La libertad del teatro, la supervivencia de las ratas y un brindis por la existencia: entrevista con la dramaturga Alexandra Badea

De visita en Argentina, la autora de “Extremófilo” y “Conexión Europa” conversó con Infobae Cultura. Nacida en la Rumania comunista, vivió la transición al capitalismo —o “capitalismo turbo”— y se mudó a Francia, donde hoy reside. En esta nota, un punteo sobre sus obsesiones: política, poder, empatía y la eterna pregunta por la libertad

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Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)
Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)

“Me sorprende la urgencia política de los artistas, su involucramiento y los lugares de resistencia que construyen”, dice la dramaturga Alexandra Badea en un francés fluido que traduce al español su intérprete. Estuvo en Brasil, en Chile, en México. Es su primera vez en Argentina. Hay sorpresa en sus palabras, casi fascinación.

“En América Latina hay una conciencia de los artistas, aunque no es sólo de los artistas, de los desafíos del mundo de hoy, y una necesidad de inventar núcleos de resistencia. No necesariamente manifestaciones como en Chile, donde todo está muy tenso, sino a pequeña escala. En México, por ejemplo, conocí a un grupo de actores hacen teatro itinerante y van con su colectivo a un montón de escuelas de la región donde exponen una obra que habla de los desaparecidos”.

Por su parte, Europa, de donde ella viene, no parece ser el paraíso que uno creería ver desde aquí. “En Francia hay muchos artistas que están comprometidos con la política, por supuesto, pero muchos otros no, y se arrogan un poco en un discurso más consensuado. Y uno a veces va al teatro y se pregunta: ¿cuál es la necesidad de esto hoy? Están como más cortados de la realidad que aquí”, comenta.

Estamos en un pequeño café sobre la calle Adolfo Bioy Casares, en el norte de Barrio Norte. Frente a nosotros, el ventanal da a la Plaza San Martín de Tours, donde algunos runners aprovechan el sol de la mañana para broncearse un poco mientras trotan. Es octubre: todavía no llegó este calor a Buenos Aires. Sobre la mesa, además del grabador prendido, un libro, el suyo.

Libros del Zorzal acaba de editar la colección Tintas Frescas donde, abocada a lo mejor del teatro contemporáneo francés, publicó un libro doble que incluye Extremófilo y Conexión Europa, dos obras de Badea. El primero está escrito en verso; el segundo, en prosa; en ambos predomina la segunda persona. Allí se aborda un mundo sobremediatizado e hipervigilado donde la política es un chiste. Un mundo como el nuestro.

Extremófilo & Conexión Europa, de Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)
Extremófilo & Conexión Europa, de Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)

Alexandra Badea nació en Rumania en 1980, cuando era una república socialista. Con la caída del Muro de Berlín en 1989, comenzó la transición. "Tenía 10 años cuando cambió el régimen, cuando fue el final de la dictadura. Luego entró lo que llamamos el capitalismo turbo: un salto al consumismo violento de tener más, de acumular más, no sólo de las grandes fortunas que se acumularon en ese momento sino al nivel de cada individuo. Eso creó tensiones y desfasajes bastante interesantes por su violencia”.

“Había algo relacionado con eso que me era difícil de vivir —continúa— y tenía ganas de hablar de eso, aunque no sabía cómo. En la escuela no necesariamente nos estimulaban a ser creativos, teníamos que ser más bien disciplinados, buenos soldados, repetir el pensamiento dominante, no salir del encuadre. Y cómo no me decían que tenía algún talento para desarrollar, me dije que tal vez podría ser el teatro ese medio para poder expresarme”.

Su familia, aclara, casi como quien quiere despegar de alguna etiqueta mal puesta, no tenía nada que ver con el arte. Sus padres son científicos, algo que influirá en su forma de pensar las historias que compone. Empezó a escribir "bastante tarde", confiesa. En rumano escribió poco y en ese idioma tiene una sola obra, el resto está publicado y pensado en francés. “El teatro fue una urgencia personal de entender lo que me pasaba”, agrega.

