Es una de las escritoras del momento. Desde hace varios momentos. Con una escritura vital, desenfrenada, lejos de las convenciones narrativas y académicas, Mariana Enriquez lleva años extendiendo los límites de la literatura. Con una marcada influencia de los escritores norteamericanos —de Lovecraft a Stephen King, de John M. Harrison a Shirley Jackson—, Enriquez da, con el género de terror, el paso que la literatura argentina debía dar después de haberle prestado tanta atención al fantástico.
Es imposible hablar de Enriquez sin pensar también en Samanta Schweblin, Vera Giaconi, Luciano Lamberti. Todos forman parte de la misma generación de escritores y abordan distintos mecanismos para contar lo extraño, lo peligroso, lo opaco: aquello que nos asusta de quiénes somos. Lo interesante de Enriquez es su capacidad para generar efectos aún —o, mejor dicho: sobre todo— en eso que no revela. Sus relatos van esmerilando una fuerza subterránea que sacude los movimientos en la superficie, pero que no llega a entenderse del todo: una sensación liminal que nos envuelve en la incertidumbre.
Con Los peligros de fumar en la cama fue la primera escritora en tematizar el terrorismo de Estado en clave de terror. Con Las cosas que perdimos en el fuego se metió con la pobreza urbana y la violencia machista. Puso a funcionar todo el romanticismo byroniano en Alguien camina sobre tu tumba. En Éste es el mar retoma viejas tradiciones celtas donde las “hadas madrinas” se convierten en “hadas asesinas” para elevar a un músico a la altura de una estrella. Cada libro de Enriquez es una gema que hipnotiza, donde la belleza termina quemando.
El miedo versátil
La trayectoria de Enriquez incluye también una primera novela escrita a los 18 años, Bajar es lo peor, que se convirtió en un libro de culto para una juventud que buscaba escapar de la cárcel monótona que imponía la economía de los 90; una exquisita biografía sobre Silvina Ocampo (La hermana menor, Ed. UDP); la presencia en varias antologías temáticas, en las que siempre se las ingeniaba para poner una cuota de terror. Dos años atrás, la prestigiosa revista estadounidense The Newyorker destacó la traducción al inglés de Las cosas que perdimos en el fuego: “Hay algo casi bíblico sobre el mal que se esparce a través de este volumen de relatos”, decían, “sólo que el mal aquí es más vicioso e inflexible, sin el consuelo o el rescate de Dios”.
Desde hace algún tiempo, los libros de Enriquez vienen saliendo por la editorial Anagrama. Paradójicamente, la publicación en España parece darle mayor circulación a los autores latinoamericanos en nuestro continente, por lo que, junto con los libros, Enriquez se ha hecho un nombre relevante en la literatura actual.
Justamente Anagrama acaba en entregarle el 37° premio Herralde, dotado en 18.000 euros (más de un millón de pesos argentinos). Nuestra parte de noche, así se llama la novela, es, en palabras del jurado, la “continuadora de una tradición que podríamos denominar como ‘La Gran Novela Latinoamericana’; pertenece a una estirpe de obras tan disímiles, pero igualmente ambiciosas y desmesuradas, como Rayuela, Paradiso, Cien años de soledad o 2666”.
Nuestra parte de noche, dice la nota de prensa, cuenta la historia de un padre y un hijo que cruzan el país desde Buenos Aires hacia las Cataratas. Situada en los años de la dictadura militar, las rutas están llenas de retenes y tensión. El chico está llamado a ser el médium de una sociedad secreta de origen africano, que busca de la vida eterna a través de rituales atroces. La novela conjuga el terror sobrenatural con los años donde el terror parecía no tener fin.
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