Culiacán es fascinante. Tiene la belleza de un pueblo y la limpieza de unos ciudadanos que la cuidan. “La capital México es cochina”, me dice el poeta Jesús Ramón Ibarra. Y tiene razón. Por los rincones de esta ciudad que me recuerda inevitablemente a Javier Valdez no hay basura ni lugares sórdidos. No es como Tijuana. No es como Guadalajara. Es Culiacán.
En ese lugar al que dice defender por la herencia y el legado vive el escritor Élmer Mendoza, quien el próximo 6 de diciembre arribará a los 70 años. Acaba de ganar el Premio Nacional Letras de Sinaloa, otro galardón más en una larga y elogiada carrera, que tiene entre otros títulos El amante de Janis Joplin, Efecto Tequila, Balas de plata, Nombre de perro y La prueba del ácido.
Estoy en Culiacán por el Congreso 13 Habitaciones propias, que organiza el Instituto Sinaloense de Cultura, coordinado por Viridiana Trujillo, entre otras, junto a creadoras como Liliana Pedroza, Ave Barrera, Julieta García, al lado de jóvenes becarias, donde se lee poesía, narrativa, se debate.
Aprovecho para ver a Élmer, una persona a la que he entrevistado muchas veces, pero estoy emocionada. Es la primera vez que lo haré en su ciudad, la que la semana pasada vivió un pequeño infierno por los narcotraficantes del lugar.
Me recibirá en el Colegio de Sinaloa, que Mendoza preside, en una casa que tiene árboles en el patio, donde el aire acondicionado hace ruido, donde todos lo miran con mucha admiración y donde la siesta -a pesar de que es mediodía- se asoma por los entreveros de un lugar tranquilo y amable.
La puerta tiene seguridad eléctrica. Tal vez lo único que compruebe que alguien puede entrar y asesinar al que sea, como ha pasado con Javier Valdez, quien me acompaña en la memoria a conocer su ciudad.
No le hablo del miedo ni de los fantasmas. Hablamos eso sí de su reciente libro La cuarta pregunta, donde regresa El Capi Garay, un personaje joven, lleno de humor, que obliga al escritor a ingresar en mundos extraños, raros y diversos.
–Has recibido muchos premios, pero en este caso es en tu casa…
–Es inevitable compararlo con lo que es la vida familiar. Cuando uno va a la escuela tiene la obligación de sacarse buenas notas; cuando te la sacas, tu padre y tu madre te dicen bien hecho, te invitan a un raspado (N. de la R: refresco de granizado de hielo con sirope o jarabe de sabores). Me gusta porque ese asunto de que es muy difícil ser profeta en la tierra es real. Los detractores más fuertes siempre los he tenido en mi ciudad y en mi país. Les ha costado más reconocer lo que hice. Una noche, en una ciudad de oriente de Colombia, habían cerrado un bar para nosotros y entonces les pregunté por qué los colombianos no querían a Gabriel García Márquez. Había argumentos encontrados, bien linda la discusión. Aprendí muchísimo ahí y percibo que ocurre con todos los escritores.
–Estamos en Culiacán, tu lugar de residencia, nunca te has querido ir de aquí…
–Era una ciudad que tenía una vida provinciana, que salía por las tardes con sus mecedoras, había pocos autos, jugué béisbol en las calles, la ciudad era de todos, de compartirla. Teníamos dos ríos naturales e íbamos a nadar allí, hasta que alguien se ahogaba. Yo logré sacar a dos chicos y uno de ellos me lo encontré una vez, me abrazó mucho, porque le había salvado la vida. Los domingos la caminábamos por la calle Obregón, la principal y le decíamos “el obregronazo”. Desde un templo que se llama La Lomita, hasta el centro.
–Tiene la ciudad un aire de pueblo, tal vez por el calor, la gente es muy tranquila
–Sí y también recuerdo un espíritu de confianza. Creo que al menos para mí, quizás por la edad, los cambios se fueron dando. Desde el folclore, donde vimos bailar a nuestros padres y que nos enseñaban de niños a bailar, de pronto apareció el rock. El baile cambió. Eran bailes auténticamente atléticos que nunca los pude hacer. A partir de ahí vino una invasión de la música en inglés. Comienza a formar parte de nuestra cultura. Recuerdo una marcha, por los descuentos en el cine y como no quisieron hacerlo quemaron los cines. Fui cuando ya los habían quemado; los estudiantes saqueaban dulces, yo era niño. Te confieso que nunca me gustaron las marchas, tal vez tenga que ver con eso. Yo rechazo las marchas.
–¿Qué comes cuando regresas a Culiacán?
–Lo primero que como es machaca (N. de la R.: plato preparado con carne de vaca seca desmenuzada, huevos y en ocasiones salsa picante). No hay mil recetas como tiene el bacalao en Portugal, pero habrá unas 100. Leonor sabe 99. Las acompaño con tortillas de harina.
