No tengo una respuesta exacta, pero tengo una breve lista de cosas que hace veinte años no existían y ahora sí:
□ WIKIPEDIA
□ FACEBOOK
□ SKYPE
□ YOUTUBE
□ SPOTIFY
□ NETFLIX
□ TWITTER
□ YOUPORN
□ AIRBNB
□ IPHONE
□ INSTAGRAM
□ UBER
□ WHATSAPP
□ TINDER
□ TRIPADVISOR
□ PINTEREST
Si no tenéis nada mejor que hacer, marcad con una x aquellas a las que, cada día, dedicáis una parte no insignificante de vuestro tiempo.
¿Unas cuantas, verdad? Cabe preguntarse en qué demonios ocupábamos antes nuestros días.
¿Hacíamos puzles de los Alpes suizos?
Esta lista nos enseña muchas cosas, pero hay una que debemos consignar aquí: en veinte años la revolución ha ido anidando en la normalidad –en los gestos simples, en la vida cotidiana, en nuestra gestión de deseos y de miedos–. A ese nivel de penetración, negar su existencia es propio de idiotas; pero presentarla como una metamorfosis impuesta desde arriba y por las fuerzas del mal también empieza a resultar bastante dificultoso. De hecho, nos damos cuenta de que en las costumbres más elementales de nuestra vida cotidiana procedemos con movimientos físicos y mentales que hace solo veinte años habríamos aceptado a regañadientes en nuevas generaciones cuyo sentido no entendíamos y cuya degradación denunciábamos. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos sido conquistados? ¿Alguien nos ha impuesto un modelo de vida que no nos pertenece?
Sería incorrecto responder que sí. En todo caso alguien nos lo ha PROPUESTO, y nosotros aceptamos cada día esa invitación, imprimiendo a nuestro estar en el mundo una precisa torsión respecto al pasado: en virtud de esta, hemos adquirido una posición mental que hace veinte años todavía podía parecernos grotesca, deforme y bárbara, y que ahora es, ateniéndonos a los hechos, nuestra forma de estar cómodos, vivos e incluso elegantes en la corriente de la vida cotidiana. La impresión de haber sido invadidos se ha desvanecido, y ahora prevalece la sensación de haber sido transportados más allá del mundo conocido, y de haber empezado a colonizar zonas de nosotros mismos que nunca antes habíamos explorado y, en parte, ni siquiera habíamos generado todavía. La idea de UNA HUMANIDAD AUMENTADA ha empezado a abrirse camino y la idea de formar parte de ella ha resultado más fascinante frente a lo temible que resultaba, en el punto de partida, la eventualidad de ser deportados hasta allí. Hemos terminado así permitiéndonos una mutación cuya existencia negamos abiertamente durante cierto tiempo –hemos destinado nuestra inteligencia a utilizarla, más que a boicotearla–. Anoto que la cosa nos ha llevado, entre otras cosas, a considerar el cierre de las viejas lecherías nada más que como un inevitable efecto colateral. En un tiempo muy rápido nos hemos puesto a abrir locales que son citas de viejas lecherías: es nuestro modo de decir adiós al pasado, metabolizándolo.
Que no se diga que no somos unos tipos geniales.
De manera que hemos enfocado bien el asunto y hemos corregido algunos desatinos de primera hora. Hoy sabemos que es una revolución, y estamos dispuestos a creer que es el fruto de una creación colectiva –incluso de una REIVINDICACIÓN colectiva– y no una degeneración imprevista del sistema o el plan diabólico de algún genio del mal. Estamos viviendo un futuro que hemos enajenado al pasado, que nos pertenece, y que hemos deseado con fuerza. Este mundo nuevo es el nuestro: es nuestra esta revolución. Bien.
Ahora es necesario concentrarse en un punto cuanto menos interesante: ES UN MUNDO QUE NO SERÍAMOS CAPACES DE EXPLICAR, ES UNA REVOLUCIÓN CUYO ORIGEN Y PROPÓSITO NO CONOCEMOS CON EXACTITUD.
