Han pasado tres años desde la publicación de la primera novela del venezolano Rodrigo Blanco Calderón, y The Night vuelve a ser noticia. A finales de mayo la obra ganó la tercera edición del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que se llevó a cabo en la ciudad de Guadalajara.
En 2016 la buena racha comenzó cuando recibió en Francia el Premio Rive Gauche. Fue publicada por Alfaguara y en Venezuela por Madera Fina, sello del que fue parte del equipo fundador en un país con una industria editorial cada vez más afectada. Sin embargo, el sello venezolano anunció recientemente que logró una nueva edición de 1.000 ejemplares.
Nacido en 1981, y con varios libros de cuentos publicados, empezó a escribir The Night en 2010. Una historia rodeada de una Caracas que para entonces era convulsa, pero mucho menos que ahora. Ahí se tejen una serie de relaciones personales que se entrelazan con la influencia en Blanco Calderón de Darío Lancini, escritor venezolano autor de Oír a Darío, libro de palíndromos que las nuevas generaciones buscaron descubrir gracias a esta novela.
En diciembre de 2018, el escritor se mudó junto con su esposa a la ciudad española de Málaga. Había estado tres años en Francia, adonde fue becado para estudiar un doctorado en la Universidad de París 13. Asegura que en 2012, cuando Hugo Chávez fue electo nuevamente presidente, sabía que debía salir del país. "En diciembre de 2016 fui de visita a Caracas y pasé por la dramática circunstancia de ver a amigos enflaquecidos y apocados. Para ese momento ya se había calculado que el venezolano había perdido un promedio de nueve kilos en tan solo un año", escribió en su blog.
–The Night comienza con una alusión a la crisis eléctrica de hace casi 10 años. Pero este año el país vivió apagones más intensos y prolongados. ¿Ha reflexionado sobre esa diferencia entre esos momentos?
-Digamos que lamentablemente la novela arranca a partir de un punto de no retorno que se ha demostrado cierto. La declaración entonces de la crisis energética no fue una circunstancia más en el agitado acontecer venezolano. Es uno de los momentos importantes en los que Venezuela entró en una zona de conflictividad y de carestía muy fuerte. La noche de la entrega del premio, mi familia en Caracas se quedó sin luz. No pudieron ver la transmisión en directo. A través de notas de voz de whatsapp, mi esposa les dijo que había ganado.
-En declaraciones posteriores a la entrega del premio, aseguró que su obra retrata una sociedad que se empujó a su propia aniquilación. ¿Pueden salvarse esas sociedades?
-Hay momentos de fuerza de autodestrucción que parecen inevitables. Piensa en las dos guerras mundiales. En el caso particular de Venezuela, habrá que analizar. Ya se está haciendo, pero se requiere también de los beneficios de la distancia. En este problema nos metimos solos. Hugo Chávez no llegó por una imposición extranjera. Claro, luego él le entregó el país a Cuba, que ocupó nuestro país sin lanzar un tiro ni una bomba. Fue una rendición total de un presidente a un dictador como fue Fidel Castro. A eso me refiero con la autodestrucción o suicidio compartido. Por supuesto tengo muy claro que el mayor culpable de todo esto fue y será Chávez. Cuando me preguntan si se puede salir, respondo que toda mi familia está en Venezuela y tengo la obligación de tener esperanzas. No sé cuánto tiempo más va a faltar para que ocurra.
-¿Y la otra parte que considera culpable está consciente de su responsabilidad?
-No lo sé. En el pequeño mundo en el que me muevo a veces tengo la noción de que usamos el chavismo para proyectar nuestras propias sombras sin hacer una introspección sobre qué pasó en la sociedad venezolana para que un personaje como Hugo Chávez se fuera abriendo paso. De hecho, en The Night hay una reflexión en ese sentido a través del personaje inspirado en el psiquiatra Edmundo Chirinos, una especie de monstruo que la sociedad democrática venezolana aupó y protegió.
-Cuando ganó la Bienal, El País de España lo citó incorrectamente y tuvo que aclarar que no había criticado a los intelectuales venezolanos, sino a los de otros países por no denunciar lo que ocurre en el país. En Venezuela, libros como Diario en ruinas de Ana Teresa Torres registran lo que integrantes del mundo cultural venezolano advirtieron hace más de veinte años. ¿Fue suficiente?
