Dylan por Scorsese no puede fallar. Así fue con No direction home (2005), el documental que consiguió retratar -al menos un buen porcentaje de- la compleja personalidad de uno los mayores artistas del siglo XX, premio Nobel de literatura, leyenda vida de la cultura rock occidental. Una década y media después el director de Taxi Driver, Toro Salvaje y tantas maravillas cinematográficas, parte relevante de esa misma cultura rock, vuelve sobre Dylan para contar qué fue aquella locura de la "Rolling Thunder Revue" en 1975/76. Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese, disponible online en Netflix desde el pasado jueves 12, emprende la aventura. Aquella fue una gira que el personaje en cuestión pensó como una natural extensión musical de la Commedia dell´arte italiana del siglo XVI y sus grupos itinerantes, y que luego tuvo su correlato en los Medicine Shows que recorrían los Estados Unidos a principios del siglo XX con una particular mezcla de espectáculos de entretenimiento (música y teatro) con la promoción de remedios mágicos que garantizaban cura para cualquier mal de salud. Por eso el tour incluía la palabra clave Revue (revista).
Con ese espíritu ambulante el siempre enigmático Dylan hizo un espectáculo pensado para salas pequeñas, que recorrió ciudades de la costa Este de los Estados Unidos y de Canadá, y en el que, si bien obviamente él era número central, actuaron músicos como Joan Baez, Joni Mitchell, Roger McGuinn (líder de The Byrds), el cantautor folk Ramblin´ Jack Elliot y guitarristas como Mick Ronson y T-Bone Burnett. Para poner en contexto: Dylan había publicado unos meses antes una de sus obras maestras, Blood on the Tracks -el disco cumbre de "los discos hechos luego de una separación de pareja"-, y venía de concretar en 1974 una mega gira en grandes estadios y con The Band como banda acompañante, que había sido su gran regreso luego de su exilio interior iniciado en 1966.
Su nombre no aparecía en los afiches ni en las entradas -costaban 8,50 dólares- y cada show se anunciaba poco días antes de concretarse.
Así concebido, este nuevo espectáculo colectivo era su respuesta (bien dylaniana) al gigantismo pasado del que siempre reniega, hasta hoy, cuando tiene 78 y sigue presentándose "en persona". Para la gira que semejaba una caravana de gitanos, las reglas eran estrictas. Su nombre no aparecía en los afiches ni en las entradas -costaban 8,50 dólares- y cada show se anunciaba poco días antes de concretarse. En escena, se presentaba con su rostro maquillado, alguna vez hizo que Joan Baez se disfrazara de él y hasta llegó a salir a cantar con una máscara. Genio y figura, todo un caso.
"No se pudo viajar en tren, tal como previamente se había pensado, así que se apilaron en colectivos que recorrieron las rutas del Noreste. Una guerrilla teatral en su mejor expresión. Alquilaban una pequeña sala bajo un seudónimo. Una semana antes del recital, los campus universitarios locales eran invadidos por hombres que repartían volantes y las entradas se ponían a la venta, y se vendían por el boca a boca", describió el escritor Larry "Ratso" Sloman -que cubría para la revista Rolling Stone– en el librillo que acompañó la edición Bob Dylan Live 1975 – The Rolling Thunder Revue. The Bootleg Series. Vol. 5 en 2002. Ahora, en 2019, junto con la película, se publica una caja con 14 discos que documenta gran parte de todos los shows, ensayos y demás rarezas de la gira. "Esta caja te lleva hasta dónde se puede llegar llegar para captar la rara alquimia de propósito y accidente que Dylan conjuró con la Revue Rolling Thunder", escribió el crítico David Fricke en la edición USA de Rolling Stone.
A la troupe de gente loca en la ruta -en un autobús que, al menos para las cámaras, manejaba el propio Dylan- se sumaron entre otros el poeta Allen Ginsberg, y también Sam Shepard, encomendado a escribir un guión para la película que documentaría la aventura. Algo que nunca sucedió, pero que sí dio lugar a un interesante libro de relatos –Rolling Thunder Logbook, su título original- que Shepard publicó originalmente en 1977 y fue reeditado en 2004. "Inicialmente me contrataron como escritor para trabajar en una película que proyectaban (…), pero ese papel quedó rápidamente disuelto en el fondo y fue sustituido por una situación mucho más valiosa. Me encontré metido en medio de toda aquella gente en marcha colaborando en un torbellino de imágenes e ideas cambiantes", escribe en la introducción.
En el prólogo del mismo libro, T- Bone Burnett -años después productor e ideólogo de aquel fenómeno de ventas que fue la banda de sonido de la película de los hermanos Coen O Brother, Where Art Thou?– escribió: "Nos divertíamos más de lo que permite la ley. Mucho más. Había escritores con talento por todas partes. Era un autobús repleto de músicos y cantantes y pintores lanzado a toda marcha a altas horas de la noche, alimentados con porros de colombiana y otras cosas, haciendo una película, escribiendo canciones y tocando -las noches en que encontrábamos la combinación justa- una de las piezas de rock and roll más incendiarias, intensas e inspiradas de antes o de después (…) Tocábamos sobre todo las canciones de los dos grandes álbumes de Dylan de entonces, Desire y Blood on the Tracks. Dylan estaba en un estado alterado. En las funciones tocaba con un micrófono sólo para la voz y la guitarra acústica, como Johnny Cash en los días de la Sun, levantando la guitarra hacia el micro para darle más intensidad".
