¿La distancia puede convertirse en trascendental, liberadora y hasta fundacional para un narrador? ¿Qué vestigios imprime el desarraigo en el lenguaje literario cuando el exilio no es forzoso?
Samanta Schweblin, residente en Alemania, Patricio Pron y Andrés Neuman, en España, y Ariana Harwicz y Edgardo Scott, en Francia, experimentan el sitial de "escritor argentino que vive afuera". En diálogo con Infobae Cultura, desde distintos puntos del globo, reflexionaron sobre lenguas e identidades cambiantes y también hablan de los vínculos con la tradición literaria argentina y su propia generación.
Escritura y lejanía
La multipremiada Schweblin (Buenos Aires, 1978) lleva más de siete años en Berlín y asegura que una ventaja de Alemania es la libertad económica: "Comprar tiempo libre para poder sentarme a escribir me sale casi la mitad que en Argentina".
"Mis primeros tres años acá fueron los años que más escribí en mi vida. No sabría decir si escribir desde afuera cambió o no mis ficciones, no sé qué hubiera escrito si me hubiera quedado en Argentina", señala la cuentista y novelista nominada dos veces al prestigioso premio Man Booker International, con su novela debut Distancia de rescate y su libro de cuentos Pájaros en la boca.
Escribir a la distancia "sin lugar a dudas me hizo pensar en mi ciudad y mi país con otra intensidad. Quizá algo de eso sí se vea en los dos primeros libros que publiqué desde Alemania. Distancia de rescate y Siete casas vacías tienen una presencia de la ciudad y de lo argentino mucho más fuerte que los libros anteriores", opina Schweblin, quien llegó a la capital germana con una beca del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD).
"Pienso que quizás no hubiera escrito nunca viviendo acá", admite Harwicz (Buenos Aires, 1977), que emigró de la Argentina hace ya 13 años. De visita en su ciudad natal, cuenta que, aunque lo había intentado, su escritura verdaderamente "nace del impacto, de la experiencia de vivir en otra lengua".
La autora –asimismo nominada al Man Booker International con Matate, amor– escribió una novela en París que luego le mostró a Luis Gusmán. "Él dijo 'entiendo la novela, está buena, pero no hay una lengua, no hay un lenguaje único tuyo'. Para mí fue la gran enseñanza, la gran moraleja de todo el asunto. Obviamente que rompí la novela y empecé de nuevo. Y Matate, amor fue cuando surgió una lengua de la novela, pero surgió viviendo allá varios años en francés".
Neuman (Buenos Aires, 1977) partió mucho antes de la Argentina, cuando estaba por cumplir 14 años. Sus padres decidieron irse cuando el presidente Carlos Menem indultó a los militares. "Durante la dictadura parte de nuestra familia se había exiliado y a mi tía la habían secuestrado: imagino que aquel indulto representó para ellos un punto sin retorno", explica el escritor que vive en Granada.
"Así que, más que modificarla, diría que en mi caso la escritura misma se fundó sobre ese desarraigo. En su momento no lo sentí como una facilidad o una ventaja, más bien como algo difícil y hasta cierto punto traumático", afirma desde el verano andaluz el ganador del Premio Alfaguara de novela con El viajero del siglo.
También se refiere a la perspectiva que, con el paso del tiempo, eso pudo ir propiciando. "Hubo además un segundo afuera, porque nuestra familia no se fue a una gran ciudad (tipo Madrid, Barcelona, París o Berlín), sino que terminamos viviendo en una provincia andaluza. Ahí aprendí otros ritmos, otro punto de vista acerca de los centros de poder, y adquirí una especie de sensación periférica que persiste hasta hoy".
En su texto Brújula con dos sures, que integra la antología de escritores argentinos en el extranjero Pasaje de ida, Neuman escribe: "Durante nuestra infancia, mi hermano y yo habitábamos una suerte de espacio neofantástico, donde una puerta conducía a otra realidad. Dentro de casa, entre las cuatro paredes de la familia, estábamos en Argentina. Pero, en cuanto la puerta se abría, salíamos a jugar a España. La frontera entre ambos países era un simple picaporte. Hoy escribo con esa misma sensación".
Pron (Rosario, 1975) radicado en Madrid, se fue del país en marzo del 2000. "Un autor nunca es el mejor crítico de su trabajo, a pesar de lo cual creo que puedo decir que vivir en el extranjero ha significado para mí, desde el comienzo, la posibilidad de encontrar una lengua personal con la que narrar a partir de una relación conflictiva, por distante, con mi lengua nacional", indica el ganador del Alfaguara de novela con Mañana tendremos otros nombres.
