María Fernanda Heredia nació en Quito, Ecuador, pero vive en Lima, Perú. Antes de escribir trabajó durante varios años en Diseño y Publicidad. El Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil Darío Guevara Mayorga fue suyo en cinco oportunidades y en el año 2003 su libro Amigo se escribe con H recibió el Premio Latinoamericano Norma–Fundalectura.
Heredia es una gran contadora de historias. El dolor, la ternura y el humor son sus claves para entrar de lleno en todos los temas. Y su narrativa está cargada de poesía. Sus historias son intensas, en sus tramas aparecen el miedo, el hostigamiento, la pérdida, el maltrato, el acoso sexual, el abuso. Ningún tema es tabú para ella. Tiene mucho para decir y lo hace magistralmente.
Contentísima con su reencuentro con Buenos Aires, la autora ecuatoriana que reside en Perú cuenta que siempre es emocionante llegar a la Argentina. Valora mucho el abrazo de los amigos, conocer nuevas personas que le van encendiendo luces en el camino de la literatura, especialmente alrededor de la Feria del libro. Dice que respeta muchísimo el trabajo que se hace por la literatura y que le encanta venir porque se va llena de todo lo que Buenos Aires le brinda siempre.
-Se define como una escritora que trabaja todo los días con las palabras pero que es consciente de que las palabras no alcanzan a veces para dar cuenta, y que es ahí, cuando las palabras no alcanzan, que comenzamos a hablar de literatura, ¿podría contarnos un poco más sobre esto?
-Hablar me resulta difícil, siempre lo sentí, desde la niña tímida que fui. Comunicarme con el mundo desde lo oral siempre fue cuesta arriba. Aún ahora lo es. Sigo siendo muy solitaria. Paso mucho tiempo encerrada y lo disfruto. Suelo decir con mucha emoción que mi vida social se cuenta en números negativos. Me encanta mi soledad, me encanta mi silencio. Y en la literatura también me encantan los silencios. Por supuesto que la palabra me ayuda a desentrañar muchas cosas. Claro que sí, es a través de la palabra escrita que yo intento responderme preguntas, que me planteo otras preguntas, que intentó resolver mis dolores. Pero, a veces, es en la magia de unos puntos suspensivos, de una frase inconclusa, donde encuentro todo el poder. Quizá porque en ese silencio, dialogo hacia dentro conmigo misma. En un nivel muy profundo, me atrevo a consolarme, a sacudirme, a lo que sea conmigo misma y supongo o espero que eso ocurra también con el lector. La palabra me alcanza a describir ciertas cosas. Es un vehículo maravilloso para el juego, para el desafío creativo, para lanzarme una propuesta y también para lanzarle una propuesta al lector. Pero para mí, la literatura suele estar cuando ya la palabra no consigue más sino abrir la puerta para ese silencio que es donde tú terminas respondiéndote la pregunta, o soltando unas lágrimas o cerrando el libro porque no va más. Porque ya estoy aquí conectada con algo que está más allá de eso que está escrito. Esa es para mí la literatura. Una palabra que va engarzada con otra y con otra y de pronto abre algo que se da un espacio de silencio del lector consigo mismo. ¿No? Eso me parece muy poderoso, muy poderoso en mi y ojalá pudiera lograrlo también en la literatura que intento escribir.
-En el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires participaste de la mesa "La literatura juvenil se anima a todo". Allí hablaste de una escena de La lluvia sabe por qué (la de la adolescente que se está cambiando y esa imagen se viraliza) que te disparó para hablar de la soledad y de la pérdida de las certezas. ¿Cómo fue el proceso de escritura de este libro?
