Gaël Faye: el rapero que sobrevivió al genocidio de Ruanda y hoy es un bestseller

En la Feria del Libro de Buenos Aires, el autor, radicado en Francia, presentó “Pequeño país”, novela por la que ganó el prestigioso premio Goncourt des Lycéens y que ya lleva vendidos más de 700 mil ejemplares. En diálogo con Infobae Cultura repasó la historia de la masacre que atravesó su país, entre otros temas

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Gaël Faye, autor de Burundí que se convirtió en bestseller
Gaël Faye, autor de Burundí que se convirtió en bestseller

Gaël Faye responde todavía con un poco de vergüenza e incredulidad al hecho de que su novela lleve vendidas más de 700 mil copias. El reconocido rapero nacionalizado francés, se toma siempre unos segundos pensativos antes de contestar y elige lo tangencial, así como hizo en su novela, para llevarnos al tema central de su obra y de su música también.

Pequeño país es un éxito rotundo entre los lectores y la crítica y no deja de sorprenderle que tanta gente se sienta identificada con su historia. Y es que la publicación tiene una localidad y un tiempo muy precisos, concretos. Ruanda y Burundi, previo a la masacre que hace más de 25 años cambió para siempre y de manera trágica sus historias. Gaël elige la autoficción para relatar su infancia como hijo mestizo de una ruandesa y un francés. Escribe desde el lugar de un niño, Gabriel, que va descubriendo junto a los lectores lo absurdo y desesperante de esta rivalidad que lleva años en un lugar que por otro lado es profundamente bello y apasionante.

“Pequeño País” (Salamandra), de Gaël Faye
“Pequeño País” (Salamandra), de Gaël Faye

Gabriel, el protagonista de Pequeño país, es un mestizo que dice habitar, pero no vivir, en París. Allí se ha refugiado con su hermana y, a diferencia de ella, siente una necesidad imperiosa de volver al lugar de su infancia. Y es desde esa voz narrativa que Faye elige contar una historia de odios y diferencias, pero también de amistades, fidelidades y cultura ancestral.

¿Por qué entonces el éxito de ventas de una novela que nos habla de un lugar del que solo conocemos su tragedia por medio de la televisión, algún documental o película? Tal como lo explica Gaël en esta emtrevista con Infobae Cultura tomando como punto de partida Haití, podría pensarse que la universalidad de esta historia radica en la necesidad intrínsecamente humana de buscar y encontrar el justificativo para nuestras vidas y para las formas que hemos encontrado, por decisión o por necesidad, para vivirlas.

Pequeño país es un canto a las pequeñas cosas, al país de la identidad que es la infancia, y es también una denuncia acerca de las consecuencias duraderas y profundas de la violencia. Es también una puerta hacia el futuro, hacia la reconciliación y la necesidad de cerrar las heridas para seguir adelante, sin olvidar.

El autor visitó la Feria del Libro de Buenos Aires
El autor visitó la Feria del Libro de Buenos Aires

¿Puede la literatura de un país constituirse en la moneda de intercambio cultural del lugar? ¿Una forma diferente de conocerlo?

-Creo que sí. Definitivamente. Quisiera hablar del ejemplo de Haití, que es un país que se conoce en todo el mundo por sus dramas, sus miserias. Y yo llegué a Haití a través de la literatura y es un país que siempre he soñado y pensado por su literatura. Llegué al alma de ese país a partir de sus libros. Una vez hice un viaje que para mí fue un viaje iniciático, mis amigos me preguntaban ¿no será Tahití que quieres visitar? Yo conozco y entiendo que lo que se sabe de Haití tiene que ver con sus problemas y sus dramas, pero la literatura me hizo entender que nada de eso tiene que ver con la identidad del pueblo. Y es eso a lo que yo aspiro para Burundi y para Ruanda, cuando digo que vengo de Ruanda todos dicen "pobres, la guerra" pero no es solamente eso.

Y este camino para poder explicar la complejidad de la identidad de esos pueblos lo inicia para Ruanda y Burundi tu libro Pequeño país.

-Si, completamente. Es a través de mi música y de mi libro que yo me inscribo desde el primer momento en que empecé a hablar de esa región del mundo. Y de hecho es bastante sorprendente porque ha habido gente que ha venido a la Feria del Libro de Buenos Aires y me ha dicho "estoy pensando en viajar a Burundi" y yo les digo que mejor no, que allí hay todavía una guerra, que es un lugar peligroso.

En Argentina Julián López escribió un libro llamado Una muchacha muy bella en la que el narrador, que también se llama Gabriel, cuenta desde el punto de vista de un niño la vida con su madre hasta la desaparición de ella en manos de los militares. Es muy interesante la comparación en el sentido de la inscripción del trauma, contar el trauma a través de la niñez.

-Sí, porque para mí lo interesante de narrar desde la infancia es que cuando él (Gabriel) descubre cómo es la situación lo hace desde el mismo lugar en el que está el lector. No hay algo que conozca de antes. Esa posición de actor y testigo es lo que me interesa porque de alguna manera es lo mismo que nosotros queremos ser cuando leemos: actor y testigo. Eso es lo que permite una connivencia, una comprensión entre el lector y Gabriel. Esta idea de no tener un conocimiento previo era importante porque como hay un desconocimiento importante sobre lo que acontece en Ruanda y en Burundi en general yo no podía darme el lujo de hablar de cosas mucho más complejas si no había este conocimiento. Entonces la idea de ir entendiendo el evento a la par de Gabriel fue la mejor manera que encontré de narrar. Cuando tomé partido para decirle algo al lector, en la escena de la nariz, lo hice de esa manera absurda para hacer entender al lector que toda la historia de esta región es absurda.

