Adriana Valdés había cumplido 75 años y se disponía a retirarse cuando la sacudió una ola poderosa, que con una fuerza casi inédita se propuso correr la barrera de lo posible. Fue el surgimiento de una nueva nueva generación de feministas en Chile -pero no solo- hegemonizada por las más jóvenes entre las jóvenes, la que la decidió a dar un paso al frente y presentar su candidatura como directora de la Academia Chilena de la Lengua, un cargo que nunca, en nada menos que 133 años de historia, había sido ocupado por una mujer. Y Valdés no solo se atrevió a presentarse; también ganó.
"Si yo empecé a escribir sobre feminismo en el año 1980, y ahora, casi 40 años después, existe esta fuerza que está impulsando las ideas que nosotros creíamos que compartía muy poca gente, ¿cómo me voy a restar? Entonces decidí que no me restaría y cuando tuve la oportunidad y las credenciales me acreditaban, decidí presentarme a la elección y plantear la situación de manera muy sencilla, diciendo que creía que estaba calificada", explicó la ensayista, autora de, entre otros, el bestseller Redefinir lo humano: las humanidades en el siglo veintiuno (Universidad de Valparaíso, 2017) y De ángeles y ninfas. Conjeturas sobre la imagen en Warburg y Benjamin (Orjikh Editores, 2012).
Por eso, en su paso por Buenos Aires con motivo de la Feria Internacional del Libro, esta escritora explica que su designación se trata de un fenómeno que a ella la excede por mucho. "No estoy aquí por ser mujer, sino por ser académica, y por estar llamada a hacerme cargo", dijo el día de su asunción, el 9 de enero pasado.
Sus años como académica en la Universidad Católica, su tiempo como funcionaria de Naciones Unidas y su trabajo como crítica literaria y en teoría del arte le dieron a Valdés la seguridad de que era apta para el puesto, aunque más allá de lo personal pensaba su designación como algo bueno tanto para la academia como para el Instituto de Chile -que también preside y que nuclea a todas las academias de Ciencias y Humanidades del país-. Se trata, en efecto, de una de sus prioridades al frente de dichas instituciones: abrirlas, acercarlas a la sociedad, modernizarlas. "Elegir a una mujer le quitaba el aura de un lugar de caballeros un poco ancien régime, que es una idea que nos persigue".
No sorprende entonces que, en los meses que lleva en su cargo, Valdés se haya convertido en una especie de estrella mediática. "El interés de los medios por mi persona es como una ola de surf, que sube, sube y un día va a bajar. Yo elegí subirme y aprovechar para navegarla antes de que se baje", dice también mientras cuenta divertida que disfruta y está muy activa en la red social Twitter porque nunca le gustó "eso de quedarse encerrado en la torre de marfil".
Quizás sea porque en su persona se conjugan las Letras con el feminismo, o porque su posición no encaja con los rechazos cerrados ni con las celebraciones acríticas, pero Valdés se ha convertido en el último tiempo, también, en una referencia a la hora de pensar los dilemas en torno al lenguaje inclusivo.
—Cada libro tiene, además de un narrador, un lector. En el siglo XIX era muy común que una novela dijera cosas como 'Querido lector: tú que estás sentado junto al fuego, leyendo esta novela, puedes preguntarte tal o cual cosa…' o 'Tú que estás fumando tranquilamente tu puro mientras lees estas páginas'. Y un día me di cuenta de que eso mostraba que el destinatario implícito de ese relato muy probablemente no era una mujer. Y que el sentido común de esa novela probablemente no se aplicaba por igual a las mujeres. Por eso son tan valiosas las lecturas feministas que consisten en leer a contrapelo. Leer pensándose no desde el sujeto que está implícito en lo que uno está leyendo, sino desde el lugar de un sujeto que puede diferenciarse de él. Se trata de hacer una re-lectura de toda la literatura, partiendo de que probablemente esa literatura representaba una cultura de la que nosotras no éramos parte. Uno de mis primeros artículos sobre feminismo, publicado en México en 1983, tenía una frase que decía "De lo que tiene palabras ya estamos fuera", porque yo sabía que la palabra ya había sido construida por otros.