Por Dios, a lo mejor hay alguien que tiene alguna idea al respecto. Pero en conjunto, lo que sabemos acerca de la mutación que estamos llevando a cabo es realmente poco. Nuestros actos ya han cambiado, a una velocidad desconcertante, pero los pensamientos parecen haberse quedado atrás en la tarea de nombrar lo que vamos creando a cada momento. Hace ya bastante que el espacio y el tiempo no son iguales: le está sucediendo lo mismo a lugares mentales que durante mucho tiempo hemos llamado pasado, alma, experiencia, individuo, libertad. Todo y Nada tienen un significado que hace solo cinco años nos habría parecido inexacto, y las que durante siglos hemos llamado obras de arte se han quedado sin nombre. Sabemos con certeza que nos orientaremos con mapas que todavía no existen, tendremos una idea de la belleza que no sabemos prever, y llamaremos ver- dad a una red de imágenes que en el pasado habríamos denunciado como mentiras. Nos decimos que todo lo que está pasando tiene sin duda alguna un origen y una meta, pero ignoramos cuáles son. Dentro de unos siglos nos recordarán como los conquistadores de una tierra en la que hoy a duras penas seríamos capaces de encontrar el camino a casa.
¿No es fantástico? Lo es, yo lo creo, y esta es la razón por la que estoy escribiendo este libro: me atrae ir a vivir un rato hasta donde la revolución que estamos haciendo blanquea, enmudece, se abisma. Donde no entendemos sus movimientos, donde esconde el sentido de estos, donde niega el acceso a las raíces de lo que hace. Donde se nos aparece como una frontera misteriosa. Praderas ilimitadas, ni una chimenea echando humo en el horizonte. Ninguna indicación. Tan solo el relato de algún pionero.
No querría dar la sensación equivocada de que tengo respuestas y de que estoy aquí para explicar.
Pero tengo algunos mapas, eso sí. Por supuesto, hasta que no emprenda ese viaje no puedo saber si son fiables, precisos, útiles.Para eso escribo este libro, para hacer este viaje.
Para no perderme demasiado, usaré una brújula que nunca me ha decepcionado: el miedo. Sigue las huellas del miedo y acabarás en casa: el tuyo y el de los demás. En este caso resulta bastante fácil debido a que hay miedos sueltos en abundancia y algunos no son en modo alguno estúpidos.
Por ejemplo. Hay uno que dice así: ESTAMOS AVANZANDO CON LAS LUCES APAGADAS. Es bastante cierto. No sabemos muy bien dónde nace esta revolución y menos aún cuál es su propósito. Ignoramos sus objetivos y de hecho no seríamos capaces de nombrar con una precisión decente sus valores y sus principios: conocemos los de la Ilustración, pongamos por caso, y no los nuestros. No con la misma claridad. De manera que si nuestro hijo nos pregunta adónde vamos
tendemos a refugiarnos en respuestas evasivas [en la actualidad, «Dímelo tú» es la mejor: se infiere la urgencia de que alguien escriba este libro, incluso alguien que no sea yo].
OTRO SUENA ASÍ: ¿estamos seguros de que no es una revolución tecnológica que, ciegamente, dicta una metamorfosis antropológica sin control? Hemos elegido los instrumentos, y nos gustan: pero ¿alguien se ha preocupado por calcular, de manera preventiva, las consecuencias que su uso tendrá en nuestro modo de estar en el mundo, quizá en nuestra inteligencia, en casos extremos en nuestra idea del bien y del mal? ¿Hay un proyecto de humanidad detrás de los distintos Gates, Jobs, Bezos, Zuckerberg, Brin, Page, o tan solo hay brillantes ideas de negocios que producen, involuntariamente, y un poco al azar, cierta humanidad nueva?