-Con La lluvia sabe por qué es la primera vez que me siento convocada para publicar en una colección que me encanta: Zona libre (Norma). Nunca antes me habían invitado y yo esperaba ese momento y cuando llegó de verdad que me entusiasmo un montón pero también me dio cierto temor. A veces patino en las inseguridades. Casi siempre entro a un libro con la intención de tocar esa emoción que me está sacudiendo en los últimos tiempos. A veces la percibo como distinta a otras. Pero luego cuando aterrizo me doy cuenta que llevo años hablando sobre lo mismo. Quizá entender ciertos temas en mi vida me ha resultado mucho más difícil, mucho más complejo de lo que yo hubiera imaginado. Esa escena a la que hacés alusión es un disparador para hablar sobre la soledad, sobre la sensación en la que muchas veces me he encontrado de perder el piso, de que las cosas como las conocía y como las entendía de pronto ya no me sirven, ya no me sostienen. De perder los lazos que me llevaban de vuelta a la seguridad, a los afectos. Es una novela en la que encuentro la voz de la abuela muerta que regresa para rescatar a una nieta, a una nieta dolorida, a una nieta que ya no ve más allá de la niebla densa que la cubre. Entonces vuelve esa voz como muchas veces en la vida ha vuelto la voz de mi abuela para recordarme quién soy, para recordarme cual es el motor que me mueve. Poco a poco, cuando llego a la mitad de la novela y en este proceso de seguir hablando sobre la soledad, la vida me sorprende, no lo esperaba, con la ausencia física de mi abuela. Ella se va. Cuando comienzo mi abuela está conmigo, cuando llego a la mitad de la novela mi abuela se marcha. Y entonces me asusto mucho pensando que quizá la novela me había buscado a mí para que comenzáramos a asumir esta pérdida. Comenzáramos digo, los personajes y yo, a asumir esta pérdida. La mitad del libro se convierte en una historia muy adolorida para mí porque ya no miro de lejos, con una distancia cómoda la descripción de la soledad, de esa pérdida de certezas, ya la vuelvo a sentir mía con una brutalidad. La noticia de la muerte de mi abuela me llega cuando estoy muy lejos. No alcanzo a despedirme de ella, no alcanzo a darle las gracias, no alcanzo a hacerle preguntas. Y me acuerdo que lo primero que le digo a mi pareja cuando me llama mi familia para darme la noticia, es ya no existe un lugar en el mundo donde yo pueda ir a buscar a mi abuela, que no hay camino que yo pueda recorrer para reencontrarme con ella. Y eso me provoca una angustia enorme.
–¿Y cómo sigue esa escritura?
-Esa angustia mía es un poco la angustia que puede sentir el personaje, la protagonista Lucía, cuando ve que todo se va derrumbando a su alrededor, que a partir de esa imagen de su desnudez todo se derrumba y pareciera que la gente se siente en libertad de pasear sobre su dolor sin ningún pudor. Lucía y yo toreando a este vacío enorme, a esta angustia enorme. Sin embargo siempre me digo a mi misma que soy una persona la que inicia el libro y casi siempre soy otra un poquito diferente cuando lo termino. Entonces camino, me preguntas sobre el proceso de escritura. Camino en la historia de La lluvia sabe por qué con Lucía y con Antonio esperando a ver si la tormenta pasa y escuchando la voz de mi abuela diciéndome que sí, que siempre pasa, que no se queda, que limpia, que sacude un poco, pero que luego se va. Las lágrimas y la lluvia son un poco eso. Llego al final de la novela con ese alivio de saber que hay un dolor, que lo tengo instalado probablemente porque escribir es como un dolor. Es como una suerte de amputación. Pierdes algo que es fundamental en tu vida pero sigues. Y tú misma te sorprendes. Llego con Lucía y con Antonio con la sensación de que la tormenta, si no ha terminado de pasar, pasará.
-¿Cuándo se da cuenta de que una idea va a convertirse en un libro?
