Se viven días de júbilo en la comunidad literaria argentina y hay razones de peso para tanta alegría. En pocos días, grandes autoras locales recibieron prestigiosos premios internacionales, que se suman a otros que recibieron durante el año otras colegas como Luisa Valenzuela y Claudia Piñeiro. Una de las escritoras galardonadas es Selva Almada -las otras son María Gainza y Mariana Enríquez- y la felicidad llegó con la versión en inglés de El viento que arrasa, su primera y celebrada novela, que días atrás recibió el Primer Premio de la Feria internacional del libro de Edimburgo. Unos días antes, la escritora había estado en Radio Nacional conversando sobre sus libros ya publicados y también sobre la novela que está escribiendo, con la que espera concluir lo que denomina su trilogía. Lo que sigue es la reproducción de esa charla en el programa Vidas prestadas.
— Con tus novelas El viento que arrasa, Ladrilleros y después con Chicas muertas tu nombre se inscribe en una generación que llegó de la mano de un nuevo viento que arrasó con concepciones arcaicas en relación a la literatura y las mujeres, y a la vida y las mujeres. Y en tu caso daría la impresión de que está todo muy vinculado, ¿no?
— Sí, por suerte pertenezco a esta generación increíble de autoras que, bueno, algunas además son amigas como Gabriela Cabezón, Alejandra Zina, Mariana Enríquez, todas narradoras que de golpe hemos un poco irrumpido en la escena que era de los hombres, ¿no? La narrativa era terreno de los varones hasta no hace tanto tiempo. Y acá estamos nosotras haciendo unos libros que, bueno, se han ido haciendo un lugar dentro de la literatura argentina; que han roto un poco la barrera del prejuicio que yo sentía que había cuando empecé a publicar de que los lectores varones no leían a narradoras mujeres. Y todo esto, además, en este contexto de reivindicaciones y de luchas sociales tan importantes para las mujeres en estos últimos por lo menos cinco, seis años en la Argentina.
— Las mujeres siempre leyeron a los hombres. El verdadero triunfo es efectivamente que los hombres lean a las mujeres.
— Claro. Creo que a cualquiera de nosotras nos pasa que si hacemos un repaso de aquellos autores fundamentales en nuestras vidas de lectoras, sobre todo de la época de formación, vamos a encontrar que la mayor parte de sus nombres son de varones. O, por lo menos, es lo que me pasa a mí en mi biblioteca personal. Y, de repente, poder empezar a revertir eso, poder empezar a descubrir autoras que nos precedieron y de las que yo apenas tenía idea, quizás de nombre o de haber escuchado hablar de algún libro, y empezar a ser lectora de esas mujeres también me parece fundamental. No sé, supongo que eso irá también incorporándose en la propia escritura con el tiempo.
— ¿Hay algo sobre lo que un autor o una autora no pueda escribir? Te lo pregunto porque el otro día leía un texto súper interesante de Zadie Smith, la escritora británica, en el que ella decía que hay algo de lo que ocurre ahora en relación a lo políticamente correcto y al tema de la apropiación cultural que afecta a la ficción. Básicamente ella lo decía como mujer heterosexual, madre, de piel negra. Decía algo así como: si yo me limitara a escribir solo sobre aquello que tiene que ver con mis orígenes, conmigo, con mis gustos, se perdería lo más relevante de la creación para cualquier autor que es poder introducirse en otros mundos. Por eso te preguntaba.
— Sí, la verdad es que yo personalmente como autora nunca me he planteado que hubiera algún tema del que no pudiera escribir. Sí he escuchado en otras escritoras mujeres que son madres, por ejemplo, que no podrían escribir sobre la muerte del hijo. Lo entiendo, yo no tengo hijos, pero suena comprensible. Pero como autora, no, nunca se me apareció un tema que diga de esto no podría escribir o de esto no querría escribir.
— Y de hecho tampoco se te pasa por la cabeza no escribir sobre personajes varones, por ejemplo.
— No, no, tengo ahí mi casi trilogía: con la novela que estoy escribiendo espero cerrar ya la trilogía de varones. Pero sí, en mis dos novelas los personajes protagonistas son varones, y siempre me dio mucha curiosidad el mundo de los varones.
— ¿Curiosidad y también lo sentís como desafío? ¿O básicamente es saciar una curiosidad?