–Te hicieron un homenaje en el Zócalo y dijiste querer hacer la mejor literatura de tu tiempo
–Soy un escritor que me ha ido bien. He logrado hacer una obra pertinente, cuido muchísimo mis textos, trabajo todos los días, mis novelas tienen 250 páginas y las repaso y las repaso…a lo largo de estos años he desarrollado mecanismos de relación con mis textos, con principios muy sencillos pero firmes, que consigo tomarlos con mucha seriedad. Cada novela la escribo como si fuera la primera. Consigo disfrutar de la sorpresa, el logro de crear una atmósfera completa, las novelas que hago tienen muchos caminos, varias opciones, el manejo del delito dentro de la ficción tiene varios caminos pero intento tomar el más adecuado, porque pienso que en algún momento alguien la va a leer y se va emocionar. Es el juego eterno de un novelista intentar hacer las cosas bien y el juego eterno, porque no termina. Cada obra que intento parto con la misma idea y tengo una novela que mucha gente dice que es la mejor que he escrito y cuando me paro, abro cualquier página de ella y me pregunto: ¿qué hice aquí que no puedo hacer ahora?
–¿Entonces escribes pensando en los lectores?
–No, escribo pensando en la literatura como un arte perfecto. Puedo pensar en los lectores en la última corrección. Aquí se va a reír, aquí me va a maldecir, aquí intentarán tirar mis libros o pondrán “amo al Zurdo Mendieta”.
–¿Cuál es la mejor novela que escribiste, según los lectores?
–El amante de Janis Joplin.
–¿Piensas que es así?
–No lo sé. En primer lugar no quiero hacer una evaluación de mi obra, lo que hago es pensar que puedo escribir algo mejor. Lo que sí pienso es la novela que me ha costado más, que fue una pequeña locura, la única novela que la entregué y la regresé, trabajé seis meses más en ella, fue Efecto Tequila.
–¿Es una misión tuya leer a los mexicanos contemporáneos?
–Han ocurrido varias cosas. Una es que firmé con El Universal contrato por un año, pero me encontré en la fila de la FIL a José Emilio Pacheco y que me dijo que leía mis comentarios, me pidió que no dejara de hacerlos, si surgen escritores nuevos lo menos que uno puede hacer es comentar los libros. Le acabo de contar a Laura Emilia y a Cristina. Me he encontrado a autores que me han agradecido mucho, que me han dicho que su agente ha vendido el libro a otro idioma por mi comentario. Es muy bonito todo eso. Una cosa muy interesante es que he conseguido enriquecer la atmósfera, siempre encuentro a gente que me dice que leyó la reseña y que lo va a comprar. Los mexicanos leen poco, incluso los escritores…
–¿Cómo es la novela La cuarta pregunta?
–Tengo mucha ilusión con esta novela. Es una novela que me costó mucho porque manejo códigos lingüísticos que no me son propios. Son de los jóvenes. La interpretación de las mentalidades jóvenes, que son complicadas en esta época. Yo tengo mucha fe en los jóvenes. Crear personajes que respondan a ese perfil me costó mucho. Se me ocurrió anunciar una trilogía con ese personaje Capi Garay: la selva, el desierto, el subterráneo. Esta novela transcurre en un espacio que me es muy cercano. Cuando yo era muy joven hice muchos viajes dejando la carretera para venirnos por el desierto. Tengo un primo con el que compraba jabones, playeras, ropa en los Estados Unidos, y en las aduanas nos lo quitaban. Así que veníamos por el desierto. Era una aventura realmente increíble. Había olvidado esos episodios, hasta que leí un libro editado por Ruy Sánchez, sobre un fotógrafo de desiertos… me acordé de todo. El chocolate más rico que me he tomado en mi vida fue a las 2 de la mañana en un changarrito en la carretera. La cosa más rica del mundo.
–El desierto es barroco, como decía Daniel Sada
–Es muy barroco; es un universo que se puede definir en función de las sorpresas que puede producir. Hay muchos animales que viven ahí, el confort cotidiano no hay, pero unos amaneceres y unos atardeceres que no tienen madre están en el desierto. Unos vientos, unos ventarrones en la madrugada…
–Del Capi Garay me sorprende mucho su humor
–En el caso del Capi es un tipo que tiene humor y la gran virtud es que reconoce sus limitaciones. Tengo la teoría de que cuando alguien reconoce sus limitaciones, tiene la gran posibilidad en triunfar en lo que elija hacer. El Capi está absolutamente consciente de que muchas cosas de la posmodernidad no tienen que ver con él. Es un mal estudiante, pero es muy amigo, osado, enamoradizo, no tiene claridad acerca de la creencia religiosa… el control de la sorpresa que tiene que tener porque es el líder, trabajar esos momentos me ha costado mucho. Todos los personajes son diferentes y hacen una suma que la entregan para lograr el objetivo final. Las posibilidades de ficción que tiene el desierto son increíbles. No lo había experimentado a eso.
*Fuente original de la entrevista, “Maremoto Maristain”: https://monicamaristain.com/
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