Cuando el escritor noruego Knut Hamsun tenía 29 años comenzó a circular su novela Hambre, que lo convertiría, según el crítico estadounidense James Wood en Los mecanismos de la ficción, en uno de los autores clave de la literatura universal.
Claro que en ese año, 1888, Hambre no estaba firmada por Hamsun y era comprensible, porque era y es un texto fuerte, que tiene un narrador poco fiable, que a su vez es el protagonista, un joven intelectual sin pasado y con escasa información sobre él (a diferencia de los personajes de Dostoievski), al que no le es fácil conseguir trabajo y por ende dinero para alimento, y que en un momento, como consigna Wood, "se mete el dedo en la boca y empieza a devorarse a sí mismo. Ninguno de nosotros, supongo, ha hecho nunca cosa semejante, ni tiene intención de hacerlo jamás. Pero Hamsun ha hecho que lo compartamos, que lo sintamos". Para ese año ya había saltado otra obra de un noruego que se convertiría en un clásico del teatro mundial, Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, estrenada cuando Hamsun era un adolescente, por lo que la literatura noruega no empezó con él.
Pero siguiendo con Wood, éste agrega que hay tres autores que huyen del realismo en el siglo XX, o al menos tratan de hacerlo: Franz Kafka, Samuel Beckett y Knut Hamsun. Una de las características de los personajes que trataremos acá es su pulsión hacia el desprendimiento: el protagonista de Hambre empeña su suéter para darle dinero a un mendigo y en El círculo se ha cerrado hay acciones de desprendimiento similares. Entre ambas novelas transcurre casi medio siglo y un Premio Nobel, que le es concedido en 1920 a la edad de 61 años. El autor noruego detestaba vivir en grandes ciudades y hoy sigue siendo un desconocido para muchos.
Este desprendimiento puede mirarse como una comodidad con la miseria: sus personajes parecieran que se resistieran a ser y a tener. Por ejemplo, el protagonista de El círculo se ha cerrado, Abel, es el hijo de un farero que, después de un viaje a Estados Unidos, donde se casa y luego se separa (todo ese pasado contado de forma muy vaga, y que sólo hacia el final se aclara), se encuentra con una herencia que le ha dejado su padre tras su muerte. En el pueblo noruego eso lo ubica como una de las tres grandes fortunas, pero dicha condición no le importa; de hecho, le gustaría seguir viviendo con la libertad que tuvo en Estados Unidos, durmiendo donde lo alcanzara la noche. La libertad y la soledad las entiende juntas, como si una llevara a la otra, superponiéndose incluso al amor y al dinero. En relación a la felicidad, no hay gran preocupación por ella, y más bien hay un profundo nihilismo hacia todo.
Hay un momento, hacia el primer tercio de la novela, donde Lolla, la joven viuda, a quien su padre le había dejado otra parte de su fortuna, le pregunta a Abel qué quiere ser ahora. "¿Que qué quiero ser? ¿En qué nos convertiremos los que no llegamos a ser nada?", responde. Y Lolla insiste: "¿Pero qué quieres hacer?". Y esta vez Abel contesta: "¿Lolla, podrías regar los geranios de la sala de lectura?".
Si bien se ha dicho que, a diferencia de Hambre, en El círculo se ha cerrado hay más personajes que podrían considerarse "centrales" (Lolla, por ejemplo), lo cierto es que todo gira en torno a Abel, y al principio cuando el padre vive y él aprovecha para desaparecer de escena, lo hace para volver con todo un pasado a cuestas, del que sólo subsiste la anécdota, es decir la síntesis máxima de una narración. Síntesis que hace juego con el pequeño pueblo, con el paisaje que se describe y con la pobreza en la que de pronto todos se encuentran inmersos. Pobreza material, pero también pobreza espiritual. Son pocos los que se salvan de este panorama, y Lolla es una de ellas.
