Esta es la historia de un robo. Ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX, durante la era victoriana. El lugar: Estados Unidos. Las protagonistas: dos escritoras. Una de nombre que suena extraño a oídos latinos: Metta Victoria Fuller Victor. La otra, considerada la madre de la literatura de enigma, Anna Katharine Green.
Metta Victoria Fuller nació en Erie, Pennsylvania, en 1831 y murió a los 54 años en New Jersey, en 1885. Ella y su hermana Frances tuvieron vidas paralelas. Las dos comenzaron a escribir en el colegio, fueron cronistas y editoras de diversas publicaciones. Metta se casó con un editor vanguardista, Orville James Victor (con quien tuvo nueve hijos), y Frances, con el hermano. Orville renovó el popular género de dime novels (novelas de venta masiva y de impresión económica), y Metta escribió más de cien de esas novelas, muchas con seudónimos: Corinne Cushman, Eleanor Lee Edwards, Walter T. Gray, la Mrs Orrin James, Rose Kennedy, Louis LeGrand, Mrs Mark Peabody, The Singing Sybil, Mrs. Henry Thomas y Seeley Regester. De modo que fue escritora fantasma para la editorial de su marido, Beadle y cía. Una de sus novelas que más éxito tuvieron fue Maum Guinea y su plantación de niños, publicada en 1862, de contenido abolicionista.
Anna Katharine Green nació en Brooklyn en 1846 y murió en Buffalo, Nueva York, en 1935, a los 88 años. Se casó con un actor y luego diseñador de muebles, Charles Rohlfs, y tuvieron dos hijos. Fue poeta y luego autora de novelas policiales de abogados. Creó dos detectivas: Amelia Butterworth, considerada antecedente de Miss Marple, de Agatha Christie, y con la cual Green inauguró la tradición de las investigadoras "solteronas". Y Violet Strange, una joven intrépida que necesita trabajar y elige esa profesión, o sea, la primera que cobra por ese trabajo. El caso Leavenworth, publicado en 1878 y donde debuta su detective también profesional, Ebenezer Bryce, fue el primer bestseller norteamericano, con más de 750.000 ejemplares vendidos. Green escribió alrededor de 40 libros con estos personajes. El segundo de la serie de Bryce fue Una extraña desaparición (1880).
1866 fue un año clave para el género policial. En Francia, Emile Gaboriau publicó la ¿primera? novela del género: El caso Lerouge, con el investigador debutante Lecoq (basado en el célebre Eugène Francois Vidocq, criminal devenido policía, jefe de la sureté y creador de la primera agencia de detectives). Ese mismo año, la irlandesa radicada en Australia Mary Fortune, publicó el relato de suspenso The Dead Witness (Testigo muerto). Dos años después, Fortune será además la creadora de la primera "serie" protagonizada por un detective, Mark Sinclair, The Detective's Album (El álbum del detective), que ingresó al siglo XX como al serie más larga de la historia: duró 40 años y fue firmado con el seudónimo WW (Walf Wanderer: Vagabunda abandonada).
Y, en ese mismo año de 1866, Metta Fuller publicó la primera novela en inglés protagonizada por un detective, The Dead Letter (La carta muerta, en referencia al correo que no puede entregarse al destinatario ni devolverse al remitente), con su seudónimo de Seely Register. Sin embargo, se considera que la primera novela policial sajona fue escrita por un hombre, Wilkie Collins (La piedra lunar, de 1868). Y que la primera mujer autora de una novela policial comme il faut en lengua inglesa es Anna Katharine Green, con El caso Leavenworth. ¿Por qué?
Cito Wikipedia: "A pesar de que El caso Leavenworth, de Green, es frecuentemente citado como la primera novela de misterio escrita por una estadounidense, La carta muerta, de Seeley Regester, fue publicada doce años antes". Un dato a tener en cuenta: no se encuentran traducciones de la novela de Fuller/Regester al español. Sí, en cambio, de la de Green. (Las dos pueden leerse gratis en inglés en el portal de Project Gutenberg). Pero: ¿por qué hablamos de plagio? ¿Qué tienen en común estas dos novelas?
La trama es similar. En las dos, un hombre ha sido asesinado. El narrador en primera persona y ayudante del investigador es abogado. Los nombres de las dos jóvenes protagonistas es el mismo: Leonora y Mary. En una son hermanas; en la otra, primas. El asesino es alguien muy cercano al tutor de las chicas, que pretende la fortuna familiar y quiere conseguirlo mediante el casamiento con una de ellas. El nombre también coincide: James. El ámbito donde ocurre la mayor parte de las dos historias también es similar, y bastante obvio: una casa (aunque en The Dead Letter habrá más exteriores y desplazamientos). En los dos, el detective devela al asesino en presencia del sospechoso.
