Hace setenta años se publicaba una novela que se convertiría en una radiografía de los regímenes autoritarios del siglo XX. 1984, escrita por George Orwell, marcaría un hito no sólo de lectores sino de lecturas, ya que la ficción distópica acerca de un mundo regido por un aparato estatal en el que la vida de las personas se dictaminaba a través de los intereses de quienes ostentaban la dirección de ese mismo Estado, se parecía mucho a situaciones políticas que ocurrían en aquel mismo momento.
Publicada el 8 de junio de 1949, hace exactamente 70 años, y terminada de escribir en 1948 (de ahí el nombre de la novela, que sólo invertía la numeración final del año de su redacción), 1984 transcurría en simultáneo al apogeo del estalinismo en la Unión Soviética. Orwell, quien moriría debido a las complicaciones de la tuberculosis en 1950, había sido en su juventud un apasionado socialista antiautoritario, adherente incluso al trotskismo, y combatiente en la guerra civil española en las brigadas armadas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que había nacido en la oposición de izquierda al régimen estaliniano y al Partido Comunista Español.
¿Podría haber pensado Orwell, en una novela sobre nuestra contemporaneidad, en un Ministerio de la Posverdad?
Orwell había escrito Rebelión en la granja, una fábula política que denunciaba el ascenso de una burocracia ajena a los objetivos iniciales de la revolución y que reprimía las posiciones opositoras a su estructuración en el poder. En 1984 el discurso del Estado que regía la vida de las personas, que intentaba crear una propia realidad acorde a los intereses de la casta dominante, se esparcía a través del Ministerio de la Verdad. La intimidatoria figura del Big Brother (el Gran Hermano) es clave en la narración. El estalinismo había proclamado la sociedad socialista y la construcción del comunismo en la Unión Soviética de tal modo que la felicidad humana debía reinar dentro de las fronteras de esa nación. Para esparcir esa noción, el relato estatal debía sobreponerse a cualquier alteración que la realidad misma le dictara, mediante el secretismo y el dictado de un orden inamovible en nombre de los intereses de la patria. De arriba hacia abajo. Hoy, en la era de la proliferación de las fake news y el ruido mediático que impera, ¿podría haber pensado Orwell, en una novela sobre nuestra contemporaneidad, en un Ministerio de la Posverdad?
Vivimos la era de la posverdad, una época en la que la noción de la realidad se ve difuminada por la proliferación de versiones sobre ella misma, sin que importe que sean falsas. Si el régimen autoritario estalinista –o el totalitario nazi– implicaba una dominación discursiva estatal "de arriba hacia abajo", hoy el ruido informativo se esparce de manera arborescente, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y del centro también. El régimen en el que se desarrollan los discursos está atravesado por ese ruido. La irrupción en la cotidianidad de Internet, primero, y luego su incorporación a la vida misma debido a la masificación de los dispositivos móviles, en particular el celular, a toda hora, en todo momento transformaron el modo de la percepción de la realidad por las grandes masas.
Sin que implique la caída de las fronteras y los intereses nacionales bajo el régimen capitalista, se puede afirmar que la nación que tiene mayor cantidad de ciudadanos es un espacio virtual llamado Facebook, que agrupa a dos mil trescientos millones de personas en 2019. Si Orwell pensaba en el Estado de la Unión Soviética y su Ministerio de la Verdad, hoy no hay un estado, pero sí una patria ciberespacial en el que la realidad se transforma en puntos de vista, en el más honesto de los casos, cuando no de manipulaciones, que pueden ser aprovechadas por los Estados-naciones verdaderos.
El ascenso de Donald Trump impulsado por Cambridge Analytics (una consultora que usó de modo descomunal las fake news como forma de manipular el ánimo de los votantes de a pie) o el Brexit inglés, cuya campaña usó los mismos métodos, son ejemplos de cómo el Ministerio de la Posverdad puede ser realizado hoy no directamente por el Estado, sino por agencias de expertos en el uso (y abuso) de las nuevas tecnologías.
En la era de la posverdad, no es necesario un “ministro” de la Verdad ya que todos somos “funcionarios”.
La irrupción de la web permitió pensar en la utopía de "una persona, un medio", como forma de democratización de la información. Sin embargo, su evolución mostró cómo cada persona se convirtió en un posible engranaje en la proliferación de noticias falsas. La utopía se convirtió en su reverso. Mensajes "creíbles" adquieren el rango de "verdad" y son distribuidos por las redes sociales. Todo se mide con la misma vara y si el ciudadano cree en la información, la esparce apretando el botón de "compartir". En la era de la posverdad, no es necesario un "ministro" de la Verdad ya que todos somos "funcionarios".
"Estoy escribiendo un maldito libro que trata sobre el estado de las cosas si una guerra atómica no acaba con nosotros", escribió Orwell sobre la novela que consumió sus últimas energías, ya que moriría en 1950, un año después de que 1984 fuera publicada. La guerra atómica no acabó con la humanidad. Mientras tanto, la posverdad amenaza con una explosión parsimoniosa, expansiva, lenta.
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