Llucia Ramis y una mirada sobre los millennials, la generación que “ha perdido la confianza en todo”

En su visita a Buenos Aires —Barcelona es la Ciudad de Honor en la Feria del Libro—, la escritora catalana dialogó con Infobae Cultura a propósito de su última novela, “Las posesiones” (Libros del asteroide, 2018), pero también de la inestabilidad económica de los más jóvenes, el auge de los movimientos de ultraderecha, el periodismo, la posverdad y el callejón sin salida que obstruye a la política

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(Joaquín Garcia Conde)
(Joaquín Garcia Conde)

Iluminada por el reflejo del sol del mediodía que se atraviesa las paredes de vidrio, Llucia Ramis cuenta que ya estuvo aquí, en Buenos Aires. Fue en marzo de 2012 cuando llegó para quedarse. "Por la crisis me era más fácil encontrar trabajo aquí que en España", cuenta. Se instaló en Palermo creyendo que ese sería su hogar durante unos cuantos años, pero al volver a Barcelona para concluir con el papeleo le salió un trabajo allí y decidió quedarse en su ciudad. Aunque no es su ciudad natal, porque nació en Palma de Mallorca, la entiende como propia: vive en Barcelona desde hace 23 años. Hizo bien. Desde la capital catalana construyó minuciosamente una obra literaria intensa. Sus cuatro novelas —Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años, Egosurfing, Todo lo que una tarde murió con las bicicletas y ahora Las posesiones— ocurren en 2007, el año antes de la Crisis Financiera, y en toas la protagonista es una periodista. "Si bien en España esa crisis se vería más entre 2010 y 2012, en el año 2007 ya estaban todas las pistas de lo que ocurriría después" dice en esta conversación con Infobae Cultura en el bar de un hotel sobre la calle Sinclair, en una zona que algunos han osado en llamar Palermo Nuevo.

Está aquí por la Feria del Libro. Barcelona es la Ciudad de Honor y Ramis ella tiene varias actividades. Pero no puedo evitar pensar a Buenos Aires en relación al lugar donde vive. "Son dos ciudades literarias", dice. "Buenos Aires tiene una manera de relacionarse con la literatura bastante similar a Barcelona. Hay una especie de respeto y cariño por el libro, en las librerías hay mucha vida, mucha gente que se interesa por la literatura. Además una parte me recuerda a Madrid en los años ochenta, pero también están las casas bajas y zonas empedradas que me hacen acordar a algunas zonas de Barcelona como Gracia", agrega. En la mesa de madera que nos separa, Las posesiones —la historia de una mujer que viaja de Barcelona a Palma a tranquilizar a su padre, jubilado al borde del estrés, y se reencuentra con un viejo amor—, esperando a la charla lo invoque. Por allí empezamos.

(Joaquín Garcia Conde)
(Joaquín Garcia Conde)

¿Cuánto de autobiográfico y cuánto de ficción tiene este libro?

—Tenía muy claro la historia que quería contar, basada en elementos autobiográficos. Soy fiel a las experiencias personales, pero no para armar la novela. El "yo narrador" no es un "yo protagonista". Lo que le pasa a la narradora no es la importante; es un "yo observador", un "yo cronista" que está intentando hacer un retrato a partir de dos grandes tabúes familiares. Tabúes que me sirven para hablar de los grandes silencios que surgen en momentos de crisis. Uno de los silencios es el de la corrupción, que ya es sistémica. No estoy hablando de los grandes políticos ni los grandes empresarios sino de las corruptelas cotidianas y domésticas. Del mismo modo, la enfermedad mental como otro silencio. De eso se habla poco porque es un tema que "mejor no tocarlo, mejor no sacarlo a la luz". Me di cuenta que podía hablar de los silencios para ahondar en la crisis. Yo creo que el silencio es una especie de carcoma, de termita que está devorando los cimientos, en el caso de lo social, la democracia, y en el caso de lo familiar, la familia misma. El problema es que si no hablas del tema se termina convirtiendo en un fantasma, en algo mucho más grande. Lo importante no era hablar de mí y de mi familia sino del momento que estamos viviendo. Construí el libro a partir de los silencios, como el jenga, el juego japonés en el que vas retirando piezas para ver hasta qué punto se aguanta.

Hay algo de literatura del yo, de autoficción, así como también de novela social, aunque no es ni literatura del yo ni novela social.

