Rodrigo Fresán estuvo dos días en Buenos Aires. Con una agenda cargada de entrevistas y visitas a programas radiales, el autor argentino radicado en Barcelona hace veinte años vino a presenta la última parte de su tríptico o tríada llamada La parte contada. Con más de 2000 páginas en total, esta última novela, La parte recordada, compone junto con La parte inventada y La parte soñada una especie de tratado o filosofía de su escritura; las tres patas que conforman, según su propio decir, “los tres motores inescapables a la hora de escribir”.
En esta entrevista con Infobae Cultura, Fresán habló de sus obsesiones, de su estilo de escritura, la trama detrás del armado de esta tríada y dejó en claro cuáles son sus filias y fobias a la hora de leer y escribir.
-Qué alegría haber llegado a la tercera parte de este tríptico
-Sí, y qué alivio
-¿Alivio?
-Sí, porque siempre cuando estás metido en un baile de estos que han sido casi diez años y más de dos mil páginas te está como aleteando sobre la cabeza el albatros de la posibilidad de que no se termine o que no puedas terminarlo o que quede inconcluso o que pase algo.
-En una entrevista leí que hablabas de eso y hacías referencia a Bolaño y decías que habías dejado escrito el final de esta tercera parte un poco por las dudas antes de escribirlo.
-Sí, lo dejé escrito. Al principio de año tuve muchos viajes y a eso se sumó también la muerte de Claudio López de la Madrid, que es el editor histórico del libro. Entonces, cuando muere alguien muy cercano, la posibilidad de la muerte propia se intensifica y entonces escribí el final y lo dejé muy claramente establecido porque tenía terror de que la gente después inventara teorías posibles. Además el caso del final del libro a mí me parecía que era muy importante que fuera este el final y que no hubiera ninguna posibilidad de duda porque me parece que también no es el final obviamente esperable para el libro.
-Bueno, empecemos por ahí, empecemos por el final. Los que te venimos leyendo en esta tríada nos encontramos con un final bastante inesperado desde el punto de vista estético y, a la vez, es un alivio y una fiesta.
-Sí, yo creo que es un final feliz porque es como que finalmente tantas cita, tanta referencia, tanto aluvión cinematográfico, musical, literario se disuelve y el personaje queda desnudo enfrentado a un presente absoluto por primera vez y a la épica de un gesto muy mínimo y un acto muy mínimo y la posibilidad de la felicidad finalmente. Descubrir que eso es lo que tanto se dice, que la felicidad está en otra parte.
-Para un escritor la felicidad ¿está en otra parte?
-Hay varias felicidades para un escritor. Está la felicidad de la vida y la felicidad de la obra. A mí me parece que el libro un poco advierte sobre los peligros de pensar que la vida es la obra y que todo es literatura y que todo está en función de la literatura. Yo tal vez podía creer eso con 18 años pero ahora no. Me parece que la vida privada y la vida emocional y sentimental, mi pareja y mi hijo y mi casa son fundamentales pero yo no habría podido escribir estos libros de no haber pasado por esa experiencia.
-¿En qué sentido?
-Que es una experiencia por la que no pasa el personaje. El personaje casi condena la idea de una pareja estable y de la paternidad y deja de escribir. Si bien yo comparto muchas filias con el personaje sus fobias no las tengo justamente por no haber hecho eso me parece.
-Hay un momento en la novela en la que el personaje se cuestiona o se pregunta si está a la altura de la imagen y las expectativas que los demás depositaron en el ¿Es difícil para un escritor vivir con la idea que se tiene de él mismo?
-Yo no pienso en eso, no es un problema. No me importa la idea que tengan de mí mismo y además cuando de tanto en tanto entreabro una puertita y veo y espío un poco lo que se cuece y lo que se dice -yo no tengo redes sociales entonces me cuentan mucho lo que se dice de mí a veces- y la verdad es que no me interesa mucho. No tengo mucha preocupación por eso. Con el personaje de la novela hay un montón de datos biográficos que no compartimos pero la gran diferencia y lo que yo creo que convierte al escritor protagonista del libro en un ser incluso a veces bastante cretino y bastante miserable, bastante violento en sus opiniones es que no puede escribir. Mi problema como escritor es de signo casi opuesto. Tengo problemas para dejar de escribir. Todo el lado oscuro al que se pasa el escritor de la novela -el excritor-, porque no es un escritor, está marcado por una enorme frustración.