-Es sin dudas algo que se convierte en negritas en mi cabeza. Cuando escribí La lluvia sabe porqué, supe exactamente el momento en el que cuajó la historia. Ya las emociones venían, ya venía este miedo enorme a que la abuela se marchara. Ya estaba ahí, la abuela estaba muy viejita y quizás la vida, el cuerpo, la cabeza me comenzaban a gritar ya no va más. Apenas había llegado a vivir en Perú, me fui a conocer Cuzco y caminando por las calles encontré a esta señora que vendía artesanías, iba con su hija tejiendo pulseras. Pues me acerqué a ellas y dije que hermoso lo que hacen, entonces esa niña muy tímida, con una vocecita así como muy bajita, me dijo: No es difícil. Pero si se ve muy difícil, además se ve el arte que tienes, dije elogiando todo lo que ella hacía y que yo ni en sueños lo lograría. Me dijo: "No, no es difícil, es un nudo, es otro nudo y esperar que cuando se junte todos se vea bonito." Ese momento cayó todo. Entonces sé que volví con urgencia a Lima, me senté y comencé a escribir. Es como si la vida me lanzara ciertas metáforas muy poderosas. Entonces es un nudo y es otro y esperar que al final, cuando veas todo eso junto, tenga algún sentido, se vea bien. Esa frase explotó algo dentro y comencé.
-Y la fotografía que se viraliza, ¿surgió después?
-El tema sobre la exposición de la fotografía es apenas una pequeña decisión incluso irrelevante en comparación con todo lo demás. Cuando me siento trabajar la novela podría haber sido cualquier cosa cualquiera, te lo juro. Esa escena detonante o en un desierto o dentro de un closet, o donde fuera, un zapato que se extravió, lo que fuera. No era eso de lo que pretendía hablar. Si pretendía hablar de la desnudez, la desnudez y el dolor. Sin ser consciente es probable que esa imagen sea lo que lo que me termina acercando al lector adolescente, que se convierte en esa conexión poderosa con los lectores. Me agarro de eso y te digo, vente conmigo, vente para acá. Ven, que vamos a hablar de otras cosas.
-¿Piensa en un destinatario determinado a la hora de escribir?
Siempre escribo para mí. Yo creo que desde el primer día en que me encontré escribiendo algo que ya sabía que se publicar en algún momento, en un catálogo para chicos, o para adolescentes, siempre la destinataria principal soy yo. Luego he tenido que ir entendiendo porque había veces que decía ¿Será esto correcto? ¿Será que a alguien le importa? ¿O es pertinente que eso me toca a mi yo termine compartiéndolo con otros?, pues ahora ya sigo escribiendo sobre eso de lo que no puedo escapar porque es una emoción tan dolorosa, tremenda. Luego claro, hay un momento en que pienso en que eso que escribo lo están leyendo niños, lo están leyendo adolescentes. La primera vez que los sentí de verdad entré en un conflicto muy fuerte y dije ¿a quién le hablo, me habló a mí o le estoy hablando un lector? La respuesta que he ido encontrando es que sigo hablándome a mí, pero al hablarme a mí inevitablemente tocó a otros y asumo esa responsabilidad. Ahora sí que pienso en mi lector. No escribo para mi lector, pero pienso para él. Y aunque no quiero enseñarle nada, no es mi papel, ni enseñarle ni decirle el cómo, el cuándo, el qué. Asumo la responsabilidad de poder colocar sobre la mesa eso que quizá el lector no se atreve a ponerlo ni en palabras. Hasta ahí llego.
-Es muy rico el modo en el que aparecen los adultos y adultas en sus libros. ¿Cómo trabaja la construcción de esos personajes? Me refiero, por ejemplo, a Delfina en La lluvia sabe por qué, o a los padres de Josefina y de Analuisa en Cuando despierte el viento, la tía Rita en Los fantasmas tienen buena letra…
-Los veo como los que conozco y conozco de cerca, como los que están en mi mundo, profundamente imperfectos. Muchas veces bienintencionados pero monstruosos al final, quiero decir, con un discurso de padres o de maestros, bastante correcto, pero luego tiranos en muchos sentidos. Entonces los adultos en mis libros son muy variopintos. Está ese, ese tirano con el que me encuentro, ese adulto que solamente por su condición de adulto se cree con el derecho de ejercer arbitrariamente el poder de borrar la voluntad, las opiniones, los criterios del niño, el joven, para imponer la suya sólo porque es adulto. Entonces sí me gusta retratarlo. Crecí en una sociedad tremendamente machista. Me eduqué en un colegio en el que muchas veces me sentí incómoda ante las sugerencias e imposiciones de mis maestros, de "Nunca se le ocurra abortar" "Conserva tu pureza". O sea, ¿qué? la pureza ¿qué? Ese tipo de cosas son como una mochila pesada de la que me tuve que ir deshaciendo como nos ha tocado a todas, ¿no? Entonces creo que todo eso que aún sobrevive, cerca, en mi entorno. Cuando dialogo con mis amigas o cuando dialogo con los hijos de mis amigas, con las hijas de mis amigas, encuentro padres extraordinariamente bellos, cómplices, amorosos y encuentro padres castradores, padres violentos, incluso los dos en la misma persona. Creo que no hago un trabajo especial al perfilar a los adultos, quiero decir, son los que veo. Son los adultos con los que me encuentro. Tú mencionabas a Delfina. Siempre en mis libros hay un personaje adulto que intenta ser el refugio. Me gustan esos personajes adultos que desde donde se encuentren y desde la posición que tengan en relación con el adolescente o con el niño son sostén, son afectos, son la posibilidad para parar un rato, tomar fuerza y seguir.
