Huérfano de gurú desde la muerte de João Gilberto y en pleno plan de lucha en defensa de la Amazonia, el 19 y el 20 de septiembre Caetano Veloso vuelve al Gran Rex de Buenos Aires para presentar el show familiar que está realizando por diversas ciudades del mundo. El espectáculo se titula Ofertório y confirma su genio y lozanía y, de alguna manera, despliega un sistema de postas y transmisión: el eje artístico es la interacción escénica junto a sus hijos Moreno, Zeca y Tom. El formato es mínimo, con un sonido acústico y una serena necesidad de recorrer temas conocidos (Oração ao tempo, Alegria, alegria, O Leãozinho, Trem das cores…) y tender un amoroso puente generacional para que la prole también pueda hacer sus temas.
Ofertório de algún modo se complementa con el espectáculo que dio con Gilberto Gil en 2017 para celebrar los 50 años del Tropicalismo y en el que el eje fue la amistad entre los dos bahianos. Ambos shows celebratorios proyectan el otoño del patriarca, que elige transitar un territorio afectivo sin resignar un centímetro de su insobornable honestidad artística.
Esas decisiones acaso crepusculares se extienden a una prolífica actividad intelectual: a punto de cumplir 77, Caetano no ha perdido su doble y paradójica condición de indiscutido y polemista, un rol de provocador a contramano de la corrección política. Caetano compone, canta, graba, apadrina artistas como María Gadú y Teresa Cristina, pero también escribe ensayos culturales y políticos que funcionan como vinagre en las heridas de una sociedad surcada por contradicciones insalvables que el presidente Jair Bolsonaro no hace más que profundizar.
Brasil se comporta como un continente con una mirada direccionada al norte. Desde el punto de vista musical, se traduce en el soslayo de las producciones del resto de América Latina, potenciado por la diferencia idiomática. No es casual que el segundo idioma en Brasil sea el inglés, no el castellano. En una época la relación de fuerzas era diferente: a través de la radio, en los años 40 y 50, el bolero y el tango tuvieron una notable incidencia en la vida cotidiana de los brasileños. El perímetro del triángulo se deslizaba por Buenos Aires, México D.F. y Río de Janeiro, San Pablo y Salvador de Bahía. João Gilberto supo procesar el bolero hacia la bossa nova, en versiones antológicas de Bésame mucho y Una mujer (aquella de "la mujer que al amor no se asoma…"), y también reformular la canción caribeña que cultivaba el glorioso antillano francés Henri Salvador.
Caetano Veloso fue más lejos que su maestro y realizó una formidable operación estética que resignificó -bajo los anchos preceptos del Tropicalismo- un repertorio arrumbado y señalado por cierto sectores como "sensiblero". Lo que antes fueron decisiones aisladas –algún tango de Gardel, algún vals de Chabuca Granda- en Fina estampa (1994) fue una rotunda intervención en la música popular hispanoamericana.
Raspó la olla y exhumó temas perdidos en el fondo del siglo XX como los insospechados Rumba azul, Mi cocodrilo verde o Capullo de alelí; himnos folclóricos como Recuerdos de Ypacaraí o Tonada de luna llena; boleros que se superpusieron a la puesta en valor realizada por Luis Miguel pocos años atrás como Pecado, Vete de mí, Contigo en la distancia, María la O; canciones jóvenes como las argentinas Un vestido y un amor y Vuelvo al sur. Ese es el humus del álbum Fina estampa.
Caetano Veloso siempre se esforzó en ser contemporáneo y en este abordaje no escapa del zeitgeist de época. Aquí la reformulación de temáticas populares se mimetizó con la cultura menemista. Sin embargo, la pizza y el champagne no eran exclusivos de la Argentina. Si por caso Luis Miguel y Sandro empezaron a ser aceptados por clases sociales ajenas al fenómeno original, si la movida tropical empezó a bailarse en las residencias de Punta del Este, desde España Pedro Almodóvar emprendió una profunda revalorización de artistas y músicas que contrabandeó en el caballo de Troya de su cine. El manchego fue, por caso, el inventor de una segunda vida de Chavela Vargas, que entonces naufragaba en bodegones y litros de tequila. También se puso al servicio del Caetano de Fina estampa, incluyendo dos canciones en su filmografía: Tonada de luna llena en La flor de mi secreto y Cucurrucucu Paloma en Hable con ella.