—Ya que hablamos de género y lenguaje, leí que dijo que en la medida en la que el uso inclusivo de la lengua se extienda, entonces la Academia deberá adoptarlo. Eso tiene implícito que no existe algo que esté 'bien' o 'mal' en el lenguaje, ¿es así?
—Voy a citar a Andrés Bello, que trata de responder qué es hablar bien, y que explica que el buen lenguaje es aquel que habla la gente culta en un determinado tiempo y en un determinado lugar. Si la gente culta habla de determinada manera, eso fija un estándar para el resto de la sociedad. Siguiendo ese criterio, puede ser que el lenguaje inclusivo se generalice, aunque yo creo que no va a suceder.
—¿Por qué no?
—Porque hay una especie de confusión bastante grande entre el género gramatical y lo que es la categoría sociológica de género. La categoría sociológica de género, los Gender Studies de Estados Unidos -bastante colonialista también es nuestra aproximación al tema- no tienen nada que ver con el género neutro en inglés, del que carecemos en el español. El género gramatical no depende de las desinencias o y a, y por eso palabras como dentista, o profeta, por ejemplo, terminan en a pero no distinguen género, incluso hay una profetisa frente al profeta. Esto demuestra que el género gramatical y el género sociológico son cosas muy diferentes. Y la formación de un lenguaje artificialmente inclusivo que evite las o y las a es una forma de violencia bastante grande. Si yo tratara de hablar de esa manera en este momento te saldría una entrevista bastante entrecortada.
“Están los caballeros que prefieren reducir lo desconocido a lo conocido y están las otras personas que tienen más curiosidad por lo que está sucediendo en la sociedad”
—¿Y qué se puede hacer, entonces, para que las mujeres 'aparezcan' en el lenguaje?
—Lo que siempre voy a hacer es hablar de personas, voy a decir siempre ciudadanía, voy a decir siempre alumnado; es decir, voy a tratar de utilizar el criterio de tal manera que las muchas palabras que el español castellano me ofrece las pueda utilizar en un sentido inclusivo. Esta forma se ha usado, por ejemplo, en la Constitución de Chile, donde hombres fue reemplazado por personas. En cambio, en la Constitución Bolivariana de Venezuela están senador y senadora, diputado y diputada y etcétera, y entonces la cosa es interminable, tiene un 40% más de palabras debido a esto, porque ninguna se puede utilizar como genérica. Eso va en contra de lo que se llama 'economía del lenguaje'. El genérico podría ser más económico, pero como en la actualidad tiene esta connotación más política, yo prefiero soslayarlo utilizando palabras como "persona". Y en el caso de que ese tipo de palabras no lo resuelvan, o no sirvan, bueno, ahí sí se puede usar el femenino y el masculino. Yo creo que se debería poder encontrar una solución con criterios lingüísticos, porque las capacidades del castellano están.
—Su respuesta da la sensación de que alcanzaría con un poco de criterio, ingenio y sensibilidad y, sin embargo, la RAE ha tenido respuestas bastantes contundentes en relación a este tema, que daban más la sensación de querer cerrar este debate que de abrirlo.
—No necesariamente. Pienso, por ejemplo, en Soledad Puértolas, que es una académica muy respetada, una gran novelista y miembro de la Real Academia. Ella publicó en la página oficial un diálogo en relación con el lenguaje inclusivo. Es decir que desde la Real Academia ella ha publicado una posición muy distinta a la desdeñosa que toma, por ejemplo, Arturo Pérez-Reverte, y eso es bien interesante. Creo que en parte es porque ella tiene más sensibilidad sobre el tema, es más consciente de lo que es la vida social, y no la mira con esa ironía que es más fácil, con la que miran otros académicos o escritores. Por eso la suya es una posición preciosa, y refleja que la Academia misma es un lugar diverso en el que se dan las contradicciones que se dan en la sociedad. Es decir, están los caballeros que prefieren reducir lo desconocido a lo conocido y están las otras personas que tienen más curiosidad por lo que está sucediendo afuera.
