Historia alejada de África
Muchos son los acontecimientos, a menudo caprichosos, que han ido marcando esta realidad, pero conviene citar dos ejemplos. En el año de 1492 se descubre América, nuevo continente en el que los reunificados reinos españoles vuelcan todas sus energías e ilusiones, cediendo la exploración y asentamiento en África a la nación portuguesa.
El celebérrimo Tratado de Tordesillas de 1494, con sanción papal, consagró este reparto geográfico y marcó el inicio del abandono multisecular por parte de España de todo un continente, salvo muy escasas excepciones.
Pasados los siglos, la no menos célebre Conferencia de Berlín de 1884-85, ocasión en la cual las potencias europeas se repartieron África, la nueva fruta madura del colonialismo occidental, con regla y cartabón, concedió a la España de entonces alrededor de unos 300.000 km² en el golfo de Guinea, en reconocimiento a las exploraciones y asentamientos en la zona del héroe vitoriano Manuel de Iradier, apodado el Livingstone o el Stanley español.
Pero otro hecho histórico se cruzó en el camino: la crisis nacional de la pérdida traumática de las últimas colonias americanas y asiáticas del Imperio español en 1898, con el subsiguiente encerramiento en sí misma de la nación, incluido, por supuesto, el rechazo a nuevas aventuras coloniales.
Los territorios se perdieron, por abandono, a favor de Francia, salvo un pequeño recuerdo de lo que podría haber sido: la futura provincia de Río Muni, acompañada de algunas islas, Fernando Poo, hoy Bioko, o Annobón, entre otras. Un conjunto de lugares que, con el tiempo, llegarían a constituir la República de Guinea Ecuatorial, independiente desde el 12 de octubre de 1968. Es la única nación de África que tiene el español como lengua oficial, y con ello, por ejemplo, una literatura nacional en español. África, aunque estuvo a punto de no ser así, también se expresa en español.
Con estos antecedentes, tal vez puedan explicarse la lejanía cultural y el desconocimiento histórico, cuando no la indiferencia, entre España y el mundo hispánico del presente, por una parte, y las brillantes aportaciones poscoloniales del continente africano, de fácil y agradecida observación cuando se despeja la niebla que lo oculta y se orienta definitivamente el interés hacia el mismo.
Salvar las distancias
En nuestro siglo XXI los tiempos han cambiado y las relaciones entre África y otras partes del mundo ya no son de descubrimiento, exploración, conquista o colonización. Las nuevas etiquetas de nuestro tiempo han de ser cooperación, comercio justo, proyectos conjuntos, etc., pero la economía, aunque a veces lo parezca, nunca lo es todo.
Si se ha de reparar el alejamiento, el desconocimiento mutuo, la indiferencia entre lo español y lo africano, las nuevas armas benignas y provechosas han de proceder de los ámbitos de las lenguas, las culturas, las literaturas, etc., y los intercambios que estas provocan y atesoran.
Por ello nació, en el seno de la Universidad de Valladolid, un grupo y proyecto de investigación denominado Afriqana en el año 2002, más tarde integrado en el grupo de investigación TRADHUC (Traducción Humanística y Cultural). Su objetivo primero y su razón de ser fundacional es la promoción del africanismo español en los ámbitos de la lengua, lingüística, literatura, cultura y traducción.
La traducción abre puertas
El mundo de la traducción es especialmente querido por el grupo, al tener Afriqana, como sede principal, la Facultad de Traducción e Interpretación de Soria.
Es una firme creencia del grupo y de sus miembros que los grandes títulos de la literatura poscolonial africana, una parte considerable de ellos traducidos al español, pueden llegar a suscitar un interés amplio entre el público lector de lengua española, y no situarse siempre en posiciones marginales y inexplicablemente minoritarias.
Si con Cien años de Soledad (1967), el escritor colombiano Gabriel García Márquez abrió la puerta de las letras iberoamericanas a los lectores españoles y universales (gracias a la traducción), ¿por qué el título Todo se desmorona (1957), obra magna de la literatura poscolonial africana, de su coetáneo nigeriano Chinua Achebe, un éxito mundial con millones de ejemplares vendidos, no ha alcanzado nunca el corazón lector de los aficionados a las letras españoles, a pesar de que se ha traducido repetidas veces?
Y si nos fijáramos en las escritoras cabe recordar, como segundo ejemplo, a la iberoamericana Isabel Allende y su obra más popular, La casa de los espíritus (1982), de gran éxito en España y en todo el mundo, gracias a las decenas de traducciones a las más diversas lenguas y a la adaptación al cine de 1993.
No se puede comparar la recepción española de esta autora con la de imprescindibles escritoras poscoloniales africanas como la ghanesa Ama Ata Aidoo o la sudafricana-botsuana Bessie Head, ambas coetáneas de la chilena, aficionadas a novelas con gotas de autobiografía como ella.
Existen algunas traducciones de ambas, pero muy tardías, además de no haber nunca traspasado la frontera de la marginalidad en español: Nuestra hermana aguafiestas, para la primera, o Nubes de lluvia, para la segunda.
Todo un misterio, desde luego. O no tanto: todo empezó en Tordesillas.
*Juan Miguel Zarandona Fernández es profesor de Traducción e Interpretación, Universidad de Valladolid
**Publicado originalmente por The Conversation.
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