En el extraordinario y recién editado libro de conversaciones con artistas brasileños de Violeta Weinschelbaum, Otros carnavales (Planeta), Veloso confiesa que el único disco propio que escucha con placer es Fina estampa. "No sé por qué. Eran canciones que siempre me gustaron y me resultan muy agradables el modo en que están cantadas y las orquestaciones. Puedo escucharlo como si no fuera yo, a pesar de ser muy personal (…) A mis propios oídos, Fina estampa es mi disco más dulce". Afirma ahí que el tratamiento que hizo de ese cancionero hispanoamericano es su filtro, "un filtro compuesto por el refinamiento de la bossa nova y la ironía del tropicalismo".
Ese filtro está determinado por el chelista Jaques Morelenbaum, arreglador del disco y responsable del tratamiento de las cuerdas que se pone a tono de lo que venía haciendo Luis Miguel con las canciones de Armando Manzanero y que influiría, por ejemplo, al disco de Fito Páez Euforia (1996), con las cuerdas arregladas por Carlos Villavicencio. Morelenbaum proviene de la tradición de la música clásica con un pie en la popular. Tan devoto de Heitor Villa-Lobos como de Astor Piazzolla, su batuta precisa es la responsable de que el disco no corriera el peligro de ser escuchado como una deriva kitsch, como un mohín intelectual o como parte de una vulgar moda.
Hubo en ese tiempo un singular entramado sonoro, un diálogo sordo si se quiere, entre la orquestación de cuerdas de material pop y el concepto de los unpluggeds de MTV.
En el libro de Weinschelbaum, Caetano cuenta una historia maravillosa alrededor de la grabación de Cucurrucucu Paloma y Recuerdos de Ypacaraí. "Un cineasta brasileño llamado Neville de Almeida, camarada mío, que estuvo en Londres también en el período en el que yo estaba exiliado, un día, comentando las cosas que habíamos hecho y grabado los tropicalistas, me dijo: 'Quiero ver si tenés el coraje de grabar Cucurrucucu Paloma', como si fuera lo máximo del kitsch, como si el desafío extremo fuera tratar con seriedad una canción escandalosamente ridícula, desde determinado punto de vista. Me desafió y, claro, acepté el desafío. Me quedé dos años y medio más en Londres, volví a Brasil, hice varios discos y me propusieron grabar Fina estampa. Primero me pidieron que grabara un disco con canciones mías en español, como habían hecho otros artistas como Roberto Carlos o Chico Buarque, pero yo dije que no, que si iba a ser en español, quería cantar esas canciones que tanto me habían gustado siempre de la lengua española. Y, al grabar el disco sentía que la ironía tropicalista había llegado muy lejos (…)Para mí lo más osado que había conseguido era Recuerdos de Yparacaraí, que es una de las pistas que más adoro: el sonido del contrabajo conmigo cantando con una profundidad de sentimiento y un respeto por la melodía y por el texto era muy diferente de la idea que se tiene en Brasil de esas guaranias. Recuerdos de Ypacaraí era una canción paraguaya, sentimental, que le gustaba a la gente poco letrada. Era considerada de muy bajo nivel. Por eso me parecía que lo que yo había hecho era extremo, pero ¡ni me acordé de Cucurrucucu Paloma! Y como dos o tres meses después, en una fiesta, me encontré con Neville de Almeida. Me miró, me señaló y gritó: '¡Cobarde! ¡No tuviste coraje para grabar Cucurrucucu Paloma! Entonces, cuando hicimos el disco en vivo, le pedí a Jaquinho que hiciera un arreglo y le dije: 'Quiero que parezca una música minimalista, reducida a lo esencial' Después, Pedro Almodóvar vino a Brasil, me conoció, escuchó la versión y quedó encantado".
De estos azares también está hecha la historia de la música popular. A 25 años de Fina estampa, el disco no sólo soporta el paso del tiempo, si no que se escucha como un gesto acorde con el presente del bahiano: un repertorio amable, sensible, extraído de la memoria afectiva, lejos de la ironía, ideal para un tiempo de retrospectivas y escenarios compartidos con hijos y amigos. Esa capacidad de hacer de la música un hecho colectivo y pleno de significados tal vez sea, en estos años yermos, la mejor y más noble forma de resistencia que encontró Caetano Veloso.
*Ofertório
Teatro Gran Rex, Av. Corrientes 857, CABA
19 y 20 de septiembre, 20.30 hs
Entradas entre 1000 y 3500 pesos.
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