-La escuché decir que su cuento clásico favorito es Hansel y Gretel. ¿Hay alguna otra historia que recuerde especialmente de su infancia?
-Las revistas de historietas de la Pequeña Lulú, Periquita, Porky, Lorenzo y Pepita. No eran mías, en realidad yo las vacaciones las pasaba en la casa de mis abuelos, en una ciudad de la Sierra, en Ecuador, en la provincia Cotopaxi, donde está el volcán. Es una provincia muy fría, rodeada de montañas. Una ciudad muy linda. Como es una ciudad donde hace mucho frío, casi siempre la orden de la abuela era, quédense adentro que se van a enfermar. Entonces teníamos que jugar dentro de la casa, y mis tíos, que eran todavía muy jóvenes, sobre todo uno de ellos, era un obsesionado coleccionista de casi todo. Tenía muchos juguetes de hojalata. Tenía un baúl enorme de revistas de historietas que en aquella época llegaban a Ecuador de editorial Novaro de México. Yo me sentaba en el pasillo a leer La pequeña Lulú, Sal y Pimienta, Archi y me pasaba las vacaciones así. Luego, junto a ese pasillo donde yo me sentaba, estaba el estudio de mi abuelo, que era abogado, era un estudio muy básico, pero en ese estudio yo descubrí que él tenía una colección de novelas de Julio Verne. Pero estaban en la biblioteca del abogado, o sea, eran libros serios que no se podían tocar. Yo me deslizaba, cuando él no estaba, abría los libros y me moría de amor. El viaje al centro de la tierra, que me acuerdo todavía las ilustraciones. También había una vieja máquina de escribir. Entonces, cuando paraba de leer, me ponía a escribir historias muy parecidas a las de la pequeña Lulú, mezcladas con Julio Verne, era una mezcla insoportable. Esas eran mis vacaciones. Todavía conservo esos volúmenes de las novelas de Julio Verne y la máquina de escribir antigua.
-Cómo fue su recorrido hasta que a los 23 años decide dedicarse a la literatura infantil. Pasó del diseño a gráfico a la literatura. ¿Cómo fue esa decisión?
-Hay mucha magia en eso. Cada vez que vuelvo sobre esos momentos me emociona. Yo estudio diseño gráfico con la intención de dedicarme a la Ilustración y a la publicidad. Ya escribía entonces, pero aquello que escribía no imaginaba que podría trascender más allá de mi diario. Entonces, durante varios años trabajo en publicidad y no solo que trabajo, sino que me encanta. Me siento muy a gusto. Pero a los veintitrés años llega mí tormenta personal. Llega a mi vida una situación, una ruptura que me lanza a un dolor muy grande, que se suma además al momento en el que pierdo a mi abuelo. Me hundo. Y paralelamente, por eso te digo que hay mucha magia, una serie de coincidencias claves. Parece diseñado por alguien que estaba haciendo una filigrana. Paralelamente la empresa de publicidad donde yo trabajaba entra en una crisis tremenda. Yo era parte de un equipo creativo, la diseñadora gráfica, que trabajaba con un redactor creativo. En ese momento de crisis, la agencia de publicidad se ve obligada a echar a más de la mitad de la plantilla y en el departamento creativo quedamos sólo dos personas, el director y yo. El director me dijo: necesito a alguien que sepa escribir y diseñar. Yo sólo sabía diseñar, pero como necesitaba mi trabajo, levante la mano, ¡yo también sé escribir! Lo hice por desesperación. Estaba mintiendo. No sabía hacer un texto publicitario. Yo creo que él siempre supo que me había lanzado por desesperación. El director se sentó conmigo un día y le dije: "Solo dame las claves. Dime cómo hacerlo. Yo lo voy a hacer. Dime como se escribe y yo voy a escribir." Y esta persona me dijo tres cosas que no olvidaré jamás, tres claves para escribir textos publicitarios. Pero que luego las tomé y siguen siendo el motor que me lleva a escribir todo. ¿No es una cosa increíble?
