¿Quién o qué es Žižek?
"Bienvenidos al desierto de lo real", avisa Slavoj Žižek. Ese es el título de un libro suyo publicado en 2002 y traducido al español tres años después. Allí se establece de forma clara una de sus líneas clave de pensamiento. Criado al calor del psicoanálisis lacaniano, observa que la realidad está incompleta, que hay algo que no se puede imaginar ni simbolizar ni representar y es un vacío demoledor que de golpe se nos aparece. En Bienvenidos al desierto de lo real pone varios ejemplos, pero hay uno que es preciso: en la pornografía hardcore existe una cámara miniatura que se coloca dentro de un consolador, en la punta, y desde allí se puede observar el interior de la vagina, cuando la penetra. "En este límite extremo —escribe Žižek—, se produce una transformación: cuando nos acercamos demasiado al objeto deseado, la fascinación erótica se transforma en asco ante lo real de la carne desnuda".
No se puede evitar esa paradoja —aunque quizás convendría llamarla: dialéctica— si se quiere pensar la relación de las personas con sus deseos políticos, estéticos, sexuales e intelectuales y el momento específico de materializarlos. Al fin de cuentas, aquel lema de "perseguir tus sueños" no parece ser tan sencillo. ¿Qué forma adquirirán esos hermosos y magníficos sueños cuando realmente los alcancemos y dejen de serlo? Nacido en 1949 en la Yugoslavia de Josip Broz, más conocido como Mariscal Tito, Žižek estudió filosofía y sociología en la Universidad de Liubliana y psicoanálisis en la Universidad de París VIII Vincennes-Saint-Denis. Su curriculum académica es amplio y diverso; mejor evitarlo.
El otro gran marco teórico en que se apoya la filosofía žižekiana es el marxismo. Cada vez que puede, Slavoj Žižek se esmera en dar vuelta la última de las Tesis sobre Feuerbach de Karl Marx, la XI, que dice: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Para el intelectual esloveno, después de toda el agua negra que corrió bajo el puente comunista del siglo XX —purgas, burocracias, totalitarismos—, es necesario detenerse un poco para volver a pensar el mundo. Luego sí, transformarlo. El problema podría plantearse así: ¿y si hemos estado interpretando todo absolutamente mal? Esta posición es una crítica radical a la izquierda anticapitalista, a la cual él mismo pertenece, porque sugiere “volver a Marx”, leerlo y releerlo hasta encontrar una nueva forma de enfrentar el callejón sin salida que nos proponen las democracias liberales.
Hoy, Žižek es el gran filósofo de la época. Tal vez suena un poco apresurado decirlo de este modo, pero basta con verlo en acción. No por nada lo llaman "el Elvis de la teoría cultural". Fue Scott McLemee quien lo definió así y Timothy Appleton lo reafirma: es el filósofo que puede corromper a la juventud. Tiene más de cuarenta libros publicados en español, ha hecho películas, documentales, sus videos en YouTube tienen cientos de miles de views y cada artículo que publica genera un apasionado revuelo en burbujas criticonas como Twitter. Su última gran aparición fue en el llamado "debate del siglo" con el psicólogo y bestseller alt-right Jordan Peterson. Fue en un estadio, en Canadá, donde miles de personas se dieron cita para oírlos argumentar sobre comunismo, capitalismo y felicidad. A continuación, algunos puntos para entender su filosofía.
Capitalismo
Hay un capítulo de Los Simpson donde Lenin revive. En el mausoleo moscovita donde yace su cadáver embalsamado, un grupo de turistas lo miran detrás del cristal que lo protege. Y ocurre el milagro de la resurrección. Pero no como sucedió con Jesús de Nazaret, que al tercer día resucita y se le aparece a los once de los discípulos (menos, claro está, a Judas Iscariote) en un monte de Galilea y les encarga una tarea de paz y prédica. El brazo izquierdo de Lenin se extiende, rompe el vidrio y su cuerpo se levanta como un zombie enfurecido. No exclama paz, tampoco prédica. Sus palabras, pese a su acento de ruso rabioso, son claras: "¡Muera el capitalismo!" Esta caricaturización que hace Matt Groening en 1998 es efectiva porque divide el mundo entre quienes odian y quienes aman al capitalismo. Y Žižek lo odia.
Su odio no es enceguecido. Al dar vuelta la Tesis XI de Marx propone, justamente, volver a pensar cómo tirar abajo el capitalismo. En un libro que se editó este año en Argentina bajo el título de Contra la tentación populista, asegura que el capitalismo "se ve lanzado a una dinámica constante, a una suerte de estado de excepción permanente, a fin de evitar el enfrentamiento con su antagonismo básico, su desequilibrio estructural". Herbert Marcuse en El hombre unidimensional de 1964 explicaba como el mundo se percibía como único y cualquier posibilidad alternativa era suprimida de inmediato.
