Entre diciembre y enero del año próximo cinco presos serán ejecutados en la cárcel de Terre Haute, en el estado de Indiana, después que el presidente Donald Trump resolvió a fines de julio que se volverá a aplicar la pena capital en casos de la justicia federal. Las historias y las imágenes de los convictos comenzaron a difundirse a partir de ese momento como una especie de actualización de un género específico de la bibliografía criminal: los relatos e investigaciones sobre condenados a muerte.
"Tenemos una necesidad profunda de encontrar un asesino al que podamos ejecutar", escribió Norman Mailer en "Hasta la muerte: ideas sobre la pena capital", un ensayo de su libro Fuera de la ley en el que reflexionó sobre el modo en que los convictos se convierten en personajes públicos que provocan tanto rechazo como fascinación y sobre los efectos sociales de la administración de la pena de muerte en las cárceles norteamericanas, "una ceremonia tribal".
Mailer fue autor además de La canción del verdugo, relato de no ficción en el que reconstruyó la historia de Gary Gilmore desde el momento en que salió en libertad condicional, en abril de 1976, hasta su ejecución el 15 de enero de 1977 por el asesinato de dos personas en el estado de Utah. El caso se volvió célebre por las reiteradas peticiones de Gilmore para que lo ejecutaran en medio de un enredado debate entre los funcionarios judiciales y las organizaciones abolicionistas de la pena de muerte, y por las últimas palabras del reo –let´s do it, hagámoslo-, posteriormente inspiradoras del slogan de la marca Nike.
Aquelarre en la penitenciaría
Desde 1977, cuando se reinstauró en Estados Unidos después de una década sin ejecuciones, la administración rutinaria de la pena capital naturalizó cuestiones como la discusión en torno al medio idóneo de quitar la vida -actualmente el más común es mediante una inyección de sustancias- y las condiciones de alojamiento en el "corredor de la muerte", como se llama a los pabellones donde se recluye a los condenados. La agonía puede ser interminable, como le ocurrió a Carey Dean Moore, quien esperó 38 años hasta ser ejecutado en 2018 en una cárcel de Nebraska, o como sucede con Víctor Hugo Saldaño, el cordobés que lleva veinticuatro años en esa situación en una cárcel de Texas, condenado por el crimen de un comerciante.
Los hombres y mujeres que terminan en el corredor de la muerte "pueden vivir en jaulas y ponerse salvajes y dementes en el aislamiento de sus vidas, pero son las figuras más importantes en cualquier cárcel", observó Norman Mailer. Tienen carisma, se convierten en celebridades y protagonizan libros y películas.
La historia de Harry Powers, ejecutado en 1932 por los crímenes de dos mujeres y tres niños, fue el tema de una joya del cine: La noche del cazador (1955), de Charles Laughton, con Robert Mitchum en el protagónico de un asesino seductor que llevaba tatuadas en los dedos de sus manos las palabras hate y love, odio y amor. La novela homónima sobre el caso, escrita por Davis Grubb, fue finalista del prestigioso National Book Award.
Ted Bundy, el militante del Partido Republicano y miembro de la Iglesia Bautista que mató a más de treinta mujeres entre 1973 y 1978 y fue ejecutado en la silla eléctrica el 20 de enero 1989, accedió a conversar en el corredor de la muerte con los periodistas Stephen Michaud y Hugh Aynesworth. Las entrevistas se publicaron con el título Conversaciones con un asesino (1989) y fueron adaptadas a una serie de televisión en 2018.
La ejecución de Bundy se convirtió en una celebración bizarra. Según muestra la serie, una multitud se congregó en las afueras de la penitenciaría de Florida, donde se llevó a cabo, con carteles, fuegos artificiales, remeras y prendedores con la imagen de la silla eléctrica y transmisión en vivo de la televisión. "Bundy es el ejemplo perfecto de por qué tenemos pena de muerte", afirmó Bob Martínez, entonces gobernador del estado.
En el interior de la cárcel, un selecto público de invitados -funcionarios judiciales y familiares de víctimas- observaron la ceremonia: Bundy fue sujetado con correas a una silla de respaldo alto y antes de descargar la electricidad le colocaron un casco y una capucha. "Lamento haber causado tantos problemas", fue su declaración final.
