Hace unos meses algunas personas empezamos a quejarnos de los cambios que se anunciaron para la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil , FILIJ, que se desarrolló entre el 8 y el 11 de noviembre en Ciudad de México. Comprendo ahora que quizá no fuimos lo suficientemente claros al exponer el mensaje: nunca se trató de falta de cocteles, ni de cenas, ni de prebendas para los que nos dedicamos a esto. Nunca se trató de ello porque nunca existieron ni nadie los solicita. La principal razón de ser de la FILIJ, y tal vez el motivo de su éxito, es que siempre se trató del público. De los infantes, de los jóvenes, de las diversas familias que asisten a celebrar el libro.
Y se hizo la FILIJ y fue una feria cumplidora. Y la pasamos bomba porque los niños y los jóvenes, nuestro público, siempre se han encargado de que así sea.
Pero ya no fue una fiesta.
Montar una feria dedicada a los niños y jóvenes es una tarea titánica cuya llegada a buen puerto sólo se logra con meses de trabajo diario, constante, dedicado en exclusiva y no como un engorroso aumento a las tareas cotidianas.
Lo que yo vi fue un desconocimiento, por parte de los organizadores, del público que asistiría y (ojalá me equivoque) un desdén por esa literatura que llevamos años tratando de profesionalizar. Y para tal misión, la FILIJ provocaba lo que ninguna otra feria del libro provoca, daba protagonismo a los lectores más jóvenes. A esos niños que tomaban la misión en sus manos, se armaban con mapa y programa para dirigir la expedición. Esta vez no pudieron dirigir nada porque no hubo mapa ni programa.
Comprendo las razones de austeridad, pero el dinero de la FILIJ nunca me pareció un gasto sino una inversión. Ofrecerles espectáculos profesionales con montajes profesionales, era darles el reconocimiento de personas lectoras que a esta sociedad tanto le falta.
Ciertamente, se ahorró. En escenarios, en espectáculos, en talleristas y en narradores, en profesionales que dedican su esfuerzo a los niños y jóvenes con alguna discapacidad. Se ahorró en las carpas y en ese fenómeno frívolo y absolutamente necesario: el baboseo; caminar a ningún sitio y simplemente ir mirando libros que no vas a comprar, o por cuya posesión vas incluso a abstenerte del nuevo Zelda.
Se ahorró en todo aquello que estaba previsto para honrar al público. Para provocar su disfrute visual, auditivo, lector. Me entristece. Porque hubo de todo, por supuesto, y todo me dejó un tanto desconcertada. Como si hubiéramos retrocedido en la forma de mirar la LIJ. No creo equivocarme porque para muestra, basta notar que ya no tenemos embajaduría LIJ y no es cosa vana porque marca un estancamiento en ese esfuerzo que llevamos años intentando: darle a la LIJ la categoría de literatura a secas, no un subgénero dedicado a niños y jóvenes, esos entes raros, cursis y no del todo personas.
Y esta perorata infinita no es reclamo sino ganas de sumar, de escucharnos entre todos y dejar de menospreciar el trabajo previo y/o pagado. Es el deseo de que la grandeza que solía rodear la FILIJ, sea nuevamente contemplada como primera necesidad y no como un accesorio superfluo. La historia del mundo nos ha enseñado que somos lo que construimos, y si construimos a la ligera, no sentamos bases. Y si no afianzamos los pilares, jamás podremos tener ese país lector y hermoso con el que tanto hemos soñado. La FILIJ la hicimos, la hacemos todos. Pero todos, en horizontal. Oyéndonos, mirando, queriendo aprender. ¿No habíamos dicho que los buenos cambios de eso se trataban?
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