-Creo que sí. Tampoco sé cómo medir esas cosas. Por eso me alarmó cuando se tergiversó lo que dije. A los escritores e intelectuales venezolanos se les puede reclamar muchas cosas, pero no la posición en contra de lo que fue el chavismo cuando Hugo Chávez estaba vivo. La posición de la mayoría de la clase intelectual venezolana fue bastante firme, coherente y cohesionada. Hubo manifiestos, posiciones conjuntas, se hizo una gran cantidad de actividad cultural de orden privado que permitió que se mantuviera la vida cultural en unas condiciones totalmente adversas, sin ningún tipo de apoyo estatal. Diario en ruinas tiene el valor de demostrar que se hizo lo que se podía hacer. Ahora, no se le puede pedir quizá a un intelectual más allá de lo que su trabajo intelectual le permite hacer. Eso fue cuando Chávez estaba vivo, ahora, luego de su muerte, sí tengo otra posición.
-¿Cuál?
-Veo con mucho dolor y alarma cómo muchos de los intelectuales, escritores o gente de la cultura venezolana, que supieron ser muy críticos con Chávez y defender los espacios de la pluralidad y el pensamiento, ahora se han cohesionado alrededor de Juan Guaidó, como antes de Henrique Capriles, para ser una especie de guardia pretoriana que impida cualquier tipo de señalamiento. Ahí ves cómo después de luchar tanto tiempo contra un enemigo, terminas parecido a él.
-Y su opinión la expresa en redes sociales, especialmente en Twitter.
-Creo que fue en 2017, cuando empezó la represión fuerte de Maduro contra los estudiantes. Hubo una necesidad de expresarme. Twitter es mi medio de de expresión, distracción y debate en términos políticos. Me genera enemistades declaradas, llamados a la rectificación o insultos. Pero hay gente que comparte mis opiniones sobre lo que veo que está pasando en la oposición venezolana. Llegué a un punto en el que me basta eso. No necesito tener una aprobación de un grupo cultural o intelectual para saber si puedo o no emitir mis opiniones políticas.
-¿Y bloquear a las personas en Twitter no lo hace ver como una persona que evade el debate?
-La gente olvida que las sesiones en redes sociales son espacios personales. Las herramientas están ahí para utilizarlas. Uno decide si bloquea o silencia. Yo he sido bloqueado por una cantidad de gente con la que en la vida real puedo tener una relación cordial. Son espacios en los que uno decide qué tolera y qué no. Cuando alguien me insulta constantemente, tengo la opción de pelear con ella o apartarla de ese espacio.
-El año pasado el escritor Antonio López Ortega afirmó en una entrevista que en las nuevas generaciones de escritores la preocupación por lo político e ideológico no toma los componentes de años anteriores, cuando estaba esa diatriba entre izquierda o derecha. ¿Está de acuerdo?
-Habría que leer en su contexto lo que dijo Antonio. No conozco esas declaraciones. Pero creo que el debate político se está reagrupando en ese bloque de derecha y de izquierda. En Venezuela hay un surgimiento de pensamiento de derecha que antes no existía o de una posición pública de derecha que antes no se veía en el país. Es irónico porque la derecha en el país es casi una consecuencia de Chávez y no una causa, como al chavismo le gustaría pensar. Eso ha sido lo novedoso en el panorama político venezolano. Veo a muchos jóvenes que comparten sus ideas con distintos grados de sensatez o de locura. Lo ves en debates sobre la necesidad releer la obra de Carlos Rangel, por citar un ejemplo. Un pensamiento liberal que la tradición cultural venezolana democrática, de corte un poco socialdemócrata, dejó de lado. Entonces surgen esas revalorizaciones. Creo que los términos de los años sesenta están en boga, a veces de forma paródica y otras con transformaciones que creo que son auténticas y que son un dato nuevo político para nosotros. Han surgido corrientes de pensamiento liberal, otras corrientes de derecha y otras de ultraderecha que bordean el fascismo. Pero son elementos que antes prácticamente no tenían espacio. Sería interesante, hablando de los ciclos, que la sociedad venezolana logre un proceso de síntesis de estos extremos.
-¿Y cuál de esas posiciones lo entusiasman más?
