Este año volvió la serie La Dimensión Desconocida, presentada y producida por Jordan Peele. Quienes siguen la historia de la serie, saben que esta no es la primera vez que este programa creado a fines de la década del 50 se reversiona. Antes que la "Dimensión Desconocida modelo 2019" estuvo la "Dimensión Desconocida modelo 2002"; antes estuvo la versión de 1981 narrada por Burgues Meredith, y en medio de estas dos versiones, estuvo la película de 1986 producida por Steven Spielberg y con cuatro capítulos dirigidos por John Landis, Joe Dante, George Miller y el propio Spielberg.
Peele es hoy uno de los directores más prestigiosos del género de terror, realizador de la multipremiada ¡Huye! y la actualmente prestigiosa Nosotros. Miller, Dante y John Landis eran tres de los directores más populares de la década del 80 y Spielberg es, bueno, Spielberg. Esto quizás puede empezar a mostrar un aspecto casi único de La Dimensión Desconocida: se trata de una de las pocas series que ha influido tanto en el mundo de la televisión como el del cine, y que ha cautivado tanto a productores de televisión como a realizadores cinematográficos.
De hecho, se ven huellas de La Dimensión Desconocida en todas partes. Fue parodiada varias veces por la series animadas Futurama, South Park y sobre todo Los Simpson, referenciada en un capítulo insólito de la serie adolescente Felicity, y su cortina musical (que refiere siempre a lo extraño) ha sido repetida cantidad de veces en publicidades, programas de televisión y películas de todo tipo.
En tanto su influencia puede verse en programas como Cuentos Asombrosos, Código X, o la actual Black Mirror (que posee, al igual que Dimensión Desconocida, la misma paranoia por los nuevos objetos tecnológicos, el gusto por la construcción de distopías crueles y el mismo discurso panfletario furioso de algunos capítulos).
En cuanto al cine, hay varias películas que parecen haber tomado aspectos argumentales enteros de algunos capítulos de esta serie de los 50-60 (la más famosa de este grupo es Poltergeist, cuyo argumento se asemeja al capítulo Niña Perdida, aunque hay ejemplos mucho más groseros de películas mucho más intrascendentes que ésta). De hecho, no es difícil ver que la serie Dimensión Desconocida influyó en las películas con vuelta de tuerca de M. Night Shyamalan, en el terror fuerte y furiosamente político del mencionado Jordan Peele, o incluso en esa concepción de pensar el terror salido de los apacibles suburbios americanos de las novelas de Stephen King o de los mencionados Spielberg y Dante.
Ahora bien, para empezar a hablar de La Dimensión Desconocida es imposible no mencionar a Rod Serling. Serling fue no sólo el creador de la serie sino también su productor principal, el presentador de cada uno de los capítulos y hasta el responsable de escribir 92 de los 156 capítulos que se exhibieron por la cadena CBS entre 1959 y 1964. Pocas veces en la historia de la televisión el resultado final de una serie recayó tanto sobre una sola persona. Si esto pudo darse así fue por varias razones. Una de ellas es la confianza que la CBS le tenía a Serling como una suerte de genio creativo cuya velocidad para la escritura y su capacidad para elaborar ideas y diálogos ingeniosos al instante lo hacían perfecto para el formato televisivo.
Antes de la serie, Serling había trabajado en decenas de proyectos, y ganado dos Emmys por dos películas que se hicieron por la televisión en vivo: Patterns y Requiem para un peso pesado. Dos dramas angustiantes que cuestionaban de distintas formas el sueño americano y cuya ambición, según Martin Manulis -célebre productor de televisión de los 50- se adelantaba a la televisión varias décadas.
La intención de Serling era, de hecho, no pensar nunca a la televisión con un medio menor, sino incluso como una oportunidad para comunicar temas tabúes y polémicas a partir de ficciones que tenían la oportunidad de llegar a millones de hogares. Uno de sus guiones más importantes, por ejemplo, se titulaba A Town has Turned to Dust (Un pueblo se volvió cenizas). Allí Serling quería narrar la historia real de un joven negro de 1950 que había sido linchado luego de que supuestamente hubiera silbado a una chica blanca. Pero la propia productora CBS (y sobre todo los sponsors) había pensado que contar eso era demasiado deprimente y antipático para el público americano, y decidió reemplazar el Estados Unidos de los 50 por un estado imaginario de 1870, y a la víctima negra por un mexicano.
A Serling le enfureció ese gesto cobarde, pero también le hizo darse cuenta de que si tenía que hablar de cuestiones polémicas en televisión era mediante otras formas que no fueran las directas y convencionales. En algún punto, La Dimensión Desconocida era la oportunidad de Serling de hacer esto disfrazando discursos políticos y sociales particularmente incómodos o una visión del mundo que muchas veces se pasaba de oscura como relatos fantásticos de apariencia lúdica e inofensiva.
Desde este punto de vista, no es meramente una serie sobre historias fantásticas, como pudieron ser más adelante Cuentos de la Cripta o Cuentos Asombrosos. Si bien en algunos casos la serie podía entregarse al juego fantástico por el juego en sí, en otros se develaba la necesidad de un autor de expresar opiniones respecto de temores de la tecnología, el horror a las dictaduras, o el pánico por las consecuencias de la Guerra Fría.
Ya en su capítulo piloto (¿Dónde están todos? –Where is Everybody?-) Serling imaginaba la historia de una persona que se despertaba de un día para el otro en un pueblo donde no había literalmente nadie. Su final amargo y terrible (que prefiero no adelantar), terminaba siendo una expresión de los miedos de Serling de una experimentación científica sin límites éticos y al servicio de un poder inhumano. Dicho capítulo anticipa algunas de las constantes que tendrá la serie a lo largo de sus cuatro temporadas siguientes: planteos atractivos e insólitos, el rechazo al final feliz (no son muchos los episodios que terminan bien), el factor político, y, sobre todo, la vuelta de tuerca sorprendente -y que a menudo guardaban un doble shock: por lo que le terminaban sucediendo a los personajes y por el discurso político o social que encerraban-.