Estudió en la Academia de Teatro en Rumania y a partir de ahí, para continuar con sus estudios, se fue a Francia. Además, su padre tenía algunos proyectos de investigación allí. "El contacto con ese país fue, para mí, un contacto con el mundo, porque los primeros doce años de mi vida viví en un país que sólo hablaba un idioma y sólo veía rumanos, o quizás algunas minorías pero necesariamente tenían derecho de hablar en su idioma. Y de golpe, en Francia, veo gente que viene de todas partes, eso me nutrió un montón y me inspira y me da ganas de ahondar más”.

“Luego —continúa—, al hacer teatro me di cuenta que estando en París podía ver todas las películas y todos los espectáculos y todas las exposiciones de arte contemporáneo que existen en el mundo. Ver teatro argentino, cine brasileño, artistas de Burkina Faso. Un lugar que me demostraba que el contacto con todo tipo de gente era posible. Para mí es la gran riqueza de Francia. Y es complicado cuando oís algunos discursos políticos de derecha o extrema derecha que Francia no es un país multicultural, al contrario, es el país más multicultural de Europa, por lo menos."

Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)
Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)

—En ambas historias, Extremófilo y Conexión Europa, hay protagonistas con una desmedida ambición de poder, como dice Ahmat, “la enfermedad más extendida del mundo”. ¿Por qué alumbrar este tipo de personas?

—Porque conocí bastante gente así y es algo que me da mucho miedo. Cuando veo gente así, que son obsesivamente interesados por el poder, hombres y mujeres, no sé cómo posicionarme ante ellos: me da la sensación que me van a anular. Finalmente estos textos están influidos por los textos de un científico francés llamado Henri Laborit que estudió el comportamiento de las ratas y desarrolló un tratado filosófico a partir de esa investigación donde habla algo que a mí me interesó mucho: frente a una situación extrema o un peligro inminente, tenemos dos posibilidades: luchar o huir. Si estamos bloqueados y no podemos luchar o huir entramos en una inhibición de acción y una estructura biológica se autodestruye entonces nos enfrentamos y morimos. Creo que todas esas observaciones y esas ideas me influyeron mucho en la escritura. Quise entender más sobre eso. Entonces podemos decir que esos personajes están inhibidos en su acción.

—¿De dónde creés que proviene esa enfermedad de poder?

—Creo que forma parte de lo humano. En el comunismo que nosotros vivimos en Rumania fue degenerándose a causa de esa sed de poder, pero creo que el capitalismo democractizó esto. No sé, estoy haciendo especulaciones que no necesariamente tienen una base de investigación, pero tengo la impresión de que durante el comunismo no se sentía este deseo de poder y de dominación del otro, pero eso es también porque la gente tenía urgencias mucho más difíciles de resolver. Podemos identificar esa necesidad de someter al otro, de dominarlo, en muchas ocasiones, alrededor nuestro, y nosotros mismos entramos en ese juego. No sé de dónde esa enfermedad de poder, pero en cualquier caso el capitalismo la acelera.

Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)
Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)

“Es por culpa de gente como vos, que cierra los ojos y sigue caminando, que se repiten los mismos errores”, se lee en Extremófilo. También: “No sos vos el que habla. Abrís la boca y la política oficial te rebalsa”. Y también: “Querías cambiar el sistema desde adentro pero el poco a poco el sistema te cambió a vos”. En Conexión Europa, se lee: ”Podrías haber puesto tu inteligencia al servicio de causas más nobles, podrías haberte dedicado a la investigación, podrías haber escrito libros, podrías haber iluminado el mundo, pero nada de eso te habría dado todo ese poder”.

En ambos la libertad es un tema recurrente. En Alexandra Badea lo es. Ahora, en esta entrevista con Infobae Cultura dice: “Podemos decir que la gente libre es la que no está repertoriada, que no está clasificada, que no puede ser atrapada por las bases de datos, por el marketing, por los programas que influyen en tu voto, etcétera”. Y agrega: “No se puede cambiar el mundo. Lo creía cuando era preadolescente. Ahora no, o en todo caso no individualmente. Lo que podemos hacer es desplazar las miradas. Podemos, como artistas, complejizar los imaginarios y partir los clichés”.

