Edgar Wilson trabajó en una mina de carbón, en un matadero, en un criadero de cerdos. Toda su vida estuvo relacionada con el encierro y la administración rutinaria de la muerte. En Entierre a sus muertos, la última novela que lo tiene como protagonista, el personaje de Ana Paula Maia se desempeña como removedor de animales en la ruta. La enajenación humana en contextos de extrema violencia, el aura de oscuridad que rodea a los "hombres de fe y de sangre" y su progresiva degradación al nivel de los animales, entre otros temas que recorren la obra de la gran escritora brasileña, se despliegan ahora en un espacio abierto, pero igualmente opresivo.
Entierre a sus muertos, que acaba de publicar Eterna Cadencia con traducción de Cristian De Nápoli, es la tercera entrega de un ciclo narrativo que comprende De ganados y de hombres (2013) y Así en la tierra como debajo de la tierra (2017, Premio São Paulo de Literatura al mejor libro del año). Ana Paula Maia (Nova Iguaçu, 1977) ha sido traducida también al alemán, al inglés, al italiano, al serbio y al francés, y en español puede conseguirse otra novela suya, Carbón animal (2011).
"Los espacios rurales son más interesantes para las historias que me encantan", dice Maia, que participó en la última Feria del Libro de Buenos Aires. No obstante, el ámbito en que transcurren sus novelas "es un espacio ficcional, creado para narrar esas historias: no tengo ninguna relación personal con esos lugares, ni con los personajes: todo es ficción", comenta a Infobae Cultura.
De ganados y de hombres está ambientada en el Valle de los Rumiantes, una zona ocupada por mataderos donde el constante fluir de la sangre infecta las aguas y el suelo. Edgar Wilson, encargado de sacrificar al ganado, tiene la extraña habilidad de capturar la confianza de los animales, para matarlos mejor, y ejecuta un ritual por el cual dibuja una cruz en la cabeza de las reses para "encomendar sus almas" antes de descargar el mazazo que las aniquila de un golpe.
En el matadero, por la rutina de la misma faena, los animales revelan a los hombres su propia bestialidad: la oscuridad de los ojos bovinos, en principio inescrutable para Edgar Wilson, contiene "un reflejo de la penumbra que lo acompaña a él mismo y recubre su propia maldad". El espejo muestra algo más amplio, ya que en la mirada de Maia "todos son matadores, cada cual de su especie, ejecutando la función que les toca en la línea de sacrificio" y "todos son hombres de sangre, los que matan y los que comen". La novela lleva como nota final una reflexión de Dostovieski, tomada de Memorias del subsuelo, sobre el modo en que la civilización hizo al hombre más asesino, "más cobardemente sanguinario".
"Me interesa escribir sobre cosas que me incomodan y causan pavor, como la muerte y la violencia", dice Maia. En Así en la tierra como debajo de la tierra, una historia situada en una prisión erigida sobre un antiguo cementerio de esclavos, el matadero retorna como metáfora de la cárcel y de la confusión, sellada por la sangre, entre lo animal y lo humano: "Meter hombres en prisión es parecido con meter vacas en un corral. Aunque al ganado se lo mata para generar alimentos y a los hombres se los mata para que dejen de existir. Una prisión no es un lugar de rehabilitación ni nada que se le parezca, es un corral para amontonar a los indeseados", escribe en un pasaje de la novela.
"Siempre trato la muerte en el aspecto físico, es decir, el cuerpo. Mis libros están conectados por personajes y por el mismo paisaje. El mismo espacio ficcional en el que se desarrollan las historias. Todos son hombres de fe y de sangre. Todos están siguiendo unos sucesos que no comprenden exactamente", dice Maia. El orden social que componen las tres novelas parece primitivo y remoto, pero su funcionamiento, regulado por la violencia y los crímenes, sugiere una mirada sobre fenómenos sociales de actualidad. Maia no hace denuncias ni sociología, pero apuesta a multiplicar las posibilidades de sentido de la ficción.