Con este tipo de estructura, Serling y otros autores de la serie opinaron sobre todo. En el terrible El Refugio –The Shelter– (de los pocos capítulos de la serie donde no hay elementos fantásticos), se imaginaba cómo el pánico por la posibilidad de la bomba atómica y la urgencia por encontrar un refugio desnudaba las tensiones raciales y sociales en Estados Unidos; en El tercero desde el sol –Third From the Sun– se mostraba de forma lateral y con un relato extraterrestre la posibilidad de que una guerra atómica se desatara y exterminara la humanidad; en Los monstruos de la calle Maple –The Monsters are Due on Maple Street– se satirizó la época de la paranoia macartista imaginando vecinos que empezaban a enloquecer de pánico manipulados por un plan alienígena, y en El número 12 se parece a ti –Number Twelve Looks Just Like You– se burlaba de los cánones de belleza impuestos a las mujeres.
Si en algunos de estos casos el resultado podía ser sublime no era sólo por la pluma de Serling, sino también, por un lado, por otros escritores que el propio Serling contrató (llegaron a escribir figuras de la talla de Richard Matheson y Ray Bradbury), y por otro lado directores, músicos y actores salidos del cine que Serling contrataba a veces por un solo capítulo. Así es como por esta serie pasaron realizadores como Don Siegel y Jacques Tourneur, actores como Peter Falk, Charles Bronson, Carol Burnett y músicos de la importancia de Bernard Herrman, Franz Waxman o Jerry Goldsmith.
Es verdad que algunos de estos capítulos de Serling pecaban de tener epílogos demasiado explicativos. Quizás en algún punto allí esté de nuevo asomando esa necesidad demasiado imperiosa de Serling de dar opiniones y editorializar en un contexto televisivo que prefería no tocar ciertos temas. Esta necesidad también se extendía a dar opiniones sobre lo humano que oscilaban entre la compasión enorme por el sufrimiento del otro y la misantropía bestial que hizo que algunos capítulos fueran obras maestras del humor negro y cruel (imposible olvidar, en este sentido, lo que le pasa al lector empedernido al final de Al fin tiempo suficiente –Time Enough at Last-).
Desde este punto de vista, Serling podía amar escribir relatos con clara influencia del director Frank Capra en el cual el final feliz se imponía más por necesidad de tener un gesto piadoso con el personaje que por el verosímil en sí. Pero también imaginó en un capítulo llamado Es una buena vida –It´s a Good Life– (verdadera obra maestra televisiva que tiene a uno de los villanos más detestables de la historia de la pantalla chica) que no había nada más terrible, cruel y temible que un nene pequeño con los poderes de un dios.
Este período dorado duró para muchos cuatro años y 156 capítulos. Aunque para hacer honor a la verdad, el nivel de la serie nunca fue de lo más parejo. Su cuarta temporada, con capítulos que se alargaron una hora (algo que el propio Serling admitió como un gran error), es decididamente de lo más deficiente que tiene el programa, y su última temporada, aún con ciertos aciertos, muestra a un Serling agotado de ideas y entregando varios capítulos de forma automática. Esto no tardó en reflejarse en la merma en la audiencia, y con ello, en el levantamiento de la serie.
Luego de La Dimensión Desconocida, el siguiente proyecto grande de Serling para televisión fue la serie The Loner, un western adulto, osado en cuanto a la paciencia con la que construye el relato, pero fallido, que no acompañó ni la crítica en su momento ni el público.
Otros proyectos vinieron después para Serling tanto para radio como para televisión y cine (entre ellos, el guión de El Planeta de los Simios, cuya vuelta de tuerca final y apocalíptica recuerda por supuesto a varios capítulos de Dimensión Desconocida), ninguno de ellos capaces de darle de nuevo la celebridad que había tenido por su famosa creación.
Según su esposa (Carol Serling), la adicción al trabajo de su esposo (tenía una rutina laboral de 12 horas diarias), lo había deteriorado física e intelectualmente. Fue esta adicción al trabajo una de las cuestiones que podría explicar (junto, claro, con su irrefrenable adicción al cigarrillo) una muerte temprana a los 50 años por fallas cardíacas.
Cuando falleció había construido una carrera rara y fascinante. El mismo Serling decía que había dos formas de llegar a la fama: por un largo pasillo o de manera abrupta, y que el suyo había sido claramente el segundo caso. Su modo acelerado de trabajar y sus ideas muchas veces brillantes lo condujeron tanto en su llegada temprana a la cima como al desgaste rápido de sus posibilidades creativas y con ello a una caída abrupta de su popularidad.
Serling fue, en suma, un meteoro que en sus mejores años logró convertirse en un escritor perfecto para la televisión: con miles de ideas y con la posibilidad de escribirlas a una velocidad asombrosa. La estela de ese meteoro fueron capítulos breves e inolvidables que cambiaron para siempre no sólo la televisión sino la forma de concebir la ciencia ficción y el fantástico en la cultura popular.
Como dijo Stephen King, puede que La Dimensión Desconocida sea un programa inmortal. Considerando que luego de casi sesenta años revisar esta serie es todavía una actividad placentera y asombrosa, no es difícil pensar que esta sospecha de King sea perfectamente cierta. Que esta serie posiblemente inmortal haya sido creada por un escritor que consumió su vida demasiado rápido es una de esas raras paradojas que la historia del arte (llena de artistas hiperactivos, brillantes y autodestructivos) entrega de forma frecuente.
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