-¿Y cuáles son esas claves?
-Lo primero tu nombre no importa, importa lo que escribas. Es anónimo, es muy importante ese anonimato, porque toda tu capacidad, tu talento, tu ingenio, tu sensibilidad tiene que ir para el producto final que va a ser ese anuncio, ese texto, esa cuña de radio o lo que fuera tu hijo. Tu nombre no importa. Importa lo que haces. Es una cosa hermosa: No eres tú, es lo que haces, es lo que entregas, es lo que das. Eso vale. Segundo punto, me dijo: "Sé breve" No hay demasiado tiempo en la publicidad. Tienes treinta segundos. Tienes apenas un pequeño espacio de cinco centímetros por dos para un anuncio de revista, poner el texto y decirlo todo. La brevedad es muy valiosa. Y lo tercero: "No tengas miedo que en ese texto se vayan todas tus emociones." Emociónate, ríete, enójate, indígnate en esa brevedad que vas a escribir. En ese entonces, vivía mi propia tormenta, y el trabajo me ayuda mucho a superarla. Pero también me encuentro en las noches en mi casa, escribiendo. Cuando ya no tenía que escribir más para el trabajo, llegaba a mi casa a escribir desesperada para ver si terminaba de entender lo que me estaba pasando. Los dos cuentos que escribí en ese momento son el cuento Gracias, que se lo dedico a mi abuelo y un cuento que se llama Cómo debo hacer para no olvidarte. Ambos ganan ese año el Premio Nacional de Literatura infantil. Era el inicio de un tema que sé que me siguió rondando. Porqué me siguen rondando las despedidas, la memoria, el no querer romper ciertos lazos que son los que me permiten sentir que soy quien soy. Soy la siembra de mi abuela, también soy las carcajadas de mi abuelo. Es así como comienzo. Con esta mezcla de acontecimientos que yo los veo mágicos. Esta voz de este maestro que se me acerca y me da tres pautas para la vida.
-Le escuché decir que todos tenemos una caja imaginaria con nuestras emociones más memorables. Le propongo jugar con esa caja: Si la llevo al momento en el que su papá le regaló un diario íntimo…
-Me emocionó. El cuaderno en blanco como objeto me ha emocionado siempre. Desde el cuaderno cuadriculado que era para matemáticas, aunque odiaba las matemáticas, un cuaderno en blanco siempre ha sido para mí un elemento con gran magnetismo. Pero inmediatamente después vino el pánico. Cuando mi papá me dijo "Cuéntale lo más interesante que te pasa cada día", ahí vino el pánico atroz porque me dije a mí no me pasa nada interesante, ¿cómo voy a llenar esto? O sea, era un regalo, era muy seductor, pero al mismo tiempo era como alguien que me estaba demandando permanentemente: ¿Y qué pasó?, ¿y qué fue?, ¿y cuándo? Yo no tenía qué decirle, o lo que tenía que decir no me gustaba, que era una niña sola, que en una niña sin amigas, que era una niña sin claves para acercarme a otros, que nadie me entendía. Entonces, como decirle eso a un cuaderno en blanco que siempre uno esperaría poder llenarlo de cosas buenas. Ahorita me acaba de venir una idea que no me había venido nunca. Cuando yo entré al primer grado, mi profesora en la lista de útiles nos pidió un cuaderno de borrador y otros cuadernos más, me acuerdo que me llamó mucho la atención el cuaderno de borrador. Era un cuaderno de papel periódico. Yo ahí escribía, pero luego de escribir, de inmediato borraba porque yo