-En este tríptico fuiste avanzando desde la parte inventada, a la soñada a la recordada en estos tres estamentos que pertenecen a la condición humana pero que al momento de escribir son también fundamentales.
-Sí, yo creo que alimentan a todo gesto narrativo o escrito. La idea de cómo se inventa, cómo se sueña o cómo se recuerda. Podés ecualizarlo de diferentes maneras o poner una proporción de un elemento o de otro y hacer tu propia fórmula pero me parece que son tres fuerzas o tres motores inescapables a la hora de contar algo y que además en todos está la idea no solo del contar sino el de recontar.
-Sí, en esta última novela particularmente se hace referencia mucho a la invención del recuerdo
-Si. Además, estos tres libros -pero en realidad todos mis libros en general- están muy preocupados por la idea de la infancia que en realidad es una construcción que hacemos de adultos. Mientras somos infantes no estamos pensando en la infancia, y además en el momento en que nos ponemos a pensar o deberíamos ponernos a pensar en la infancia ocurre la pubertad que es una especie de gran explosión, luego la adolescencia que es otra y recién en la madurez miramos para atrás e inventamos mucho. Porque además no solo inventamos lo que sucedió sino el modo en que pensamos que experimentamos todo eso que sucedió y que no fue así evidentemente porque ya está todo tamizado por la sensaciones de un adulto. A mí me encantaría tener la posibilidad de recuperar fiel y cabalmente el momento en que probaste por primera vez el dulce de leche que debe haber sido como una especie de epifanía a la altura de Mozart cuando se le ocurrió una sinfonía. Quiero decir, debe haber tenido el mismo grado de intensidad. Obviamente no lo recuerdo pero puedo contarlo porque lo invento, lo sueño y lo recuerdo.
-En esta novela, el personaje principal parece por momento ser el alter ego de grandes personajes de la literatura siendo escritor -o excritor- no lo asociamos tanto a escritores sino a personajes de otros libros.
-Bueno, sí, hay una cosa que me interesó mucho explorar esa especie de lado canalla, miserable, cretino que entronca mucho con la literatura judeo norteamericana: Philip Roth, Malamud, esos personajes que yo los defino como catastrofistas. Generan catástrofes a su alrededor como con una especie de sonrisa llena de dientes. Recompaginan todo por donde van pasando, como también por ejemplo en los libros de Donleavy también, El hombre de mazapán, y Cuentos de hadas de Nueva York que son como zonas de desastres natural con patas y me gustaba mucho que el personaje estuviera poseído un poco por el Herzog de Saul Bellow o por el Mickey Sabbath de Philip Roth. Esa idea de que hay pocas cosas más atractivas que la contemplación de una catástrofe. Siempre digo la imagen esta de cuando hay un accidente en la ruta y decís “no, no voy a ver no voy a mirar” y pasás con el auto y se te va la cabeza como volteando.
-Si, y a la vez le da mucho humor al libro
-Sí, a mí me interesa eso, si bien es la lectura, la escritura, la literatura etc. que eso no signifique sacrificar cierto humor y cierto desparpajo y cierto esperpento. Quiero decir, los libros que no tienen sentido del humor para mí tienen un imperfección grave, no importa el tema que sea.
-Es difícil escribir humor
-Sí, pero a mí me gusta mucho el chiste malo. Me gusta mucho la idea de escribir chistes malos y que sean evidentemente malos, Nabokov tiene mucho de eso. El juego de palabras medio tontito. No me privo de eso, no tengo ningún tipo de pudor.
-En tus libros hay una variedad de referencias o citas culturales que aparecen a la par en lo que alguien podría llamar la cultura popular y la alta cultura.
-Bueno yo no distingo, no tengo claro qué es la alta cultura o la baja cultura. Después además cuando mirás en perspectiva históricamente hubo rasgos de la baja cultura que se convirtieron en otra cosa. Los conciertos brandemburgueses de Bach fueron música funcional mientras la gente hacía las compras en los mercados de Brandemburgo, para eso se compusieron y ahora son como una de las cimas de la música clásica. Y también hay movimientos en dirección contraria. Grandes gestos artísticos en su momento que ahora son considerados tonterías o caprichos. Todo lo que me sirva, por una cuestión funcional, me sirve, lo uso.
-¿Te sirve y te atrae o simplemente es funcional?