El hallazgo de esa lengua "es una de las tareas principales del escritor, y a veces éste la realiza sin necesidad de dejar su país de origen. En ocasiones, sin embargo, necesita irse fuera para dar con ella, como en mi caso", observa el narrador traducido a una docena de idiomas.
Scott (Lanús, 1978), en pareja con Harwicz, es el último de los cinco en haber armado las valijas, hace tres años. Desde entonces, aún no escribió ficción, señala durante un viaje a Buenos Aires. "Terminé cosas que había empezado en Argentina y escribí ensayo, sobre todo. Hace poco, sin embargo, surgieron un par de situaciones y personajes que probablemente terminen en un relato ya situado allá. O en un lugar de la ficción que se inspira en esa experiencia".
El ganador del premio Lebensohn de cuento breve cree que escribir en el exterior no fue más fácil ni más difícil. "Las dificultades que he tenido o que tengo en la vida, en toda la adaptación, no han sido decisivas por suerte para la continuidad de la escritura. Tal vez porque para mí la escritura es un lugar en sí mismo".
De lenguas que toman territorios y lenguas cambiantes
A la hora de la creación literaria, ¿influye el lenguaje de su entorno europeo?
En el caso de Harwicz, llegó a escribir su reciente novela Degenerado en una primera versión bilingüe, en "francés de extranjero" y español, dependiendo "del tema, del estado de ánimo del personaje, de la escena". "Al final no me pareció que hubiera quedado verosímil y todo lo que era francés lo traduje de nuevo al español".
En sus novelas anteriores, la escritora había censurado la presencia del idioma extranjero. "Pero a medida que pasan más años que estoy en Francia, las tropas del francés van avanzando y tomando territorio. Me permito más poner palabras, expresiones".
Schweblin, traducida a más de 25 idiomas, considera que no habla suficientemente bien el alemán para que éste impregne sus textos. "Pero lo que sí me pasa es que, después de estar tantos años fuera, y de tener en Berlín tantas amistades latinoamericanas, lo que sí está cambiando es mi propio español. Y eso sí interfiere en la escritura".
"A veces me vienen a la cabeza palabras perfectas para lo que estoy escribiendo, pero me freno y digo, 'un momento, esto no es de mi porteño', y empiezo a hacerme preguntas que van más allá de qué puede o no hacer ese narrador, sino con mis propios límites como narradora argentina escribiendo desde afuera. La lengua cambia, absorbe perlas que la rodean y se olvida de modismos que ya nadie entiende, es natural. Pero entonces ¿sigue ese narrador siendo argentino?", se pregunta la autora que vivió brevemente en México, Italia y China.
Por su experiencia del exilio familiar y esa crianza de doble orilla, para Neuman "desde muy pronto la lengua dejó de ser una sola: aprendí desde chico a hablar con dos acentos, dos léxicos e incluso dos sintaxis. Siempre intenté trabajar literariamente con esa duplicidad lingüística, moldeando las inflexiones del idioma según las necesidades de cada libro, cada voz o cada personaje".
"En este caso, al menos, eso no tiene nada que ver con el plano editorial: es una forma cotidiana de vivir el idioma y la familia. Literariamente hablando, no creo en el español neutro. Prefiero pensarlo en términos de orillas y migraciones vitales: un castellano mestizo y fronterizo", indica el dos veces finalista del Herralde, con su primera novela Bariloche y luego con la autoficción familiar Una vez Argentina.
A Pron no le disgusta el español de Madrid. "Pero, por lo general, cuando alguien lo emplea, lo hace como un chiste, ya que no hay prácticamente nadie que lo hable de forma natural. Como en muchas capitales nacionales, casi todos los que vivimos aquí somos de fuera, y la manera en que hablamos tiene una mezcla de acentos y de palabras y expresiones de docenas de otros lugares".
"Por alguna razón, abracé esa especie de mínimo común denominador del español hace bastante tiempo: seguramente fue por pereza y para no fingir mediante argentinismos un sesgo local que mis libros nunca tuvieron, comenzando por los primeros que publiqué en Rosario, mucho antes de irme. Los argentinismos son como una especie de música que me gusta escuchar, pero que yo no puedo interpretar ya en prácticamente ninguno de los instrumentos que conozco", señala desde Múnich, durante una pequeña gira por Alemania.
Scott, por su parte, considera que hay más huellas del francés en su vida que en su escritura, donde "hay flashes, pero no tanto. El francés es una lengua más que un idioma. Sobre todo cuando vivís 'en' él. Y es una lengua imperial. Un poco en broma digo que los franceses, que abolieron la monarquía, siguen siendo monárquicos en la lengua".