“Mi arte es la escritura y allí uno puede meter en las historias personajes que nunca fueron representados o puede deconstruir clichés e imágenes prefabricadas. Creo también que podemos cambiarnos a nosotros mismos, y tenemos que hacerlo, antes de cambiar a los demás”, agrega con convicción mientras la traductora pasa al español cada frase, ni bien termina de pronunciarla, como un eco disidente.

(Foto: Adrián Escandar)
(Foto: Adrián Escandar)

—Hiciste cine, literatura, pero donde más te abocaste es en el teatro, ¿por qué? ¿Qué tiene el teatro que no posee otra disciplina?

—Al principio lo que sentí es que en el teatro tenía más libertad que en otros lados. Como no escribía bien no podía decir que era escritora. El cine me encanta, pero cuando elegí mi formación tenía la impresión que todas las descripciones técnicas del cine eran más limitantes. El teatro te da más libertad porque podés hacerlo en cualquier lado.

—¿Cómo estás viviendo Europa y ese proceso que suele llamarse derechización? ¿Sos optimista?

—Es difícil ser optimista cuando ves cómo un montón de países se repliegan sobre sí mismos y cómo las manifestaciones son cada vez más reprimidas. Han gestionado muy mal la recepción de refugiados en Europa, hubo muy poca empatía con ellos y mucha violencia. También hay una brecha que se abre cada vez más entre el porcentaje reducido de la población que tiene recursos para permitirse lo que quiere y el resto. Hay cada vez más gente que termina en situación de calle y no puede sobrevivir. Lamentablemente son premisas, o para una revolución o para un retorno a regímenes militarizados y violentos. Espero que no lleguemos a eso.

Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)
Alexandra Badea (Foto: Adrián Escandar)

—¿Por dónde creés que pasan hoy las luchas que permiten cuestionar nuestras democracias liberales y al sistema en sí? ¿Cuáles son esas resistencias?

—Doy un ejemplo. Hubo bastante gente en la frontera de Italia y de Francia que ayudó mucho a los refugiados para que cruzaran.Los ayudaron a hacer los trámites administrativos, los recibieron en sus casas, les propiciaron tratamientos, los acompañaron al médico, pese a las causas que se les pudieron abrir en su contra. Hay un militante que se llama Cedric Herrou que compareció varias veces por la justicia. Antes no era militante, era un agricultor. Para mí es uno de los héroes de hoy en Francia. Es alguien que vivía en la frontera y que empezó a ayudar a la gente porque no la podía dejar morirse al lado de él. Entonces pese a esos juicios en su contra sigue haciéndolo. Cuando el juez le preguntó, él dijo: “Yo voy a seguir haciéndolo, no puedo hacer otra cosa”. Se convirtió en una figura interesante y muy apoyada. Conozco a un montón de gente en mi entorno que recibió refugiados en su casas. Tengo un amigo que es traductor de alemán y director artístico en la compañía francesa que alojó en su casa a dos jóvenes menores en su departamento en el cuarto que tenía de huésped. Se quedaron años en su casa. Los ayudó a encontrar una forma, a aprender el idioma. Creo que hay gente que resisten. Aunque no sé si la palabra resistencia es la adecuada. Cuando estuve en Brasil, en un contexto así, estábamos tomando unas copas y charlando sobre cómo poder pasar obras políticas en determinadas salas. Y yo dije: ‘vamos a brindar por la resistencia’. Y una directora me dijo: ‘no es por la resistencia que brindamos, sino por la existencia’. Ella dijo: ‘yo no resisto, yo existo’. Y me pareció muy lindo y me emocionó. La resistencia nos conduce a cierta pretensión. Son gestos de normalidad ayudar a alguien o decir lo que pensás. Son gestos que todos deberíamos tener y tienen que ver con la existencia.

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