Fue un miércoles, el segundo de mayo, año 1938, cuando nació Joan Margarit. Un pequeño pueblo de la comarca de la Segarra llamado Sanaüja hizo de burbuja. España estaba convulsionada. La Guerra Civil fue motivo por el cual sus padres —él arquitecto, ella maestra—, que se habían casado en Barcelona dos años antes, tuvieron que huir a Sanaüja, a la casa de su abuela paterna. Allí abrió por primera vez los ojos el futuro poeta.
Ya en la escuela comenzó a escribir. Luego de varias mudanzas —Rubí, Figueras, Gerona—, la familia se instaló en Barcelona, pero Joan Margarit, más allá del estudio en el bachillerato, estaba obsesionado con las letras. Escribía sin parar. Mientras se dedicaba a formarse en Arquitectura, pensaba el mundo desde la poesía. Su primer libro llegó a sus 25 años. Se tituló Cantos para la coral de un hombre solo. Lo publicó en español.
El pragmático lenguaje de los versos
Luego de un paréntesis de diez años donde se abocó a su familia —se casó con Mariona Ribalta con quien ha tenido cuatro hijos—, retomó la literatura y dirigió su cauce hacia la figura del poeta catalán que hoy es. Mientras tanto, siempre, la arquitectura. Durante mucho tiempo fue catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.
Pero su verdadera pasión: la poesía. En una entrevista de 2018 en El Periódico, ha dicho de este género: “La poesía me clarifica más las cosas porque ofrece más profundidad en una sola página”. Un buen ejemplo es el poema “Libertad”:
La libertad es hacer el amor en los parques.
Es el alba de un día de huelga general.
(...)
La libertad es una librería.
Ir indocumentado.
Las canciones prohibidas.
Una forma de amor, la libertad.
La cantidad de libros que ha escrito Margarit es enorme. Amar es donde, Barcelona amor final, Cálculo de estructuras y Casa de misericordia, sólo por nombrar algunos. Y si bien escribió el ensayo Nuevas cartas a un joven poeta y la celebrada autobiografía de 2018 Para tener casa hay que ganar la guerra, su lenguaje es en verso.
“La poesía es el lenguaje más realista, el más pragmático, porque bebe de la realidad. Lo que no es pragmático es la economía”, dijo en una entrevista con El País tras obtener en Premio Nacional de Poesía en 2008. Y agregó después: “Sólo hay poesía buena o mala, porque la poesía no puede ser mediocre”. Por eso, sus poemas son efectivos: claros y profundos. A continuación, tres versos de “La espera”:
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Coronación de un poeta tranquilo
Se dice que un premio es algo accesorio. Puede ser. Entregado siempre a posteriori, implica una suerte de coronación, más o menos justa. Lo cierto es que no todos los premios son iguales.
Están los que posicionan a los autores en el mercado, los que le dan visibilidad, los que lo hacen trascender a otras lenguas y los que proveen un monto considerable de dinero. Y después están los otros, los importantes, los que dan prestigio. El Premio Cervantes es uno de ellos.
Joan Margarit tiene varios premios en su repisa. Desde 1982 ha cosechado más de quince estatuillas de diversas academias. El Premio Nacional de Literatura de la Generalidad de Cataluña, el Premio Nacional de Poesía, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros.
Sin embargo, con el Cervantes su coronación es definitiva. Se ubica como uno de los autores catalanes más importantes, no sólo de su generación, sino de la literatura de nuestro era.
Pero todo llega a su tiempo o, en sus propias palabras, “una etapa debe interpretarse en la siguiente”. En ese sentido, con una obra bien desarrollada, era hora de que el Cervantes se le entregue a Margarit. Una forma de justicia, tal vez, aunque poco le importe.
A los 81 años, se siente en la última etapa, la final, “no hay más”, y lo que a muchos les provoca miedo, a él le da tranquilidad: “A mi edad tienes la ventaja de que ya no tienes tiempo que perder en según qué cosas. Me he ganado el derecho a ver en qué quiero ocupar el último tramo”.
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