"Entonces, para vivir, el francés hoy me determina en todo. Incluso en mis condiciones de escritura. Pero en cambio creo que mi lenguaje, mi lengua literaria, digamos, está bastante a salvo, tiene muchos más filtros y defensas. Habrá que ver en cinco o diez años", reflexiona el autor de las novelas El exceso y Luto.
¿Extranjerías semejantes o desembarcos diversos?
Algunos de estos cinco escritores comparten haber sido elegidos entre los mejores talentos latinoamericanos de ficción de la lista Bogotá 39 (Neuman en su primera edición y Schweblin en la segunda) o la de los mejores narradores jóvenes en español de la revista Granta (Schweblin, Neuman y Pron).
Y varios aparecen en recopilaciones como La joven guardia (2005), con selección de Maximiliano Tomas, o la más reciente Pasaje de ida (2018). Esa antología abre con el relato A mil pies de altura, de Harwicz: "Charles de Gaulle. Cambiar de país como cambiar de brazos. Ir de las axilas de uno a las axilas del otro. Soy yo, soy yo, sigo siendo yo en esta terminal que no conozco, en este idioma que entiendo mal (…)".
Aunque, como afirma Harwicz, tienen "extranjerías y desembarcos redistintos", ¿encuentran coincidencias entre sus escrituras o sus miradas?
"No", responde Pron. "Pero los libros que escribo sí tienen puntos en común con los de otros escritores argentinos que vivieron o viven durante largos períodos en el extranjero, como Alan Pauls, Graciela Speranza, Reinaldo Laddaga, Rodrigo Fresán, Sylvia Molloy, Lola Arias, Sergio Chejfec, Laura Alcoba, además de Ricardo Piglia y Juan José Saer. Y también con los de muchos escritores argentinos que viven en la Argentina, claro".
Por su parte, Schweblin considera: "Siento puntos en común, pero son cuestiones más bien generacionales, temas, modos de ver el mundo, el interés en algunas tradiciones comunes. No sé si encuentro algo en particular por el hecho de estar afuera. Quizá, al ser nosotros los que estamos afuera, nos cuesta más ver esas conexiones".
Harwicz -traducida a una docena de lenguas- cuenta que suelen cruzarse en festivales, charlas y presentaciones. "Estuve en el Festival de Dublín con Samanta, hicimos cruce de nuestros libros, con Patricio también en Madrid". Y agrega: "Escribimos todos muy distinto, estamos en sellos editoriales muy distintos. Pero tenemos en común algo, que es verdad: que nos ponen en el lugar del argentino-latinoamericano viviendo afuera".
Y Neuman advierte que son "tan accidentales los tiempos y formas en que cada cual terminó viviendo en otro lado, que no sé si convendría forzar demasiado unas semejanzas grupales. Dicho lo cual, quizá cualquier cambio de país genere cierto desarraigo respecto a dos fetiches presuntamente intocables: identidad y lengua. Si se trabaja poéticamente, creo que la relación con otras culturas y contextos políticos, con idiomas y acentos diferentes, puede llegar a producir un efecto de distancia interesante para la escritura".
Una vez Scott le preguntó sobre las coincidencias generacionales al escritor chileno Alejandro Zambra. "Me respondió que lo más importante eran las diferencias. Y pienso que tiene razón. Una generación se lee mejor a cierta distancia temporal, eventualmente, pero si no, creo que es más interesante ver las diferencias".
Publicaciones y traducciones en Europa
Schweblin evalúa que tiene "mucha suerte" con sus editores alemanes. Todos sus libros fueron publicados hasta ahora por el sello independiente Suhrkamp, el mismo que difundió a los escritores del "boom" latinoamericano. "Así que estoy muy bien acompañada".
"Es una editorial que publica autores, no libros. Esto es muy importante para una cuentista, porque en Europa a veces hay editores que compran las novelas, pero después no quieren publicar tus cuentos", explica. Su más reciente novela, Kentukis, se encuentra en proceso de traducción y saldrá a principios del año que viene.
Harwicz, por su parte, verá editada en Francia su primera novela, Matate, amor, a comienzos de 2020. "La publiqué hace siete años y recién ahora sale en francés en enero. Está todo desfasado, va llegando con mucho delay", apunta la autora de esta suerte de trilogía compuesta también por La débil mental y Precoz.
Scott, fundador e integrante del Grupo Alejandría, aún no publicó en Francia. "Me parece importante encontrar un buen traductor. O, mejor dicho, que él me encuentre a mí. Si no ya todo arranca mal. Además nunca tengo apuro para publicar y me gusta ver las condiciones de recepción y lectura, entender un poco el ecosistema".