— Como desafío no sé. O sea, en general nunca me planteé esto de que había personajes que pudiéramos abordar las mujeres y otros que no. Entonces no, nunca lo vi como un desafío, sino creo que una escribe por un montón de motivos, pero a mí uno de los que más me estimula es la curiosidad, o es pensar cómo funcionan las cosas en determinado universo. Y yo puedo saber un montón de cómo funcionan las cosas en el universo de las mujeres pero hay muchas cosas del universo de los varones que se me escapan. Y un poco las dos novelas son ir a, no sé si a buscar una respuesta o a inventar una respuesta, o abrir más preguntas, pero, no sé, en Ladrilleros, donde está todavía mucho más claro el mundo de la masculinidad, por ahí mi curiosidad era qué pasa con los varones, que les cuesta tanto el vínculo afectivo más estrecho, ya no solamente en el plano romántico, que también aparece en la novela, sino en el plano de los lazos: entre padre e hijo, entre hermanos varones, entre amigos varones.
— Ahí mencionás Ladrilleros y ahí estás hablando también de relaciones amorosas entre hombres. Hay como una apuesta aún mayor.
— Sí. Igual para mí creo que esa parte, o ese matiz dentro de la novela, fue el primero que apareció, el que más rápidamente me apareció, y después quizás me pareció más complejo ir un poco más allá y ver también qué pasaba con esos otros vínculos que no están. Digo, el amor erótico entre hombres ya está, obviamente abonado de un enorme prejuicio, sobre todo en el lugar donde yo ambiento la novela que es un pueblo del interior. Pero digo, qué pasa con esos otros vínculos que sí están permitidos pero que no están tampoco muy explorados. O, bueno, los enfrentamientos que aparecen en la novela entre uno de los padres y su hijo. Esta lucha por a ver quién es más varonil, quién es más masculino, quién es más Alfa.
— Sí, y también una cosa casi en simultaneidad del amor y la pelea ¿no?
— Sí, todo el tiempo el amor y la pelea. Incluso el amor o una suerte de homoerotismo que se arma en las peleas. O sea, esto de la pelea cuerpo a cuerpo. O del duelo. En una de las escenas de la novela se habla claramente de eso, de cómo uno de los personajes va tomando conciencia de los cambios en su propio cuerpo cuando pelea con el otro. Hay ahí una cosa homoerótica muy fuerte.
— Sí, hay también algo en Ladrilleros muy sexual en términos heterosexuales. Una relación muy sexual heterosexual. Cuando digo muy sexual digo muy explícitamente sexual, que tampoco es muy común en la literatura argentina. Fue una sorpresa muy interesante, diría yo.
— Sí, para mí también porque la verdad es que más allá de que venía escribiendo relatos, muchos años trabajando con Laiseca, como las escenas sexuales eran las que siempre dejaba, con las que siempre lidiaba porque me parecían más complejas de construir y de contar. Y bueno, siempre esa delgada línea de cuándo está demasiado sugerido, de cuándo es demasiado explícito. Y en esta novela me parecía que venía a cuento, porque tenía mucho que ver en esas relaciones tan fogosas que hay, en un abanico muy amplio de fogosidades. Y también me interesaba contar o tratar de abordar esas escenas en un contexto de clase baja y de pobreza.
— Exacto.
— Que me daba un poco la impresión de que siempre que aparecían estas escenas en otras obras de la literatura vienen como siempre asociadas a lo marginal, a la oscuridad, a la prostitución, al abuso. Y bueno, quería contar escenas gozosas, de sexo gozoso. Hay como una idea paternalista también, ¿no? Entonces me daban ganas de ver qué podía escribir yo sobre eso.
— Hay como una explosión del sexo en Ladrilleros y del sexo contenido en El viento que arrasa. En El viento que arrasa el reverendo Pearson, que es el personaje principal, es un hombre religioso que llevan su palabra por el país, acompañado por su hija. Luego están el Gringo Bauer y su hijo. El reverendo es un hombre de palabra, lo que aparece ahí es la palabra. Y lo que aparece como contenido es el sexo en los más jóvenes, ¿no?
— Sí, claro, de estos chicos que en realidad están como haciendo ese pasaje de la niñez a la adolescencia, de exploración. Y sí, donde tampoco brota, tampoco dan ese paso. Ahí hay como una especie de electricidad erótica en el aire pero que no se concreta.
— Alguna vez te pregunté por el origen de los sermones del reverendo Pearson, y me gustaría que me volvieras a contar de dónde sale eso, cuánto tiene que ver con tu propia historia, cuánto tiene que ver con la historia, si es que la hay, religiosa en tu propia familia, y cuánto de la literatura que te llegaba a las manos.