decía "es el cuaderno de borrador". Es como para escribir, aprender algo y luego borrarlo, porque ya lo aprendiste. Me preocupaba porque se me iba desgastando la página. Entonces comenzaba a escribir con lápiz, muy por encima, muy suavecito, para luego borrarlo también muy suavecito. Entonces un día me descubrió mi mamá y me dice ¿Qué hacés? Estoy borrando. ¿Y por qué borras? Porque es el cuaderno de borrador. ¿Y para qué crees que este cuaderno? Para escribir, para aprender, y cuando ya lo sabes, ya lo borras, para que escribas otra cosa, que es la que vas a aprender después. (Risas) Nunca lo había contado, fíjate, estaba aquí guardado. Pero el diario en blanco listo para llenarlo y luego la angustia. Llenarlo de qué, es la misma angustia. Cada vez que voy a escribir una novela, un cuento, llenarlo de qué…
–El humor siempre está muy presente en sus libros… ¿Cómo es su vínculo con el humor?
-El humor ha sido siempre mi sostén, ha sido mi compañero para quitarle dramatismo a la vida, para quitarle ese velo a veces un poco duro que yo veía en todo, porque siendo una niña tímida, una niña han tremendamente asustadiza, una niña sin recursos para comunicarse con el mundo, solo me quedaba a veces reírme conmigo, reírme con mis hermanas que eran mis interlocutoras más cercanas, mis compañeras de juegos y de peleas. Entonces, el humor surgió como un mecanismo de defensa, una manera de decirme a mí misma: No, no es tan grave. No, no es tan feo. Me reía, me reía mucho. Lo sigo haciendo. Sigo riéndome todos los días, a veces de las cosas que más me atemorizan y siento que sin el humor yo no me habría quedado aquí. No me refiero a la literatura, sino en el mundo. Sin el humor esto no sería fácil de sobrellevar. Entonces le agradezco todos los días porque me sostiene, porque me permite acercarme a otros de la forma más amable que yo conozco, que es a través de la risa. Reírme con otros es una forma mía de demostrarles cuánto me importan, cuánto los amo. Quitamos la negrura de este día. Soy consciente de que es mi lenguaje, de que así vivo, así escribo, pero también soy consciente de que es el vehículo en el que decido montarme para tocar lo doloroso, lo difícil. Entonces creo que a veces me invito a mí misma entrar en un tema espinoso a través de la risa. Me sumerjo ahí, luego sacó otra vez la cabeza, me vuelvo a reír un poco, como quien toma oxígeno y continúo en ese tránsito que a veces es complejo. También siento que el humor es un lenguaje que me ayuda a que mis libros no tengan edad, que cuando tengo una historia entre mis manos y se la muestra mi papá, puedo ver cómo se parte de risa y cuando se la muestro a mi sobrino, puedo ver que se parte la risa, aunque entre ellos haya sesenta años de distancia. Creo que el humor me ayuda a que eso que escribo se vuelva cercano a quien quiera tomarse el tiempo de entrar en uno de mis cuentos, de mis novelas. El humor es tan generoso que hace eso, borra la etiqueta infantil, juvenil, soy viejo, soy joven, soy niño, o lo que sea. El humor, el absurdo nos termina uniendo todos en un lenguaje que conocemos o a casi todos.
-Sus libros se leen mucho, en la escuela y fuera de ella… ¿Hay algún libro que haya leído en la escuela que la haya conmovido tanto que lo seguiste leyendo y compartiendo?