—Entonces el debate sobre el lenguaje inclusivo podría redundar en algo enriquecedor para las Academias…
—Eso es lo que yo creo. Nosotros en Chile estamos preparando un documento y hemos tenido varias sesiones sobre esto con notables lingüistas -algunos más jóvenes y otros más grandes, muchas mujeres pero también varones- con la idea de llegar a una formulación breve y útil. Es muy difícil sintácticamente formar estas palabras con la terminación e y que yo defino como voluntaristas, y si hay algo que no se puede modificar con la voluntad es el lenguaje. Yo puedo usar estas formas, el todes, en una ceremonia o algo así, con un valor testimonial, y eso yo lo respeto, cualquiera lo puede hacer. Pero de ahí a que eso se imponga o que alguien piense que las academias pueden imponerlo, creo que es una idea que está muy lejos de lo real.
—¿Su rol no es, como algunos piensan, el de una especie de policía del lenguaje?
—No es mi idea, y tampoco la de la Academia de Chile desde hace mucho tiempo. El antiguo lema de "limpia, fija y da esplendor" que tenía algo de detergente y de policía fue reemplazado, hace un tiempo ya, con el de "unir por la palabra". La idea es no tanto corregir sino sobre todo dar espacio al lenguaje, dar ideas, recoger los mejores usos.
—¿Cuáles son los objetivos que usted se trazó para los tres años de su mandato?
—Estamos terminando una etapa de mucho y muy buen trabajo lingüístico. Creo que lo que falta en este momento es un poco más de apertura hacia la sociedad chilena, y un poco de modernización en los métodos de difusión de nuestro trabajo. Por ejemplo, cuando yo era vicedirectora comencé con un programa que se llamaba "Poesía chilena viva", en el que invitaba a dos o tres poetas y a un académico a unas lecturas públicas, y ese tipo de actividades se llenaban de gente. Y la llamamos así porque era poesía que se estaba produciendo en ese momento.
—¿Qué opinión tiene sobre el rol de la juventud? No son pocos quienes sostienen la idea de que los jóvenes no leen, o que temas como la cultura y las letras les son ajenas, por ejemplo.
—No creo que las nuevas generaciones -las que no se criaron como nos criamos nosotros, con el libro o la revista como el único medio de entretención- lean tan poco. Creo que se lee electrónicamente y también que se escribe mucho, a veces mal o rápido, pero se escribe, y yo valoro el lenguaje también cuando éste tiene otras formas. Me gustaría que dejáramos de enseñar las Humanidades como en la era de Gutemberg (el inventor de la imprenta) de tal manera que pudiéramos a la vez leer y salirnos de la estructura muy rígida que el libro impreso ha creado en la mente humana. Me refiero a que la lectura, la que va de izquierda a derecha, la que marca que primero hay que ir por la introducción, después por la parte medular y por último por la conclusión, es una forma muy moldeada de nuestro pensamiento. Es decir que así como la imprenta -ese gran medio tecnológico- nos modeló la mente en el siglo XV, ahora vivimos otra revolución tecnológica que está modelando mentes y pensamientos de manera distinta, y eso es una cosa fascinante. Ni peor ni mejor, distinta.
—La suya es una lectura optimista, entonces.
—En cierto sentido yo tomé una opción ética, que es no la de la queja, sino la de la celebración de las nuevas posibilidades del cerebro humano. ¿Cómo lo hacemos? Creo que el interés es fundamental y es lo primero. Es decir, partamos de que hay una nueva manera de pensar y de ejercer el pensamiento, que es distinta pero que no deja de ser pensamiento.
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