Demasiadas cosas en común como para considerarlas meras coincidencias. Obviamente, Green leyó la novela de Fuller. Y evidentemente, hizo algo más que leerla. Fue descuidada: no cambió los nombres de los personajes principales, ni la profesión del narrador. Es decir: dejó sus huellas impresas.
Sin embargo, ni los historiadores del género ni los críticos lo vieron así. ¿Por qué, si los parecidos están a la vista de cualquier lector? ¿Es como en otra "carta" literaria, La carta robada de Poe, de tan evidente, invisible? O tal vez cabe preguntarse: ¿cuántos leyeron La carta muerta? ¿Cuántos, en cambio, repiten las razones por las cuales esa novela no debe considerarse la primera en el género? ¿Y cuáles son esas razones?
Siempre que hay un delito, hay que preguntarse quién se beneficia. Lo cierto es que la beneficiada fue Anna Katherine Green. Pero ¿se puede hablar de plagio? Veamos.
En su libro Detectives victorianas. Las pioneras de la novela policíaca (Madrid, Siruela, 2011), el estudioso del género Michael Sims explica por qué no considera La carta muerta, la primera en el género: "El peso de la historia recae demasiado en visiones psíquicas y coincidencias. Como mucho, puede ganarse el estatus de antecedente; pero no puede considerarse una historia de detectives legítima".
Visiones psíquicas y coincidencias. Es decir, lo sobrenatural. Curioso, cuando nadie discute que el cuento que inaugura el policial moderno de enigma, Los asesinatos de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe, en 1841, solo una fuerza sobrehumana explica el crimen. Sin embargo, recién a fines de la segunda década del siglo XX, un grupo de escritores ingleses, los que conformarán el Club Detection de Londres, van a establecer las reglas del género. Es decir, 60 años después de la novela de Fuller.
Por supuesto que las coincidencias y las visiones psíquicas serán desterradas de un género que va a apuntar a la racionalidad extrema (y que necesita establecer fronteras claras, despegarse de sus parientes, el terror y la literatura fantástica, también por cuestiones de mercado). Pero en 1866 esas reglas no están escritas ni fijadas en ningún lado (tuvo que pasar mucho tiempo para que en el siglo XXI se rompieran del todo. Ejemplos como las novelas policiales de la francesa Fred Vargas, ganadora del premio Princesa de Asturias en 2018, o del italiano Mauricio Di Giovanni con su comisario Ricciardi, que puede oír las últimas palabras del muerto, finalmente han quebrado la prohibición).
Quizás, más allá de las acusaciones de apelar a lo irracional (después de todo, Fuller es mujer), algo que hoy podría generar rechazo, pero tal vez no en la época victoriana, es que en The Dead Letter, el detective, Mr. Burton, utiliza los poderes psíquicos de su hija para avanzar en la investigación que lo llevará a descubrir al culpable. La niña queda agotada, sin fuerzas. Pero el padre vuelve a intentarlo. Hoy podría acusarse a Burton de un montón de cosas. Incluso, ese recurso pudo haberse evitado (ahí tal vez faltó un editor, quizás Orville, el marido de Metta, tampoco pudo ver ese "defecto"). Pero la hija del Burton es un personaje secundario, no es central en la trama.
Lo cierto es que al correr la novela de Metta Victoria del canon que siempre se construye a posteriori, queda el camino despejado para que Wilkie Collins, amigo nada menos que de Charles Dickens, quede entronizado como el autor de la primera novela de detectives en inglés. La piedra lunar, publicada dos años después, en 1868, protagonizada por el sargento Cuff, amante de las rosas. Una novela que tiene el robo, y no el asesinato, como delito central (algo que en el futuro también va a ser condición sine que non del género). Sin embargo…
Un hombre, un inglés, un amigo de Dickens. ¿Algo más? Sí claro. Sigue Sims:
"T.S. Eliot dijo que esta historia irresistible era 'la primera, la más larga y la mejor de las novelas de detectives inglesas modernas'. Una anécdota interesante de la historia literaria es que, al parecer, los personajes de Bucket (el inspector de Casa desolada, novela por entrega de Dickens, publidada en 1853) y Cuff se inspiraron en las aventuras de la vida real de un mismo detective londinense, el inspector Charles Field, a quien Dickens acompañaba en sus rondas policiales y sobre el que escribía en sus artículos; más tarde, Field trabaría amistad tanto con Dickens como con Collins".