— Sí, en realidad de personal poco y nada porque no soy una persona religiosa. Mi madre sí es una persona muy creyente pero no era así cuando yo era chica, entonces no es algo que yo haya vivido mucho en la infancia el tema de la Iglesia, de la Iglesia Católica en realidad, vengo de una familia católica. Así que todo lo que tiene que ver con estas otras religiones que fueron teniendo más auge en las últimas décadas en la Argentina, es más lo que le debo a la literatura, justamente. Y bueno, alguna vecina que era adventista, otra amiga cuyos padres se habían hecho evangelistas. Pero todo muy tocado de oído. A mí me gusta mucho la literatura norteamericana y ahí está siempre lleno de reverendos, de pastores y de…
— Y de vendedores de Biblias.
— Y de vendedores de Biblias. Así que siempre digo que la figura, el personaje de mi reverendo le debe más a la literatura que a un personaje que yo haya conocido en realidad. Y después, lo de los sermones, que a mí se me ocurrió ponerlo porque yo misma fui comprendiendo un poco más al personaje y la complejidad del personaje en las diversas escrituras que tuvo el texto. Un personaje que a mí al principio se me había aparecido como simplemente un impostor, alguien que utilizaba la religión para sacarle plata a la gente después se fue convirtiendo en un creyente, en alguien así absolutamente abocado a su fe ya casi hasta el delirio. Porque es un fanático el pastor. Y en alguien que realmente cree en todo lo que predica. Entonces pensaba en cómo poder transmitir eso al lector, que el lector se diera cuenta que Pearson no es un impostor, que el reverendo puede estar loco pero no es un impostor. Y ahí apareció la idea de escribir, de reproducir algunos de los sermones que él da cada domingo en la Iglesia. Y para eso me ayudaron mucho las revistas que me dejan puntualmente todas las semanas hasta el día de hoy los Testigos de Jehová por debajo de mi puerta.
— Que es una forma de la literatura, ¿no? Y que lo que consigue además cuando uno lee la novela, así como la naturaleza es protagonista en la novela -con los vientos, las tormentas, la sequedad, ese viento que arrasa-, estos sermones que se incrustan y que interfieren en el texto terminan generando una lengua diferente.
— Claro, sí. O sea, ese lenguaje más entre formal y apocalíptico está muy inspirado en los artículos de estas revistas. De ahí también sacaba los versículos. O sea, yo no tengo una Biblia en mi casa, nunca leí la Biblia. Entonces, como hay citas bíblicas en las revistas todo el tiempo, me servían para que actuaran como disparador de lo que yo quería escribir del sermón. Y después también me puse a pensar bueno, si yo fuese un pastor y tuviese un grupo de gente tan compenetrada en lo que yo digo, en lo que yo pienso y en actuar como yo les mande a actuar, de qué hablaría. Y ahí, en los sermones aparece como el costado social que tiene el pastor, el reverendo, donde se habla también de cómo son tratadas las mujeres por sus maridos o por sus padres o por sus hermanos. O sea, aparece un poco el tema de la misoginia. Aparece el tema de los peones maltratados por sus empleadores, por sus patrones, que también es una cosa bastante corriente en las zonas agrícolas del interior. Entonces también me divertía hacerle decir cosas que a mí me hubiese gustado decir si tuviese algún poder.
— Ladrilleros arranca con dos muertes que se mantienen a lo largo de la novela. Contaste alguna vez que esa escena surge a partir de una historia que te contaron, un relato que no transcribiste literalmente pero sí la escena es la que te dio la idea de la novela...
— Sí, una anécdota que me habían contado que en realidad terminaba así, la anécdota terminaba con los personajes de dos familias, miembros de dos familias después de haber tenido un duelo en un parque de diversiones y todos medio moribundos, y eso me había parecido muy potente, como esa imagen, y que es la imagen con la que arranca la novela. Como estos dos, en el caso de mi novela son solo dos, jóvenes, casi adolescentes todavía, que han tenido una pelea a cuchillo y que están agonizando en el marco de un parque que todavía no termina de apagar su música, de apagar sus máquinas, sus juegos.
— Ladrilleros fue tu segunda novela, que vino después de un éxito importante con El viento que arrasa. En ambos casos son novelas que además se leen en otros idiomas, se han comprado los derechos. Porque pertenecés a una generación de escritores que consiguen que sus libros se lean en el mundo. Eso no ocurría, es es buena globalización.
