Con su novela debut, El viento que arrasa, Selva Almada acaba de ganar el Premio al Primer Libro del Festival Internacional del Libro de Edimburgo 2019, más conocido como el First Book Award de Edimburgo. Este premio está pensado para destacar la riqueza de la nueva ficción con voces originales y diferentes. Este año, 46 novelistas y escritores internacionales publicados en inglés por primera vez participaron de la propuesta.
Sobre la novela, los miembros del festival dijeron: “está diseñado de manera exquisita y proporciona una experiencia profunda, poética y tangible del paisaje. Se cuenta con la precisión cinematográfica de una road movie estática, como una París, Texas del sur. El viento que arrasa es una novela distintiva que marca la llegada al inglés de una autora con un talento innegable”.
Con una traducción del título tan leal como poética, The Wind That Lays Waste, traducido por Chris Andrews y publicada por Charco Press en inglés este año, la novela de Selva Almada promete así un camino de premios y reconocimiento de los lectores. Cuando en el año 2012 la editorial Mardulce publicó El viento que arrasa, la recepción del público y de la crítica fue inmediata. Es una novela breve, que mantiene una tensión perfecta durante todo su desarrollo.
El reverendo Pearson y su hija Leni son los protagonistas de esta especie de road movie en pausa. Ambos recorren la Argentina en una camioneta desvencijada con el baúl cargado de biblias. Avanzan a ritmo lento, con un compás marcado por el clima, el calor agobiante, el viento. Cuando la camioneta finalmente se termina de romper, caen en el taller de Brauer, quien vive con su hijo Tapioca. Y es aquí donde esta novela se transforma en la anti road movie. El lector espera que vuelvan a la ruta, pero no. El tiempo se detiene y ellos también en una especie de vacío temporal y espacial. Nada pasa, todo se deja ver, o se percibe por fuera de los diálogos, por fuera de las pocas acciones.
El clima es denso y se tiene la sensación de que en cualquier momento pasará algo trágico, o al menos determinante; algo que cambie el curso de las cosas. El lector se encuentra varado allí, con estos cuatro personajes que no encajan y cuyas vidas se van develando de a poco. Pronto se comprende que los malos entendidos, los secretos y un cúmulo de decisiones erróneas los han llevado a ese centro de la nada que es el taller de Brauer. Las relaciones filiales, los amores perdidos, las frustraciones y todo eso que se creía verdadero se resuelve en estos cuatro personajes que, perdidos en una ruta poco transitada, se verán obligados a hablar sin dar detalles, a contarse unos a otros casi sin hablar; todo se infiere o se deduce.
Son los jóvenes los que la tienen peor. Desposeídos, para poder sobrevivir se aferran a la vez que reniegan de los dos adultos que están a su cargo y que apenas pueden con sus vidas. No hay amor explícito. Hay desesperación, y necesidad de compañía, y también reproches y muestras extrañas de cariño, formas extrañas del amor, y del desamor.
Hay música en la escritura de esta primera novela de Almada; los cuatro integrantes de este baile se mueven al ritmo del calor, del polvo y el espacio que afuera es infinito y adentro claustrofóbico. Hay, también, un cuidado de cada palabra que pesa y se siente como una gota de sudor que recorre la espalda y podemos seguirle el trazo. Construida en breves capítulos que van conformando un entramado complejo a partir de lo no dicho, es por medio de recuerdos y vivencias de cada uno de los cuatro personajes que el lector va configurando un posible desenlace para sus historias.
Cargada de agobiante espera y extraña resolución, esta primera novela de Selva Almada trae a la literatura argentina una bocanada de aire fresco que da cuenta de un giro fundamental en la tradición. Y es un viento, que arrasa.
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