¿Y cómo se sostiene un sistema con miles de fisuras, con mayor o menor claridad, las vemos? En La permanencia en lo negativo, señala que “nuestra percepción de la realidad, incluida la realidad de nuestra propia experiencia interna, depende de pequeñas ficciones”. Aquí adquiere consistencia su formación psicoanalítica porque hace énfasis en la ideología, que no es otra cosa que el container de basura del que comemos todo el tiempo. En el cortometraje ¿Qué es la ideología? dice que “la fuerza material de la ideología me impide ver lo que estoy comiendo realmente”. Somos esclavos de la realidad, pero también de la ideología cuando creemos escapar soñando.
En este capitalismo de placeres, dirá Žižek, nadie quiere ser libre. Es mejor confiar en la insostenible democracia que nos rige y sus injustas normas. "¿En qué clase de universo vivimos que celebramos ser una sociedad que elige pero la única opción disponible para un consenso democrático forzado es una representación ciega?, se pregunta. "Lo más difícil de aceptar es precisamente la falta de sentido", dice después. Y sin más ánimos de deambular en torno a una crítica que, más que crítico lo volvería criticón, se pregunta por, justamente, las alternativas al capitalismo. "¿Qué proponemos, nosotros, la izquierda?", suele decir. A esa pregunta hay algunas tímidas respuestas pero que se traducen en una resistencia más que en una alternativa. Al menos por ahora.
Comunismo
Para evitar todo tipo de chicanas, Žižek se autodefine como comunista y se hace cargo de las experiencias que llevaron a la teoría marxista a una práctica desastrosa. En su cuarto, un póster de Iósif Stalin se lo recuerda siempre. Crítico a ultranza del capitalismo, sostiene que la única vía posible para modificar el rumbo que está tomando la humanidad es la del socialismo. Pero lo hace de la siguiente forma: "La solución marxista clásica fracasó, pero el problema continúa. "Hoy en día el comunismo no es el nombre de una solución, sino el nombre de un problema", escribe en La vigencia de El manifiesto comunista, y agrega: "Para ser fiel a Marx no hace falta ser marxista, sino repetir el gesto fundacional de Marx de una manera nueva".
En ese mismo libro dice que "la ideología predominante actual no es una visión positiva de algún futuro utópico, sino una cínica resignación, una aceptación de cómo es 'el mundo de la realidad', acompañada de la advertencia de que, si queremos cambiarlo (demasiado), lo único que nos espera es el horror totalitario". Es por eso que, pese a todo, hay que seguir pensando y pensando y pensando y pensando. En algún momento, después de interpretar de diversos modo el mundo, se llegará a una idea —posiblemente, y por una cuestión de marketing, no se la llameará comunismo, aunque será similar— donde se logrará transformarlo.
Populismo
Gran lector de Ernesto Laclau —La razón populista—, Žižek pone especial atención en eso que hoy todos llamamos populismo. ¿Es un movimiento, una tendencia, un protopartido, un acontecimiento? "El populismo no es un movimiento político específico sino lo político en estado puro: la 'inflexión' del espacio social capaz de afectar cualquier contenido político", escribe en Contra la tentación populista. Con mucha lucidez, usa el verbo tentar para definir eso que se aparece con características revolucionarias en medio de un escenario polarizado.
Y no es una demonización. Lejos está de serlo. "Para la elite ilustrada tecnócrata-liberal, el populismo es intrínsecamente protofascista, es la renuncia a la razón política, una rebelión que es desbordamiento de pasiones ciegas y utópicas", dice y desactiva esa desconfianza —Jorge Asís suele caracterizar al kirchnerismo como una revolución imaginaria— al destacar lo "intrínsecamente neutral" del populismo: "´puede incorporarse a diferentes compromisos políticos". Laclau estaría de acuerdo, aunque con entusiasmo. El asunto, que no se le escapa a el filósofo esloveno, es que tal populismo puede ser de derecha o de izquierda, pero nunca será revolucionario.
Laclau ha explicado que el pueblo reúne una serie de demandas específicas donde un líder carismático y su partido las engloban, las representan y las llevan a cabo. La crítica de Žižek está en el contenido: "El acto político o emancipador, ¿no se efectúa más allá de ese horizonte de demandas?" "Para un populista la causa de los problemas nunca es el sistema como tal, sino el intruso que lo corrompe", escribe. Para algunos serán los inmigrantes o los delincuentes o los burócratas ¡o los corruptos!, para otros los terratenientes, incluso algunos dirán que son los especuladores financieros, pero nunca los capitalistas. De esta forma, la contradicción capital-trabajo seguirá girando como un trompo divertido.