— Sí, es verdad. Muchos y muchas de los escritores y escritoras de mi generación están siendo traducidos y sus libros circulan en otras lenguas. No sé, para mí es tan extraño que las novelas se hayan publicado en holandés o en sueco. Pero bueno, también en las lenguas un poco más tradicionales como el francés, donde están todos los libros publicados menos el de cuentos, porque viste que en Europa hay una cosa con el cuento, una especie de resistencia al cuento. Pero bueno, Ladrilleros se publicó este año en Francia. Y Chicas muertas y El viento que arrasa ya habían sido publicadas anteriormente. Bueno, El viento que arrasa es la novela que más traducciones tiene. Ladrilleros creo que también es un poco difícil de traducir porque hay una cuestión con el lenguaje, que no es tan llano como El viento que arrasa que tiene un lenguaje mucho más accesible a la hora de hacer una traducción. Ladrilleros supone una complejidad, me imagino yo, la verdad no soy traductora, pero imagino que tiene un poco más de dificultad quizás que los otros libros.
— Me gustaría preguntarte cómo surgió el título El viento que arrasa, que es un título tan potente.
— Sí, igual el título es mérito del editor, de Damián Tabarovsky.
— Mira qué bien.
— Porque en realidad yo tenía otro título y me acuerdo que cuando les mandé la novela a él, y en ese momento todavía estaba Gabriela Massuh en la editorial mardulce, ellos la leyeron y cuando tuvimos la reunión lo primero que me dijeron fue “nos gusta mucho la novela pero el título es imposible (risas). Con ese título no puede salir, olvidate”. Les parecía que era un título demasiado largo, de hecho era un título demasiado largo.
— ¿Me lo podés decir?
— Sí, a ver si me lo acuerdo, se llamaba: El viento que propague el fuego que arrase el mundo. Que es una frase que aparece adentro de la novela en algún momento. Después lo puse yo en esa especie de poema introductorio que hay. Y bueno, me decían: es imposible, los lectores… O sea, sos una escritora que no sos conocida, no se van a acordar el título, no puede ir con ese título. Bueno, antes amigos que habían leído el manuscrito me habían advertido un poco “mirá que es muy largo el título, vas a ver que te lo van a hacer cambiar”. Y a mí me gustaba mucho ese título porque me parecía que tenía esta cosa así medio apocalíptica de la Biblia, pero bueno, tampoco es que estaba totalmente casada con el título. Así que cuando me lo propusieron dije bueno, genial. Y empezó a pasar el tiempo, hasta que se publicó la novela pasó casi un año y era como: ¿y, se te ocurrió un título? Y la verdad es que no se me ocurría nada que realmente funcionara. Y bueno, ya era la hora de cerrar, de mandar el libro, de maquetarlo y demás. Un día Damián me dijo: mirá, hice una lista, agarré el título largo e hice esta lista. Y nos sentamos ahí con él y con Gabriela y empezó a decir bueno, tal, tal, tal. Y a los tres nos pareció que El viento que arrasa era el mejor título y ahí quedó. Pero bueno, fue medio un desglose que él hizo y un invento a partir del título.
— Me gusta mucho que cuentes esto porque a veces los lectores llegan a los libros y desconocen los procedimientos, cómo se llega hasta el final del proceso.
— Yo creo que los títulos, y eso siempre lo hablamos con la gente que viene también a los talleres, el título para mí o sale inmediatamente, y antes incluso, que es lo que me pasó con Ladrilleros, antes de yo empezar a escribir la novela ya tenía el título, o bueno, o hay que buscarlo, remarlo, y aparece al final. Y muchas veces son los editores quienes vienen en auxilio.
— Que en este caso fueron los editores haciendo un trabajo de edición con una frase que vos llevaste.
— Claro. Pero bueno, que es también parte del trabajo.
— Chicas muertas no es una ficción, es un trabajo que hiciste a partir de historias reales. Y también en un momento muy fuerte, cuando el tema de basta de femicidios aparecía con mucha fuerza ¿no?
— Sí, sí. Sí, Chicas muertas es un proyecto que yo empecé como a pensar, un libro en el que yo empecé a pensar más o menos en el 2008 por un caso puntual que yo conocía que es uno de los casos del libros. Y después otro apareció medio fortuitamente hojeando un diario, se conmemoraban 25 años de otro de los femicidios, que es el de María Luisa. Y el de Sarita apareció averiguando y preguntando a cronistas y a periodistas del interior si tenían registro de algún caso. Me interesaba que fueran casos ocurridos en los 80 por el hecho de la contemporaneidad que yo tenía con esas adolescentes que habían sido asesinadas en esa década. Y llevó un tiempo largo porque ahí, al contrario de las novelas, que las novelas escribí, este libro supuso ya como tres años de entrevistar, de buscar gente. Habían pasado muchos años entre los crímenes y el momento que empecé a investigar. Entonces también alguna gente era difícil de encontrar, se habían mudado, se habían muerto, nadie sabía dónde estaban.