Las últimas palabras de los condenados a muerte son otro tópico de la aplicación de la pena capital. El fotógrafo neoyorquino Marc Asnin recopiló una selección de declaraciones de convictos en Texas en el libro Final words.
Westley Allan Dodds (1961-1993) también se comunicó con el periodismo, aunque solo por carta y telefónicamente, mientras esperaba ser ejecutado por los asesinatos de tres niños en el estado de Washington. Su testimonio dio pie, entre otros libros, a When the Monster Come Out from the Closet (1994), de Lori Steinhorst y John Rose.
Ofrecer "la verdadera historia" de un condenado a muerte, en sus propias palabras, es un clásico del género, como ocurrió con la historia de Peter Kürten (1883-1931), el "vampiro de Dusseldorf", ejecutado en Colonia por sus crímenes contra niños, llevada al cine por Fritz Lang en M y a un bestseller con ese título por C. L. Swinney (2016).
Aileen Wuornos (1956-2002) se volvió célebre después de que Charlize Theron protagonizara una película sobre su vida como prostituta y criminal, en la que mató a siete hombres y por la que fue ejecutada con una inyección en el estado de Florida. El éxito del film hizo que se publicara el libro póstumo Monster, the true story (2006), que recoge su versión en conversaciones con el criminólogo Christopher Berry-Dee.
Confesiones en el cadalso
Gary Gilmore sostuvo desde el momento de su detención que merecía ser ejecutado. Prefirió la muerte por fusilamiento a la otra alternativa que tenía, pasar la vida en prisión. Se desentendió de su defensa en el juicio e incluso facilitó el trabajo de la fiscalía. Mientras sus abogados trataban de encontrar algún atenuante, se negó a apelar la condena y pidió que se respetara la fecha de la ejecución, y al mismo tiempo que organizaciones religiosas y de derechos humanos pedían por su vida, numerosos ciudadanos comunes se ofrecieron como voluntarios para integrar el pelotón que cumpliría la sentencia.
Desconocido hasta poco tiempo antes, Gilmore se convirtió en personaje del año para la revista Time y vendió los derechos para filmar su historia a una productora de cine. La correspondencia que mantuvo con su novia, Nicole Baker, se publicó en los diarios y en el libro de Mailer, que también recogió "El dueño", un poema de Gilmore: "Esta casa la construí yo. Y solo yo/ soy el dueño", escribió, a propósito del encierro.
"Las cortes estaban bajo la sombra de otra paradoja -advirtió Mailer-. Se estaban haciendo juicios para impedirle a este hombre su propia ejecución aun cuando la había pedido. Eso hacía de la pena capital el acusado no declarado. La sociedad puede no tener derecho a llevar adelante una condena a muerte, se volvió el argumento".
En cambio, Ted Bundy trató de ganar tiempo ofreciéndose a revelar detalles de crímenes que no habían sido resueltos y pasó diez años con la ejecución de la máxima condena en suspenso. "La pena de muerte es una venganza, es el deseo de la sociedad de aplicar el ojo por ojo. Supongo que no hay cura para eso, es un problema social", dijo. Un agente del FBI que lo había entrevistado para un programa de prevención de asesinos seriales impidió que se suicidara, solo para que llegara con vida a la silla eléctrica.
Gilmore se convirtió en un ejemplo para otros presos y en prototipo del "voluntario", como se llama al convicto que exige su ejecución. Al menos 144 condenados a la pena capital renunciaron desde entonces a defenderse para continuar con vida, según estadísticas del Centro de Información sobre la Pena de Muerte.
Si se cumple el cronograma previsto por el gobierno norteamericano, Daniel Lewis Lee, Lezmond Mitchell, Wesley Ira Purkey, Alfred Burgeois y Dustin Lee Honken serán ejecutados en la cárcel de Indiana a partir de diciembre. La lista podría ampliarse si se cumple el deseo de Donald Trump de llevar al cadalso a los responsables de tiroteos masivos como los de las ciudades de El Paso y Dayton, y con ella retornará probablemente la pregunta que se hacía Mailer: "¿Quién, finalmente, tiene derecho a ser verdugo?".
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