A diferencia de lo que sucede con la filosofía donde siempre retorna sobre sí misma y cuestiona su propia naturaleza e importancia cada vez con más fuerza, como si fuera un perro desesperado por morderse la cola para comprender una necesidad y poder avanzar finalmente, la literatura es un territorio donde la actividad compleja que le da sentido, la lectura como la puerta de entrada a mundos diversos, extraños y ajenos, no siempre se cuestiona a sí misma. Por lo tanto tiene sentido preguntarse algo que está en la base de cualquier tipo de comprensión: ¿qué significa leer?
Y este cuestionamiento es un anzuelo que amplía el campo de batalla hacia otros aspectos. Por ejemplo: ¿Qué significa leer en el siglo XXI? Y sobre todo: ¿Cómo interpretar y decodificar la realidad actual, eso que algunas personas llaman “presente”, que se muestra a través de distintos códigos –implícitos y explícitos- en los libros? Eso también nos lleva a reflexionar sobre la idea de campo literario y que, por supuesto, excede los límites geográficos de la Argentina para llevarlos a toda la extensión de un continente. Porque, ya lo sabemos, la conexión, la movilidad de los algoritmos y los intercambios de datos en estos tiempos de poscapitalismo (el término es de Byung Chul Han) son permanentes e insaciables.
En estos momentos acaban de aparecer en la mesa de novedades tres libros que intentan mostrar aparatos de lectura en acción: Breve historia de la literatura latinoamericana (a partir de Borges) (Malba Literatura) de Luis Chitarroni, Geopolíticas. Lecturas de literatura argentina (Años Luz) de Jorge Carrión y El amor por la literatura en tiempo de algoritmos (Siglo XXI Editores) de Hernán Vanoli. A partir de distintos objetos de estudios y perspectivas propias, estos lectores que tienen un amplio recorrido en el mundo de la literatura vienen a reactualizar la pregunta sobre qué significa leer: ¿se trata, como hace Chitarroni, de leer una herencia del mayor escritor de la lengua castellana del siglo XX y ver de qué modo eso afecta a un continente? ¿Será que leer es analizar un territorio extranjero pero que afectó a distintos lugares como hace el español Jorge Carrión con la literatura argentina? ¿O la lectura tiene que ver más con la comprensión de internet y la forma en la cual quienes escriben se manejan en esa patria grande tal como propone Hernán Vanoli? Quizás es todo eso junto y cada uno de estos libros funcionan como piezas de un rompecabezas que ayuda saber dónde estamos parados. La lectura, entonces, sirve para extender los límites que imponen las dictaduras del tiempo y el espacio.
El escritor, editor legendario (ahora al frente de La bestia equilátera) y crítico lúcido impone una lectura paranoica y atenta que también puede verse como la construcción de una red y vinculaciones (la aparición de los links en el habla cotidiano es algo habitual) que pueden tener el tamaño de un mundo. Porque partir de Borges (que según el mismo Chitarroni dijo en algunas entrevistas: “está ahora en un declive de interés”) y ver hasta dónde llega su estela literaria es una tarea que se perfila como infinita. Es por eso que el recorte que hace Chitarroni es Latinoamérica y leer algunos autores canónicos desde el prisma/monstruo Borges y ver qué tipo de tráfico de influencias hubo en esa relación.
Por lo tanto, podríamos decir, que leer puede ser imponerse una tarea que tiene mucho que ver con la invención. Explica Chitarroni en el prólogo de este libro que primero nació como curso y luego pasó al papel manteniendo ese espíritu performático de las clases y lo oral: “El nacimiento de una prosa corriente, sintética y precisa a partir de la noción de “lector común”, instrumentada por Borges –colaborador del diario Crítica y autor de Historia universal de la infamia- guía los pasos de este curso. De ahí en más, el concepto de ficción (Borges, Ficciones, 1944) como alternativa de uso (Cuddon lo establece en su Dictionary), en comparecencia y competencia con los otros géneros narrativos (cuento, apólogo, relato) practicados.
La emergencia de la novela, género preponderante y requisito de las exigencias del boom latinoamericano, queda establecido a partir de mediados de los sesenta: Cien años de soledad, Tres tristes tigres, El obsceno pájaro de la noche.” Es decir: en un momento de la historia, Borges (un escritor precoz que tuvo distintas etapas en su recorrido y relación con la lengua y los géneros) comienza a mostrar los alcances de sus procedimientos e intereses. Pero también se presentaba como un Tótem/monumento a derribar y poder para con la angustia de las influencias. Chitarroni lo ve en escritores tan disímiles como Guillermo Cabrera Infante (al que señala como el que mejor aprendió de los designios de Borges o, podríamos decir, fue el empleado del mes en la empresa borgeana), Octavio Paz, José Lezama Lima, Elena Garro, Salvador Elizondo, Severo Sarduy, Carlos Fuentes, Reinaldo Arenas. ¿Qué hay de Borges en estos autores pero también cómo lo combatieron estos autores? Es así como esta pregunta atraviesa esta Breve historia argentina de la literatura latinoamericana.