-En la escuela primaria probablemente no. No leíamos libros, casi siempre teníamos un libro de lecturas, que era el libro de la maestra, que ella la leía en voz alta y que eran sobre todo vidas de Santos, escenas de La Biblia, algunas fábulas. Si me acuerdo de haber leído adolorida, llorando a gritos Mi planta en naranja lima, pero es quizá el único libro que recuerdo. Las lecturas, la mayoría de opciones que encontré fueron en la secundaria. Ahí sí, afortunadamente, me encontré con maestros que me abrieron la cabeza. Cuando leí literatura ecuatoriana, cuando leí literatura española. Pero sí recuerdo haber leído cuando tenía unos quince o dieciséis años con una profesora de literatura un libro de Stefan Zweig, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, una cosa tremendamente transgresora pensando en que yo estaba en un colegio católico muy tradicional, muy conservador. Leí ese libro y la primera vez me asustó. ¿Se puede decir esto? ¿Se puede vivir esto? ¿Se puede compartir esto? Y lo volví a leer y lo he leído muchísimas veces y es una cosa que me mató. Desde ese momento Stefan Zweig se convirtió en mi escritor de culto al que vuelvo y vuelvo. Es un libro que lo he comprado varias veces y que lo he regalado. Mis tres últimos años de secundario fueron apasionantes.
-¿Está trabajando con algún proyecto que tengas ganas de compartir?
De momento no tengo claro un nuevo proyecto, ya surgirá. Ahora estoy terminando unos relatos, inspirados en testimonios de migrantes venezolanos que atraviesan en condiciones extremas Colombia y Ecuador para llegar a Perú. Son historias de niños, de adolescentes, también de adultos, de lo que supone para ellos dejarlo todo, agarrar una mochila y escapar de una crisis que les ha quitado alimentos, salud, seguridad y sueños. Es un proyecto de UNICEF para que los niños de las escuelas entiendan lo que supone la migración, el desarraigo. Por si tienen un nuevo compañerito o compañerita venezolanos, para que entiendan la carga tremenda con la que llegan y puedan integrarlo desde la empatía y el respeto. No es un trabajo de creación, sino de recreación. He tomado esos testimonios y los he convertido en relatos breves, con un componente de ficción básico para darle contexto.
-En estos días se publicó la noticia del nombramiento de María Fernanda Ampuero como Directora del Plan nacional de lectura en Ecuador, ¿cómo recibe esta noticia?
-Me sumo a las muchísimas personas que reciben esta novedad con alegría y esperanza. El Ministerio de Cultura ha estado en abandono desde hace más de diez años en mi país, dirigido por personajes nefastos que generaban más de una sospecha. Saber que el nuevo ministro, Juan Fernando Velasco, confía esta responsabilidad en María Fernanda es señal de que el libro, los lectores y todos quienes trabajamos en este sector, le importamos al Estado y a sus políticas culturales. María Fernanda es una gran escritora y promotora de la lectura, confío en que estará a la altura de este desafío.
-Para terminar, ¿puede ser que tengamos que agradecerle a una hepatitis que hoy sea la lectora y, me atrevo a decir, la escritora que es?
La hepatitis si fue clave. Le agradeceré siempre a mi hígado lo que hizo. Me encerró un mes. Me alejó de todo, de mis padres, de mis hermanas, del colegio, del patio, de la televisión. La hepatitis me dijo "Te quiero para mí" y no tuve opción. Es decir, cada vez que lo pienso, fue asombroso. Me encerró un mes y en ese mes cocinó mi vida. El plato ya estaba, lo tenía preparado en su cabeza y en ese mes de encierro pone en mis manos un libro y un cuaderno en blanco. Es alucinante. Sí, creo que la hepatitis fue clave, pero yo supongo que ya tenía una impronta en mi vida desde siempre, desde ese cuaderno de borrador, desde siempre en esas historias, las historietas y en los libros de Julio Verne. Quizá ya había en mi algo y solamente se evidenció con la hepatitis. Como no amar a mi hígado, como no cuidarlo. Ese encierro en el que en el que me encontré para ser lo que soy ahora. Sigo encerrada, fíjate, muchos días en mi vida, muchas horas en el día, sigo encerrada. Quizá es mi secreta necesidad de volver a eso que me enseñó la hepatitis: Aquí contigo, con tu cuaderno, con tu libro. Esa eres.
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