Una fascinación se produce cuando se abren las puertas de la mente de un asesino. ¿Qué razones (o sinrazones) extremas pueden motivar que un ser humano le quite la vida a otro? ¿Y si los homicidios de tal asesino se contabilizaran por decenas? Mindhunter, la serie que emite Netflix y cuya segunda temporada ya está en streaming, provocó fanatismo en 2017 cuando se emitió por primera vez. La serie se adentraba en Quantico, sede de los cuarteles generales del FBI (una digresión: ¿no parece inverosímil un nombre como Quantico para el pueblo elegido por las autoridades estadounidenses para instalar a sus agentes federales, entrenarlos, educarlos, construir esa organización?) que en los años setenta se dio a la tarea de constituir una Unidad de Análisis de la Conducta que tiene, como fin, explorar las pulsiones que llevan a los asesinos a matar.
A partir de la iniciativa de los agentes Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) se crea una división de investigación de los homicidas múltiples (serán ellos, basados en sus estudios y acciones de la vida real, quienes acuñen el término "asesino serial") para confirmar si es cierto que existen entre estos seres algunas características comunes, ciertas regularidades, algún signo de identificación que pueda hacer posible su detención antes de que sigan matando. En la primera temporada, se incorporaba al equipo –abandonando la vida académica– la psicóloga Wendy Carr (una bellísima Anna Torv). Sin spoilear, sino como un ayudamemoria para el espectador despistado, se puede decir que aquellos primeros diez capítulos terminan cuando Ford tiene un colapso nervioso realizado, en términos cinematográficos, maravillosamente debido a cierto contacto excesivo con uno de los asesinos seriales entrevistados.
Y es que esa primera temporada se basaba en el terror de enfrentarse detrás de las rejas al asesino, al demente, para que los agentes grabaran sus experiencias y su modo de ver la vida y también sus crímenes, en lo que constituyó una sistemática incursión en la mente criminal. De hecho, la producción está basada en el libro que narra la constitución de la Unidad de Análisis de la Conducta por parte de John E. Douglas (el personaje Ford), Robert Kessler (el personaje Tench) y la psicóloga Ann Wolbert Burgess, cuyas experiencias se recopilan en el libro Mind Hunter: Inside FBI's Elite Serial Crime Unit. De un modo extraño, las entrevistas puestas en escena en la primera parte de la serie bastaban para que el miedo se hiciera presente frente a la pantalla de Netflix.
La segunda temporada tiene una variación en su estructura, pero que se hace notar. Si bien las entrevistas a los asesinos seriales continúan, se pone el acento en las historias personales de Tench y Carr (que habían sido un poco relegadas frente al drama del agente Ford en la primera parte), que incluyen una vida familiar disfuncional en el caso de Tench (y hasta un episodio que, si bien realizado de manera muy potente, lleva al espectador a exclamar: "¡Tanta mala suerte con la muerte vas a tener, Tench!") y la posibilidad o no del amor sáfico de la doctora Carr. En ese adentramiento en las historias personales, el núcleo de los asesinos seriales podría cobrar una laguna de descanso, pero a veces el guión da a pensar más bien en una meseta.
Pero, por sobre todo, la diferencia con la primera temporada es que los agentes no se dedican ya tan sólo a la investigación, entrevistas, elucubraciones alrededor de las que gira el drama, sino que usan sus placas del FBI para intervenir en el caso del asesino de Atlanta que mató a 29 niños, púberes y adolescentes negros entre 1979 y 1981. El caso es trepidante: las víctimas pertenecen a los sectores más pauperizados de una sociedad donde gran parte de la policía había pertenecido al Ku Klux Klan. La serie muestra a las madres organizándose por las víctimas y por aquellos niños desaparecidos, mientras el agente Ford esboza la teoría de que el asesino debía haber sido un hombre negro, algo inusual entre los asesinos seriales. La caza del asesino, combinada con el drama familiar de Tench y los dilemas de Carr, dan tono a esta nueva temporada que -Dios no lo permita-, no deja de mostrar en cada capítulo un pequeño fragmento de la preparación del asesino serial BTK, que aún hoy se encuentra libre.
Alentada por el director David Fincher, que dirige algunos capítulos, y producida por Charlize Theron, entre otros, la serie es impecable en cuanto a los recursos técnicos que utiliza: una representación de los años setenta que se hace perceptible en la minuciosidad del manejo de la paleta de colores que componen la pantalla, la música y los espacios en los que se filma. Por otro lado, las actuaciones no podrían ser mejores y, en esta parte de la serie (que incluye una entrevista con Charles Manson), los laureles se los lleva Bill Tench. Sin embargo, ¿se podría decir que el cambio de estructura provoca un leve descenso en la calidad que mostró la primera temporada? Es posible. También es cierto que el espectador que busque un hilo narrativo de la aventura más pronunciado estará de parabienes. En todo caso, es una serie que hay que ver. Disfrutar. Temer.
SIGA LEYENDO
Dentro de la mente de un asesino serial: Ted Bundy, en el análisis de una experta en criminología
"Magnetizado": el misterio insondable del arrebato homicida