La conclusión del crítico inglés es: "La primera novela de detectives legítimamente escrita por una mujer resultó ser uno de los grandes bestsellers del siglo XIX y uno de los libros más importantes de la primera época del género: El caso Leavenworth, publicado en 1878 por Anna Katharine Green".
Pero, ¿quién le da legitimidad al texto? ¿Lecturas posteriores, el hecho de que su protagonista sea oficial de la policía? Muchas novelas de enigma inglesa, con sus detectives aficionados, serían expulsados del canon. Un dato para tener en cuenta: el primero en darle un empujón a la novela de Green a través de sus elogios fue nada menos que Wilkie Collins (nada es casual).
"Pronto se convirtió en lectura obligada en la Facultad de Derecho de Yale -escribe Sims-. En él presentaba al sardónico y evasivo Ebenezer Gryce, del Departamento de Policía de Nueva York, que volvería a aparecer en las tres novelas posteriores de la detective Amelia Butterworth".
Butterworth debutó en El asunto de la puerta de al lado, como clara antepasada de la señorita Marple, de Agatha Christie, a quien Sims sigue calificando de 'solterona'. Hay una serie de estudios en Estados Unidos que desconfían de esta calificación y consideran que en algunos casos, estas mujeres que eligen no estar con hombres eran lesbianas cuyas autoras no podían sacar del closet porque las condiciones epocales no estaban dadas. Un ejemplo claro es el de Mrs Bradley, la detective de otra contemporánea de Agatha Christie y también integrante del Detection Club de Londres, Gladys Mitchell, de quien solo se tradujo un libro al español, Cuando sale la luna.
"El de Leavenworth era un asesinato a puerta cerrada y su construcción dio pie al típico asesinato de casa de campo inglesa -centrado en un conjunto de varios individuos sospechosos encerrados en una zona determinada-, a pesar de tener lugar en una gran ciudad de los Estados Unidos. También engendró el desenlace, ahora icónico, de que el detective desentrañe el misterio en presencia de los sospechosos. Es imposible exagerar la importancia de Anna Katharine Green en la historia temprana del relato detectivesco". Sin embargo, sobre esta autora también recayeron sospechas de legitimidad.
En un debate sobre escritoras de ficción policial, la académica Ellen Higgins en 1994 señaló que Green popularizó el género una década antes de que Arthur Conan Doyle diera a luz a Sherlock Holmes (con Estudio en Escarlata, de 1887). "Algunas personas se preocuparon porque no querían a una mujer compitiendo con el maestro", dijo Higgins.
La periodista Kathy Hickman escribe que Green "influyó sobre escritores como Agatha Christie y Conan Doyle e incluso sobre los actuales cultores del suspenso basados en el 'quién lo hizo'. Además de crear detectives solteronas y jóvenes, la invención de dispositivos narrativos de Green incluye cadáveres en bibliotecas y recortes de diarios como claves, investigaciones forenses y testigos expertos. La escuela de leyes de Yale utilizó sus libros para demostrar qué peligroso puede ser confiar en evidencia circunstancial. El caso Leavenworth: una historia de abogados, generó un debate en el Senado de Pennsylvania sobre si el libro realmente pudo haber sido escrito por una mujer".
En cierto modo Green fue una mujer progresista para su tiempo (exitosa en un género dominado por hombres) pero sin embargo no aprobó a sus contemporáneas feministas, y se opuso al voto femenino. Por su parte, Metta Victoria Fuller fue abolicionista. (Curioso: la palabra plagio en su acepción latina se refiere al secuestro de esclavos ajenos).
Pero si en algo Metta se equivocó, además de no poder saber que los elementos irracionales serían penalizados para los policías del género, fue en matar a su detective al final de la novela. "La mayoría de las historias detectivescas forman parte de una serie", escribe Sims. Metta Fuller no lo tuvo en cuenta. Una pena.
En cambio, doce años después, su colega y coterránea Green sí. Como en la fábula de la liebre y la tortuga, Green ganó porque corrió con la ventaja que da el paso del tiempo. ¿Se la puede acusar de plagio? Probablemente no (después de todo, quién puede acusar, y en todo caso la causa habrá prescripto). Lo que terminó pasando fue que para la historia, perdió el género: la primera novela policial no fue escrita por una mujer. Aunque lo haya sido.
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