Hace 100 años, Pierre-Auguste Renoir, el más luminoso de todos los impresionistas franceses, moría en una granja de Cagnes-sur-Mer. En sus últimos días, ya a sus 87 años, siquiera las deformaciones en las manos y los hombros le impidieron pintar. Llevó adelante una obra innovadora, pero con una fuerte raigambre en los clásicos -del renacentismo sobre todo-, donde la sensualidad, la belleza y la alegría se expresó a través de una luz vibrante de colores saturados y en la que las figura y el entorno se fusionan en ambiente de una intimidad conmovedora.
El impresionismo fue un movimiento esencial en el siglo XIX, con un lenguaje que buscaba en la naturaleza la expresión más fiel de la vida, alejados de la forma de alta definición, de los límites tradicionales, de la pintura como reflejo de la realidad.
Nació en Limoges, el 25 de febrero de 1841, pero a los tres años su familia se mudó a París. Si bien sus primeros estudios estuvieron relacionados a la música -lo consideraban un gran lector de partituras- abandonó la escuela para unirse al taller de los hermanos Lévy, donde comenzó a pintar sobre porcelana. Luego, pintó tapices para misioneros en el extranjero y decoraciones y hasta persianas que hacían las veces de vitrales.
Durante esos primeros años, en los que visitaba el Louvre no solo como curioso sino también como espacio de juego junto a sus amigos, conoció el óleo gracias Émile Laporte, un trabajador del taller de los Lévy, quien recomendó a su padres que siguiera una carrera relacionada a las artes.
Para 1862, ya estudiaba en el Bellas Artes y participaba del taller Charles Gleyre, donde conoció a otros grandes artistas con quienes forjó una relación de influencia y enriquecimiento mutuo, como Claude Monet, Frédéric Bazille y Alfred Sisley.
Sus primeras pinturas
Sus primeras pinturas están influenciadas por el colorismo de Eugène Delacroix, a quien admiraba, y la luminosidad de Camille Corot. Además, también trataba de imitar el maestro del realismo Gustave Courbet, el movimiento de Edgar Degas, y el uso del negro de Édouard Manet.
Un ejemplo notable de la influencia de Courbet en sus obras tempranas es Diana cazadora, de 1867, para la que posó la primera de sus musas (y amante), Lise Tréhot. El trabajo de corte mitológico naturalista revela un trabajo cuidado de la figura humana y se esboza esa inclinación que tuvo a lo largo de su vida por la representación sensual femenina. De aquellos años iniciáticos también se destacan El cabaret de la mère Anthony (1866), considerada su primera obra destacada, y Lise o Mujer con sombrilla (1867), la primera aceptada por el Salón y con críticas favorables en los círculos del momento.
En el binomio Diana-Lise puede notarse el salto que realiza con respecto al tratamiento de la luz en la naturaleza; mientras en la primera pareciera casi como si la figura hubiera sido colocada sobre el fondo, en la segunda ya se pronuncian los contrastes y la integración-fusión entre figura y entorno.
De Manet a Monet
Con respecto a Manet, llegó a conocerlo en el Café Guerbois, que se convirtió en un centro de reuniones. Manet, de notable influencia para los impresionistas, se había ganado cierta fama debido al impacto que su Almuerzo sobre la hierba había tenido durante su presentación en el Salón de los Rechazados, durante el primera Salón de París.
Sin embargo, sería el mítico bosque de Fontainebleau en Barbizon, a 60 km de París, donde esta nueva camada de artistas continuaría con la práctica pleinairista, al aire libre, que la generación anterior ya había adoptado como práctica. La búsqueda estaba relacionada no solo a pintar paisajes, que de eso ya había mucho, sino utilizar la luz del día para componer.
A través de la práctica de pintar la luz y el agua al aire libre, Renoir y Monet -que solían pintar el río Sena, cerca del puente de Chatou- descubrieron que las sombras poseen una tonalidad que surge como reflejo de los objetos que las rodean. Esto puede verse un las obras que realizaron en la zona de los islotes de La Grenouillère.
La guerra y la mudanza a Montmartre
Durante la guerra franco-prusiana de 1870, Renoir fue destinado a la caballería, pero pasó -antes de caer enfermo- más tiempo enseñando pintura a la hija de un capitán que en sus tareas militares. De aquella experiencia de monturas y jinetes se destaca Paseo a caballo en el bosque de Boulogne (1873).