El texto, de tono autobiográfico, se convirtió en un suceso mundial
El texto, de tono autobiográfico, se convirtió en un suceso mundial

Nadine Gordimer dice que los escritores sudafricanos sienten culpa cuando no escriben sobre el Apartheid. ¿Es así con tu escritura y tu identidad también?

-Es verdad porque es una tensión que existe en mí en tanto individuo y el estatus que tengo como artista y escritor. Luego de la salida de mi novela, hay sobrevivientes que me piden que cuente su historia. Y una vez más estamos hablando de un país en el que no existen escritores y podríamos hacer una decena de novelas con cada una de las vidas ruandesas. Cada año en Ruanda desde hace 25 años entre abril y junio se lleva a cabo una conmemoración del genocidio. Todo el país se ve tomado por estas ceremonias durante cien días. Y durante ese periodo de duelo los sobrevivientes se reúnen para contar lo que pasó. Es un momento muy intenso, muy duro para el país. Y desde este año hay una nueva ceremonia que es la ceremonia de las familias que no existen más, han muerto todos. Y esto es tremendamente triste, porque siempre cuando hay guerras o masacres queda alguien vivo en la familia, un niño, un anciano. En este caso no ha quedado nadie. Son historias contadas por otros acerca de familias que desaparecieron completamente. Y eso es también me enfrenta con la importancia de escribir. Yo soy un joven de 36 años, tengo dos hijas, he vivido parte importante de mi vida en otro lugar y entonces intento no ser prisionero de esa historia y es verdad que con las canciones es más fácil, son tres minutos, lo resuelvo. Escribo sobre Ruanda, Burundi, sobre muchos otros temas, pero la novela demanda meses de soledad e introspección, y entonces de manera obligada cuando estoy en esa situación y voy hacia otros temas me doy cuenta que ninguno tiene el mismo peso, la misma fuerza, entonces es un dilema.

¿Existe en este momento en Burundi o en Ruanda algo parecido a la comisión del Nunca Más en Argentina o del libro Country of my Skull en Sudáfrica que haya registrado los testimonios de las víctimas en Ruanda o Burundi?

-En Burundi seguro que no. La enfermedad de la sociedad burundesa es justamente la ausencia de algún tipo de comisión o grupo de pensadores que se encargaran de llevar adelante un registro de los testimonios. Muy por el contrario existe el ciclo de represalias que consiste en que cada hijo quiere vengar a sus padres. Ruanda logró poner fin a este ciclo de represalias a través del tribunal llamado Gacaca (tribunales de justicia participativa) que son tribunales populares conformados por el pueblo, un sistema ancestral que permitió liberar la palabra de las víctimas. Se tomó registro de todos esos testimonios. Hay miles de testimonios y hoy por hoy hay una fundación israelí-americana que está intentando digitalizar los cientos de miles de testimonios. Y el estado en Ruanda se ocupa de estos temas con jueces e historiadores. Pero no es una tarea sencilla, son miles de documentos. El Gacaca registró más de mil de condenas. Para matar un millón de personas se necesitaron tres millones. Pero en todo caso hubo un antes y un después para la sociedad ruandesa. Y eso es lo que espero para Burundi.

Burundi (Spencer Platt/Getty Images)
Burundi (Spencer Platt/Getty Images)

¿Qué es lo más lindo de Burundi?

-La dulzura de sus habitantes. De Ruanda puedo decir que es un país que cuanto uno más visita menos lo comprende porque tienen una contradicción enorme entre la dulzura y la belleza del paisaje y el perfil estoico y reservado de sus habitantes, sumado a la violencia que han conocido. Una barbarie que no tiene nombre. Entonces se han cerrado. Es un pueblo muy problematizado, porque uno se pregunta cómo es posible que esta gente que es tan dulce, tan civilizada, tan buena de sí pueda haber cometido tamaña barbarie. Hay una marca muy fuerte del genocidio y los ruandeses no han podido sacarse esas marcas de encima. En Burundi, por el contrario, hay una manera más franca de ver la vida, menos reservada. Ha habido siempre mucha más libertad de expresión ya sea mediática u artística. Ha habido en las elites burundesas una manera de ser un poco más perezosa y es por eso que no ha habido ese trabajo que hace Ruanda todos los días. Por ejemplo los ruandeses decidieron que no iba a haber más plástico en su país, y no hay plástico en ningún lado. Es un país ecológico. Decidieron que iban a refundar todas las instituciones, y lo hicieron. En Burundi ha habido menos sufrimiento que en Ruanda pero no han hecho ningún cambio en las instituciones y hasta el día de hoy continúan teniendo una administración que cuenta con una cuota de 60 por ciento de ayuda externa. No han logrado adquirir una verdadera independencia. Sin embargo cuando los ruandeses quieren divertirse vienen a Burundi donde incluso en la tristeza sigue habiendo mucha vida social. Podría decir que en Ruanda hay una mentalidad más de montaña, por sus colinas, y que en Burundi hay una mentalidad más mediterránea por lo que aporta el lago Tanganica. Eso hace que todos los que hemos vivido en Burundi sintamos una gran nostalgia cuando estamos lejos.

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