— Claro.
— Y bueno, de ir a los archivos a los diarios. También eso fue una parte importante del trabajo porque mucho de cómo se trataba la noticia en esa época pude dar cuenta encontrándome con esos artículos. Y después por suerte en los tres casos a pesar que habían pasado más de 20 años todavía se conservaban en los juzgados los expedientes. Así que me permitieron verlos. Y justamente estos testimonios de gente que ya había muerto los pude tomar directamente de los expedientes.
— Mencionaste una trilogía, hablamos de El viento que arrasa, hablamos de Ladrilleros pero hay un tercer libro que forma parte de este proyecto en relación a personajes masculinos decías.
— Sí, es la novela que estoy intentando terminar, porque en realidad es una novela que empecé a escribir apenas terminé Ladrilleros. Después la dejé para escribir Chicas muertas, la volví a agarrar, la volví a dejar. Bueno, es una historia que vengo como retomando y abandonando desde hace mucho tiempo.
— ¿Ahora estás escribiendo?
— Ahora estoy escribiendo. Ahora ya creo que di con un tono que me gusta. Porque también me pasaba eso, que tenía mucho escrito pero de repente no estaba conforme con el tono. Yo creo que ahora ya está como encaminada y lista para ser terminada. Me falta tiempo, tiempo.
— Si tuvieras que explicarle a un lector que lee y que, digamos, sin saberlo igual aprecia un tono. ¿Cómo definirías lo que es un tono desde el lugar del escritor, o la escritora en este caso?
— Es que es muy difícil de definir porque no es el estilo, digo, es parte quizás de lo que comúnmente se llama estilo pero no es exactamente eso. Me parece que cada novela, o en mi caso cada libro que yo escribí, cada historia larga que yo escribí, lo mismo me pasa con los cuentos, busca eso que yo llamo tono, una voz particular. Pero que no tiene que ver con el sonido solamente sino con un recorte, con una mirada, con una serie de recursos. Y bueno, eso es lo que yo llamo tono y lo que a veces es lo más difícil de encontrar cuando una empieza un proyecto de escritura.
— ¿Ese hallazgo es también decir tengo la novela?
— Y, para mí sí. Siempre discutíamos mucho con Laiseca porque él tenía la novela o lo que fuera a escribir lo tenía completo en la cabeza antes de sentarse a escribirlo y yo no. O sea, yo voy tirando del hilo y voy buscando a medida, mientras voy escribiendo, en cuanto a trama digamos. O sea, la trama nunca la tengo tan clara y va apareciendo. Pero para mí, ya si tengo el tono no importa tanto cómo va a terminar el libro, cómo va a terminar esa historia o qué va a pasar con los personajes. No me importa tanto saber eso pero sí tener el tono. Entonces, cuando encuentro la voz creo que ya tengo la novela, aunque todavía no la haya escrito.
— Mencionaste a Laiseca por segunda vez, tu maestro, y no puedo dejar de preguntarte: si tuvieras que recomendar un libro de Alberto Laiseca, para un lector que nunca lo leyó, ¿qué recomendarías?
— Bueno, yo recomendaría dos cosas, una que es la menos leída de Laiseca que creo que son sus Poemas chinos, que es el único libro de poesía que escribió y que es realmente exquisito, muy, muy particular. Y después recomendaría para un lector que quiere entrar su narrativa avanzar por algún libro de cuentos. Me parece que Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, por ejemplo, es un libro muy lindo. Después otro que se llama En sueños he llorado, también tiene cuentos muy buenos. Yo recomendaría entrar por los cuentos y después atreverse a las novelas que son muchísimo más complejas y en el caso de Los Sorias de 1.500 páginas.
— Nunca se te ocurriría emprender un proyecto como Los Sorias, ¿no?
— No. no, no. Bueno, eso solo lo podía hacer Laiseca que estaba loco (risas). No, de hecho yo soy más bien de las obras muy breves. Mis novelas suelen ser muy cortas. Y esta que estoy escribiendo también va a ser una novela corta.
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