-Bueno no, ahí hay una cosa que en el libro sí me preocupaba y que era el desafío para mí. En el libro hay una cantidad de obsesiones mías de siempre como puede ser 2001 Odisea del espacio, las variaciones Goldberg, Los Beatles o Blade Runner o Nabokov y ahí como que el libro tiene nódulos o zonas que son casi ensayísticas o periodísticas. Pero el desafío mío era luego de dada la información que eso tuviera algún tipo de función dramática y alguna importancia vital para el personaje que para mí no tiene, para mí es puro disfrute estético de algo que me gusta mucho pero que a él le significara algo. Por ejemplo el caso de las variaciones Goldberg, que a mí me gusta mucho, para él es el momento en que deja de escribir intentando seguir un camino del espacio en blanco entre nota y nota y se pierde ahí dentro. Lo mismo con el disco blanco de los Beatles y la figura de su tío. Quiero decir, todo me gustaba que tuviera sentido para el personaje.
-Muchas veces el estar inserto en la cultura, en el disfrute de las diferentes obras, de alguna manera inhibe el propio proceso creativo. En el caso del personaje de esta novela también puede ser inhibitorio, frente a la magnitud de lo que lee se pregunta qué puede él escribir.
-Bueno sí, a mí me pasa con otras cosas también y no necesariamente con gestos tan contundentes en cuanto a número de páginas por ejemplo. Pero cuando yo me tropiezo con un libro que me impresiona muchísimo y que me produce un gran placer y una gran admiración no lo guardo en el cajón de mi parte de escritor, lo guardo en el cajón de mi parte de lector. O sea, no quiero entrar en conflicto con algo que me produjo un enorme placer como lector porque sería un error. No me voy a poner a competir con El gran Gatsby o contra Pálido fuego, o contra En busca del tiempo perdido. Primero porque perdería, no tiene ningún sentido. Y segundo porque lo más grave de todo es que convertiría un placer en un problema, o en una desgracia y no me parece justo para con Fitzgerald o Proust.
-Qué autores hay en tu cajón de escritor
-Nabokov, Proust, Bioy Casares.
-¿Por qué Bioy?
-Bueno yo me he metido muchas veces en problemas diciendo que me parece mejor que Borges y entonces me miran con cara de blasfemo o tarado y después explico que para mí es mejor porque me ha dado más felicidad que Borges, o un tipo de felicidad diferente más cercana, más sensorial. Están los sentimientos en Bioy. Borges es como la computadora de 2001 un poco, el mundo de los sentimientos se le escapa. Por ejemplo cuando Borges trata el amor en algún relato suelto o en un poema está tocando de oídas. Bioy Casares, como sabemos, no se privó de nada. Eso quiero decir, me hizo más feliz. Puedo releer más a Bioy que a Borges por ejemplo. Borges no tiene nada para enseñarte, salvo escribir como Borges lo cual sería un error catastrófico, es un sistema cerrado. Bioy me parece que es mucho más generoso en ese sentido y más gracioso, tiene más humor.
-Se habla de tu escritura como un estilo disruptivo, fragmentario.
-Bueno, sí, pero fíjate que otras obras argentinas lo hicieron también: Rayuela, Respiración artificial, El beso de la mujer araña, incluso El sueño de los héroes que tal vez es la novela más perfecta pero está todo el tiempo intentando recordar algo que es un cuento, están muy apoyadas sobre la idea de lo fragmentario y lo atomizado. En ese sentido tal vez sea yo un escritor mucho más argentino de lo que se piense o de lo que piense yo incluso.
-¿Cómo surge en vos esta necesidad, porque claramente se me ocurre que es una necesidad de ir emparchando estos fragmentos que funcionan como una maquinaria?
-Bueno yo en el escritor que dije ¡ah! además de leerlo voy a observarlo muy cuidadosamente para aprender fue cuando leí Matadero 5 de Vonnegut que es una historia que va hacia adelante y hacia atrás en el tiempo y que incluso interviene Vonnegut al principio y sobre todo una parte del libro que es un fragmento que reproduzco en casi todos mis libros que es el momento en que se describe los libros de los tralfamadorianos extraterrestres que es un libro sin moraleja, ni principio ni final, que no cuenta una historia sino que es una multitud de momentos maravillosos suspendidos en el tiempo y aconteciendo todos en el mismo instante. Me parece que es un poco eso.
-Se entra en una dinámica de lectura en la que se disfruta el presente de la lectura, de quedarse en cada línea.
