Antes de que las tragedia ocurra, ese día suele ser por regla bastante ordinario. Así le sucedió al periodista y escritor francés Philippe Lançon, quien con su novela El colgajo (Anagrama) le puso palabras a la reconstrucción física y psíquica que debió atravesar durante su recuperación tras el atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo, en París, hace cuatro años.
Lançon pasó 18 veces por el quirófano tras ser herido de gravedad en la mandíbula, aunque bien disimula las operaciones con una barba gris. Fueron 200 días de vivir en el hospital. Tuvo, de alguna manera, suerte, ya que aquel atentado se quedó con las vidas de 12 personas.
El autor dialogó con Infobae Cultura por hora y media en una fría mañana de otoño en un lujoso hotel del centro de Madrid. En esta charla, sus pensamientos acerca de la vida y la muerte, el periodismo, los amores, los médicos y sobre el dolor, mucho dolor.
- La literatura es un eje importantísimo en este libro y en su vida. Su amor por los libros, cómo le han ayudado, qué significan para usted.
- Los libros me ayudaron mucho. Cada uno a su manera. Por ejemplo, uno quiere entender lo que puede vivir un escritor que está perseguido por locos, locos ideológicos, en un mundo donde la política, la cobardía, la mala fe, hace que este escritor esté cada vez más aislado, hay que leer el libro Joseph Anton de Salman Rushdie. Lo cuenta todo como un cuento, tal y como me gusta a mi como lector y como escritor y no como un discurso. Por eso hay cosas muy cómicas y muy serias. Un libro imprescindible para entender qué es vivir bajo amenaza de muerte.
- En su libro El colgajo también hay bastante humor, incluso en los momentos más impensables. Es importante el humor
- Muy importante. Muy necesario en la vida. Sin él, desesperaríamos y yo no quería desesperar. Intenté reírme de mi mismo, de mi cara, de mis circunstancias … No siempre fue fácil.
- En un momento dado, en su libro afirma que el periodista salvó al herido.
- En cierta medida sí porque no estoy seguro del todo de casi nada pero creo que el periodista le dio al herido la buena posición, que es esa posición donde se viven las cosas pero casi de inmediato, casi en un mismo movimiento, se ve lo que se vive desde fuera y eso ayuda mucho. Se crea una distancia para mi necesaria.
- Pasados unos días, lo que quería era recuperar datos del día del atentado, recordar qué hacía cada uno de sus compañeros en ese momento en la redacción. ¿Necesitaba entender qué había ocurrido?
- Creo que no hay mucho que entender. Lo que hay que entender se entiende perfectamente. Eran dos pobres cabezas vacías que fueron un día nutridas por ideólogos islamistas y que llegan como personajes de un cómic y matan a las personas que trabajan en un semanal satírico que tiene como función principal, hacer reír a la gente. Les hacemos reír no sólo con su religión sino con todo, porque nos reímos de todo, hasta de nosotros mismos. Por supuesto todo esto en un contexto político y social pero no hay muchas más cosas que explicar. Yo leí muchas cosas después al respecto escritas por politólogos, sociólogos … No me han enseñado nada que no hubiera sabido antes.
- Muy pronto se puso de nuevo a escribir desde el hospital pese al dolor y a las dificultades. ¿Eso le ayudó?
- Supongo que sí. Lo que queda para el escritor es contar, porque contar es lo que lleva las cosas a la vida y a lo humano. Necesitaba reconciliarme y reencontrarme con lo humano.
- Le preocupaba en el hospital recuperar su bicicleta, su bolsa, sus papeles… ¿Por qué se aferraba a eso?
- Sí, eso me pasó. Sé que parece que no tiene mucho sentido después de lo ocurrido pero creo que eso pasa porque uno vive en lo cotidiano. Todo lo que era parte de lo cotidiano me ayudó a hacer este cruce. Imagínate que te vas a un crucero de seis meses ¿Qué te llevarías? Libros que te gustan, el perfume que te gusta, tus zapatos, tu peine … cualquier cosa que te recuerde lo cotidiano. Por eso pedí algunos libros, algo de música, porque para mí eran cosas muy concretas que formaban parte de mi vida cotidiana.
- Los olores son importantes para usted. Sobre todo cuando está en el hospital. Ese aroma a café que cuenta que le llega...