Los libros de los escritores argentinos en España cuentan para su circulación con la ventaja estratégica de la lengua común.
Las obras de Neuman, traducidas a más de 20 idiomas, se editaron desde el principio en el país donde terminó de crecer y de estudiar. "Lo que costó trabajo entonces fue curiosamente lo contrario: que empezaran a publicarse también en mi país natal. Hubo que esperar años para eso, y cuando empezó a ocurrir me dio gran alegría. Para mí era algo importante en lo afectivo, que me reconciliaba con la infancia, y sentí que ahí empezaba a recuperar una parte de mi identidad. Lo demás fue dándose con el tiempo y los vínculos que fui haciendo en el país, que son cada vez mayores".
Generalmente los libros de Pron aparecen de forma simultánea en España y la Argentina. "Y luego se publican en los otros países de la lengua, y un poco después en los países en los que son publicados en traducción, como Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia".
Diálogos intrageneracionales, diálogos con la tradición literaria
Pese a escribir desde el otro lado del Atlántico, ¿dialogan sus libros con los de otros escritores argentinos de su generación y con la tradición literaria argentina?
Schweblin asegura que sin duda: "No sé de qué modo lo hará, porque no siento que tenga la distancia para verlo. Pero leo mucho a mis contemporáneos, y sigo pensando y releyendo nuestra tradición literaria, sobre todo la línea del fantástico rioplatense y de lo extraño".
"Sí, por supuesto", contesta Pron, autor de la novela El comienzo de la primavera (Premio Jaén). "Más todavía, diría que mis libros son parte de la muy importante tradición de libros de la literatura argentina que, por una razón o por otra, fueron escritos fuera del país".
A su paso por Buenos Aires, Harwicz destaca que se siente unida a su generación, con la que se arma "como una comunidad". "Porque leímos los mismos libros, porque fuimos educados con la misma violencia, con la misma moral. Nacimos todos en la dictadura o tuvimos infancia en dictadura. Así que yo me siento ligada a los autores de acá, no de allá".
Scott explica así su vínculo con la tradición literaria: "Tengo claro cuando escribo que siempre hay libros antes que exploraron o que fueron por ahí donde ahora estoy yendo. De hecho, muchas veces lo que me ha incitado a escribir es algo leído. Me pasó con mi novela El exceso y Cicatrices de Saer. O con algunos textos críticos, y algunas ideas, tengo muy presente a Gusmán, por ejemplo".
Aunque no llegó a desarrollar una vida adulta en el país, Neuman intenta mantenerse al tanto sobre literatura argentina. "De hecho hice mi tesis sobre el cuento argentino, y por supuesto mis padres me transmitieron sus propios referentes. No podría precisar hasta qué punto eso produjo un diálogo con las diversas tradiciones y generaciones nacionales, pero me conmueve cultivar ese vínculo, y procuro viajar al país todo lo que puedo".
Regresos y definiciones
Neuman no es el único que suele cruzar el océano para visitar la Argentina. Schweblin regresa una o dos veces al año. "Pero no siempre paso por Buenos Aires, porque gran parte de mi familia vive ahora en Lago Puelo, así que a veces vuelo al paraíso directo y sin escalas".
Pron estuvo varios años sin retornar, pese a que toda su familia sigue viviendo en la Argentina. "Desde hace unos diez años vuelvo al hilo de la publicación de cada nuevo libro, una vez al año aproximadamente", señala.
También Harwicz viaja todos los años. Antes, en verano, y últimamente en invierno, lo que la conduce a percepciones diferentes de la ciudad. "Algo cambia en el estado de ánimo", indica, para luego agregar: "Mi relación con Buenos Aires es superfluida. Vengo siempre por los libros también".
"Vuelvo todos los años por ahora", cuenta Scott. "Y esa es otra adaptación, la de volverse 'visitante', una categoría que todavía no entiendo bien de qué se trata".
¿Y cómo definir entonces la relación entre desarraigo y literatura? El chileno Roberto Bolaño, escritor con varias patrias, postuló en su texto Exilios (compilado en A la intemperie): "Probablemente todos, escritores y lectores, empezamos nuestro exilio, o al menos un cierto tipo de exilio, al dejar atrás la infancia. Lo que llevaría a concluir que el ente exiliado, la categoría exiliado, sobre todo en lo que respecta a la literatura, no existe".
El autor de Los detectives salvajes concluye: "Existe el inmigrante, el nómade, el viajero, el sonámbulo, pero no el exiliado, puesto que todos los escritores, por el solo hecho de asomarse a la literatura, lo son, y todos los lectores, ante el solo hecho de abrir un libro, también lo son".
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