"Mi nombre es Ousman Umar. Sé que nací un martes, no sé de qué mes ni de qué año porque en mi tribu eso no importaba. Crecí en la sabana africana. Caminaba siete kilómetros para ir a la escuela. Mi vida era feliz y sencilla, hasta que un día, entre juegos, vi un avión volar. Desde ese momento quise ser piloto, ingeniero, todo menos negro. La curiosidad por conocer el mundo me empujó a hacer un viaje sin retorno hacia el País de los Blancos".
De esa manera Ousman Umar se presenta y cuenta desde la contratapa de Viaje al país de los blancos (Plaza y Janés) cómo fue su historia: con su mejor amigo, a los 13 años cruzó el Sahara a pie, el mar en patera y vio morir en el camino a casi todos sus compañeros de viaje. Sólo sobrevivieron seis. Soñaba con ser blanco.
Tras cinco años de osadías llegó a España y luego de pasar meses durmiendo en la calle, una familia catalana de Barcelona lo acogió y su vida cambió para siempre.
"Ahora necesito contar mi historia, hasta que no haya más historias como ésta que contar", asegura el fundador de una ONG que ya alimenta a más de 11 mil niños y niñas de su tierra natal.
“Quise ser piloto, ingeniero… ¡Todo, menos negro!”
Viaje al país de los blancos: la historia de Ousman Umar
Un pequeño pueblo de Ghana lo vio nacer. Las carencias de la comunidad en la que vivió marcaron su existencia y fueron decisivas para lo que hizo más tarde.
A los 9 años fue obligado a madurar y a vivir en su comunidad como un hombre: debió aprender el oficio de soldador y a los 13 dejó su tierra natal convencido de que "el Paraíso" del que le habían hablado (Europa) existía y él quería estar ahí.
Así fue como dejó su pueblo. Las cosas no salieron de inmediato tal cómo las pensaba: durante cinco años buscó las mil maneras de cruzar el norte de África y el estrecho de Gibraltar. Lo que jamás imaginó, ni en pesadillas, fue lo que viviría: vio morir a cuarenta de sus 46 compañeros de viaje. Sólo seis sobrevivieron.
“Por la noche, alrededor del fuego, los mayores nos contaban sus experiencias y algunos cuentos, donde los animales eran los protagonistas. Así entendíamos la naturaleza y la supervivencia”.
"Me fui hacia Níger, donde empieza el desierto del Sahara. Allí caí en las manos de la mafia. De las 46 personas que salimos, conseguimos llegar a destino 6 de ellos", relata sobre el inicio de la etapa más trágica de su vida.
Pero no se rindió y a los 17 años tuvo otro tipo de graduación, no la del estudio sino que logró su gran meta: llegó a Barcelona. La emoción de estar en una nueva ciudad lo colmó y finalmente tantas penurias cobrarían otro significado.
Una vez más, las cosas no fueron cómo se las habían contado. Al menos no al principio. Durante meses durmió con lo puesto en una plaza. Las primeras miradas le decían que nada de lo que buscaba estaba allí.
Pasó por Libia, donde esperó 4 años: trabajó duro para el anhelado viaje. Vivió en ghettos, tras horas de trabajar sin descanso juntaba dinero con el que pagaba a la mafia lo que le pedían para llevarlo a Europa. Lo estafaron.
Finalmente llegó a España y comenzó su nueva vida. Pasó por Fuerteventura siguió por Málaga y por fin arribó a Barcelona, donde inició sus estudios universitarios y la formación de la ONG Nasco Feeding Minds, en 2012.
Debió pasar un tiempo hasta que, finalmente, logró estabilizarse, pero no sin recordar cada uno de los largos días en los que el desierto fue su enemigo. Lo relata con total emotividad en Viaje al país de los blancos.
La vida de Ousman en "el país de los blancos"
"Cuando me desperté había amanecido y yo había pasado toda la noche en el tren. Tenía el cuerpo algo dolorido de dormir en posturas forzadas. Tenía muchas ganas de orinar, pero no sabía que en los trenes españoles había baño, así que había pasado todo el viaje aguantándome. En Ghana no hay trenes".
Al bajar de ese tren, Ousman llegó a Barcelona. "Sentí una inmensa felicidad", describe al recordar ese momento. Luego ese sentimiento fue reemplazado por el miedo a lo desconocido: una escalera mecánica. Jamás había visto antes una.
"Todo me resultaba nuevo y excitante. Y había muchas cosas que no comprendía", revela.
El 24 de febrero de 2005 el niño que decidió su futuro al ver por primera vez un avión llegó a Barcelona, "el Paraíso", como define a la ciudad en la que vive desde ese día.
Lo que siguió fue el inicio de la vida que anhelaba y un encuentro casual lo hizo creer en los milagros. Mientras caminaba atemorizado por las calles de Barcelona se topó con personas a las que le habló en su lengua. No lo entendían. Recordó algunas palabras en inglés y así logró apenas comunicarse.
"Habla con esa señora, ella te ayudará", le dijo alguien mientras desesperado y con hambre buscaba ser asistido. Se acercó a la mujer señalada que, al no entender al chico, tomó su celular y llamó a su marido para que lo tranquilizara.
La mujer era Montse y el hombre del otro lado del teléfono, Armando. Ella no tenía que estar allí. Un trámite ocasional y la imposibilidad de usar ese día su automóvil la obligaron a ir hasta el municipio Navas en transporte público. "Ella me llevó a un bar cercano y me invitó a desayunar", recordó el momento en que sin saberlo conoció a quien lo recibió primero como familia de acogida y que más tarde se convertiría en su madre adoptiva.
Ousman lo cuenta en su autobiografía, en la que conjuga la nostalgia de su vida en los campos de Ghana, el lamento de los niños y niñas que están allí y el dolor de quienes quedaron en aquel camino de escape.
"Necesito contar para que no haya más historias como la mía que contar"
"En Ghana ocurre una cosa curiosa que desde Europa se ve entre divertida y triste. En los colegios se enseña algo de informática, pero como no se dispone de ordenadores se enseña de una forma muy particular: se dibuja la pantalla en la pizarra con tiza".
Así describe las que eran sus clases de computación en las aulas africanas. "Así se aprende, en diferido, sin siquiera tener una máquina en la que practicar. Es muy extraño", sentencia.
Es justamente eso lo que no quiere que vivan los niños de su país natal y por eso fundó en 2012 la organización no gubernamental desde la que hace todo lo que está a su alcance para evitar que los niños tengan una vida similar a la suya.
La ONG Nasco Feeding Minds busca demostrar que, a través de la formación y las nuevas tecnologías, se puede salir más rápidamente de la pobreza desde el propio país de origen "sin que sea necesario cruzar el mar buscando esperanzas vanas y evitando las desgracias de jugarse la vida".
"La idea es crear condiciones para que los jóvenes de allí no sientan la tentación de emigrar a Europa" y que no vivan lo que él vivió.
Seguí leyendo:
Carmen Mola, la "Elena Ferrante" de la literatura en español