-Ninguna. Me siento totalmente aislado en esos términos del debate. Aunque lo veo así expresado, no me identifico. Siento que mi actitud puede llegar a ser más utópica que la de esos extremos porque cada día creo más en la necesidad de posiciones de centro. No me preguntes si es viable o no.
-Los perros abandonados en Venezuela es un punto de partida para la nueva novela que escribió. ¿Me puede hablar más sobre la perspectiva desde la que está escrita?
-La terminé el año pasado. El contexto social en el que arranca es la Venezuela contemporánea a partir del masivo abandono de perros. La novela narra una historia de relaciones personales, de corte familiar, en la que de alguna u otra manera, estas microhistorias personales, pasionales o familiares replican el contexto enrarecido de un país como Venezuela. No puedo decir mucho más. Estos meses he estado revisando para ver si sale publicada el año que viene.
-¿Piensa que ha cambiado en el sector editorial el paradigma de depender del Estado venezolano o a hay quienes esperan que haya un cambio para luego retomar modelos como el de Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho?
-Creo que ese paradigma cambió desde antes de la crisis declarada. La confiscación ideológica de Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho por parte del chavismo, junto con otras restricciones, obligó a que el mundo editorial venezolano apostara más por iniciativas privadas e independientes. Ese es un legado que cuajó en el mundo cultural y editorial venezolano. Si se da el quiebre político y se restituye la democracia, y además vuelve el envión económico, florecerá una cantidad impresionante de editoriales, junto con el regreso de las trasnacionales. Será un banquete editorial que nos vamos a dar allá después de tantos años de privaciones.
-¿De ocurrir, volvería al país?
–(Suspira) Ay, esa es la pregunta que todo el que se fue se hace todo el tiempo. Yo por salud mental no puedo ni plantearla. Genera mucha angustia. Te impide enraizarte en el país al que llegaste y hacer planes a futuro. Simplemente no pienso en eso. Si llegara a pasar, más temprano que tarde, se pensará en su momento. Por ahora, mi presente está en Málaga, y por supuesto mi mente y mi corazón en Venezuela.
-En una entrevista con Fedosy Santaella habló del culto al anonimato, de escritores que parecieran estar esperando que los descubran, y que conoce a autores contemporáneos venezolanos que son mejores que muchos de los conocidos internacionalmente. ¿Puede darme nombres?
-Ahí sí tendría que hacer una separación entre esos autores que tienen una actitud general de sentir que los grandes editores internacionales tienen que tocar la puerta para descubrirlos, y está el caso de otros autores venezolanos que por distintas razones son conocidos solos en el país y que deberían ser leídos internacionalmente. A los primeros no los quiero acusar de que ellos están esperando que le toquen la puerta. Pero en el otro caso, hay narradores y poetas que tienen mucho que decir para el lector extranjero. Está el caso de Rubi Guerra, narrador de primera línea, que quizá en otro contexto u otro país hubiese podido tener la valoración masiva y crítica que pudiera tener. También están Roberto Martínez Bachrich, Héctor Torres, Oscar Marcano. El caso de Laura Cracco y esa interesantísima novela que es El ojo del mandril. La poesía de Jesús Montoya, un gran poeta venezolano que dará mucho de qué hablar. Mi queridísima Elisa Lerner, una referencia de las letras venezolanas. Es una lástima que los lectores no venezolanos se pierdan lo que ha sido ese trabajo de memoria de un país, pero también de la feminidad, de la inmigración judía en Venezuela.
-¿Piensa que un premio como la Bienal Vargas Llosa pueda ocupar en tradición e importancia lo que alguna vez fue el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos?
-El Premio de la Bienal Vargas Llosa de hecho surge, entre otras cosas, para ocupar el espacio que dejó el premio Rómulo Gallegos al ser destruido por el chavismo. Así lo dijo J.J. Armas Marcelo cuando el premio fue presentado por primera vez. Ahora bien, la literatura hoy no pareciera tener la importancia que socialmente tuvo en los años sesenta y setenta. Creo que ese factor hay que tenerlo en cuenta. Pienso que la Bienal Vargas Llosa busca hacer un puente a través de la figura de Vargas Llosa entre ese momento de esplendor de la novela latinoamericana y el presente. Devolverle a la novela, así sea por espacio de una semana, su poder de convocar a la tribu. Y darle la oportunidad a los escritores de alcanzar comunidades de lectores más amplias.
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