-Bueno, ese es el efecto que yo intento conseguir como escritor a partir de determinados libros que produjeron ese efecto en mí y que me parece que en este momento es el lugar posible donde la literatura puede presentar batalla y ganarla en un mundo completamente audiovisual y además desbordante de historias ya sea en Netflix o Instagram o Twitter. Todo el tiempo se está contando y leyendo historias. Nunca se escribió y se leyó más antes. El tema es la calidad y me parece que la gran diferencia de la literatura pasa por el estilo. Yo siempre digo que prefiero un libro a la búsqueda de un estilo y que fracase en la búsqueda de ese estilo y que esté evidente ese fracaso a libros que simplemente cuenten. En el libro hay una diferencia muy clara entre lo que es ser narrador y ser escritor. Hay grandes narradores que yo disfruto muchísimo pero a mí a la hora de la verdad me interesan más los escritores. Nabokov decía que la verdadera biografía de un escritor no es donde nació o con quien se casó sino la historia de su estilo. Una biografía realmente certera y concienzuda y fiel de la vida de un escritor debiera ser la vida del estilo del escritor, no la vida fuera de la escritura.
-Un poco eso hace Stephen King en Mientras escribo.
-Bueno Stephen King es uno de los contados casos de un gran escritor/gran narrador, muy pocos hay. Cada vez menos. En una época estaba lleno de grandes escritores, grandes narradores: Dickens, Chesterton, Maugham. Muchos de ellos eran bestsellers incluso, pero ahora como que los campos se han ido separando. Es muy difícil que convivan.
-¿Qué lo hace tan difícil?
-Posiblemente un reseteo y reformateo del animal lector que ya busca otro tipo de cosas cuando lee.
-¿Vos qué buscas cuando lees?
-Algo que me dé ganas de escribir lo que leo, en términos prácticos y del oficio y después incluso algo que es de cierta dificultad. De un tiempo a esta parte los libros que me interesan son los que me hacen trabajar un poco. Incluso sospecho del escritor cuyo objetivo es alcanzar la claridad y sencillez absoluta. Me parece que es el punto de partida para mí. El escritor que entiende como triunfo ser completamente claro, cristalino y sencillo, haber alcanzado una especie de limpieza absoluta de su estilo que sea como agua. A mí no me interesa para nada.
-¿Cuál de los tres libros de este tríptico te costó más escribir?
-El primero. Fueron seis años. Hubo un momento especial, que tiene que ver con la portada de los tres libros que están firmadas por Daniel, mi hijo que ahora tiene 13 años y eso es porque cuando yo estaba escribiendo La parte inventada ya llevaba cuatro o seis años escribiendo y tenía como quinientas páginas de nada, de una cosa completamente amorfa. Entonces, una vez, llevándolo a mi hijo que tenía entonces unos cinco años al colegio, estábamos esperando el bus en Barcelona y en la vidriera de una papelería estaba el juguete este antiguo, el hombre con la maleta y la cuerda. Entonces nos paramos a verlo y mi hijo me dice “mirá papá esa es la portada de tu próximo libro” y yo no quería frustrarlo y le dije “bueno Daniel sí, buena idea” Entramos y lo compramos y cuando salimos me dice “no, pero además es el protagonista de tu próximo libro”, y yo le dije “bueno Daniel, no jodas”. Recuerdo que lo dejé en el colegio y volví a casa y me senté en la computadora frente a esa especie de magma y estaba tan desesperado que me dije voy a ponerlo como objeto talismánico en dos o tres partes del archivo que tenía a ver qué pasa. Y lo hice. Y el libro se armó instantáneamente y en un mes lo había terminado.
-¿Y ahora?
-Claudio, mi editor, después de esto me dijo que le debía un libro ligero y sencillo.
-Pero ligero, sencillo y Fresán no entran en la misma frase.
-Eso también lo sabía Claudio y le divertía mucho pedirme algo así. Pero también le divertían mucho mis anécdotas de encuentros con famosos desde Susan Sontag a Hugh Grant y me dijo “ese es el libro que tenés que escribir”. Y bueno, Claudio murió inesperadamente a principio de año y una parte muy miserable mía inmediatamente pensó “bueno, quedé liberado ahora” pero luego pensé que estoy más obligado que nunca porque ahora hay un fantasma dando vueltas por ahí y entonces probablemente haga eso porque me va a servir un poco de voz detox pero no va a ser literatura del yo ni va a ser realista, ni va a ser auto ficción ni va a ser sencillo.
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