- Sí, me recordaba a mis años en Cuba. Para mí al café lo vinculo con mis años de trabajo en La Habana. Cuando me despertaba por la mañana, en un barrio popular como el que vivía, en el que se dormía con las ventanas abierta por el calor, escuchaba el ruido de la gente, la bulla como allí lo llaman y el olor del café tostado. Eso para mí significaba la mañana en Cuba. Fueron muchos años allí muy importantes para mí. Cada mañana era un nacimiento a través del olor a café. Echaba en falta esos años y el olor a café que las enfermeras llevaban a los policías que estaban a diario vigilando en la puerta, me traía esos recuerdos de Cuba. Además en los hospitales hay unos olores muy particulares y de repente llegaba este olor que para mí era como si viniera de fuera y me daba energía.
También fue importante para mí el perfume que empecé a usar en el hospital. Las primeras semanas no llevaba ninguno pero una amiga que vino a verme me regaló uno muy bueno de Hermès. Lo probé y ya me he quedado con él. Era mucho mejor que el que estuve usando durante quince años. Esto del perfume no lo cuento en el libro pero es raro porque corresponde a lo que yo llamo “mi nueva vida”. Este perfume de hecho se llama Voyage, viaje. No lo había pensado pero tiene el nombre perfecto…Es el perfume de después de 2015.
- Tuvo muchas visitas en el hospital, algunas institucionales como la del entonces Presidente François Hollande pero lo que más llama la atención es cómo junta sus afectos. Coinciden su ex mujer, su pareja en ese momento, amigas…
- Sí, los afectos lo eran todo para mí y también lo profundo de ciertas relaciones. Yo había pasado casi quince años con mi ex esposa y conservábamos vínculos muy fuertes. Cuando pasó el atentado, ella no vaciló en venir para estar a mi lado igual que vino mi familia. No podía olvidar que había sido parte de familia y de hecho, volvió a formar parte de la familia en aquellos momentos y de cierta manera sigue siéndolo porque este acontecimiento nos ha unido y entonces, “la jerarquía” que tu bien dices, que sería la jerarquía en una vida normal o más que normal, social, se trastoca. Lo que sería “normal”, es decir que la pareja en ese momento sea más importante que una ex esposa, ya no tiene importancia porque en el fondo todos sabemos que en la vida interior podemos perfectamente vivir con alguien y querer a otra persona muchísimo, tener hijos con ella, desarrollar un proyecto común y dentro de uno, todos los días seguir una especie de vida con otra persona, o con otras personas porque tuvimos otras vidas y estas vidas no mueren de golpe. Es verdad que también conozco a personas que cuando cambian de vida, realmente la vida anterior ha muerto. Yo quisiera estar seguro de hasta qué punto, en el interior, muere esa vida. En mi caso estoy seguro de que tengo una especie de neurosis que me impide cortar (risas). Se que hay que cortar pero me cuesta pero esta neurosis, en mi caso, después de lo que me pasó, me ayudó. Estaba absolutamente dispuesto a acoger naturalmente a las personas que me podían ayudar y que venían de estas vidas.
- Otras visitas de buenos amigos las rechazó, ¿por qué?
- No tenía culpabilidad alguna y eso me llevó a tener problemas con algunas personas porque hubo gente muy cercana a la que no quise ver más y por supuesto, estas personas no entendían por qué, porque a veces eran amigas de la infancia pero en ese momento me parecía desde mi cama que no sólo no me podían ayudar sino que desde su afecto, me podían molestar y yo no quería ser molestado, yo quería paz. En este contexto, hay gente que te da paz y gente que no te la da. Yo no juzgo la gente que no te da paz y tampoco les reprocho nada pero lo que pasa es que en este momento, no quería sufrir. Escogí a aquellos que notaba que me hacían más fuerte.
- Arranca el libro con la salida al teatro la noche anterior, con la crítica al libro Sumisión de Michel Houellebecq que tenía pendiente de escribir. Lo recuerda todo con mucho detalle.