—Sí. La autoficción es para mí lo que está en las redes sociales. Es gente que está inventándose su propia vida. No me interesa en absoluto. Para mí, personalmente, no es literatura, porque no hay un artefacto. Yo quiero construir un artefacto literario. La sinceridad por sí misma no sirve para nada. Está muy bien para ir al terapeuta.

—En la novela escribís que "la sinceridad es una claridad excesiva".

—Exacto. Pero aquí hay una voluntad de construir algo a partir de elementos autobiográficos, aunque soy muy consciente que estoy haciendo una construcción de algo que ocurrió, pero no ocurrió exactamente así. Lo que me importa es el objetivo. Y tampoco es una novela social porque tomo anécdotas personales para hacer un retrato social.

(Joaquín García Conde)
(Joaquín García Conde)

Llucia tiene 42 años y pese a la candidez de su sonrisa, sus palabras son crudas e incisivas. No duda en cabalgar a fondo cuando habla de lo que sabe. Y esta novela, aunque también todos sus años como periodista, dan cuenta de una crítica mordaz al extraño momento que estamos viviendo. ¿Será su mente bífida lo que le permite ver la situación desde esta perspectiva? "Soy bilingüe; con mi madre hablo en castellano, con mi padre hablo en catalán", cuenta. Escribe en ambos idiomas casi en simultáneo, aunque construye las escenas por la proximidad de cada lengua: "Las partes de mi familia belga las escribí en español porque así me lo imaginaba. Y las partes con mi padre, esas de Mallorca y demás, las escribí inicialmente en catalán porque es como me sale. Una vez que lo escribo lo traduzco, y una vez que está traducido es una locura porque estoy corrigiéndome continuamente. Es un poco infinito ese ejercicio de corrección, pero me he acostumbrado".

Pero Las posesiones no es sólo una novela familiar con matices sociales, es un libro que da cuenta de una generación, de una época, del estado de un mundo que parece estar frente a un callejón sin salida. La historia suena lejana y el futuro incierto. Entonces sólo hay desesperación. Nos exigen inmediatez, una reacción rápida, instantánea y genuina. Y así la democracia, esta democracia, se vuelve un trámite: señalar en un abanico de opciones demasiado reducido a nuestros próximos gobernantes y volver al sillón a seguir mirando tele y scrolleando en las redes sociales. ¿Cuándo fue que llegamos a todo esto? Llucia tiene algunas respuestas:

—Creo que somos la generación que marca ese final. En España, estuvo la lucha de nuestros abuelos que estuvieron en la Guerra Civil y que luego vivieron una posguerra, la lucha de nuestros padres que vivieron la dictadura y luego la llegada de la democracia… y nosotros íbamos a ser su gran ilusión, su gran esperanza. ¿Qué pasó? Cuando nos íbamos a incorporar en el mundo adulto, el de los treinta años, todo se volvió muy inestable. Nos habían prometido que si estudiábamos íbamos a poder vivir de eso para nos que preparamos, que íbamos a tener cierta estabilidad. Y no ocurrió. Los contratos son precarios, cada vez cobramos menos, los pisos son cada vez más caros, los alquileres son cada vez más cortos. Ahora no podemos llegar a ser lo que se suponía. Todo esto que esperábamos de nosotros mismos y que se había proyectado en nosotros mismos no ocurre. ¿Y quién tiene la culpa? Yo creo que es de la propia generación. Nos han mimado demasiado y no hemos sabido reaccionar en el momento de crisis. En el momento conflictivo nos hemos quedado un poco paralizados.

—Es un poco lo que le pasa a la narradora…

—Sí. Quería hablar de esta sensación de inestabilidad en la novela, de todas esas cosas que dábamos por ciertas pero que no lo son, y de qué manera no supimos qué teníamos que hacer. Estamos más pendientes de los privilegios, que son individuales, que de los derechos y libertades que consiguieron nuestros padres y abuelos. También creo que somos la última generación que tiene recuerdo físico de las cosas. El recuerdo de la fotografía es muy claro. Ahora es todo selfie y además se va regenerando constantemente. El juguete como objeto tampoco existe ya, porque todo el mundo está con las pantallas. Ya nadie tiene casas familiares porque nadie las puede mantener; no hay dinero. Como los alquileres son de tres años hay muchos niños que van cambiando de casa. Entonces toda esa nostalgia de objeto, esa nostalgia física ya está dejando de existir. Existirá otra nostalgia pero no será esa. Los millennials lo más perdurable que tienen son los tatuajes.

