Con cerca de 200 versiones, contando solo las musicalizaciones originales, Mario Benedetti (Paso de los Toros 1920 – Montevideo 2009) es unos de los poetas en lengua castellana que más veces pisó el terreno de la canción popular. Tanto a través de trabajos conjuntos con distintos intérpretes y compositores, como en musicalizaciones realizadas por artistas de diversos orígenes y generaciones, sus versos no han dejado de nutrir el cancionero hispanoamericano desde hace cincuenta años.
Los primeros poemas musicalizados de Benedetti se conocieron a inicios de los años setenta del siglo pasado, casi unidos a la aparición de la llamada Nueva Canción Latinoamericana. Pero, más allá de que el autor y muchas de sus composiciones iniciales mantuvieron claros puntos de contactos éticos y estéticos con aquel movimiento y sus cultores, él nunca llegó a ser miembro formal de esa corriente.
La primera canción con letra suya, Cielo del 69, musicalizada por el uruguayo Héctor Numa Moraes e interpretada por Los Olimareños, es un buen ejemplo de aquella tendencia. "Cielito cielo que sí/ cielo del sesenta y nueve/ con el arriba nervioso/ y el abajo que se mueve […] cielito cielo que sí/ cielo lindo linda nube/ con el arriba que baja/ y el abajo que se sube". La elección del cielito como ritmo, y la clara connotación política que diferencia el "arriba" y el "abajo" de la historia, demarcan un espacio más humano o de conciencia que geográfico.
La noción del lugar desde el cual se percibe y se da cuenta de una realidad determinada es una constante en la obra poética de Benedetti, que se traslada por supuesto a esta y otras canciones. Al calor de estas inquietudes, por citar otro caso de esas nóveles creaciones, nació el Cielito de los muchachos, texto que el poeta entregó a su compatriota Daniel Viglietti para que lo musicalizara. En el texto, más cercano tal vez a la crónica periodística que a la poesía, el escritor se refiere al pregón del Movimiento de Liberación Nacional- Tupamaros (MLN-T), con el cual ambos simpatizaban, en pos de una renovación social ("[…] Están cambiando los tiempos/ con muchachos dondequiera/ está el cielo en rebeldía/ qué verde viene la lluvia/ qué joven la puntería"). Este cielito, aggiornado rítmica e instrumentalmente y envuelto en una melodía que trasunta optimismo dentro de un tono épico, fue incluido en el disco Canciones chuecas, el más celebrado en la trayectoria del autor de A desalambrar. Así, el mensaje de estos y otros versos de la época –montado en ese penetrante vehículo que es la música– llegó con mayor rapidez a oídos de mucha gente.
El pianista y compositor argentino Alberto Favero, quien convirtió en canciones varias de esas "letras de emergencia", las describe como "una forma de 'arte periodístico', tanto por sus características de temática cotidiana como, también, por su calidad efímera: es como un diario, que tiene valor inmediato pero al otro día su vigencia ya no es la misma". De hecho, el músico recuerda que la primera melodía que logró desarrollar en torno a unos versos escritos por Benedetti, recibió inspiración de una imagen periodística: "Un día vi la cara sonriente e hipócrita de un ministro de la época en el diario, y me provocó la misma emoción, el mismo rechazo o la misma indignación que le llegó a él (por Benedetti) cuando escribió ¿De qué se ríe?", explica.
Por encima de alguna incursión musical en este tipo de crónicas más directas, de fuerte compromiso social, Favero, debido a su formación clásica y jazzística le imprimió a los textos benedettianos –salvo contadas excepciones- una tónica musical alejada a la de la Nueva Canción, más ligada a ritmos de raíz folclórica.
La trascendencia de la treintena de canciones que Favero y Benedetti alumbraron juntos en dos décadas de labor, se funda justamente en el matiz de universalidad alcanzado por la conjunción de letra y música: "El punto de partida es siempre el corazón, el afecto, la decencia", aseguró Favero. Vale decir, que la profundidad de esas composiciones se apoya en cuanto de humano las anima.
Como haciéndole un guiño a la historia de la canción, la labor con Favero incluyó desde el principio a la intérprete de los temas: la actriz y cantante Nacha Guevara. De esta forma las variables de letra, música y canto surgían casi sin esfuerzo como una sola cosa. En reiteradas entrevistas y testimonios, Benedetti siempre sostuvo que para la construcción de canciones prefería esta metodología.
El camino de Benedetti por la canción no resultó, en modo alguno, sencillo o libre de los tropezones que toda obra artística voluminosa padece: dejó textos que se transformaron en himnos para varias generaciones mientras que otros pasaron rápidamente al olvido. De hecho, en el volumen Canciones del más acá que reúne toda su obra musicalizada hasta 1988, el propio poeta dejó fuera títulos bastante desafortunados de su cancionero como Las viejitas democráticas o Cielito del 26, que alude al Movimiento de Independientes 26 de marzo, brazo institucional del MLN-T.
Entre sus poemas-canción más logrados, en tanto, pueden citarse, en un apretado resumen, Te quiero, Vuelvo (Quiero creer que estoy volviendo) y Por qué cantamos (musicalizados por Alberto Favero); Es tan poco (interpretada por Alfredo Zitarrosa y musicalizada por la venezolana Soledad Bravo); Corazón coraza (por Eduardo Darnauchans); Hombre preso que mira a su hijo (por Pablo Milanés); Tierra luna (por Julio Víctor González, El Zucará); No te salves (por el peruano Jorge Pelo Madueño); Papel mojado (música de Víctor Merino e interpretada por Tania Libertad junto con Joan Manuel Serrat); y Los formales y el frío y Una mujer desnuda y en lo oscuro (por Serrat). Los dos últimos integran El sur también existe, una placa de resultados desparejos tomando en cuenta los artistas involucrados.
Pero más allá de aciertos y resbalones –y tal cual sucede con sus novelas, poemarios y cuentos–, su lenguaje llano y el hecho de escribir sobre cuestiones fundamentales del ser humano son algunas de las razones de peso para comprender por qué, todavía hoy, el mensaje de las canciones de Benedetti atraviesa fronteras generacionales y geográficas sin perder su capacidad de comunicar y conmover.
Apenas dos días antes de su partida, desde el cuarto de hospital en que se hallaba internado, Benedetti dio su aprobación a dos artistas argentinos para realizar una versión musicalizada de un soneto suyo. El poema -vaya símbolo- se titula Esta paz. Los responsables de transformarlo en un tango potente y desgarrado, son el compositor Javier González y la intérprete Patricia Barone. Fue su última canción:
Esta paz / simulacro de banderas
unida con hilvanes a la historia
tiene algo de perdón / poco de gloria
y ya no espera nada en sus esperas
es una paz con guerras volanderas /
y como toda paz obligatoria
no encuentra su razón en la memoria
ni tiene la salud de las quimeras
esta paz sin orgullo ni linaje
se vende al invasor / el consabido
me refiero a esta paz / esta basura
mejor será buscarle otro paisaje
o amenazarla en su precoz olvido
con una puñalada de ternura.
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