Desde su mirada, el populismo forma parte de la "pospolítica institucionalizada" y contiene una mistificación constitutiva: "negarse a enfrentar la complejidad de la situación, reduciéndola a una lucha sin matices con la figura pseudoconcreta de un enemigo". El peronismo le resulta particularmente interesante. Žižek vivió varios años en argentina, porque estuvo casado con la modelo Analía Hounie. "Sé que hay algunas tendencias de izquierda dentro del peronismo, pero me parece que la fórmula básica del peronismo sigue siendo la de un fascismo populista. Un gobierno fuerte y autoritario controla ambos polos, los trabajadores y el capital, trata de introducir algo de justicia, pero para mí esto nunca funciona a largo plazo. Causa corrupción, caisa inmovilismo", dijo en la entrevista con Perfil.
Feminismo
¿Es Žižek feminista? Sí, lo es, sin embargo no parece sentir un especial apego a los tiempos que corren. Su acrobacia por encontrarle el pelo al huevo sin volverse un viejo criticón lo lleva a cuestionar esos movimientos que se empoderan en nombre de una liberación feminista. "Cuando las mujeres se visten de forma provocativa para atraer la mirada masculina, se cosifican a sí mismas para seducir al hombre. No lo hacen ofreciéndose como objetos pasivos, sino que son agentes activos de su propia cosificación", dijo en una conferencia en España. Ahí hay una clave: las mujeres como sujetos activos rompiendo los moralismos. No hay por qué estar en desacuerdo. Lo interesante viene ahora.
Hace unos meses fue trending topic cuando se viralizó un artículo suyo donde discutía con el libro fotográfico de Laura Dodsworth, Womanhood: retratos de vaginas. En su columna en columna en el portal estadounidense Spectator aseguraba que "deshacerse de la fetichización masculina de la vagina como el objeto misterioso último del deseo (masculino) y reclamar la vulva para las mujeres" puede llevar a "una realidad gris en la que el sexo está totalmente reprimido". Por supuesto, sus ideas fueron tildadas de disparates, un ladrillo más en el muro que impide ese abrazo total entre comunismo y feminismo.
Es que el capitalismo, asegura en La vigencia de El manifiesto comunista, tiende a reemplazar la heterosexualidad normativa estándar "por una proliferación de identidades y orientaciones inestables y cambiantes". Si bien no desconoce que el feminismo está logrando grandes conquistas en el mundo, sostiene que es importante leer cómo todo puede volverse una distracción, envuelta en nobles declamaciones (y necesarias, desde luego), para que las estructuras económicas y políticas continúan rígidas. "La afirmación crítica de que la ideología patriarcal sigue siendo la ideología hegemónica actual es la ideología hegemónica actual". Su enemigo es la "izquierda predominante, la liberal", la del "moralismo políticamente correcto" que "se concentra tanto en problemas como el feminismo o el multiculturalismo que ha perdido contacto con la gente común y dejó el espacio para que se impusiera esta derecha populista".
¿Qué tendrá Žižek?
A Žižek le interesa la política —un dato: en 1990 fue candidato a la Presidencia de Eslovenia— pero fue la crítica política la que lo convirtió poco a poco en el gran nexo entre las sofisticadas y enmarañadas teorías filosóficas y la cultura popular, esa que siempre fue bastardeada y ninguneada por las élites intelectuales. Basta con ver cómo explica las diferencias entre en pensamiento alemán, inglés y francés según el inodoro que cada país usa. El humor es el elemento disonante que le permite empujar la argumentación un poco más allá de lo esperado. El público asiste multitudinariamente a sus charlas y conferencias y sus frases y latiguillos se han convertido en memes virales. Pero lo que en algún momento generó furor, también se desarrolló como aversión: los haters siguen proliferando.
¿Qué tiene Žižek que a todos vuelve locos? Algunos dirán que sus tics corporales —"son el resultado de una enfermedad orgánica por la que debo tomar medicamentos", explica brevemente en el prólogo de Contra la tentación populista—, su acento balcánico sobre el inglés fluido y su aspecto desalineado cumplen a una función magnética. Sí, tal vez. Pero eso es sólo la superficie. Y Žižek es un filósofo que no se queda en la superficie del pensamiento cómodo, sino que, por el contrario, sus reflexiones alcanzan una profundidad que sorprende. Y también —quizás aquí esté el filo de su espada— hace tiempo se ha declarado en guerra contra la dictadura de lo políticamente correcto. Entonces, ataca las nociones establecidas por el progresismo para desarticularlo e ir más allá: un viaje radical que no escatime kilómetros.
¿Es viable, en un mundo tan fugaz, moralista y alborotadamente sumiso como este, apostar a radicalizar las discusiones que parecen momificarse en los pantanos populistas y empujar la mirada hacia el "desierto de lo real"? Cada cual tiene su apuesta. Esa es la de Slavoj Žižek. No parece tener intenciones —y menos a estas alturas— de desistir.
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