En este sentido la labor de desprendimiento que emprende Abel, tanto material como espiritualmente, constituye una guía para todo el mundo narrado y también para el autor, que al parecer se siente cómodo escribiendo personajes de esta estirpe. Este desprendimiento, como era de esperar, puede además ser físico, como el mismo narrador observa en Hambre: "La última crisis había hecho mella en mí; se me empezó a caer el pelo a grandes mechones, los dolores de cabeza eran más molestos que antes, sobre todo por las mañanas, y mis nervios no se calmaban". De este modo se puede concluir que si la vida es un camino hacia el deterioro físico, moral y económico, ¿qué sentido tiene llevar una buena vida o una vida siquiera?
Para apurar este deterioro Abel va regalando su dinero, a una mujer de nombre Olga que le gustaba de niño, pero Olga se desentiende completamente de la deuda, como si esta nunca hubiera existido, y Abel lejos de molestarse no hace el menor amago por cobrarle, ni cuando ha empezado a perder esa herencia y comenzado a caer en desgracia. No es sólo ella la que está en deuda con él, sino una familia entera que cuando él se va a vivir con ellos a un cobertizo le siguen exigiendo que ponga dinero.
En la segunda parte de El círculo se ha cerrado ya se anuncia hacia dónde va todo: "El tiempo transcurría y Abel se iba convirtiendo cada vez más en nada". Para no pasar hambre, robaba pescado en el muelle a los pescadores o le pedía a un carnicero hígado para el gato que no tenía. Todo, según el narrador en tercera persona, se volvía irreal: "No lo habría soportado de no haber sido porque estaba acostumbrado a esa clase de vida desde sus años en Kentucky".
Finalmente, lo que ocurre en los casos en los que un hombre –en el sentido de individuo– cae tan bajo –si hay algún caso de redención– es que a la bajeza la sigue la farsa, y es precisamente esto lo que pasa cuando es contratado como capitán de un barco de una compañía de la que era parcialmente propietario. Abel no tenía los atributos para ser capitán, pero un bonito uniforme al decir de Lolla bastaba y sobraba, y así sucede, hasta que el uniforme empieza a estropearse. De ahí a la renuncia hay un solo paso, y Abel entiende eso y renuncia.
Con esto, Knut Hamsun demuestra un conocimiento acabado de la naturaleza humana, por lo menos como escritor. Y tal vez por eso Thomas Mann lo homenajeó cuando cumplió los 70 años, pero no sólo él, sino otros escritores cayeron rendidos a su talento: los norteamericanos Ernest Hemingway, Henry Miller y Charlos Bukowski, por ejemplo, lo leyeron y lo admiraron. Pero su adhesión al movimiento nazi en Europa lo convirtió en un paria literario, tal como al francés Louis Ferdinand Céline y al estadounidense Ezra Pound. Sin ir más lejos, en 1943 le obsequió la medalla de su Premio Nobel a Joseph Goebbels y ese mismo año se entrevistó con Hitler, de quien a su muerte escribió elogiosas palabras: "Era un guerrero por la humanidad".
Al terminar la guerra, y al igual que Pound, fue internado en un hospital siquiátrico. Y tal como Pound, tuvo que responder las preguntas de un profesional de la salud mental. "'Yo nunca me he analizado a mí mismo", dijo por escrito, "más que forjando en mis libros varios cientos de personajes, cada uno en particular tejido a partir de mi propio ser, con sus defectos y sus cualidades, como tienen todos los seres inventados". En muchas ciudades noruegas sus libros fueron quemados y murió en 1952, a los 92 años. Sólo con los años su figura y su obra se han revalorizado.
Esa revalorización se hace evidente cuando se hace imposible entender el fenómeno de otro importante autor noruego contemporáneo, Karl Ove Knausgard, sin el autor de Hambre. El mismo Knausgard en varias entrevistas ha reconocido esta influencia, temprana y perturbadora en su caso: "Mi primera relación y comprensión del amor también vino de un personaje literario, el teniente Glahn, el protagonista de la novela Pan de Knut Hamsun. Lo leí con 16 años y me obsesioné con él. No era una identificación particularmente saludable, el teniente Glahn era un hombre muy romántico, muy narcisista y solitario que se disparó en el pie para impresionar a la mujer que amaba. Me habría ahorrado muchos problemas si no hubiera leído ese libro".
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