La mudanza a Montmartre le generarían los años más felices, aseguran los biógrafos. Fueron 11 años en los que encontró en un jardincito descuidado cercano a su taller el espacio para seguir con el plenairismo, como puede apreciarse en El jardín de la calle Cortot en Montmartre; El toldo o El columpio. Las calles y edificios del XVIII distrito parisino también le concedieron motivos pictóricos como el restaurante del Moulin de la Galette, del que surgió Baile en el Moulin de la Galette, uno de sus cuadros icónicos. En Montmartre, comenzó a utilizar como modelo a Suzanne Valadon, quien posó para él en algunas de sus obras más reconocidas como Baile en Bougival o Las grandes bañistas.
La primera muestra impresionista
La histórica primera exhibición coral del movimiento se produjo en 1874 y participaron 29 artistas, que presentaron 165 obras. Estas muestras se realizaron hasta 1886 como respuesta a los constante rechazos por parte del Salón, que era controlado por la Academia de Bellas Artes francesa.
Renoir dijo presente con seis cuadros y un pastel: La bailarina, La parisina (o La dama de azul), que tenían a Henriette Henriot, actriz del Odeón como modelo, y El palco (o El proscenio), entre otras.
Otra obra clásica de este periodo es El almuerzo de los remeros, en la que presenta en una terraza a amigos y clientes habituales del restaurante Maison Fournaise sobre el río Sena. Además del pintor y mecenas, Gustave Caillebotte, sentado en primer plano a la derecha, se encuentran la actriz Angèle Legault, el periodista Adrien Maggiolo, aunque la figura más importante es la que se encuentra en el primer plano, a la izquierda, Aline Charigot, quien se convertiría en su esposa, jugando con un perrito.
Los viajes
Renoir comenzó a pintar en distintos escenarios, sin embargo a partir de 1881 comenzó una serie de viajes: Argelia, que deseaba conocer por las obras de Delacroix; España, para interiorizarse sobre Diego Velázquez; Italia, donde accedió a las piezas de Tiziano en Florencia y Rafael en Roma. Se destacan El campo de plátanos y La fiesta árabe.
De su periplo itálico se destaca el encuentro con el compositor Richard Wagner en su casa en Palermo, Sicilia, oportunidad que quedó inmortalizada en un retrato que le llevó treinta y cinco minutos. Por otro lado, en el mes veraniego de 1883 que residió en Guernsey, una de las Islas del Canal en el Canal de la Mancha, realizó 15 trabajos, que iban de las playas y los acantilados, a las bahías, bosques y montañas.
En su regreso a Francia, reflexiona sobre cómo el encuentro con los maestros renacentistas le generaron una profunda crisis estética, que producirían un gran cambio en su paleta y trazo, en un intento de regresar al clasicismo.
El periodo ingresco
Ambroise Vollard fue un marchante de pintura y galerista francés de mucha importancia en su vida, no solo por su trabajo para colocar sus pinturas, sino también porque se ofrecía como amigo y lo ayudaba a atravesar sus conflictos creativos. Luego de 1883, harto del impresionismo Renoir le confesó sentirse “en un callejón sin salida”, lo que lo llevó a destruir una serie de obras.
Entonces, el pintor francés romántico y realista Dominique Ingres, destacado dibujante, se acercó hasta su colega para darle consejo. Así comenzaría una década con un trazo más firme en cuanto a definición, más limpio. El ejemplo clásico de estos cambios es Los paraguas, realizado entre 1881 y 1885, donde se aprecia cómo en el sector derecho los trazos son suaves e impresionistas, mientras que a la izquierda se manifiesta la dureza precisa y sintetizada.
Su “despedida” impresionista se produciría unos años después, con En el jardín, donde abandona ese juego constante con la luz y las sombras, esa pincelada vibrante que parece en constante movimiento, y deja lugar a un estilo más estable.
El tiempo lo regresaría a sus inicios. Para los ‘90 volvió a la estética difuminada, disolviendo los contornos, aunque esta vez se centraría en los desnudos monumentales y las escenas domésticas, como Muchachas en el piano o Las grandes bañistas, la pintura más celebrada en su series de cuerpos desnudos.
Para 1892, su salud -que nunca fue buena- se complicó con una artritis reumatoide que fue incapacitándolo de a poco, aunque nunca se detuvo. Ya para 1907 se mudó al clima cálido de una granja en Cagnes-sur-Mer, cerca de la costa mediterránea, donde pasó sus últimos años.
Allí pintó incluso en silla de ruedas y soportando el dolor de las deformaciones progresivas en sus manos y una anquilosis de su hombro derecho. Estos problemas lo forzaron a adaptar su técnica buscando nuevos métodos, como sujetarse un cepillo a sus dedos ya casi paralizados o utilizar un lienzo en movimiento para facilitar pintar grandes obras.
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