Es más bien una crónica cinematográfica de autor, sobre un particular momento en la vida y obra de esa estrella de rock imperecedera
La nueva película de Scorsese lleva en su título el nombre de la gira pero además agrega "una historia de Bob Dylan por Martin Scorsese" con lo cual queda claro de qué se trata. No es un mero documental de una gira que pasó a la historia, a cargo de una estrella de rock imperecedera. Es más bien una crónica cinematográfica de autor, sobre un particular momento en la vida y obra de esa estrella de rock imperecedera. Hasta hoy -sobre los títulos del final y acelerando en fade out, se van enumerando por año todos los shows que Dylan dio desde 1976 hasta el presente, en eso que ha dado en llamarse aunque su protagonista nunca lo haya aceptado, The Never Ending Tour. De hecho, Dylan sigue arriba de la gira que nunca termina y la semana que viene iniciará un tramo de actuaciones por Europa del Norte y Reino Unido.
Con oficio y sentimiento, la película de Scorsese exhibe un truco que parece imposible: parecer ligera, despreocupada e incluso indescriptible con el objeto de retrato, Dylan y su mundo. Y logra aproximarse a su leyenda como solo lo puede hacerlo un maestro narrador. El material fílmico registrado en su momento arriba, abajo y detrás del escenario es la columna vertebral del relato. Pero hay mucho más. En entrevistas posteriores a los hechos, todos los sobrevivientes recuerdan pero de manera diferente. Y a medida que los testimonios se vuelven borrosos, también lo hace la narrativa de la película. Ese es uno de sus mayores atractivos. Como todo lo que rodea al artista en la película es esquiva, ambigua, misteriosa. Pero se ve a ritmo de rock y con una hermosa poesía en cada una de las letras de canciones (al respecto, es saludable que el subtitulado completo que ofrece Netflix permita apreciar el valor literario de estas canciones).
En una graciosa secuencia apenas iniciada la película, el propio Dylan -entrevistado en 2017- se enfrasca en una especie de discusión con su entrevistador fuera de cámara, sobre qué puede contar de aquella gira, lo poco que se acuerda de todo eso y concluye que lo único que quedó fueron "cenizas". Antes dice "estoy tratando de llegar al núcleo de lo que se trata esta Rolling Thunder ¡Y no tengo ni idea porque se trata de nada! Es solo algo que sucedió hace 40 años, y de eso se trata. No recuerdo nada de Rolling Thunder. Sucedió hace tanto tiempo que ni siquiera había nacido". Brillante: protagonista y director juegan al engaño con el espectador-fan. Y lo logran. Al punto que algunos de los testimonios no vienen de los que realmente vivieron la experiencia. Son actores "haciendo de": el hombre que filmó el material, el promotor de la gira y un senador demócrata amigo del presidente Jimmy Carter. Una gambeta de Scorsese.
Quien sí resulta ser quien es, es… ¡Sharon Stone! La actriz de Bajos instintos y Casino entre otras, cuenta la historia de cómo a los 19 años fue a un show acompañada por su madre y terminó formando parte de la gira -se sugiere que el mismísimo Bob quedó prendado de su belleza y algo pasó en el camino. El mismo Dylan, que aquí sí parece acordarse de algo, cuenta que "ella siempre decía que iba a ser actriz". Y lo más gracioso es cuando la estrella de cine recuerda cómo el músico, con su mejor cara de galán, le dijo "esta canción la escribí para vos" (viejo truco). Era Just like a woman, en verdad compuesta en 1966. Sharon, que no lo sabía, recuerda que se puso a llorar de la emoción. Hasta que más tarde le dijeron la verdad.
Durante dos horas y pico de duración, se suceden varias vibrantes interpretaciones en vivo en donde a Dylan se lo ve teatral y enérgico como pocas veces (antes y después). Brilla con esa pulsión en "A Hard Rain's a-Gonna Fall", "Isis" y "Simple Twist of Fate" entre otras. Otros momentos que no suceden sobre el escenario completan el banquete. Una jovencísima Patti Smith en una de sus primeras performances poético-rockeras en un bar de Nueva York. Dylan y Ginsberg visitando la tumba de Jack Kerouac en Lowell, Massachusetts. Joni Mitchell pasándole los acordes de "Coyote" a Dylan y Roger Mc Guinn. El encuentro en la cárcel con el boxeador Rubin Carter y la historia detrás de la canción "Hurricane". La lista podría continuar hasta el exacto momento en que, en algún lugar del mundo, Bob Dylan esté por iniciar un recital más de su gira que nunca termina.
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