(Joaquín García Conde)
(Joaquín García Conde)

—¿Creés que hay un antes y un después de esta generación?

—Es el final de una época. Así como el principio del siglo XXI marcó un antes y un después en el arte por la posibilidad de la reproducción, la segunda década, en el año 2010 más o menos, hay un antes y un después de la verdad, de la realidad. Ya nunca más va a existir esa solidez de la verdad. Todo es una reconstrucción y todo el mundo tiene derecho a explicar su propia versión, y todas tienen el mismo nivel. No hay verdades absolutas porque que ya nadie cree en nada. Las opiniones se confunden con las informaciones. Cualquiera cree que puede ser periodista. Entonces esa mezcla de confusiones es lo que, creo, define un momento muy concreto. Lo decidí explicar a través de un caso particular, que es el mío, en la novela, pero desde un "yo observador".

—El personaje de Marcel dice que el periodista es una de las pocas personas que saben lo atroz que es la realidad. Vos fuiste periodista y todo esto que estás describiendo es atroz…

—Sí… —dice y no puede aguantar la risa— Yo creo que no queremos saber la verdad, porque enfrentarte a la verdad significa que ya nunca vas a poder refugiarte en las mentiras que construiste. Todos nos estamos autoengañando y justificando eternamente. En el momento en que te das cuenta de que todo es ficción, de que te has estado basando en cosas que no fueron exactamente así para protegerte, o proque te protegieron, te enfrentas a la verdad y eso te asusta. ¡Ostias! ¡Yo no sé si quiero saberla! Esto se ve muchísimo ahora con la información, con la posverdad, las fake news, el caso Trump, etcétera. Preferimos defender a los nuestros, aunque sepamos que nos engañan, a descubrir que nos están mintiendo. Porque en el momento que te enfrentas al engaño, ¿de quién te fías? ¿En quién confías? No sabes qué hacer, entonces prefieres pensar: 'bueno, ya sé que me mienten pero son los míos'. Y los defiendes aunque te pongan la verdad frente de las narices. Estamos perdiendo la confianza en todo. En las instituciones, en las personas, en el amor. En esa vida que nos habían prometido y nunca se va a dar. Y si no te fías de nadie y de nada, ¿qué queda? Hemos sido nosotros mismos los que hemos jugado a eso.

—¿Qué lugar ocupa el periodismo en todo esto?

—Yo creo que el periodismo, desde el empresario que lo utiliza como si fuera una empresa de cualquier otra cosa y no apuesta por la veracidad y el contraste de la información, sino por sumar audiencia y en la inmediatez; hasta el editor de los diarios que en lugar de mirar hacia abajo educando a los propios redactores está intentando cumplir con las expectativas empresariales; y los propios redactores que cada vez cobramos menos y aceptamos cobrar menos porque cualquier otro puede hacer su trabajo; hasta el consumidor de prensa que cree que la verdad no existe y que el periodismo no existe, cuando en realidad es esencial para cualquier democracia… Se ha generado una pérdida de confianza brutal. En parte porque se mezcla opinión con hechos. Los medios apuestan por la opinión porque es mucho más barata, cada uno se hace cargo de su propia opinión, con lo cual los medios no tienen que responsabilizarse de nadie, y si no le gustan lo echan, pero además con la opinión no necesitas enviar a nadie a Afganistán ni pagarle nada. Se están pagando cuarenta euros brutos por pieza y no tienen contrato ni nada. Nadie pone dinero por el periodismo. Se genera la idea de que el periodismo es gratis, porque cualquier cree que grabando algo con el celular está dando información. Y es cierto, pero a esa información hay que contrastarla y contextualizarla para que sea noticia. Entonces no se entiende qué sentido tiene ser periodista hoy en día. Aunque el periodismo no acabará nunca, porque siempre habrá gente con vocación y la necesidad de algunos de desvelar la verdad. Pero lo cierto es que son momentos muy complicados.