HAY OTRO QUE ME GUSTA EN PARTICULAR: estamos generando una civilización muy brillante, incluso atractiva, pero que no parece capaz de soportar la onda expansiva de la realidad. Es una civilización festiva, pero el mundo y la Historia no lo son: desmantelar nuestra capacidad de paciencia, esfuerzo, lentitud, ¿no acabará produciendo generaciones incapaces de resistir los reveses del destino o incluso la mera violencia inevitable de cualquier sino? A base de entrenar habilidades ligeras –se empieza a pensar– estamos perdiendo la fuerza muscular necesaria para el cuerpo a cuerpo con la realidad: de aquí una cierta tendencia a difuminar esta, a evitarla, a sustituirla con representaciones ligeras que adaptan sus contenidos y los hacen compatibles con nuestros dispositivos y con el tipo de inteligencia que se ha desarrolla- do con sus lógicas. ¿Estamos seguros de que no es una táctica suicida?
MÁS SUTIL ES INCLUSO OTRO MIEDO, bastante extendido, y que no sería capaz de resumir si no es con estas meras palabras: cada día que pasa, la gente está perdiendo algo de su humanidad, prefiriendo cierta artificialidad más performativa y menos falible. Cuando pueden, delegan elecciones, y decisiones, y opiniones, a máquinas, algoritmos, estadísticas, clasificaciones. El resultado es un mundo en el que se percibe cada vez menos la mano del alfarero, para utilizar una expresión grata a Walter Benjamin: parece salido más de un proceso industrial que de un gesto artesanal. ¿Es así como queremos el mundo? ¿Exacto, esmerilado y frío?
POR NO HABLAR DE LA PESADILLA DE LA SUPERFICIALIDAD, que resulta letal. Esta obstinada sospecha de que la percepción del mundo dictada por las nuevas tecnologías se pierde una buena parte de la realidad, probablemente la me- jor: la que late bajo la superficie de las cosas, allí donde solo un paciente, voluntarioso y refinado camino puede llevarnos. Es un lugar para el que acuñamos, en el pasado, una palabra que más tarde se hizo totémica: PROFUNDIDAD. Daba forma a la convicción de que las cosas tenían, si bien escondido en lugares casi inaccesibles, un sentido. Indicaba un lugar: ¿cómo negar el hecho de que nuestras nuevas técnicas de lectura del mundo parecen hechas a propósito para hacer imposible el descenso a ese lugar, y casi obligatorio un movimiento rápido e inagotable sobre la superficie de las cosas? ¿Qué va a ser de una humanidad que ya no puede bajar hasta las raíces, ni remontar hasta las fuentes? ¿De qué servirá la habilidad con la que salta entre las ramas y navega siguiendo la velocidad de la corriente? ¿Estamos volatilizando en una festiva nada la que será nuestra última representación?
Hacía años que no escribía tantos signos de interrogación de una sola vez.
Lo que pienso de esos miedos, y de miedos como esos, lo escribo ahora aquí: tenerlos, hoy, no es cosa de imbéciles, como de hecho algunos sectores más elitistas de la revolución intentan hacernos creer, sino que es el resultado de una suma de indicios que, en todo caso, sería de imbéciles ignorar. Pero también:
► dentro de cada uno de esos miedos hemos cosido la definición de un movimiento que estamos haciendo, y que gracias al cual vamos haciéndonos mejores. Así, si fuéramos capaces de responder a cada uno de esos signos de interrogación, encontraríamos en nuestras manos el índice de nuestra revolución. Porque el mapa de lo que estamos llevando a cabo está dibujado en el revés de nuestros miedos. De esta manera cruzamos la frontera hacia una nueva civilización: sin llamar la atención, escondiendo en el doble fondo de nuestras dudas la certeza clandestina de una cierta, una genial Tierra Prometida. ◄
Es un viaje bastante emocionante, hasta el punto de que con frecuencia me he visto a mí mismo demorándome en la contemplación, con el resultado de quedarme atrás, y de perder el paso de quien lo está llevando a cabo de verdad. Desde esta perspectiva extraña, de cartógrafo retrasado y de sabio desinformado, sigo coleccionando anotaciones y bocetos en los cuales me atrevo a poner nombres y sitios. Sueño, en los momentos de más lúcido optimismo, con la precisión de un mapa, y con la composición de todas las intuiciones en la belleza de un mapamundi. Son escasos: sin querer malgastar- los, me ha parecido inevitable escribir el libro que estáis leyendo, algo que voy a hacer con todo el cuidado del que soy capaz.
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