La religión y el retono a las nociones elementales del bien y del mal se afirman como uno de los principales componentes de la ficción, hasta alcanzar su mayor presencia en Entierre a sus muertos, donde las peregrinaciones de fieles evangélicos y los ritos en espacios naturales se suceden como un trasfondo de la acción y también como otro registro de la violencia, porque los pastores predican el inminente final de todas las cosas y el anuncio de que "es hora de matar, es hora de morir", según sus discursos.
El extremo realismo en las descripciones -notable en el detalle con que se presenta una morgue, el taller de un taxidermista o la línea de producción del matadero- incluye también pasajes donde se insinúan elementos sobrenaturales, como la actitud de las ovejas ante el sacrificio -se arrodillan y lloran ante los verdugos- o el ambiente del Río de las Moscas, un "río muerto" en el que sobrenadan los restos putrefactos de los animales.
"Adoro las historias de terror -señala Maia-. Para mí es algo natural mezclar el género de terror y el realismo. El resultado es inspirador, y la realización del texto es siempre un desafío con alguna revelación sombría".
El terror está inscripto en la colonia penal de Así en la tierra como debajo de la tierra, una cárcel que fue pensada como modelo y terminó por convertirse en un centro de exterminio, detrás de una fachada que exhibe un cartel con la frase "La corrección los hará libres", una variante del que los nazis instalaron en el campo de concentración de Auschwitz.
Otro rasgo notable en la escritura de Maia es su capacidad para crear personajes memorables. Su obra contiene una galería ocupada exclusivamente por hombres: además de Edgar Wilson, y entre otros, se destacan el capataz y presidiario Bronco Gil, un indio que con arco y flecha que actualiza la figura del cazador, otro emblema fuerte para Maia; Tomás, un cura excomulgado por haber cometido un crimen que oficia con sentido piadoso "a la vera de la muerte", en la ruta donde Wilson remueve los cadáveres de animales; y Melquíades, el director de la colonia penal, que enloqueció con el encierro y ofrece a los presos una perversa "medida socioeducativa": la oportunidad de escapar si logran correr antes de que los alcance con una carabina de mira telescópica.
La narrativa de Maia trabaja en un registro despojado y contundente. "Es un lenguaje de seguimiento de acciones, gestos, movimientos que se dan tanto en el centro como en los bordes de cada escena narrada -observa Cristian De Nápoli, traductor de los tres libros publicados en Argentina-. No es un lenguaje de reflexiones, suposiciones, conjeturas ni de emociones, aunque en esto último hay espléndidos pasajes, como irrupciones de lirismo que hasta se atreven a la pintura sublime de algún momento del día o de la fugacidad de la vida. Y en general es un lenguaje que va perfecto con la crudeza de lo que narra".
Maia suele hacer un trabajo de documentación previo a la escritura, lo que puede verse en detalles. "En Entierre a sus muertos fue necesario investigar sobre disección de cuerpos, por ejemplo, y alinear eso con el mercado ilegal de tráfico de cadáveres", dice. En la morgue donde intentan depositar a los cadáveres de un hombre y una mujer que encontraron abandonados, Edgar Wilson y Tomás se encuentran con un escenario espeluznante, el último escalón del comercio: "El cerebro suele cortarse en rebanadas para facilitar la venta -escribe la novelista-. Algunas piezas se usan para preparar tejidos humanos para trasplantes. Con los huesos hay gran demanda. Cuando es un cadáver fresco, se puede aprovechar prácticamente todo".
También guionista de cine y televisión, Maia se desmarca de posibles influencias en la narrativa de su país y apunta a un objetivo insistente como escritora. "La literatura es mi base -explica-. Mi objetivo es contar una historia que tenga capas de interpretación, que sea incómoda en algún aspecto y que provoque la reflexión".
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