“Como la mayoría de los escritores de todo el mundo, en la adolescencia descubrí la obra de Cortázar y de Borges y me fascinó. Pero fue en Buenos Aires donde descubrí la variedad y la riqueza de la literatura argentina, a través de títulos como Larga distancia, de Martín Caparrós, Vudú urbano, de Edgardo Cozarinsky, Fuera de campo, de Graciela Speranza, Borges, un escritor en las orillas, de Beatriz Sarlo, o El entenado, de Juan José Saer. En la época de la globalización, los libros siguen teniendo una circulación muy local, por eso siguen teniendo tanto sentido que los lectores viajen”, dice el escritor y crítico Jorge Carrión, desde España, sobre el origen de Geopolíticas. Lecturas de literatura argentina.
Incluir al viaje como parte de la aventura de leer resulta atractivo porque confronta con la idea de la lectura como zona de ocio y sedentarismo. Y acá se puede ver que la lectura genera desplazamientos de todo tipo. Por ejemplo: que un español viaje y se interese por una literatura que no es la de su tierra de origen. Dice al respecto Carrión: “No me siento particularmente catalán ni español. Y conozco mejor la literatura argentina que la catalana o la española. Ojalá que mi distancia y mis lecturas puedan aportar a los lectores del libro, más allá de la nacionalidad que conste en su pasaporte, alguna información o alguna idea interesante sobre la obra de Marcelo Cohen, Sergio Chejfec, Silvina Ocampo, Rodrigo Fresán y otros autores.”
Geopolíticas es un libro que de ninguna manera intenta, como un intruso metiéndose en casa ajena, gestar un canon y, a la vez, resulta un ejercicio muy atractivo de lectura que Carrión lo ve como “una sucesión de fragmentos de mi autobiografía como lector, que cambió radicalmente en 2003 cuando empecé a viajar sistemáticamente por el Cono Sur y a comprarme libros en todas las librerías que encontraba a mi paso”. Cuando se le pregunta por las características de los buenos lectores es directo y da dos adjetivos: la curiosidad y la insistencia. Y esto es algo que él mismo pone en práctica en Geopolíticas.
En El amor por la literatura en tiempos de algoritmos el periodista, editor y escritor Hernán Vanoli propone 11 hipótesis para discutir con escritores, editores, lectores, gestores y demás militantes. Entonces hay un anclaje específico y directo: se mete de lleno con este presente y se intenta, además, vislumbrar algo del futuro (si es que eso existe): “Las señales son que como ciudadanos vivimos atravesados por corporaciones inmensas, que tienen un poder intangible y cotidiano al mismo tiempo: las plataformas de extracción de datos como Google o Facebook, cuya acción es muchas veces naturalizada. Y como su principal territorio de batalla es, en cierta forma, el lenguaje, me pregunté cómo se vinculaba la cultura literaria con esta situación. Esto no significa que Google o Facebook sean malas, sino que podemos hacerlas mejores si la sociedad se organiza políticamente”, explica Vanoli.
Y esto pone en evidencia que la lectura también se trata de la inclusión: del contexto (la extracción de datos o la creación de la figura de autor en la redes sociales, por ejemplo) y de todos los matices que significa y resignifican a los textos. Es en este sentido que esta obra es un ensayo de interpretación, un poco sociológico y otro poco antropológico, sobre la cultura literaria, sobre cómo vivimos a la literatura: “Por eso cuando hablo de Borges, de Arlt o de Aira la valoración estética de las obras tiene un lugar subordinado si uno la compara con la interpretación vital, social, cultural que intento hacer. Por ejemplo, cuando digo que para mí Aira debería ganar el premio Nobel porque anticipó la festivalización permanente de la literatura o que Borges es la soja transgénica de la cultura literaria académica yo elijo poner en segundo lugar mi valoración de las ‘obras’ de ambos, que por su parte me resultan exquisitas, para decir algo sobre aquello que nos pasa con esas obras, con esas figuras, y en cómo podrían ser leídos desde lo contemporáneo”, dice Vanoli.
Que ve a los lectores, al igual que Carrión, como seres curiosos y como aquel que intenta formarse un juicio pero luego es capaz de ponerlo en cuestión, en un diálogo lo más genuino posible con su conciencia. Y amplía la idea: “El buen lector vive atravesado por una paradoja: se siente más sabio y más estúpido a la vez en la medida que va leyendo, reflexionando, incorporando matices. El buen lector sabe distinguir lo ‘bien hecho’ de lo ‘interesante’, dos categorías que rara vez coinciden. Y, además, el buen lector intenta vincular su vida con la lectura, porque sabe que la frontera entre ambas instancias es inhallable.”
Volvamos, entonces, a la pregunta que dio origen a todo esto: ¿qué es la lectura? Cualquier sea la respuesta que cada uno se dé a sí mismo luego de investigar en estos libros y en su propio recorrido tendrá que ver con esa aventura que nos permite indagar el pasado, el presente y tratar de vislumbrar un futuro posible.
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