC está siendo eclipsada por Netflix y por organizaciones con bolsillos enormes. La BBC tiene que pensar en su relación con quienes pagan la licencia y no puede permitirse ser vista como distante. Y creo que, crecientemente, hay una inclinación: la gente más vieja le es más leal que los jóvenes, la gente blanca le es más leal que las minorías étnicas. Esto se tiene que resolver. Media Reform Coalition llama a una renovación democrática real de la BBC, por medio de reformas estructurales, no solamente en el nombramiento de directores sino, entre otras cosas, en términos de comisionamiento a diferentes regiones geográficas, de tener una voz de audiencias mucho más activa y cambiar la percepción de que la BBC es esta organización que se ejecuta en y en nombre de estos intereses en el centro de Londres.
-¿Cómo podría modificarse la BBC en términos de incluir más a las audiencias como agentes de decisión?
-No tengo las respuestas sentado acá, pero por qué es tan complicado si elegimos gente a un nivel local, alcaldes o parlamentarios. Si tenemos una participación democrática en esferas particulares de la política, ¿porque no debería suceder en la esfera cultural también? Por el momento, no hay una voz significativa ahí, así que tenemos que diseñar un modo de tener algún grado de procedimientos democráticos por los cuales las voces de la gente común puedan expresarse o bien en directorios locales o regionales o, por qué no, decir lo impensable: que el director general de la BBC debería ser votado. Entonces ¿por qué no tenemos un debate sobre eso? Quizás los miembros ejecutivos del directorio pueden ser seleccionados por el staff de la BBC y los no ejecutivos elegidos más ampliamente por los que pagan la licencia. Eso ayudaría, me parece, a renovar la relación entre la BBC y los contribuyentes. Pero el tema preocupante es que ni siquiera estamos teniendo la discusión.
-Por otro lado, la evidencia reciente muestra que los ciudadanos mantienen un nivel alto de confianza en la BBC...
-Es cierto que, frente a esta crisis de confianza en la autoridad, en la experiencia y en los medios de comunicación, existe un mayor nivel de confianza en la BBC. La pregunta es cómo asegurarse de que esa confianza no se disipe más y desaparezca. Entonces, la BBC parte de una buena posición: es vista como una institución realmente importante. Mi punto de partida es cómo asegurar eso y a la vez ayudar a hacer mejor su trabajo. Mi argumento es que la BBC en última instancia está arraigada en las estrategias del poder y no es lo suficientemente cercana a la gente.
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