(Joaquín Garcia Conde)
(Joaquín Garcia Conde)

Días atrás, el domingo 28 de abril, España tuvo elecciones generales. El panorama no era alentador. El auge de la ultraderecha encarnada en el partido Vox activó la alarma. El contexto lo ameritaba: Estados Unidos, Europa y América Latina son claros ejemplos. "El resultado podía haber sido cualquiera. Pero en el fondo es bastante lógico que el resultado haya sido ese", comenta Ramis sobre una elección que tuvo al PSOE como ganador pero diez puntos abajo y de forma aglutinada estaban sus adversarios: el PP, Ciudadanos, la coalición de Podemos y Vox. "La escisión más radical de la ultraderecha del PP ha hecho que el mismo PP haya bajado muchísimo. Al mismo tiempo ha dado tiempo a la izquierda, si es que el PSOE es de izquierda. Ha generado una reacción. El miedo hace que la gente reaccione. ¿Y la parte positiva en todo esto, qué?", agrega, y luego responde:

"Cuando vas a votar nunca votas al que crees que más te representa, sino que siempre votas por miedo a lo que puede pasar. Pero claro, si empezamos a ser reactivos, si empezamos siempre a ser las cosas por miedo nunca construimos. Porque para construir tienes que hacer políticas, no solo ganarle al otro y criticarlo, sino que también tienes que hacer algo constructivo, y eso no se está dando en ningún sitio. Ni en el tiempo hacia atrás, porque cada vez hay menos memoria, ni tampoco hacia el futuro, porque tenemos esa sensación de que estamos en un momento tan determinante que no nos atrevemos a esperar. Es que todo está enfocado en ese consumo inmediato, la autosatisfacción, dar la noticia rápido, aunque sea mentira hace que toda proyección sea muy complicado. Se ve clarísimo con el ecologismo: ¿cómo vas a hacer políticas ecologistas si para demostrar que han funcionado hay que esperar veinte años?"

La charla continúa con España pero vuelve a tejer una red que nos incluye a todos. "Estamos en un gran momento de inestabilidad", dice con certeza; nadie podría contradecirla. "No hay nada sólido. Es un momento líquido en que está la sensación de que no hay nada bajo estos pies. ¿Cómo se puede cambiar? Pues se cambiará, porque el ser humano se ha habido adaptando crisis tras crisis, ¿pero a qué precio?", comenta y luego de una pausa en la que mira hacia la vereda desierta, vuelve al terreno estrictamente electoral y concluye: "Las candidaturas nunca tienen tiempo para pensar programas entonces dicen: 'vamos a conseguir votos'. Da la sensación de que la política no existe".

(Joaquín García Conde)
(Joaquín García Conde)

—Volvamos al terreno literario. "Nunca se sabe cuándo un libro pasará desapercibido o será un bestseller", dice Marcel, uno de los protagonistas de tu novela. ¿Crees que es así?

—Creo que no hay fórmulas porque sino todo el mundo las utilizaría. Lo bonito de los libros es que los escribes tú y luego son de los demás. Yo pienso que tu trabajo como escritor se acaba cuando has puesto el punto final. Lo demás ya no depende de tí. Tienes que estar muy seguro de lo que vas a escribir porque lo demás es muy imprevisible y depende de otros factores que tú no tienes que tener en cuenta al momento de escribir.

—Sin embargo se puede escribir para ser bestseller, aunque puede que no lo logres.

—Es que hay autores que lo han intentado y no les ha funcionado. Entonces, ¿qué sentido tiene escribir algo con un objetivo y no conseguirlo? En cambio si tú escribes para hacer un buen libro según tu criterio y luego funciona, es genial.

—¿Para qué sirve la literatura en un mundo así, como el que acabás de describir?

—En principio, creo que cada vez se lee más y cada vez se lee mejor. La cultura literaria va y viene, pero creo que está en un buen momento. Es cierto que, al ser una parte del ocio, la venta cae mucho en momentos de crisis. Y para evitar la inmediatez que no nos permite la reflexión, la única manera es a través de la lectura. A través de la lectura llegas a las humanidades, a la filosofía, a la reflexión. Está la parte intelectual pero también la sensibilidad, que se construye a partir de los libros. Por ejemplo, en Las posesiones la narradora no tiene hermanos pero yo sí. Les pregunté a los tres si creían que mi novela es autobiográfica. Me dijeron que les había hecho una putada —dice y lanza una carcajada—, porque ahora jamás iban a volver a recordar lo ocurrido de la manera pura que ellos recordaban la historia, porque la memoria es una reconstrucción. Al haber leído la novela lo recordarán a través de mi filtro. Y ahora ya no saben cuáles eran sus recuerdos, cuáles eran los míos, qué era lo creativo. Leer al final es eso: ver las cosas de otra manera. Es incorporar la sensibilidad de otros, el testigo de otros y ver el mundo de una manera que no es exactamente como la habías visto hasta entonces. Y eso te abre y te hace entender muchas cosas que no entendías ni que nunca te habías fijado. Te abre muchísimos más mundos que el propio.

 

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