- Si, quería contar cómo un acontecimiento como este puede perturbar y cambiar la vida no sólo de uno sino de las personas alrededor de uno, hay que contar lo que era la vida de esta persona antes y para mí, la manera más dinámica de contar eso era empezar con el último acto social antes del atentado que fue la noche antes en el teatro. Es como crear una escena de teatro y luego aparece otra escena de teatro que es el atentado. En el libro cuento también flashes de memoria que es algo muy natural porque sentí la vida así. Por eso tengo tantos problemas para leer novelas norteamericanas porque van de un punto A a un punto B como si las vidas anteriores o las memorias, no existieran. Los personajes nunca están perturbados por su inconsciente y su pasado y eso me aburre como lector. Si escribimos es para darle una forma escrita a la vida y transmitir la vida. Para mí escribir significa, si tomo como ejemplo un novelista que me gusta mucho como Tolstoi o Vargas Llosa, contar la vida y lo que los personajes sienten, lo que son y lo fueron. Eso me permite ser un joven peruano en los años cincuenta o un campesino ruso en el siglo XIX. Para mí este es el sentido del cuento y de la novela. Sino la novela es un simple divertimiento. Acuérdate que cuando estaba en el hospital yo me negué a leer novelas que fueran puro entretenimiento que era lo que me llevaban. Yo no quería divertirme, quería tomar de nuevo contacto con lo humano y que eso me ayudara a volver a sentirme humano.
- ¿Y qué leía?
- Leía a Proust por ejemplo, que para mí nunca fue aburrido. Llega a ser hasta cómico y a veces no estaba de acuerdo con él en su visión de la vida pero ese hecho no significaba que no me generase interés. ¡Por supuesto que me interesaba! También leí a Kafka y recordé muchas lecturas como Madame Bovary, El infierno de Dante, La isla de Robert Merle y tantas otras.
-¿Qué pensó del libro Sumisión de Houellebecq que tanto lo menciona?
- Houellebecq agita en esa novela el fantasma de los musulmanes y la llegada al poder de los islamitas en Francia. La novela permite imaginar cualquier cosa, cualquier persona en cualquier situación. No sé dónde se quedó mi ejemplar de Sumisión.
- La memoria, después de un hecho tan atroz como el que vivió juega malas pasadas según cuenta en el libro.
- Sí, muchas cosas las recordaba de una manera y luego fui reconstruyendo versiones y los hechos habían ocurrida de otra. Olvidé a ciertas personas
- Cuenta en el libro que una amiga suya que regentaba un restaurante árabe le habló de una conspiración y que entonces se dio cuenta de que el diálogo con ella no era posible.
- Nunca volví al restaurante, pero en aquel momento yo no juzgué a esa persona. Aunque no le haya vuelto a ver, le guardo mucho cariño. Ella me había regalado una camisa que me la pongo mucho. Yo entiendo que haya gente que piense eso, pero para mí como es una cosa tan dolorosa y significa tantas cosas en el desarrollo mental e intelectual de una persona que para mí el diálogo se vuelve imposible. Pero precisamente como quiero a esa persona, y por eso durante tres años fui a comer a su restaurante dos y hasta tres veces por semana, no puedo verla más porque tengo claro que vivimos en dos mundos diferentes. Si hubiera sido una persona que no me importara mucho, habría podido seguir charlando con ella del tiempo y haber sido un hipócrita pero con ella no podía. Me alejé de ella porque le tengo respeto y me importa. A veces uno siente con la edad que el diálogo es tan difícil que necesitaría una energía de la que ya no me queda.
-¿Cómo fue la vuelta a casa después de meses de hospital y de tantas operaciones?
- En el hospital yo vivía en mi propio planeta y era el Principito con su rosa, su volcancito, mis piedras… Lo que pasaba fuera de mi pequeño planeta, no me interesaba mucho porque mi vida estaba saturada por mi propia experiencia, física y mental. La vuelta a casa fue dura y lenta pero voy recuperándome y voy a seguir escribiendo. Al volver a casa, a veces me sentí superado por las muestras de apoyo y cariño pero fueron de gran ayuda.
- Será difícil no sentirse culpable de haber sobrevivido al atentado.
-Siento muy poca felicidad por seguir vivo y a diferencia de algunos compañeros de Charlie Hebdo, que no resultaron heridos, no tengo ningún sentimiento de culpa por haber sobrevivido. Los que pasamos por las terribles heridas y por numerosas operaciones y mucho dolor, creo que ya hemos sufrido lo suficiente.
-Agradece mucho en el libro la labor de su cirujana y de médicos y enfermeras.
- ¡Mucho! Algunos dicen que me enamoré de mi cirujana Chloé pero lo que sentía era un gran apego y muchísima admiración. Otros me han achacado que hubo muchas mujeres en mi vida. No me importa.
- Dice que el atentado le recordó por qué se hizo periodista.
- Sí, así fue. Ejerzo este oficio por espíritu de libertad y por el gusto de manifestarla.
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